lunes, octubre 23, 2023

Vicente Morín Aguado desde Cuba: Cuba en 1898. Las instituciones independentistas en el contexto de la intervención norteamericana. Pedro Pablo Arencibia sobre el Pacto de París del 10 de diciembre de 1898

Nota del Bloguista de Baraxutey Cubano

La expresión de Máximo Gómez no fue:  ¡Al fin hemos llegado!; la expresión fue menos contudente y convencida, la cual era compatible con el carácter receloso que tenía Máximo Gómez.

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Tomado de https://www.cubaencuentro.com/

Cuba en 1898

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Las instituciones independentistas en el contexto de la intervención norteamericana

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El Generalísimo Máximo Gómez Báez

Por Vicente Morín Aguado

La Habana

23/10/2023 

Cuando el 18 de abril de 1898, el Congreso de los Estados Unidos votó la célebre resolución conjunta, ultimátum a España para que abandonara la Isla de Cuba, junto a la promesa solemne de que “el pueblo de la isla de Cuba es, y tiene derecho a ser, libre e independiente”, el cadáver de José Martí yacía en el cementerio santiaguero de Santa Ifigenia, depositado allí por sus captores españoles.

Sin embargo, el ideal democrático del apóstol de nuestras libertades gravitaba poderosamente en el pensamiento de quien fuera su amigo, a la par líder militar de las guerras por la independencia iniciadas en 1868, el Mayor General del Ejército Libertador, los llamados mambises, Máximo Gómez Báez.

Firmado el Tratado de París entre Estados Unidos y España, el veterano jefe mambí era el único sobreviviente entre los líderes independentistas con capacidad real de convocatoria popular, elevado a la apoteosis como libertador cuando entró en La Habana el 24 de febrero de 1899, el mismo día en que, tres años atrás, desde los Estados Unidos, José Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), había cursado a los conspiradores en la Isla antillana la orden de alzamiento, iniciando la llamada Guerra Grande o del 95.

Este partido era una de las tres instituciones independentistas existentes en aquel momento. Los cubanos no tuvieron representación en las negociaciones de paz, entre otras razones, porque España había rehusado rendirse ante los patriotas, posibilidad que era considerada vergonzosa e inaceptable. (Ver Dr. en Ciencias Históricas Eduardo Torres Cuevas, Web Cubadebate, 24 de julio de 2023)

España, como siempre, había maniobrado pero lo hacía con extrema tardanza. Al comenzar aquel año fatídico para los restos de su imperio colonial, estableció un régimen autonómico rechazado de plano por el liderazgo insurrecto. En marzo, ante la inminencia de la guerra con Estados Unidos, el Gobernador de Cuba, Ramón Blanco, le escribe al General en Jefe Máximo Gómez, proponiéndole una insólita alianza entre los ejércitos cubano y español, para enfrentar al invasor en ciernes.

Blanco desconocía que Gómez había escrito cartas previas al presidente McKinley y al Comandante general del ejército norteamericano, cargo entonces existente, Nelson A. Miles, ofreciéndoles la colaboración mambisa ante la posibilidad de desembarco en la Isla.

Al representante de la monarquía, le dijo entre otras verdades:

“Usted representa en esta Cuba una monarquía vieja, desacreditada, y nosotros combatimos por un principio americano, el mismo de Bolívar y de Washington”.

La actitud del insigne patriota tenía antecedentes directos, por cierto, silenciados por la historiografía dominante en la Cuba de hoy. Un año antes, por la misma fecha, había escrito una larga carta al antecesor de McKinley, Grover Cleveland, solicitando explícitamente la intervención:

Invocando la Doctrina Monroe, considerando con razón que los cubanos eran tan americanos como los demás pueblos del Nuevo Mundo, le decía al mandatario:

“El pueblo norteamericano, que con todo derecho marcha a la vanguardia del Hemisferio Occidental, no puede y no debe seguir tolerando el asesinato sistemático y a sangre fría de indefensos americanos, por temor de que la historia pueda acusarlos de complicidad con tales atrocidades”.

Al terminar su misiva, la exhortación es directa:

“Dígale a España que cese la matanza y le ponga fin a la crueldad, y emplee el peso de su autoridad para imponérselo. Miles de corazones agradecidos bendecirán por siempre su memoria, y Dios, el misericordiosísimo, lo contemplará como la obra más meritoria de vuestra noble vida. Su humilde servidor. M. Gómez.” (Archivos del Congreso USA. Texto original reproducido por HistoryofCuba.com)

¿Por qué el general Gómez, un radical independentista, había solicitado la intervención norteamericana?

La razón principal está en que la guerra se prolongaba en el tiempo, sin un desenlace a la vuelta de la esquina. España, aunque agotada, estaba decidida a no rendirse ante los insurrectos y la diferencia cuantitativa entre las fuerzas en pugna presuponía una larga contienda irregular. La guerra total aplicada por ambos bandos había desolado al país, provocando un genocidio masivo, agravado por la insalubridad, el hacinamiento obligado en las ciudades y pandemias como la Fiebre Amarilla.

En Estados Unidos se conocía ampliamente de la guerra y de la situación cubana, varios corresponsales norteamericanos reportaban directamente desde los campos de batalla. Crecían las simpatías hacia el oprimido pueblo cubano, carente de libertad y derechos, aplastado por una atrasada monarquía europea.

En tales circunstancias, aunque la colaboración mambisa aportó mucho a las operaciones terrestres en Santiago de Cuba, la rendición española se pactó, por conveniencia de ambos bandos, sin el interlocutor isleño. Ni era propósito de la potencia vencedora entregar el poder a la facción independentista, ni esta facción era mayoritaria dentro de la población isleña.

Los cubanos estaban divididos entre independentistas, simpatizantes de España, autonomistas y anexionistas clamando por la incorporación a la Unión Americana.

A pesar de ignorar las instituciones representativas del independentismo, las personalidades más relevantes de esta tendencia ocuparon las más importantes y variadas responsabilidades de gobierno bajo la tutela de la autoridad militar estadounidense, considerando sus capacidades y en consecuencia con el compromiso final de reconocer la independencia de la Isla.

Las elecciones municipales de 1901 demostraron la tendencia antes dicha, consiguiendo sus representantes una mayoría de los cargos en disputa.

Unido al prestigio ganado durante la guerra, la ley electoral promulgada les favorecía porque a los requisitos generales: varones mayores de 21 años, saber leer y escribir y tener un patrimonio mínimo de 250 pesos, se incorporó el derecho al voto para todos los miembros del Ejército Libertador.

Si consideramos que en las elecciones presidenciales votaron 213 mil personas, y que el ejército mambí tenía debidamente registrados unos 53 mil soldados, las conclusiones son evidentes.

En medio de esta situación, la obra de reconstrucción del país, desolado por la guerra y las enfermedades, atrasado en cuanto a infraestructuras, escolaridad y salubridad, se cumplió cabalmente, incluyendo un imprescindible censo de población.

Es esta otra verdad incómoda para los que han formulado las ideas básicas de la historiografía bajo control del estado cubano, empeñados en denostar la actuación de los Estados Unidos en la isla, y cuando no sea posible, al menos minimizar sus efectos positivos. (Ver Chao Raúl Eduardo: Cuba bajo la bandera norteamericana. Ediciones Universal, FL. USA. 2018)

¿Qué sucedió con el Partido Revolucionario Cubano?

Tratándose de una organización afianzada en la emigración, al marchar a la guerra, Martí propuso a Tomás Estrada Palma para sustituirle en el cargo de Delegado. El que después sería llamado “presidente Palma” por los norteamericanos, era un pedagogo exitoso que dirigía una escuela en Central Valley, cerca de Nueva York. Su biografía reflejaba que había ocupado la presidencia de la República de Cuba en Armas, casi al finalizar la Guerra Grande o de los diez años, entre 1877 y 1878.

Estrada Palma decidió disolver el PRC, emitiendo una circular a sus clubes de base el 21 de diciembre de 1898. La historiografía castrista considera el hecho de anticipado, prematuro y negativo para la causa cubana, culpando al Delegado de anexionismo. La verdad es que, según las bases del partido, publicadas en el periódico Patria el 10 de abril de 1892, esta institución no podía desempeñar un papel político en la República por nacer.

Así lo especificaba el Artículo # 5:

“El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y el bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre”.

Martí era un demócrata liberal, anti caudillista, en extremo preocupado por la secuela de dictaduras latinoamericanas que en aquellos tiempos ensombrecían el panorama político del continente. Esta idea esencial coincidía plenamente con la tradición política norteamericana.

El anterior pensamiento ha sido sistemáticamente soslayado por el sistema de enseñanza cubano, que ha llegado al colmo de comparar al partido martiano con el bolchevique de Lenin en Rusia, considerando al criollo un antecedente directo del ruso. (Consultar Castro Ruz Fidel: Informe Central al Primer Congreso del PCC. 1975. Múltiples ediciones disponibles)

Veamos qué sucedió con las otras dos instituciones independentistas, también ignoradas oficialmente por Estados Unidos: el Gobierno de la República en Armas y el Ejército Libertador.

Se trataba de un gobierno provisional, itinerante porque los cubanos no tenían en su poder ninguna ciudad de importancia. Al momento de hacerse pública la ruptura de relaciones diplomáticas entre España y EEUU, ningún Estado de Las Américas había reconocido la beligerancia cubana, tampoco sus instituciones.

Algunos países llegaron al extremo de prohibir colectas, reuniones y propaganda pública a favor de la independencia de Cuba. En Estados Unidos, al amparo de la ley, los emigrados desarrollaron ampliamente sus actividades proindependentistas.

Tal contraste ha sido abiertamente soslayado por quiénes escriben una historia complaciente con realidades políticas ajenas al momento en que sucedieron los hechos.

Al finalizar la guerra el gobierno en armas dejó de existir, convirtiéndose en Asamblea de Representantes del Pueblo Cubano. Los asambleístas, cubanos ilustres, patriotas abnegados, eran sin embargo un grupo diverso sin la presencia de un liderazgo reconocido entre ellos, con suficiente influencia sobre la población.

Por su parte, para la Casa Blanca y el Congreso en Washington, el compromiso de elecciones libres incluía a todos los cubanos sin distinción. Una idea coincidente con los fundamentos del PRC, expresión del ideario martiano.

No ha de sorprender que el mismísimo Máximo Gómez en diciembre de 1898, al escribir una carta pública, conocida por Proclama de Yaguajay, extendiera a sus compatriotas el siguiente consejo:

“Para andar más pronto el camino de la organización nacional elegid para directores de nuestros destinos, a los hombres de grandes virtudes probadas, sin preguntarles en dónde estaban y qué hacían mientras Cuba se ensangrentaba en su lucha por la Independencia”.

“No se debe olvidar nunca que, así como la espada es la bienhechora para dirigir y gobernar bien las cosas de la guerra; no es muy buena para esos oficios en la paz; puesto que la palabra Ley es la única que debe decírsele al pueblo, y el diapasón militar es demasiado rudo para interpretar con dulzura el espíritu de esa misma Ley”.

La relevancia del documento radica en que su firmante se había convertido en el único sobreviviente de entre los líderes del movimiento independentista que era escuchado por la inmensa mayoría de los cubanos. Su personalidad era un factor político que los interventores no podían desconocer.

Siendo dominicano, conociendo además las interioridades de los políticos cubanos, a pesar de serle concedida la ciudanía con la posibilidad de aspirar a la presidencia, Gómez rechazó tajantemente esta opción. Sin embargo, sus opiniones eran de gran peso, al punto que su apoyo público al candidato Estrada Palma, determinó en mucho su elección.

En cuanto a los destinos del Gobierno de la República en Armas y el Ejército Libertador, marcharon juntos hacia la inevitable disolución.

El asunto definitivo resultó el licenciamiento de dicho cuerpo armado. Se necesitaba dinero para resolver el problema. De nuevo la historiografía castrista considera nefasta la decisión de hacer desaparecer la única institución armada, organizada bajo una disciplina, con una fuerza considerable, que podía oponerse a las pretensiones imperialistas del ocupante extranjero.

Primero, los cubanos no pretendían oponerse al vecino poderoso que había propinado un golpe decisivo al ejército español, liberando al país de la monarquía ibérica. Les preocupaba que la soberanía cubana fuera respetada, consiguiendo lo más rápido posible la nueva república independiente.

Segundo, la tradición civilista expresada a través de 30 años de lucha, consolidada en la sucesión institucional de la República en armas, con subordinación del mando militar al civil bajo una constitución, se oponía a que el ejército asumiera funciones políticas. Mucho menos podía pensarse que los Estados Unidos aceptaran semejante idea.

El llamado ejército mambí carecía por tanto de objetivo para seguir existiendo, eran 50 mil hombres sin trabajo, sin recursos, que merecían una honrosa jubilación.

El mayor general Calixto García, lugarteniente general de Gómez, murió repentinamente en la capital norteamericana el 11 de diciembre de 1898, cuando presidía una comisión que intentaba negociar con la Casa Blanca los fondos necesarios para el licenciamiento. Ambos jefes militares coincidían en no endeudar al futuro estado con un préstamo, aceptando una donación mínima de 3 millones de dólares ofrecida por McKinley.

La Asamblea independentista se oponía, en tanto negociaba un empréstito superior a los 30 millones, con el mismo fin.

Los asambleítas, empeñados en hacer valer su postura, intentaron destituir a Gómez, para lo cual les cabía una autoridad legal pero no real. Los cubanos salieron nuevamente a las calles a vitorear al viejo héroe mambí, desacreditando a los asambleístas.

El resultado fue doble: Se aceptó el donativo, en tanto el empréstito siguió su curso, firmado finalmente por el gobierno de Estrada Palma al asumir la presidencia de Cuba. Los libertadores fueron licenciados, primero con la mínima suma de 75 dólares, luego se les pagarían haberes sustanciosos en dólares oro, proceso igualmente manipulado en un silencio cómplice por notables historiadores, argumentando que los heroicos mambises habían sido víctimas de la perfidia imperialista.

De paso, la Asamblea sucumbió, desintegrándose en abril de 1899. Su legado resultó en la elección de muchos de sus integrantes, convertidos en Delegados a la Convención Constituyente, elegida en septiembre de ese año.

Gómez murió adorado por su pueblo adoptivo en 1905, de seguro jamás olvidaría que la responsabilidad de General en Jefe del Ejército Libertador estaba asociada a la obra de José Martí. Un documento trascendental, firmado en Monte Cristi, República Dominicana, el 25 de marzo de 1895, considerado nuestra segunda declaración de independencia, dejaba constancia del hecho:

Se titula “El Partido Revolucionario Cubano a Cuba”.

Después de proclamar ante el mundo los ideales que conducen inevitablemente a una guerra que habría de ser breve, democrática en su ejecución, anticolonialista, por la independencia, para reafirmar el culto a la dignidad plena del hombre, el párrafo final unió para siempre a ambas personalidades históricas:

“Suscriben juntos la declaración por la responsabilidad común de su representación, y en muestra de unidad y solidez de la revolución cubana, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, creado para ordenar y auxiliar la guerra actual, y el General en Jefe electo en él por todos los miembros activos del Ejército Libertador”.

Por primera vez, al menos en la historia latinoamericana, el jefe de un ejército libertador asumía su mandato por elección y no autodesignado o nombrado por una cúpula de conspiradores.

No sin cierto desconsuelo por las condiciones en que nacía la República, el 20 de mayo de 1902, al izar la bandera nacional, Máximo Gómez exclamaría: ¡Al fin hemos llegado!

La sombra de la Enmienda Platt oscurecía la luz de la estrella solitaria. Se encontraban los cubanos ante el dilema aún no resuelto de conciliar democracia y soberanía nacional.

© cubaencuentro.com

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Máximo Gómez Báez con su familia en 1904

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SOBRE LA AUSENCIA DE REPRESENTACIÓN  CUBANA EN LAS CONVERSACIONES Y TRATADO DE PARIS EN 1898  ENTRE EE.UU. Y  ESPAÑA TRAS LA GUERRA HISPANO CUBANO NORTEAMERICANA
 
(publicado originalmente el 21 de marzo de 2016)
 
 
Por Pedro Pablo Arencibia
20 de marzo de 2016
 
Al amigo  Dagoberto Valdés y a Juan Manuel Cao  periodista de la televisión de Miami 
 
A finales del año 1898 se reunieron en la ciudad de París las delegaciones de los gobiernos de  Estados Unidos y España para negociar  las  condiciones de paz entre ambos países. Es muy frecuente  en Cuba resaltar el hecho de que Cuba no estuvo representada en esa reunión. Sobre esto deseo plantear lo siguiente:

En primer lugar diré que soy del criterio que debió existir una representación cubana; pero también, soy del criterio, que debió   existir una representación de cada uno del resto de los países  cuya suerte se estaba definiendo (Puerto Rico, Filipinas, etc.); aunque reconozco  la existencia de  motivos que engendrarían  objeciones  de  Estados Unidos y España  en aceptar  delegaciones  de estos  últimos países, y la particular situación cubana (en cuanto a los  antecedentes de las luchas separatistas) con relación a la llevada por esos países.

Sobre la ausencia de la representación cubana a esas negociaciones diré, que España  era la más interesada  en que no existiera una delegación cubana en esas conversaciones.  La razón fundamental que movía a esa actitud española era económica: que los Estados Unidos le pagaran  a España  La Deuda de Cuba, la cual ascendía a aproximadamente $500 millones (Leuchsenring, 1960, p. 68). La Deuda de Cuba era, entre otras cosas, el monto de lo que le había costado a España la guerra de Cuba y las de otros países desde décadas atrás. Con una representación cubana en esas negociaciones, era evidente para España que los Estados Unidos no asumirían el  pago de  esa deuda, y mucho menos, lo haría, la representación cubana. El resentimiento español hacia los cubanos, por éstos combatirlos durante años,  también fue otro factor que movió al gobierno español a  no admitir una representación cubana. Por otra parte, los Estados Unidos ya habían decidido mediante  una resolución congresional: La Resolución Conjunta o Joint Resolution , cual iba ser el destino de Cuba;

¨Que los Estados Uidos por la presente  declaran  que no tienen  deseo  ni intención  de ejercer soberanía, jurisdicción o dominio sobr dicha Isla, excepto para su pacificación, y afirman su determinación, cuando ésta se  hay  conseguido, de dejar  el gobierno  y dominio de la Isla a su pueblo.¨ (Artículo cuarto de la Joint  Resolution o Resolución Conjunta  o Enmienda  Teller, Pichardo, 1976, Tomo I p. 510)

Quiero señalar además, que en caso de que España hubiera aceptado la participación  de una representación cubana a esas negociaciones, se hubiera presentado un gran problema: ¿Quiénes conformarían esa representación?

La representación cubana debía representar, valga  la redundancia,  todos los segmentos del pueblo cubano. El pueblo cubano estaba conformado, sin caer en posiciones sectarias o idílicas,  por independentistas, integristas, autonomistas, pacíficos, anexionistas, etc.

(John Hay, Secretario de Estado de EE.UU., firmando la ratificación del Tratado de París)

Ha sido una característica de la historiografía cubana  el asumir implícitamente que la inmensa mayoría de los cubanos eran independentistas.

El historiador español Benavent, refiriéndose a un  período anterior y mediato a 1898, plantea:

El liberalismo autonomista constituía la opción política mayoritaria de las clases medias cubanas; pero era una opción  que no podía expresarse por las perversiones del sistema electoral y por el bloqueo político que la tupida red de unionistas, voluntarios del orden, integristas y conservadores, imponían¨. (Prieto. 1998, p. 107-108)

Pero es que aun dentro de las filas de tendencia independentista, existían serias discrepancias que dificultarían en gran medida la composición de una representación cubana formada por elementos de esta tendencia, o la elección de algunos representantes de esta tendencia para la conformación de una comisión mixta, donde las diferentes tendencias estuvieran representadas. Un ejemplo de lo anterior fueron las  serias desavenencias que se manifestaron entre el Consejo de Gobierno cubano  y el mando militar mambí durante la guerra, y las que después de terminada la guerra protagonizaron La Asamblea del Cerro y el Generalísimo Máximo Gómez  y los seguidores  de ambos. Debo señalar que la actitud del Generalísimo Máximo Gómez de desconocer la autoridad jurídica de la Asamblea, al entablar conversaciones con el enviado especial de McKinley, Robert P. Porter, sobre el asunto del empréstito para  la disolución del Ejército Libertador, fue compatible con la decisión del gobierno de los Estados Unidos  de desconocer toda agrupación cubana  particular como representación del pueblo cubano, pues E.U. podía ser acusado de apoyar una u otra facción (fundamentalmente por las potencias europeas). Hasta que no se hicieran elecciones generales y libres, los Estados Unidos no reconocerían ninguna agrupación o institución como la legítima representación del pueblo cubano. Debo aclarar que la Asamblea ya había iniciado contactos sobre un empréstito con el señor Cohen, quien en representación de entidades bancarias norteamericanas ofreció un empréstito suficiente para el licenciamiento del Ejército Libertador (Costa, 1950, p. 66-67).

El historiador Rolando Rodríguez escribe lo siguiente sobre lo que expresó Calixto García en su carta  del primero de mayo de 1898 a Méndez Capote, integrante del  Consejo de Gobierno presidido por Bartolomé Masó, y en la  dirigida a  Tomás Estrada Palma, Delegado del Partido Revolucionario Cubano,  del 27 de junio de 1898:

¨en la cual planteaba que la falta de reconocimiento de Washington  a ese órgano se debía a su carencia  de condiciones como  gobierno real, o la dirigida  a Estrada Palma, el 27 de junio, en la cual manifestaba que el gobierno de Estados Unidos  no podía reconocer al gobierno cubano que resultaba antidemocrático¨.(Rodríguez, 1998,Tomo II p. 613)

En la carta de Calixto García del 27 de junio de 1898 a Tomás Estrada Palm, texto tomado de Historia de la Nación Cubana (Tomo VI  p. 425), se lee:

¨Sé que el Gobierno americano es un Gobierno eminentemente práctico y observador, a quien no podía escapar de modo alguno que la forma en que había nacido en nuestra Revolución la más alta  representación del Estado era viciosa, informe, impropia de un pueblo que derramaba su sangre por conseguir su independencia y las  libertades a que tenía derecho. Que con esa institución, lejos de ganarse libertades  se establecían principios oligárquicos, que ningún gobierno libre verdaderamente podía ayudar a consagrar, y de aquí que la política  del gobierno de Washington  haya sido constante en esa dirección, desde que estalló la actual guerra

El 13 de agosto de 1898 el Consejo destituyó de su cargo de Lugarteniente General  a  Calixto  García por haber desconocido las decisiones  del gobierno  y disponer  que el mando militar designara  a los funcionarios  de las ciudades  evacuadas  por las autoridades  españolas  entre otros argumentos (Rodríguez, 1998,Tomo II p. 613)

Por otra parte, en esa monumental obra  Historia de la Nación Cubana (Tomo VI   p. 425) aparece la carta del 1 de mayo de 1898 de Méndez Capote (miembro del Consejo de Gobierno presidido por el General Bartolomé  Masó) a Don Tomás Estrada Palama donde expresa  las ventajas que tendrían los autonomistas respecto a los independentistas  si los EE.UU.   desearan tomar  a una facción política del pueblo cubano para formar un gobierno cubano que representara al pueblo cubano:

¨Esa gente del gobierno y Cámara autonomistas han venido rectificándose  constantemente y son capaces de decir  en un momento dado a los Estados Unidos: aceptamos la independencia, secundamos a los americanos para  formar un gobierno ´fuerte y libre´, y los americanos se encontrarían con un Gobierno y una Cámara ´constituida´ , organizada más o menos bien, mientras que nosotros sólo tenemos un gobierno deficientísimo,con todos los poderes comprendidos en  una sola mano, la del Consejo de Gobierno, sin tener siquiera el país una administración de Justicia, ya que sólo ésta se ejerce malamente por los los Consejos de Guerra

Sobre la fuerza que había tomado el autonomismo aún  dentro del Ejército Mambí, un cercano amigo y colaborador de José Martí, el intelectual, militar y político Enrique Collazo, escribió en su libro  Los americanos en Cuba:

¨ En el campo insurrecto, la noticia  del establecimiento de la autonomía produjo  gran  excitación y alarma, que dieron lugar a que por el gobierno de la república se dictaran órdenes severísimas  para evitar los efectos de la novedad implantada y que contuvieran a los débiles o a los cansados de la guerra (que no escaseaban)  y que al saber que los españoles  no mataban, buscaron en la presentación el término  de los riesgos y miserias de campaña.
En el extranjero provocó  por parte del elemento oficial de la revolución y de los exaltados, serias y continuadas protestas, y a muchos les dio facilidades para dejar de comer el negro pan de la emigración cambiándolo con mucho placer por el turrón autonomista que lograron conseguir al llegar a Cuba.
El gobierno de la revolución  pasó circulares recordando a todas las autoridades de la república, tanto civiles como militares,  que estaba en todo vigor y fuerza  el antiguo decreto Spotorno, y que los correos, prácticos y portadores  de proposiciones  que no estuvieran basadas  en la independencia, serían considerados  como traidores, juzgados en consejo de guerra verbal y condenados a muerte, y que en la misma falta incurriría cualquiera  que las recibiera  y no procediera  inmediatamente  a dar cumplimiento a lo ordenado.
La aplicación de este decreto  fue causa de la muerte  de dos emisarios  en Oriente y de la del teniente coronel Ruiz del ejército español, en el territorio de La Habana.
La severidad de las medidas tomadas da idea clara del  temor que el planteamiento de la autonomía causaba al elemento revolucionario.
¨

El gobierno norteamericano fue lo suficiente sabio o sensato de no seleccionar una facción política y dejar que en su momento el pueblo cubano tomara  esa decisión, aunque el Presidente William McKinley  y Leonardo Wood deseaban, de manera  personal, que el pueblo cubano se decidiera por la anexión; ambos respetaron la decisión  que tomó años después el pueblo cubano.

Es evidente que todo lo anterior dificultaría el comienzo y la terminación de unas conversaciones  cuyo objetivo inmediato era la firma de  un tratado que diera un fin oficial y definitivo a la conflagración. 
 
 Por cierto, el favorito en los círculos norteamericanos para que  fuera Presidente de Cuba era Calixto García, por lo del ¨mensaje a García¨que llevó el Teniente Rowan,  y no Don Tomás Estrada Palma por su carácter.  Leonardo Wood, que era doctor en medicina y tenía a la esposa de McKinley como paciente, era el favorito de su partido para las elecciones presidenciales en EE.UU. en 1920, pero, si mal no recuerdo haber leido Al estar desempeñando  en Puerto Rico un alto cargo, un mal manejo de carácter logístico (¿alimentos en mal estado?)  afectó de tal manera a la tropa  que se convirtió en un escándalo que lo privó de la candidatura para la Presidencia.

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El libro de Rolando Rodríguez es Cuba: La forja de una nación (3 tomos) de la Editorial de Ciencias Sociales
Pichardo, H. (1976). Documentos para la Historia de Cuba (Tomos I y II). La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Roig de Leuchsenring, E. (1960. Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos. La Habana: Ediciones La Tertulia.
Prieto, J. (1998). El Liberalismo cubano en el siglo XIX. Revista Hispano Cubana, No. 1. Madrid: Editorial FHC. 
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Fragmento de  mi artículo Enmienda Platt y República, escrito y publicado en Cuba en el año 2002 en  el número 48 de la revista Vitral del Centro de Formación Cívica y Religiosa de  la Diócesis de  Pinar del Río:

Balance controversial de la Enmienda Platt

El balance de la Enmienda Platt es muy controversial. Considero que sus consecuencias deben analizarse desde al menos dos perspectivas o ángulos diferentes. Una primera perspectiva nos dice que la mencionada enmienda:

1)
 Propició el aumento significativo de las inversiones extranjeras en un país totalmente destruido necesitado de las mismas. La mencionada enmienda garantizaba, en cierto medida, el ambiente de paz necesario para el desarrollo de las inversiones en el país.

2) Contribuyó grandemente para que no sucedieran en Cuba, largas y sangrientas guerras fratricidas similares a la ocurrida durante y después de la independencia en muchas repúblicas hispanoamericanas y en Haití, o como la ocurrida en los propios Estados Unidos con la guerra de Secesión.

3) Limitó significativamente la posibilidad de una agresión extracontinental por parte de las potencias europeas como la efectuada por Alemania, con la ayuda de Inglaterra, a Venezuela en 1901 mediante los bombardeos a La Guaira, Maracaibo y Puerto Cabello, por ésta no pagar las deudas adquiridas con un poderoso consorcio alemán. Anteriormente, en 1897, la marina alemana ya había realizado demostraciones de fuerza en Haití.

Una segunda perspectiva de la Enmienda Platt nos dice que:

1) 
Limitó en cierta medida, en cuanto a principios se refiere, la soberanía de Cuba, otorgándole a la república desde un punto de vista formal, una independencia restringida.

2) Creó una mentalidad de Patronato en ciertos segmentos del pueblo cubano mediante la cual, se esperaba que los norteamericanos fueran los que resolvieran nuestros problemas políticos. En otros segmentos de la población cubana, creó o acentuó un sentimiento nacionalista antinorteamericano.

La enmienda Platt nos privó de gozar de una independencia y soberanía total, pero también nos evitó grandes desastres y sufrimientos.

Manuel Sanguily como Ministro de Estado (responsabilidad que corresponde a la de Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores en nuestros días) del gobierno de José Miguel Gómez, en su discurso en el teatro Polyteama, a poco más de una década de la imposición de la Enmienda Platt, expresó:
"Mantendrá el Gobierno las relaciones más cordiales en el orden diplomático y de los negocios, con las naciones amigas entre nosotros dignamente representadas, y sobre todo cultivará los grandes y vitales intereses que en franca y afectuosa correspondencia nos ligan a los Estados Unidos, no ya solo en consideración a las ventajas que deriva de ellos nuestra economía, sino por los incomparables servicios que el pueblo y el Gobierno americanos han prestado a la causa de la justicia, de la civilización y de nuestra nacional soberanía.
Y no os sorprenda esta sincera manifestación de quien siempre ha vivido inquieto y receloso en el temor de los grandes y los fuertes. Dos veces -una, por la ceguedad de nuestra vieja y orgullosa Metrópoli; otra por la ceguedad de enconos fratricidas-, vinieron aquí los americanos traídos por su fortuna o llamados por nuestras discordias, y siempre se retiraron de nuestro territorio, haciéndonos el doble beneficio de construir dos veces la república, y dejándonos en el corazón atribulado, desengaños y escarmientos; más en ambas ocasiones, motivos superiores de admiración y de gratitud por esa magnánima conducta que jamás en la historia habían observado los pueblos fuertes y triunfantes con los débiles, conturbados y decaídos" (
Ibarra, 312)

He escogido esas palabras de Manuel Sanguily en el teatro Polyteama, y no las de otro cualquier patriota o ciudadano, por la posición vertical que siempre mantuvo Sanguily en su quehacer político:

Sanguily se opuso en un primer momento, como ya expresamos, a la imposición de la Enmienda Platt. Posteriormente, y ya en la República como miembro del Senado cubano, se opuso a la venta de tierras cubanas a capital norteamericano. En ese cargo de Secretario de Estado del Gobierno de José Miguel Gómez, se opuso de palabra y de hecho a la injerencia norteamericana en Méjico cuando el derrocamiento del presidente Francisco I. Madero y su sustitución por Victoriano Huerta, actitud que suscitó desavenencias con el gobierno norteamericano. Sanguily fue en su momento, él más fuerte y decidido opositor en el Senado cubano a la aprobación en 1903 del Tratado de Reciprocidad Comercial con los Estados Unidos (TRC). La verticalidad de Sanguily llegó hasta el punto de acusar públicamente de corrupto al gobierno de José Miguel Gómez (1909-1913), pese a pertenecer a su gabinete como Secretario de Estado.

El fundamento de la preocupación norteamericana por nuestra estabilidad republicana iba desde los más excelsos y enaltecedores sentimientos humanos de solidaridad, hasta la más fría y calculada preocupación por sus inversiones económicas y su seguridad nacional. En ese amplio espectro, es donde debemos situar los móviles que tuvieron las numerosas personalidades norteamericanas que intervinieron en la confección, aprobación y aplicación de la Enmienda Platt.

Un caso concreto de la aplicación de la Enmienda Platt

Por otra parte, debemos admitir que en general, en el caso cubano, los gobiernos norteamericanos no se inclinaron en hacer un uso indiscriminado o exagerado de la prerrogativa que les daba la Enmienda Platt. El proceder del presidente Teodoro Roosevelt durante "la guerrita de agosto" de 1906 así lo atestigua, pues tanto el presidente Estrada Palma como los alzados contra él, pidieron la intervención norteamericana y fue el presidente Roosevelt el que trató de que la misma no se produjera. La carta de Roosevelt al embajador cubano Gonzalo de Quesada del 14 de septiembre de 1906 y su telegrama a Estrada Palma del 25 de septiembre de ese mismo año así lo muestran. Algunos fragmentos de la mencionada carta son:

" Solemnemente conjuro a todos los patriotas cubanos a unirse estrechamente para que olviden sus diferencias, todas sus ambiciones personales, y recuerden que el único medio de conservar la independencia de su república es evitar, a todo trance, que surja la necesidad de una intervención exterior para salvarla de la anarquía y de la guerra civil.
Espero ardientemente que estas palabras de apelación, pronunciadas en nombre del pueblo americano, por el amigo más firme de Cuba y el mejor intencionado hacia ella que pueda existir en el Mundo, serán interpretadas rectamente, meditadas seriamente y que se procederá de acuerdo con ellas, en la seguridad de que, si así se hiciere, la independencia permanente de Cuba y su éxito como República se asegurarán.
" (Pichardo, 283)

En el telegrama de Roosevelt a Estrada Palma del 25 de septiembre, éste le escribe en un tono invocatorio y suplicante:

" Bajo su gobierno y durante cuatro años, ha sido Cuba República independiente. Yo le conjuro, en bien de su propia fama de justo, a que no se conduzca de tal suerte que la responsabilidad por la muerte de la República, si tal cosa sucediere, pueda ser arrojada sobre su nombre. Le suplico proceda de manera tal, que aparezca que Ud. por lo menos, se ha sacrificado por su país y que lo deja aún libre cuando abandone su cargo." (Pichardo, 285)

Estrada Palma permaneció intransigente y convocó al Congreso para renunciar pese a que los sublevados no pedían su renuncia. Se creó una comisión para convencerlo que retirara la renuncia pero el resultado fue negativo. No pudieron obtener arreglo alguno con Estrada Palma, el cual, para colmo, le pidió al Vicepresidente que también renunciara, dejando así acéfala a la república.

El país quedó sin presidente y con una sublevación en sus entrañas que deseaba también la intervención extranjera. La intervención se produjo y como la anterior intervención militar, no hubo oposición armada a la misma.

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