viernes, diciembre 22, 2023

¿QUÉ RECUERDAS DE LA NOCHEBUENA Y LAS NAVIDADES EN LA CUBA DE ANTES DE 1959?. VIDEOS DE MUY CONOCIDOS VILLANCICOS Y CANCIONES DE NAVIDAD

 Nochebuena guajira. Revista Bohemia de 1955




La Sonora Matancera con  Celio González en Qué buena la Nochebuena 



Navidades Con La Sonora Matancera





Nochebuena  familiar y urbana antes de 1959




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Adeste, Fideles | Musica Catolica - Villancico Con Letra en español en la segunda parte



Alegres, los fieles
llenos de esperanza,
reunidos lleguemos hasta Belén

Suenen campanas
en honor al Niño
y juntos adoremos
y juntos adoremos
y juntos adoremos
al Hijo de Dios

Suenen campanas
en honor al Niño
y juntos adoremos
y juntos adoremos
y juntos adoremos
al Hijo de Dios



Vamos, Amigos


LA MARIMORENA




Coro de niños con más de 1 hora de Villancicos en Español




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¿QUÉ RECUERDAS DE LA NOCHEBUENA EN CUBA?

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Estos recuerdos y opiniones los escribímos hace unos años a petición de nuestro amigo Eugenio Yañez, director y editor  del relevante sitio Cuba Análisis, un respetable Think-Tank de asuntos cubano. Nuestro buen amigo,   analista político  y Doctor en Economía, hoy ya fallecido, nos envió  a veinte de sus colaboradores y amigos el siguiente correo electrónico:
Dec 10, 2018
Estimados amigos:
 Estoy pensando en algo especial para el lunes 24 de diciembre en Cubanálisis, porque es el día de Nochebuena, esa fiesta tan sentido en Cuba que la tiranía nos robó.
 Quisiera publicar opiniones y recuerdos breves de cada uno de ustedes que ha tenido  algún tipo de relación con Cubanálisis sobre la pregunta ¿Qué recuerda de la Nochebuena en Cuba?
 Algo breve, solamente dos párrafos. Tres cuando máximo. No necesitamos ensayos ni tratados esta vez, solo recuerdos.
 Espero tener el honor de recibir sus respuestas. Y si fuera posible, a más tardar el sábado 22 de diciembre.

Saludos,
 Eugenio Yáñez
Cubanálisis

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ALGUNAS DE LAS OPINIONES Y RECUERDOS  QUE FUERON ENVIADOS 

 Por Pedro Pablo Arencibia Cardoso

Miami
Estados Unidos

¡Qué entusiamo! ¡qué alegría!
¡Qué fiesta santa y amena!
Falta lo mejor: la cena;
¡La gran cena de este día!

De la mesa en derredor
 Donde todo se concilia,
Está toda la familia
Llena de dicha y amor.

  ¡Oh delicia de esta cena!
¡Oh familia venturosa! 
¡Noche alegre!  ¡Noche hermosa!
¡Noche santa!   ¡Noche buena!

Estrofas tomadas de  la poesía Noche Buena*
 de  Juan de Dios Peza



Los  recuerdos de las Nochebuenas, las Navidades, Año Nuevo  y  Día de Reyes  de mi niñez y adolescencia están entre los más felices de mi vida. El preámbulo a esas fechas lo eran, para mi alegría,  las blancas "flores de aguinaldo", pues en la entonces nueva urbanización donde mi padre construyó nuestras casas (construyó dos en diferentes etapas debido al crecimiento de la familia) en los años 50 del siglo XX, habían unos solares yermos donde  con la llegada del invierno florecían esas campanillas blancas que en un libro de lectura para la escuela primaria, escrito si mal no recuerdo  por el Dr. Carlos de la Torre y Huerta, llamaban  la nieve de los campos de Cuba. Los villancicos en la escuela pública,  en la televisión y en la radio, así como los anuncios navideños y los arbolitos de Navidad con sus nacimientos,  eran   junto con el relativo frío del invierno cubano un marco ideal e inolvidable para disfrutar de la  magia  de las festividades navideñas, cuya razón de ser es Cristo.

En nuestras casas siempre,  antes y después de 1959, se celebró la Nochebuena de manera abierta y sin ninguna “escondedera” cómo  nunca tampoco se escondió el Corazón de Jesús  ni la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre; hasta la estatua de la Santa Bárbara siempre estuvo en su castillo mirando  para la calle en nuestra casa en el reparto habanero nada exclusivo de El Calvario. Sin embargo,  a  la Nochebuena no le dábamos un significado religioso, aunque lo conocíamos. La Nochebuena  para nuestra familia (como para la gran mayoría de las familias cubanas) representaba la gran cena anual  de la unión y la reunión familiar de nuestra familia  en cuya mesa un lechón asado, matado y adobado en casa,  no podía faltar, así como el potaje de frijoles negros, la yuca con mojo, la ensalada de lechuga y tomates,  los diferentes turrones españoles y cubanos, las nueces, las avellanas,  los dátiles e higos así como  los exquisitos dulces de cascos de guayaba y de naranja agria, el dulce de coco rallado, los buñuelos de yuca, etc. que preparaba  mi madre, todo esto acompañado de agua, vinos, refrescos y alguna que otra cerveza sólo para los mayores, pues en la casa no se tomaban, salvo en fechas excepcionales como esa, bebidas alcohólicas, las cuales se tomaban en cantidades muy moderadas. También en la mesa estaban presentes latas de conservas en almíbar de mitades de pera, de  melocotón y  de coctel de frutas, todas procedentes de Estados Unidos.

Una Nochebuena muy especial fue la celebrada en 1957 en la residencia que mi tío materno Ramón  le  diseñó, construyó y regaló (con un auto Chevrolet de 1953 en el garaje) a mis abuelos y a sus hermanas solteras en la incipiente urbanización de clase media llamada Ciudad Jardín; urbanización frustrada y venida a menos después de 1959. Mi tío Ramón, uno de los ocho hijos de mi abuelo sastre con mi abuela,  había sido  un “guajirito” mulato de Unión de Reyes, Matanzas, que se ganó una beca para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios localizada en La Habana y después, trabajando y estudiando, se hizo arquitecto en la Universidad de La Habana;  su  ejemplo de superación y prosperidad no era un caso excepcional en la tan vilipendiada República de Cuba anterior al fatídico 1959, en la cual con esfuerzos, sacrificios y  perseverancia para lograr un bien definido objetivo en la vida se podía salir adelante y alto en la vida personal y social. En esa pletórica Nochebuena todos los hijos e hijas, yernos, nueras y  nietos de mis abuelos nos reunimos a cenar uniendo varias mesas y dividiendo a los comensales en dos tandas: en la primera tanda cenamos los niños y en la segunda  los mayores. Los niños no nos dábamos cuenta que éramos dichosos como nunca más lo fuimos  en la vida,  pues todos nuestros seres queridos conocidos estaban  vivos y, para mayor felicidad, reunidos físicamente.

Muy distinta esa Nochebuena a la de 1983  en la que  dos o tres días antes de esa fecha yo llevé  desde Pinar del Río, provincia donde yo residía, en un viaje de “llega y vira”,  un gran pernil de puerco para la casa de mis padres en La Habana sin que afortunadamente  la Policía Nacional Revolucionaria parara  el carro del “botero” en que yo  lo llevaba,  pues estaban  registrando y decomisando toda la carne de cerdo  que fuera para La Habana. En esa ocasión mi madre un tanto triste y apenada me preguntó cuando yo le entregué la carne: Pedro ¿puedo enviarle un pedazo a tus tías?  Yo le respondí: ¡Claro que sí Mima, lo que tú quieras!; fue su última Nochebuena en Cuba. No deseo  terminar este escrito sin señalar que el 24 de diciembre de 1969,  es decir el día de Nochebuena de ese año, en el restaurant El Cochinito, especializado en platos con carne de puerco  y  localizado en la famosa y céntrica calle 23 de El Vedado, lo que se ofreció ese día para todos los comensales fue BACALAO… Señalo algo  fundamental para que se entienda en toda su magnitud lo inmediatamente antes señalado: en aquella época en Cuba ya todos los restaurantes, cafeterías, etc. tenían un sólo dueño: la tiranía castrista, ladrona de las vidas y haciendas de todo un pueblo.

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Por Alberto Roteta Dorado
Santa Cruz de Tenerife
España

En la Cuba de la etapa castrista se dan una serie de fenómenos que resultan incomprensibles para aquellos que no han pasado por la experiencia de haber vivido directamente en medio de las adversidades de la isla. De ahí que muchos no lleguen a entender cómo es posible que a una nación de gran tradición religiosa le fuera suprimida su Nochebuena y su Navidad. Téngase presente que el régimen castrista, una vez que declaró de manera pública el carácter socialista de su revolución, asumió una modalidad totalmente ateísta, con lo que copiaba fielmente los cánones de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), por aquellos tiempos el modelo prototípico sobre el cual el maníaco comandante que se adueñó de Cuba y de los cubanos basaba todas, o la mayoría, de sus determinaciones.

Esto hizo que una vez iniciada la década del setenta -hasta los sesenta quedaban ciertos remanentes de las costumbres y de las prácticas religiosas que en cierta medida lograron prevalecer- ya apenas se decía nada acerca de la Nochebuena, la gran reunión familiar en la que se cenaba, se bebía el buen vino, y con decencia y decoro se esperaba el sagrado momento del nacimiento  del Maestro-Redentor. Independientemente de la supresión de cualquier elemento de religiosidad por parte de la dictadura castrista, los cubanos se fueron quedando de manera progresiva sin la posibilidad de brindar decentemente y con recogimiento, toda vez que ya no había vinos, o escaseaban demasiado; mientras que los precios del tradicional lechón cubano, y en menor medida del pavo, alcanzaban cifras elevadas, algo que ahora llegó a su clímax ante la depauperación de la economía del país.

Digo brindar con decencia, por cuanto con el transcurso de los años cualquier reunión se convirtió en pretexto para las borracheras que al poco rato llegaban a la agresión violenta, ya sea verbal o físicamente. El hombre nuevo que tanto pregonaron se alzó desde las podredumbres guevarianas para diseminarse por la isla, con lo que se exterminaban esos valores a los que hizo referencia demasiado tarde el sucesor de Fidel Castro en el poder.

Pero como todas las grandes festividades religiosas tienen una octava, o sea, una prolongación durante los siguientes ocho días a su realización propiamente dicha, luego de los días de la Nochebuena y Navidad viene el año nuevo, y es justamente donde el castrismo hizo su peor sacrilegio, esto es, convirtió el sagrado día de año nuevo -a solo unos pocos días del solsticio del invierno, fecha que coincide con la navidad cristiana- en el día del culto a la llamada revolución cubana, por cuanto se vanaglorian ya que de manera coincidente su “triunfo” del día 1 de enero de 1959 se corresponde con el día de año nuevo.

(Portada de la revista Carteles del 19 de diciembre de 1954)

Yo nací en los sesenta y apenas recuerdo acerca de la Nochebuena y de la Navidad. Ya en mi infancia y adolescencia la represión alcanzaba sus máximas expresiones. Eran los tiempos en que todo era diversionismo ideológico, rezagos del pasado, ideas pequeño-burguesas, o cualquier cosa estrafalaria que solo caben en las perversas mentes de los comunistas. La incertidumbre, la desesperanza, la tristeza, las penurias, las limitaciones, y ante todo, la ausencia de libertades mínimas, apenas dejaron lugar para la Nochebuena y la Navidad. Así las cosas, en Cuba fueron exterminadas la misa de media noche o del gallo, la Navidad cristiana, la celebración familiar de la Nochebuena, la espera del nuevo año en su verdadero sentido trascendental y no en relación con el considerado triunfo del castrismo, los decorados de las casas, calles y establecimientos con los adornos que hacen alusión a la etapa navideña, las costumbres de intercambiar regalos; en fin, todo aquello que tuviera que ver con una de las más importantes festividades del mundo de la cristiandad.
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FelizNavidad #Feliz Navidad


Por Julio M Shiling
Miami
Estados Unidos

En la época más hermosa del año, la cena especial en la víspera de la Navidad, la Nochebuena, aguarda algo singular en el armazón medular del cubano. Es de suponer que la libertad y los espacios espirituales y materiales que ésta extiende, impacta de forma particular el modo de festejar esta celebración nacional emblemática. Cuba, exiliada pero libre, fue el escenario que más profundizó la noción de la Nochebuena. La familia, un montón de ella gracias a Dios, lechón, turrón y vino español, arroz blanco con frijoles negros, arroz moro, plátanos maduros y buena conversación de los adultos que los niños nos deleitábamos en escuchar y explorar. Y Cuba, lejana físicamente, sin embargo, consciente que crecía en ella, de forma abstracta, pero parte integral de su tejido e identificado plenamente que pertenecía a una nación transportada. Así recuerdo la Nochebuena siempre

El frío, la nieve, las noches largas y las luces mágicas tanto de la Avenida Bergenline, como las de Nueva York, fortalecieron el sentimiento de ser cubano en tierra extranjera. La Nochebuena y la Navidad, nos ofrecían la oportunidad para abrazar nuestra herencia, cultura e historia. La necesidad de acercarnos más a nuestra esencia propia como desterrados, se ampliaba por el contraste, no sólo climático de vivir en el norte, sino idiosincrático mucho más. Estábamos conscientes que pertenecíamos a una tribu que salió en busca de libertad y de que vivíamos lejos de nuestras palmeras y nuestro sol. Mis padres, mis abuelos, mis tíos y otros familiares y amistades, lograron, unísonamente, transmitirnos el entorno de la responsabilidad que viene con ser cubano y libre, pero en ausencia del país que me vio nacer. Nuestras Nochebuenas, invariablemente, las hemos celebrado siempre en Cuba, aunque esto fuera en tierra estadounidense, y nunca hemos dejado de aprovechar la oportunidad para preservar la llama de nuestra realidad.
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Por Eugenio Yáñez
Miami
Estados Unidos 

Las Nochebuenas que recuerdo eran la unión de toda la familia para cenar en grandes mesas que se colocaban en el patio de la casa de mi abuela, los mayores en una, los niños en la otra. La comida era muy sabrosa, pero el arroz, los frijoles, las viandas y ensaladas eran algo cotidiano en nuestras mesas durante todo el año, así como la carne, el pollo y el pescado (fundamentalmente los viernes). Lo peculiar en Nochebuena era el lechón asado, que se adobaba en la casa y se cocinaba en la panadería de la esquina, así como vinos (solamente para los mayores) y turrones españoles, manzanas y uvas, nueces y avellanas.

En esa gran reunión había familiares liberales, batistianos, comunistas, ortodoxos, auténticos y no interesados en política, católicos y ateos, pero en Nochebuena y Navidad no se hablaba de esas cosas, sino solamente de amor, confraternidad, alegría, amistad, esperanzas, buena voluntad y mejores deseos. Todo al lado del arbolito y el nacimiento, con villancicos y música navideña, además de música cubana bailable. Cada familia cubana celebraba de acuerdo a sus posibilidades y recursos, pero ni odios ni rencores cabían en ese ambiente festivo: esas miserias humanas las introduciría más tarde el comunismo en nuestra patria.

Después de la cena, algunos iban a la misa del gallo, otros a bailar o pasear, y otros se quedaban en la casa con los niños que, naturalmente, no íbamos a bailar ni tampoco a la misa, por ser a una hora muy tarde para los menores de edad. Y todos comenzaban desde ese momento a pensar en las fiestas de año nuevo, mientras los niños soñábamos con los regalos de los Reyes Magos, confiados en que nos habíamos portado bien.

El totalitarismo nos quitó las festividades y las posibilidades materiales de realizarlas, pero no pudo arrebatarnos las ilusiones ni la buena voluntad entre cubanos, y tanto en la isla esclava como en el destierro, la Nochebuena continúa significando siempre ese gran encuentro familiar de cubanos esperando la Navidad y compartiendo la cena con lo que se pueda poner en la mesa, mientras nos deseamos lo mejor de lo mejor para todos, menos para los miserables que nos roban las ilusiones y el futuro.
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Bellos y emotivos recuerdos dejados por un  lector del blog que firmó cómo  El “abuelete” Antonio y que tenía 77 años  en el año 2018

Yo también tengo muy gratos recuerdos de la 'Nochebuena' y la 'Navidad' en Cuba:

El motivo de este mensaje es contar mis recuerdos de los tiempos de Navidad en mi país natal: Cuba, y también en España y los Estados Unidos de América.

Yo nací a mediados del año 1941. Tuve dos hermanos posteriormente: Luis y Roberto.

Mis padres, mis hermanos y yo vivimos en Mayarí, hasta que triunfó la Revolución liderada por Fidel Castro. Después, tuvimos que "emigrar", ...yo a España ( en Septiembre de 1961 ), y mis padres y hermanos emigraron a U.S.A. posteriormente.

En Cuba, mi madre Servanda, todos los años construía a finales de cada mes de Diciembre un 'Nacimiento' (llamado más comúnmente Belén) en nuestra casa de Mayarí, un pueblo que está a unos 100 kilómetros de Holguín. Este 'Nacimiento' no se desmontaba hasta pasadas las fiestas de los 'Reyes Magos' que se celebraba entre los días 5 y 6 de Enero. Casi todos los habitantes del pueblo de Mayarí nos visitaba para felicitar a mi madre y contemplar su pequeña obra de arte.

Pero la cena de la noche del día de 'Nochebuena' casi siempre la teníamos todos los descendientes de los abuelos Valentín y Consuelo en su casa de Holguín. La tradición era comer esa noche 'Lechón' asado ( cerdo grande asado ) o 'Guanajo' asado ( pavo grande asado ) además de turrones, mazapanes ...etc. y brindar con Sidra ( importada desde Asturias, España ).

Actualmente, en mi casa de Madrid en España toda mi familia ( los abuelos, los hijos y los nietos ) también nos reunimos en la noche de 'Nochebuena' para seguir las mismas costumbres tradicionales de Cuba comiendo 'Lechón' y 'Guanajo', aunque para definirlo mejor, lo que realmente comemos es lo que llamamos en Epaña 'Cochinillo' asado ( cerdito pequeño asado ) y 'Pavita' rellena y asada ( pava pequeña rellena y asada ) según tradición más cercana a la de España. También es un día estupendo para consumir gran variedad de magníficos pescados y mariscos del Mediterráneo. Naturalmente, tampoco faltan los turrones, mazapanes ...etc y ...la buena Sidra asturiana. Después de esta cena ( comida nocturna ) lo que hacemos es ir a las 12 de la noche a la Iglesia para asistir a la 'Misa del Gallo' según la tradición Católica.

En U.S.A. también se celebra a veces entre el colectivo de cubano-americanos la 'Nochebuena' previa a la 'Navidad', manteniendo la tradición cubana del 'Lechón' asado ( cerdo grande asado ), aunque para asarlo actualmente se valen de un “invento” llamado “caja china” que es una caja alargada donde encierran al 'Lechón', y lo van asando poco a poco, cambiando su postura cada poco tiempo para que quede asado de modo uniforme por todo el cuerpo. No es mal “invento”, porque es muy efectivo si se sabe manejar.

También en una Nochebuena que pasé en Miami hacia los años 1970’s con mi padre, mi madre, mis hermanos, mi esposa y mis tres primeros hijos lo celebramos con el clásico 'Lechón' asado cubano, aunque por entonces todavía no se había inventado la “caja china” y llevamos el 'Lechón' para asar en una panadería.

Esos son mis recuerdos de la 'Nochebuena', 'Navidad' y 'ThanksGiving' ahora que ya tengo cumplidos los 77 años de edad.

Un saludo para todos los que están interesados en conocer las costumbres de Navidad en todos los países y continentes.

Firmado,

El “abuelete” Antonio

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Juan F. Benemelis, Eugenio Yañez y Antonio Arencibia, los  fundadores del sitio  Cubanálisis

Antonio Arencibia

 A Coruña, España

Hoy recuerdo dos momentos, el primero es de mi lejana niñez hace casi ochenta años. La II Guerra Mundial llegaba a su fin. Había por lo tanto escasez, y además éramos pobres. Mi padre trabajaba de peón de albañil, y los domingos salíamos con mi madre a ver vidrieras y soñar con lo que no podíamos tener (todavía).

El segundo recuerdo es de hace más de sesenta años. Yo era un joven que terminaba el bachillerato y el “viejo mío”, como decimos, ya era maestro de obras. A puro pulmón había construido nuestra casa en el Reparto Martí. Yo iba por estas fechas con él a comprar un buen guanajo detrás del Mercado Único, porque el plato estrella de la víspera de la Navidad era el pavo relleno que hacía mi madre. Todo aquello se perdió allá y también se perdió la Nochebuena. Pero junto a esa pena tenemos que estar satisfechos de haber reconstruido casa y tradiciones fuera de Cuba. ¡Feliz Navidad!

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Waldo Acebo Meireles

Hialeah, Estados Unidos

La fiesta de Nochebuena comenzaba unas semanas antes, cuando salíamos a buscar el árbol de navidad que en una especie de bosque de frondosos e inusitados pinos -llegados del Canadá o EE.UU.- ocupaban las anchas aceras de la calle Monte [Máximo Gómez] en La Habana. Decorar el árbol y armar el Nacimiento era todo un jolgorio, preámbulo imprescindible a la cena del 24.

Me gustaba cuando el lechón se mataba y preparaba en el patio de la casa, no por el sangriento fin del animal sacrificado, sino porque al ser abierto en canal yo identificaba los distintos órganos, tan similares en forma y tamaño a los de un ser humano que había aprendido en las clases de Ciencias de la Naturaleza. También me resultaba agradable el acompañar a mi padre a la calle Arroyo que desembocaba en la Plaza [Mercado Único] donde se compraban estos animales dispuestos para el  sacrificio al dios de la gula. De paso contaba cuantas gallinas guineas se habían escapado y  se mantenían incólumes posadas en el tope de los postes eléctricos.

La cena pantagruélica incluía no solo el puerco, que había sido asado en la panadería más cercana, sino un guanajo, varias gallinas, y algún que otro guineo, que era mi preferido por sus carnes magras y oscuras, además estaba el congrí, o los frijoles negros y el arroz blanco, a gusto del comensal, plátanos verdes a puñetazos, y una variada ensalada. ¡Los dulces, ah, los dulces! Turrones jijonas, alicantes y de yema de Monerris Planelles que venían en cajitas de madera que días después desarmábamos para hacer avioncitos, barquitos y todo lo que la imaginación infantil generaba. Además estaban las fuentes con queso patagrás, membrillo y también la conserva de guayaba en la que se insertaba una tira de jalea; los dátiles y los higos y finalmente las nueces y avellanas. Y no he mencionado los buñuelos. Todo un portento de delicias navideñas que nada tenían que ver con el nacimiento de Jesús.

Pero también recuerdo que en una ocasión mi padre me señaló, una fría noche de diciembre, a una familia de indigentes que a pocos metros de mi casa pernoctaban en un portal, ellos, incluyendo a sus hijos, se estaban comiendo ‘a pulso’ una barras de mantequilla que en la bodega más cercana habían desechado por estar rancias, faltaban pocos días para la Navidad. 

P.D.

¡Ahora me percato que olvidé las yucas con mojo!

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Huber Matos Araluce

¿Aquellas navidades? Más que recuerdos son imágenes, a veces intensas, a veces furti

 San José, Costa Ricavas.

(Huber Matos Benitez y su esposa; padres de Huber Matos Araluce)

Mi madre, mi padre, mis hermanos. Yara, siempre Yara, un pueblito de gente humilde, amable y feliz.  Donde el buen humor estaba siempre a flor de piel y se desbordaba en los días de Nochebuena y los anteriores a la celebración de los Reyes Magos.  Adornando la antesala deslumbraba una mata de café pintada de plateado de la que colgaban como  frutos del paraíso unas esferas  fascinantes y frágiles, guirnaldas multicolores y luces exóticas. Otra creación de ella, que había nacido con la magia de dar belleza a cuanto tocaba. Las mismas manos con las que luego adornaría con perlas y encajes los vestidos de novia durante los años de un largo exilio de lucha y lealtad, en que en menos felices navidades, esperó siempre a su príncipe encadenado.

Un hombre de sonrisa encantada, personalidad noble y voz agradable que con sus ojos, a veces grises a veces verdes, nos expresó siempre su amor y nos enseñó a entender el mundo, maravillarnos de sus creaciones, amar el estudio, el trabajo y la patria, decir siempre la verdad y no flaquear ante las dificultades. 

Aquel mundo un día desapareció.  No hubo ni llantos ni lamentos. Habíamos sido educados para crecer en la adversidad. Nuestra madre y Carmela, Lucy, Roger yo, cada uno tuvo que tomar su rumbo. Aquellas imágenes siguen viviendo en nosotros, nadie las pudo amargar ni destruir. Renacen en estos tiempos con más intensidad y con el deseo convertido en pasión de que un día como nosotros, otros niños cubanos con sus padres podrán vivirlas sin temor y en libertad. “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad”. Lucas 2:14

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Jorge A Sanguinetty

Miami, Estados Unidos

Mis recuerdos son de La Habana, encadenados desde antes de la Nochebuena con la expectativa de los juguetes desde "santiclós", el arbolito y la llegada de los Reyes Magos. Pero la Nochebuena era el eje de las fiestas con la reunión de la familia y sobre todo de los niños. También recuerdo cuando nos dejamos que la expropiaran y la borraran de nuestra cultura por tantos años.






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Armando Navarro Vega

Toledo, España

Un día con una luz especial, al margen de la climatología. Bullicio desde las primeras horas. Gente comprando en todas partes, trasiego en las calles de bandejas con puercos asados en las panaderías, carteros pidiendo el aguinaldo. Bodegas derrochando al mediodía cervezas Hatuey, Cristal y Polar en sus mostradores de caoba, en medio de partidas de cubilete con su particular jerga de negritos, gallegos, mujeres y cundangos. Victrolas a todo volumen. Vecinos felicitándose, amigos celebrando la amistad.

La cocina de mi casa olía a frijoles negros, a puerco asado y a aceite de oliva. Ya en la noche mis abuelos y tíos llegando a la reunión, elegantemente vestidos. Para mí una increíble sensación de seguridad y de paz al verlos a todos allí reunidos. En la mesa todo dispuesto, la mejor vajilla, turrones españoles Monerris Planelles, membrillo, guayaba y quesos. Ensalada de lechuga, tomate y rabanitos. Tostones, yucas y arroz blanco. Vinos tintos de diversas denominaciones. Villancicos en el tocadiscos.

Al finalizar la comilona tocaba abrir los regalos depositados debajo del arbolito natural, comprado por mí muy probablemente en el Jardín Milagros o en la Florería Carballo quizás cuatro días antes. Las calles del barrio tranquilas y las luces de las casas encendidas. La mejor fiesta del año.

Un vacío enorme cuando prohibieron la Nochebuena y la Navidad. Las últimas, ya muy descoloridas por las múltiples carencias y con demasiadas sillas vacías en todos los hogares, se celebraron en 1966, declarado “Año de la Solidaridad” en homenaje a las delegaciones que visitaron Cuba y la apoyaron para convertirse en el  primer país socialista y primer territorio libre de América Latina

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José Azel

 Montana - Miami , Estados Unidos

Tenía diez años de edad en agosto 1958 cuando mi madre perdió su batalla frente al cáncer. Esa Navidad fue muy triste en mi familia. Y resultaría mi última antes de la toma del poder por Castro pocos días después. Mis recuerdos son infantiles, triviales y vagos, quizás reprimidos por la aplastante serie de acontecimientos.

Nuestra tradición navideña familiar incluía viajar de La Habana, donde vivíamos, a Santa Clara, a la casa de mi abuela paterna. Era una libanesa, devota cristiana maronita. El viaje, unos 300 kilómetros (unas 170 millas) tomaba cerca de seis horas, con múltiples paradas de descanso, y requería extensas preparaciones, incluyendo un previo chequeo mecánico del carro de mi padre. Mis memorias infantiles son mayormente jugando con los adornos navideños que adornaban la sala de la casa de mi abuela. Era una bella casa colonial con un gran patio interior. Décadas después, cuando construía mi casa en Weston, Florida, intenté recrear ese sentimiento infantil sobre el patio interior de casa de mi abuela.

Repetimos nuestro viaje ritual a Santa Clara hasta 1960, pero para entonces nuestro mundo sociopolítico había cambiado. Mi padre no sabía que su hijo, entonces de doce años de edad, estaba activo en el movimiento clandestino anticastrista. Eso se hizo evidente después de la invasión de Bahía de Cochinos en abril 1961, y tuve que salir de Cuba en un buque de carga en julio de ese año como un Pedro Pan no acompañado. Las líneas iniciales de un poema que escribí en mis primeros años de exilio capturan ese sentimiento:

No tuve primavera me la robó un tirano

entré súbitamente en un afanoso verano

Abracé un puñado de recuerdos para cubrir la desnudez

de un niño que se quedó sin niñez.


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 Gloria Estefan Arbolito De Navidad




 Las Mejores Canciones De Navidad en Español 




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Tomado de http://www.ddcuba.com

Navidades, en plural

Por Tania Quintero
Lucerna
18-12-2011

'El lechón salía en una bandeja de la panadería y las frutas venían de California, pero los turrones eran cubanos…'

Nací en 1942 y en mi infancia decíamos Navidades, en plural, y muchas postales decían Felices Pascuas, cuando en realidad la Pascua se celebra el lunes siguiente al Domingo de Resurrección, marcando el fin de la Semana Santa. Detalles que no importaban a los cubanos de mi época, en particular a los niños, deseosos de que llegaran los meses de diciembre y enero.

Las Navidades se ajustaban a los bolsillos. Como en mi familia paterna todos trabajaban, cada uno aportaba algo. Mis tres tías eran modistas, un tío era carpintero y el otro agricultor. Y mi padre alternaba su oficio de barbero ambulante con el de guardaespaldas (fue guardaespalda del líder comunista Blas Roca en esa época.  nota del bloguista de BC). En realidad lo que a mi padre le gustaba era ser panadero. Lo aprendió siendo adolescente y al amanecer, cuando llegaba cargado de flautas calientes, su madre lo estaba esperando con una chancleta en la mano. No aceptaba que uno de sus hijos dedicara las madrugadas a hacer pan para que se lo comieran quienes dormían plácidamente toda la noche.

Se fuera más o menos pobre, nunca se dejaban de celebrar las dos fechas de diciembre más importantes en la Cuba de entonces: la Nochebuena, el 24 de diciembre, y la llegada del Año Nuevo, el 31 de diciembre. Ni tampoco el de más ilusión, el día de los Reyes Magos, el 6 de enero.

Vivíamos en el segundo piso de un viejo edificio, a dos cuadras de la Esquina de Tejas, en El Cerro. Mi madre tenía ocho hermanos, cinco residían en la capital y tres en Sancti Spiritus. Que yo recuerde, nunca fuimos a cenar el 24 ni esperar el año junto a alguno de sus hermanos, con los cuales se llevaba muy bien. Es que ella, caso raro, congeniaba muy bien con su suegra y sus cuñados, y de buena gana iba a Luyanó, a casa de Matilde, mi abuela paterna, una mulata que medía seis pies y no creía en cuentos de caminos.

En la mañana del 24 cogíamos la ruta 10 en la Esquina de Tejas, a un costado del cine Valentino y la valla de gallos, hace tiempo desaparecidos. Cuando llegábamos, ya mi abuela y mis tías tenían distribuidas las tareas. Mi padre iba a la panadería, a ver si ya le quedaba poco al lechón y averiguar a qué hora se podía ir a buscar.

Había familias que preferían comprar el puerco, cerdo, macho o marrano ya muerto y limpio, pero otras lo compraban vivo y lo mataban en el patio de su casa o de un vecino. Luego de sacarle la grasa y las vísceras, lo adobaban con sal, ajo, cebolla, naranja agria y orégano. Y lo llevaban a la panadería del barrio, que cuando llegaban las Navidades, a la producción diaria de pan, galletas de manteca y palitroques, añadían los numerosos encargos para asar puercos en sus hornos de leña.

(La autora, a la izquierda, junto a su madre y una vecinita. (La Habana, 1945))

El momento más esperado era cuando hacía su entrada triunfal el bandejón que prestaban en la panadería, con el animal bocabajo, asado y crujiente, que uno quería comérselo enseguida, sin arroz ni frijoles ni yuca.

Una de las cosas que más recuerdo de aquellas Nochebuenas era el olor a lechón asado que inundaba toda la ciudad, proveniente de los timbiriches vendiendo pan con lechón en trozos, por libras, a precios accesibles a las personas de pocos recursos.

Volviendo a Luyanó. A uno de los tíos le tocaba ir a la bodega, que quedaba al lado, a comprar dos o tres botellas de vino tinto español, y para los fiñes, Materva y Salutaris, refrescos muy populares. El agua, de la pila, enfriada en el refrigerador, nada de agua mineral El Cotorro, la más famosa de La Habana. Prohibida la cerveza y el ron. "Es un día para estar en familia, no para jalarse", decía la matriarca del clan.

A mis primos varones, para que no fastidiaran dentro de la casa, que no era muy amplia, los mandaban a jugar a la calle. Eran vigilados por la abuela Matilde, sentada en un sofá de madera con rejillas de mimbre, al lado de la puerta de la calle, que mantenía entreabierta. A las hembras nos tocaba ayudar a limpiar el arroz y los frijoles negros, escoger las hojas de lechuga y lavar los tomates y rabanitos. O fregar y secar con un paño la vajilla y los cubiertos.

Las mujeres, entre ellas mi madre, se encargaban de cocinar el arroz, los frijoles negros (deliciosos cuando le echaban hojitas de culantro), la yuca con mojo y el fricasé de guineo o gallina de Guinea. Cocinaban en grandes calderos, por partes, porque la cocina solo tenía tres hornillas.

[Tania Quintero de niña.] Tania Quintero de niña.

Los dulces caseros, tradicionales en el menú criollo de Nochebuena, se preparaban con antelación: cascos de guayaba, naranja o toronja en almíbar, que se comían acompañados de queso blanco de Camagüey o de Jicotea, un poblado villaclareño. O queso amarillo, de esos de cubierta roja que vendían en las bodegas por pedazos.

El postre más esperado lo repartían al final. En una bandeja de cristal, turrones españoles, de jijona, alicante y yema, y también mazapán y membrillo, en pedacitos demasiado pequeños para el gusto infantil. En otra bandeja, los dátiles e higos secos, traídos de no sé cuál país árabe.

Después de los postres llegaba el turno de las nueces y avellanas, vendidas a granel en las bodegas. Para partirlas se utilizaban rompenueces de metal, que recordaban instrumentos de dentistas para sacar muelas. Había llegado el momento de conversar y reírse. Si existía alguna desavenencia familiar, Matilde no permitía que se tratara de solventar en ese momento.

En casa de mi abuela no había televisor, tampoco en nuestra casa (vinimos a tener uno ruso, de la marca Krim, el 31 de diciembre de 1977, no olvido la fecha porque ese día falleció el padre de mis hijos). Como a mi abuela y tíos les gustaba la música cubana, se prendía la radio y esa noche en la sobremesa se escuchaba, entre otros, a Barbarito Diez, Benny Moré y María Teresa Vera, la cantante favorita de mi padre, según él, la mejor intérprete de Y tú qué has hecho (En el tronco de un árbol), de Eusebio Delfín, natural de Palmira, Cienfuegos, la patria chica de mi familia paterna.

Aunque todos ellos habían nacido en Palmira, municipio con fama de grandes santeros y brujeros, ninguno tenía creencias religiosas, católicas o afrocubanas. En casa de mi abuela nunca vi una imagen del Sagrado Corazón ni de un santo o virgen. El cuadro que presidía la sala no podía ser más realista: una de esas fotos retocadas y coloreadas que se hacían a principios del siglo XX y en la que aparecían seis bebés desnudos, mi padre y sus cinco hermanos, en poses que ocultaban el sexo de hembras y varones.

Pese a su agnosticismo, todos los años se ponía un arbolito navideño, con sus bolas, pico, guirnalda y algodón sobre las ramas, recurso usado en Cuba para imitar la nieve.

Alrededor de las 12 de la noche emprendíamos el regreso a casa. Ya estaba funcionando la confronta, y si la ruta 9 venía primero que la 10, la cogíamos y nos bajábamos en la Calzada de Cristina, y caminábamos unas cinco cuadras.

Al día siguiente, 25 de diciembre, nos volvíamos a reunir en Luyanó. No para ver qué regalos nos había traído Santa Claus, personaje conocido por la gran influencia que teníamos de las costumbres en Estados Unidos. Si no para la "montería", como llamaban al almuerzo con los restos de cerdo, calentados tal y como habían quedado de la Nochebuena o guisados, con cebolla, ají, puré de tomate y otros condimentos.

A veces también se freían chicharrones. O se compraban en los puestos de chinos, verdaderos especialistas, sobre todo en los chicharrones de tripitas o de viento. En la montería los niños tomábamos malta o maltina y los mayores cerveza, Hatuey, Polar o Cristal, de fabricación nacional. Una o dos botellas. Matilde no permitía borracheras en su hogar.

Seis días después, el 31 de diciembre, se celebraba un nuevo encuentro familiar en casa de la abuela. El menú consistía en arroz congrí o moros y cristianos; guanajo (pavo) en fricasé; ensalada de lechuga y tomate y tostones de plátano verde.

En los postres se repetían los dulces caseros, pero los turrones eran cubanos. Antes, en Cuba, en La Estrella o La Ambrosía, dos de las principales fábricas de galletas, caramelos y chocolates, se elaboraban turrones de maní, semilla de marañón, yema, mazapán...

Los mayores bebían vino blanco y los menores, jugo. Mientras esperábamos las 12 de la noche, de una gran bandeja en el centro de la mesa podíamos coger manzanas, peras, melocotones y albaricoques. A pocas cuadras de nuestra casa, en Frutas Rivas, un gran almacén en la calle Monte frente al Mercado Único de Cuatro Caminos, se dedicaba a la importación de frutas frescas de California.

Para el 31, mis padres compraban allí esas frutas y también las uvas, verdes y moradas, que se preparaban en ramitos de 12 y se comían cuando se acercaban las doce campanadas. El brindis, deseando salud y un próspero año nuevo, se hacía con sidra El Gaitero, la más consumida en la isla en aquellos años.

Todas esas costumbres se fueron perdiendo, por la escasez material, la pérdida de valores morales y las rupturas familiares que trajo consigo la revolución de Fidel Castro. Tal vez un día, cuando Cuba tenga una economía desarrollada y vuelva a ser una nación democrática y cosmopolita, la tradición de las Navidades deje de ser un recuerdo.
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La Navidad antes de 1959

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La cena solía consistir en arroz blanco, frijoles negros, puerco asado, fricasé de guanajo, ensalada de tomate, lechuga y rabanitos, yuca con mojo y tostones de plátano verde.
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El cerdo asado, junto al arroz con frijoles y la yuca con mojo constituyen la comida tradicional cubana de fin de año.

Por Tania Quintero
diciembre 24 2012
Antes de Fidel Castro y los barbudos tomar el poder, el 1 de enero de 1959, la llegada de la Navidad era un acontecimiento en todos los hogares, al margen del presupuesto doméstico y la categoría social. Nunca se dejaba de celebrar.

Las familias numerosas y de modestos recursos, como la mía, el 23 de diciembre llevaban un puerco, ya adobado, a la panadería más cercana para que se lo asaran. Los que vivían en las afueras, preparaban condiciones para asarlo en el patio.

En esa época, la década 1940-50, no se cenaba el 24 con bistec o una pierna de cerdo, como ahora se estila en Cuba, sino con un puerco asado completo, como el de la foto. Además, había la posibilidad de comprar las partes del animal que uno prefería, ya asadas, en los quioscos y timbiriches esparcidos por toda la ciudad, y que la inundaban con un sabroso olor a lechón asado.


También vendían pan con lechón, a 0.20 centavos. El pan de flauta era fresco, y luego de servidas las masas con sus correspondientes gorditos y pellejitos crujientes, el vendedor lo rociaba con un mojo de naranja agria, ajo y cebolla. Si a uno le gustaba el picante, le echaba un aliñado de vinagre con ají guaguao y pimienta de guinea.

El 23 era el día de los preparativos, de revisar si no faltaba nada o si había que comprar más. Entonces mandaban a los muchachos a la bodega de la esquina, a comprar más turrones, de jijona, alicante, yema o mazapán; nueces, avellanas, dátiles, higos...

Mis padres y yo siempre cenábamos el 24 en la casa de mi abuela Matilde, en Luyanó, barrio obrero en las inmediaciones de La Habana. Nos íbamos temprano, para ayudar en lo que hiciera falta. Como vivíamos cerca de Frutas Rivas, un almacén importador de frutas de California, frente al Mercado de Cuatro Caminos, llevábamos un cartucho grande con manzanas, peras y melocotones, que se ponían en una fuente en la mesa. En Nochebuena no se comían uvas: éstas se dejaban para despedir el año, el 31 de diciembre, a razón de doce por persona.

La cena solía consistir en arroz blanco, frijoles negros, puerco asado, fricasé de guanajo, ensalada de tomate, lechuga y rabanitos, yuca con mojo y tostones de plátano verde. Para beber, vino blanco o tinto para los adultos y refresco para los niños. De postre, dulce casero: coco rayado, mermelada de guayaba o cascos de toronja con queso blanco. Los turrones, nueces, avellanas, higos y dátiles se comían en la sobremesa. Al final, la imprescindible tacita de café.

El arbolito ocupaba un lugar especial en las salas de las casas. A veces les ponían algodón, para imitar la nieve. Debajo, más grande o más pequeño, el nacimiento o belén. En las tiendas vendían adornos navideños, importados de Estados Unidos o Europa, pero a la gente le gustaba decorar con flores de pascuas, común en los jardines cubanos en estos meses del año. Otra costumbre era el envío de tarjetas por correo y los intercambios de regalos.

Mis tres tías eran modistas; los dos tíos, carpinteros, y mi padre, barbero ambulante. Si a alguno se le presentaba un compromiso y no podía ir a cenar, tenía que pasar y disculparse con la abuela Matilde, una mulata que medía 6 pies y pesaba 100 kilos. Era la matriarca. Y para ella, Navidad, Nochebuena y Fin de Año eran citas obligadas para toda la familia.

Este post, de la periodista Tania Quintero, fue publicado originalmente en el Blog de Iván García y sus amigos.

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Familia cubana en España mantiene sus costumbres de Navidad
Una familia cubana en Madrid recuerda en Navidad las amarguras pasadas en la isla y celebra la felicidad actual.

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ALGUNOS COMENTARIOS DEJADOS 
 
Si los negros americanos leyeran esto y tuvieran lo que se debe tener, fuera suficiente para quitarles el peo castrista que siempre han tenido. Por supuesto, el difunto mayoral siempre les dijo lo que ellos querían oir, pero creer a un farsante oportunista no es precisamente respetable.
Realpolitik
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Sobre la autora de los dos artículos:
 
Tomado de https://cubamaterial.com/
Tania Quintero: Yo era hija única y también de procedencia humilde. Mi padre, José Manuel Quintero, combinaba su oficio de barbero ambulante con el de guardaespaldas de Blas Roca Calderío, secretario general del PSP (PSP: Partido Socialista Popular; nombre que tuvo en determinada época el Partido Comunista en Cuba) Y mi madre, Carmen Antúnez, de origen campesino, se dedicaba a los quehaceres del hogar. Vivíamos en el barrio El Pilar, Cerro.
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LAS NOCHEBUENAS Y NAVIDADES QUE NOS ROBARON.

Por  Eugenio Yáñez.
25 de diciembre de 2017

Hace ya 48 años, un “invicto” farsante que terminaría apoderándose de todo lo que le conviniera, no contento todavía con lo que hasta ese momento había arrebatado a los cubanos, acabó con las fiestas de Nochebuena, Navidades, Año Nuevo y Los Reyes Magos. Le encolerizaba ver alegres a los cubanos, aunque fuera por unas horas solamente.

Acabó con las de los cubanos de a pie, claro. Las de su camarilla, familiares y compinches nunca se tocaron. Y mientras la población tendría que esperar el año nuevo llenando bolsitas de posturas de café para otro de los geniales planes del visionario en jefe, la pandilla en el poder lo que hizo fue celebrar sus saraos más discretamente, por aquello de que “el pueblo” no supiera de otra estafa más de “la revolución”.

El pretexto de Quién Tú Sabes fue el así llamado por él mismo “año del esfuerzo decisivo”, 1969, donde prácticamente se paralizaría todo lo demás en el país en aras de lograr diez millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970, con aquella maniática obstinación “de que van, van”. Aunque esos diez millones nunca fueron ni podrían ir, porque todo era otro delirio más, sin bases ni fundamentos reales ni condiciones materiales para lograrlo.

Cuando en 1970 al Comandante no le quedó más remedio que reconocer abiertamente el fracaso de su desvarío con aquella zafra loca, los ilusos pensaron que las navidades serían restablecidas, pues ya no se podría repetir la colosal movilización que solamente logró desorganizar y destruir aún más la economía y darle nombre a una conocida agrupación de música popular que perdura hasta nuestros días.

Los ilusos olvidaban los profundos rencores y complejos de un hijo bastardo que nunca recibió amor familiar y desde pequeño fue enviado a estudiar lejos del hogar, o los resentimientos transmitidos por un padre derrotado por cubanos y americanos en la Guerra de Independencia, mientras servía en el ejército colonialista español.

¿Alguien recuerda a Fidel Castro disfrutando la presencia de un hijo o un nieto a su lado? ¿Alguien lo recuerda en alguna reunión familiar? ¿Alguien lo ha visto alguna vez cantando o bailando, aunque fuera mal, solamente para divertirse? ¿Alguien le ha escuchado alguna vez contando un chiste? Demasiada frustración y rencor en su mezquina existencia para gestos como esos, comunes en los seres humanos, imposibles para él.

Por eso enfrió las ilusiones de los ingenuos con un “razonamiento” propio de su maldad: las fiestas navideñas eran una tradición impuesta por los conquistadores españoles, de la que había que “liberarse” para ser verdaderamente independientes.

De inmediato aparecieron intelectuales de pacotilla justificando teóricamente el desvarío, y explicando que si esto o aquello. Un mediocre documentalista del régimen, considerado “genial” por la nomenclatura, estrenó un bodrio fílmico con el infamante título de “La tradición se rompe… pero cuesta trabajo”, que no aportaba nada ni a la idea en cuestión ni al séptimo arte, pero que representó para él palmaditas en la espalda y uno que otro viajecito más al extranjero
.

Así los cubanos en tiempos del castrismo, como cristianos en catacumbas romanas, celebraban las fiestas a escondidas en la medida de lo posible, cuidándose del “chivatazo” de los delatores del Comité de Defensa de la Revolución, y consiguiendo como pudieran, tras muchas dificultades, un pedazo de carne de puerco, plato típico de la Nochebuena cubana, y cualquier cosa para esperar el año nuevo. Los niños quedaron sin regalos el Día de Reyes, pues según el invicto la fiesta de los niños tendría que ser por el 26 de julio, que fue cuando de verdad nacieron. ¡Pobres niños!

Con el tiempo, las celebraciones por fin de año se fueron imponiendo, pero no como fiesta familiar y de amigos, sino celebración de un aniversario más del “triunfo de la revolución”. Y para colmo de males, a las doce en punto de la noche, cuando todos en el mundo se felicitan mutuamente e intercambian brindis y saludos, aparecía en la televisión el Invicto Continuamente Vencido hablando de los “logros” del año que finalizaba y de lo duro que sería el siguiente año. ¿Alguien le escuchó alguna vez decir que el año que comenzaba no sería tan duro y que las condiciones de vida de los cubanos mejorarían? Si lo hubiera dicho alguna vez estaba mintiendo, y él lo sabía perfectamente.

Fue solamente casi treinta años después de aquella arbitrariedad, con la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, que el régimen aceptó la celebración de la Navidad en Cuba. Y no pudo controlar más a los cubanos en ese tema, que comenzaron a celebrar abiertamente Nochebuena, Navidad y Fin de Año, no recordando un aniversario más de la desgracia, sino como se hace en todo el mundo: con familiares, amigos, fiestas, y los mejores deseos de un mejor año y de prosperidad para todos.

Sin embargo, las condiciones son cada vez más difíciles para los cubanos. No es sencillo preparar hoy una modesta cena de Nochebuena cuando la libra de carne de puerco se vende a 40 o 50 pesos, en un país donde el salario medio no sobrepasa 700 pesos mensuales, y muchos cubanos, sobre todo jubilados y pensionados, reciben menos que eso cada mes. Más lo que cuestan el arroz, los frijoles, la yuca y vegetales para preparar una ensalada. Ni es fácil tampoco celebrar a los niños el Día de los Reyes Magos, cuando los pocos juguetes disponibles se venden a precios astronómicos en moneda fuerte en las Tiendas Recaudadoras de Divisas, controladas por los militares.

Entre los gravísimos daños antropológicos que han provocado los hermanos Castro a la nación cubana, no puede olvidarse el repugnante crimen de haber aniquilado las ilusiones de los niños del país y las alegrías y celebraciones más abiertas, puras y nobles de los cubanos. ¿Pagarán por eso en algún momento?

Se perfectamente que este artículo no gustará a los troles habituales de estas páginas, ni a los que llevan a Castro en su alma como La Bayamesa. Ni me interesa. Preocupante sería si dijeran que escribo artículos concretos, balanceados, objetivos o realistas, como dicen de los de otros personajes que publican por aquí.

A todos los cubanos, incluso a esos miserables troles que luchan su javita difamando y mintiendo, les deseo una Feliz Navidad y un excelente año nuevo.

¡Algo que nunca ninguno de los hermanos Castro ha sido capaz de hacer públicamente!

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