sábado, diciembre 04, 2021

El alicate . Miguel Sales Figueroa: la prolongada supervivencia del castrismo puede explicarse por un mecanismo dual basado en la represión y la emigración


 El alicate 

Por Miguel Sales Figueroa

3 de diciembre de 2021

Al margen de la euforia inicial, los errores de Estados Unidos y el dinero de la Unión Soviética, la prolongada supervivencia del castrismo puede explicarse por un mecanismo dual basado en la represión y la emigración.

Tras las ejecuciones y los encarcelamientos masivos de los primeros años, el miedo al poder arbitrario del Estado alcanzó a todos los estratos de la sociedad. A los instrumentos de vigilancia y coerción tradicionales se añadieron otros, como los Comités de Defensa de la Revolución, las UMAP, las Brigadas de Respuesta Rápida, etc., que perfeccionaron el control del gobierno sobre la vida individual. Las “organizaciones de masas” -sindicatos, federación de mujeres, milicias y asociaciones de todo tipo- se encargaron del resto. En la medida en que la sociedad fue encajando cada vez más en el molde ortopédico que el Partido Comunista le había fabricado, el uso de la represión se hizo menos necesario y, sobre todo, menos explícito.  

La contrapartida de esta máquina represiva fue la emigración. Durante seis décadas, la salida del país fue la válvula de escape que permitió aliviar la tensión social y, de paso, repartir entre los fieles los despojos que el gobierno confiscaba a los exiliados/emigrados. A partir del decenio de 1990, las remesas de quienes vivían en el extranjero empezaron a suplir la desaparición de los subsidios soviéticos y terminaron por convertirse en la principal fuente de ingresos de la Isla.

Este doble dispositivo de represión/emigración comenzó a averiarse en 2016, tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y se atascó en 2020, con motivo de la pandemia de COVID-19 y los sucesos ocurridos en Venezuela en los últimos años. Las manifestaciones contestarias del 27-N y el 11-J, así como el frustrado intento de protesta del 15-N, fueron consecuencias directas esa disfunción. 

Ahora, el régimen castrista trata de reparar la avería. Están convencidos de que, si la pinza vuelve a funcionar, podrán detentar el poder durante medio siglo más. Pero las condiciones, tanto externas como internas, son adversas. Internet y las redes sociales han llegado para quedarse. El gobierno no puede reanudar la política de ejecuciones y encarcelamiento masivo que practicó en la década de 1960, porque se expondría al repudio internacional en una escala nunca vista. Y tampoco encuentra un país que acepte un número suficiente de súbditos ansiosos de marcharse, aunque sea a Mongolia. Ni siquiera Nicaragua, como escala hacia el Río Bravo, ejercerá esa función con eficacia. Las autoridades cubanas podrán deportar a algunos intelectuales contestatarios o a determinados activistas preeminentes, como han hecho en los últimos meses, pero esas ausencias no van a influir mucho en el rumbo de la desafección generalizada.

Parafraseando al bandido argentino, hoy podría decirse que la masa, “el pueblo combatiente”, ha dicho basta y se ha echado a la calle. El rompecabezas al que se enfrentan ahora los jerarcas de La Habana es cómo dosificar la represión y los destierros sin quebrar el frágil equilibrio entre el miedo y la esperanza. Es obvio que existen otras soluciones, pero en las filas del tardocastrismo nadie tiene ni la inteligencia ni el coraje suficiente para plantearlas. Como el conde Lozano, en Las mocedades del Cid: sostenella y no enmendalla, es la consigna final.   


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1 Comments:

At 11:11 p. m., Anonymous Realpolitik said...

El tardocastrismo es algo vulgar, burdo, torpe y por supuesto perverso. Depende de la mentira, el miedo, la miseria humana (sobre todo la del mundo extranjero) y la debilidad y ligereza de la "diáspora." Su podredumbre moral es absoluta, igual que su falta de escrúpulos y de pudor. Tendrá que cambiar cuando acaben de desaparecer los dinosaurios, pero la clase dirigente quiere, si acaso, un "cambio" a lo ruso, o sea, un paripé. Veremos, pero mejor no hacerse muchas ilusiones.

 

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