viernes, febrero 24, 2006

LOS LIMITES DEL PERDON

Tomado de: Somos Cubanos.com


LOS LIMITES DEL PERDÓN

Por el Rev. Martín N. Añorga
Colaboración

El perdón es un sentimiento sobre el cual no puede legislarse. Hoy día, sin embargo, cuando en el exilio vivimos la etapa de la llamada transición, hay los que quieren apuntar al perdón como condición previa a un acuerdo con los cubanos de la Isla. Vamos a dilucidar algunas nociones relacionadas con el perdón que estimamos muy necesarias; pero primero permítasenos analizar brevemente el tema de la transición.
< -- ( Rev. Martín Añorga )
Creemos que para que exista la transición primero hay que provocar la extinción del régimen existente para que podamos avanzar hacia el establecimiento del nuevo gobierno. Hasta ahora todo lo que he oído sobre la transición se basa en la suposición de que Castro está al borde de la muerte y de que una vez ocurrida ésta, los que asuman el poder serán incapaces de controlarlo. Hay que aceptar el hecho de que a menos que el exilio aparticipe de manera activa y efectiva en el derrocamiento del sistema comunista, su participación en el futuro de la Isla va ser mínima. Están los que todavía, a una distancia de medio siglo, confían en las acciones norteamericanas, las que de haber sido ejecutadas a tiempo hubieran evitado el derrame socialista que sufre América. Los Estados Unidos, en las circunstancias en que se hallan en el mundo, están en estos momentos más impedidos que nunca de asumir una acción militar contra Cuba.
Yo mismo he estado en reuniones planificadoras del futuro de Cuba, en los campos educativos y religiosos. Creo en el futuro y en la redención; pero al mismo tiempo creo que se nos ha ido acortando el espacio para ser partícipes de la solución final que se aplique a Cuba. Los que liberan, ascienden. Los que sufren la opresión tienen en sus manos la llave del poder. Los que miramos de lejos, difícilmente saltaremos de espectadores a ejecutores.
Volvamos al tema del perdón. ¿Qué derecho tenemos de perdonar a ejecutores de crímenes que no han sido cometidos en contra nuestra ni de nuestros seres amados más cercanos?. No, el perdón no se maneja en tercera persona. Quien tiene que perdonar es el que ha sufrido la ignominia, el que ha sido víctima de la injusticia y el que se ha dolido en carne propia por los abusos que le han infligido. No estamos proponiendo la revancha desordenada ni el linchamiento en las vías públicas. Lo que queremos decir es que al pueblo cubano hay que ofrecerle garantías de que la justicia no va a ser burlada y que los culpables van a recibir el castigo que merecen por su culpabilidad. Esperamos que en la Isla estén preparados para cuando llegue la hora de la verdad. Los que en el exilio hemos vivido con sentido militante tendremos que respaldar el programa de intramuros encargado de resolver los casos de crímenes que a estas alturas deben estar lo suficientemente documentados.
Muchas personas hablan de la dimensión cristiana del perdón y pierden de vista la dimensión teológica del mismo. En el perdón hay varios ingredientes: confesión, arrepentimiento y reparación. Y estos elementos no son tan solo propios del perdón humano, sino que son también reflejos del perdón divino. Perdonar no es regar semillas al voleo, ni recitar frases más o menos piadosas. No es declarar nulo un delito ni un pecado sin que se hayan satisfecho las condiciones impuestas por la moral, la fe y sobre todo, la justicia. El perdón tiene que ser un contrato entre el que lo da y el que lo recibe. No se trata, pues, de una vivencia colectiva, sino de un acto existencial de raíces puramente individuales. Es así que resulta imposible perdonar por decreto.
El perdón adolece del defecto de que no borra el pasado. Solamente Dios puede lavar nuestras culpas hasta disolverlas, para que no quede memoria de ellas; pero para nosotros el viejo apotegma de que “perdono, pero no olvido” es realidad vigente e incontrovertible. Porque nadie puede olvidar porque se lo proponga, o porque se lo pidan. Lo más que podemos hacer es ignorar nuestros recuerdos o rechazarlos cuando aparezcan. De nada vale que se adopte una ley gubernamental que regule el perdón. La ley trabaja en lo que uno hace o dice; pero no en lo que uno piensa o siente.
Otro aspecto que debemos considerar en el perdón es que la declaración del mismo puede eximirnos de un peso; pero al mismo tiempo no pasaría de ser una escapatoria emocional o un trámite espiritual si la persona a la que se lo dedicamos lo rechaza. El perdón se hace válido cuando el que lo da toma conciencia de que ha sido acogido por el que lo recibe. A veces la gente acude a la tontería de preguntarnos si estaríamos dispuestos a perdonar a Fidel Castro. Nuestra respuesta siempre es la misma: “si se arrepiente de sus maldades y solicita humildemente que se le perdone por las mismas, entonces consideraría la posibilidad de perdonarlo”; pero añado que de poco vale mi perdón porque personalmente mi cuota de dolores por su causa no es tan grande como la de una madre a la que le hayan matado a su hijo en Angola o una esposa a la que le hayan acribillado a su marido en el paredón de fusilamiento. Mi perdón no mitiga heridas ajenas ni anula sufrimientos de otros.
Finalmente, nos parece que a estas alturas de la realidad cubana hablar de perdón, o como más comúnmente algunos lo definen, de “borrón y cuenta nueva”, es improcedente. Sería desconocer el sufrimiento de dos generaciones de cubanos, las lágrimas de madres abrumadas, el martirio de esposas desprovistas del amor y el amparo de sus esposos. Sería ignorar el hambre de los niños, la discriminación de los pobres, la angustia de la opresión y la vigilancia amenazadora de todo el pueblo, el vandalismo cometido contra nuestra historia y el ultraje de que han sido objeto nuestros símbolos patrios. Que perdone el que quiera y el que pueda; pero que no se imponga a los que han vivido con las espaldas dobladas bajo el peso de la ignominia, la humillación de un perdón que ni se siente ni se quiere.
El perdón queda limitado a la decisión del ofendido y a la solicitud humillada de quien lo reclama para poder separarse del fuego de su culpa. Nadie tiene el derecho de perdonar en nombre de otros, sin el permiso de estos otros. Quede, pues, para la Cuba que emerja victoriosa de su lucha contra el castrismo, la responsabilidad de que se aplique, con orden y control, la más rápida, enérgica y preciada justicia.
El perdón huérfano de justicia es incompleto.
El perdón colectivo de los demagogos es una afrenta al dolor de los que han sufrido el rigor de los criminales.
El perdón es un derecho de los ofendidos. En nombre de ellos no se toman acuerdos ni se suscriben leyes.
Rev. Martín N. Añorga