domingo, abril 02, 2006

EL ULTIMO SON DE PIO LEYVA

Tomado de Cuba Encuentro.com

Música
El último son de Pío Leyva

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Alegría, frescura y sabor: Tres componentes esenciales de la música cubana acaban de ser sepultados en un cementerio de La Habana.
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Oriol Puertas, Ciudad de La Habana

lunes 27 de marzo de 2006



No hay ciudad en el mundo que haya visto nacer y morir a tantos soneros como La Habana, cuna y tumba de resistentes tradiciones musicales. Allí acaba de ser sepultado Pío Leyva, el montunero de Cuba, otro grande de todos los tiempos.
<-- Pío Leyva, durante una actuación en noviembre de 2003. (AP)

La ruta de Pío es la del mejor son criollo, el más perdurable de nuestros complejos sonoros. Con su voz dimensionó el género, al lado de otros inmortales como Benny Moré, Miguelito Cuní, Abelardo Barroso y Carlos Embale, y supo singularizarlo con su carácter jocoso y su peculiar timbre nasal.

Con casi 80 años, a Pío no le importó el desgaste físico para sumarse al carro del proyecto Buena Vista Social Club, en 1996. Los escenarios del mundo, que apenas le conocían, supieron de su musicalidad, su soneo y ese deseo de seguir cantando hasta que la muerte llegara.

También resaltaba su enorme fuerza de voluntad, probada en la intensa actividad artística de la última década, en la cual supo compartir estudios de grabación, micrófonos, estudios de televisión y videoclips con figuras tan disímiles como Compay Segundo, Ibrahím Ferrer, Omara Portuondo, el jazzista Orlando Valle (Maraca) y los jóvenes Robertico Carcassés, Samuel Formell y Elmer Ferrer.

Para entonces, ya hacía mucho tiempo que Wilfredo Leyva Pascual —su verdadero nombre— era Pío, el estelar montunero, el hombre de Francisco Guayabal, en la voz del Benny, y de Nadie baila como yo, por el Conjunto Roberto Faz. El autor de Mulata con cola, Chapaleando, Tamborito cubano y Pregón de la montaña, entre tantos otros temas.

Sin embargo, ninguno de ellos les gana en fama a su entrañable Pío mentiroso, compuesto a dos manos con Miguel Ojeda. Su estribillo lo marcó para siempre, al punto de convertirse en leitmotiv de toda su carrera posterior, con graciosas variaciones como Yo no soy mentiroso, Cariñoso sí, mentiroso no y versiones en los más diversos estilos.

Coherencia y vitalidad

Siempre fue coherente con sus orígenes musicales, que fueron humildes y sin demasiadas pretensiones. Era oriundo de Morón, en la antigua provincia de Camagüey. Allí había nacido en 1917 y allí también fue su debut como cantante, con el Conjunto Caribe de Juanito Blez.

Después de integrar varios formatos, en los que incluso tocó el bongó, en su ciudad natal, y viajar de manera intermitente a La Habana para grabar algunos temas con la Panart, decidió establecerse en la segunda mitad de los años cincuenta en la capital. Se dice que en marzo de 1956, una sesión de grabaciones suyas con Compay Segundo tuvo que ser interrumpida por los atronadores disparos del asalto al Palacio Presidencial.

Precisamente al lado del Compay consiguió su primer gran éxito con la guaracha La juma de ayer, de Walfrido Guevara. Aunque ya había grabado con la Panart, a partir de entonces comenzaron los trabajos para diferentes sellos disqueros, como RCA Víctor, Puchito, Gema, Rosy, Neptuno y Venevox, acompañado por las orquestas de Esteban Antúnez, Bebo Valdés, Hermanos Castro, la Billo's Caracas Boys y la Banda Gigante del Benny, entre otras, con las que también trabajó en Radio Progreso, programas de televisión, teatros y centros nocturnos.

Después de 1959, Pío no detuvo su actividad musical. Algunos afirman que incluso su popularidad creció, a partir de su labor con la Riverside y Severino Ramos. En 1961 fundó la agrupación Pío Leyva y sus Montuneros, y de su "yunta" compositiva con Pello El Afrokán salieron temas en tiempo de mozambique como María Caracoles y El Mozambique llegó a París.

A finales de la década de los ochenta acumulaba más de veinte discos de larga duración y giras por Venezuela, Panamá, México, Colombia y República Dominicana. Sin embargo, como sucedió con la mayoría de los protagonistas del Buena Vista, el verdadero esplendor de su carrera, en cuanto a promoción, giras y reconocimientos a escala planetaria, llegó con el éxito de ese "ven tú" legendario que lograron armar Juan de Marcos González y Ry Cooder en el viejo estudio de Mazón y San Miguel, en una todavía más vetusta Habana.
Con ellos, allí al lado de Compay Segundo, Rubén González, Ibrahím Ferrer, Cachaíto, Manuel Licea (Puntillita), El Guajiro Mirabal, Teté García Caturla y Manolo Galbán, entre otros, Pío debió sentir que la máquina del tiempo iba hacia atrás y lo instalaba en una época dorada, una era imaginaria que acaso quedó debiéndole honores. El polémico documental de Wim Wenders lo muestra descubriendo avenidas y vitrinas en el invierno de Nueva York, señalando a lo lejos la Estatua de la Libertad mientras muerde un tabaco.
Retomar el legado

Ahora que se cumple una década del inicio de la saga del Buena Vista valdría retomar su legado, especialmente delineando lo que figuras de la talla de Pío pudieron aportar mientras la vida les dio fuerzas. Es fama lo que sucedía en Cuba con estos grandes protagonistas de un siglo tan musical como el que estaba llegando a su fin. Es difícil que se pueda hurtar la verdad durante tanto tiempo, maniobra para la cual se han prestado y se prestan incluso altos nombres de la intelectualidad de la Isla. La memoria cultural e histórica de una nación es la que perdura cuando todos seamos tierra en la tierra.

Estos músicos que tan alegres cantaban lo mismo en Tokio que en el Madison Square Garden o París, estaban en su mayoría al pairo, esperando la muerte en un olvido injusto, viviendo de lo que se podía. Es triste decirlo, pero algunos de ellos, después de cobrar algunos royalties, se olvidaron de contar a los demás su propia historia, callaron y, en el peor de los casos, la trastocaron en un vano agradecimiento a un estatus que antes los despreciaba.

En cambio, si nos fijamos en su trayectoria, no parece ser Pío el que peor la estaba pasando de todos ellos. En 1994, la empresa estatal cubana Artex editó su disco Pío Leyva. El Montunero de Cuba, a partir de grabaciones de archivo presumiblemente de los años ochenta, donde intervienen Juan Pablo Torres y Demetrio Muñiz como arreglistas.

Un año después se pone en circulación otro fonograma suyo, Así quiero vivir, otra vez conjugando sones, guarachas, boleros y chachachás. Su participación en el fenómeno Buena Vista no detuvo sus visitas a los estudios, pues a partir de entonces continuaron saliendo otros discos, entre recopilaciones y novedades, como Sabor a montuno (Virgin España, 1999), Soneros de verdad presenta a Pío Leyva (2001), Esta es mi rumba (2003, con varios de los mejores músicos cubanos del momento) y La salud de Pío Leyva (2005).

De cara al debate

Su muerte nos pone otra vez de cara a un debate necesario, que se renueva cada cierto tiempo. Una de sus aristas tiene que ver con la lectura que de esa magnífica tradición musical están haciendo las generaciones más nuevas, con sonoridades cada vez más mixturadas, aunque muchas veces despersonalizadas o apostando por el engañoso beneficio del estrellato y el glamour.

Otra quizás nos enrumbe por la acusada desorientación que casi como una generalidad se descubre en la música popular bailable de hoy en la Isla, carente de paradigmas y tan desconectada del mundo como hace treinta años.

La edad de los grandes soneros ha pasado, es rotundamente cierto. Quedaba Pío y acaba de morir. Por ahí anda también Félix Valoy, menos conocido fuera de Cuba, pero todavía vital, enrolado en los nuevos proyectos de Juan de Marcos. Pío supo de esos desafíos de la historia y siempre le reprochaba a los músicos de ahora que se creyeran todos estrellas y no le dieran protagonismo al que más lo merece: el cantante.

"Ustedes tocan muy bien, pero nadie sabe ya acompañar", cuentan que dijo a un grupo de instrumentistas con los que debía irse a Japón a realizar conciertos.

Quienes con él trabajaron, lo recuerdan como un hombre siempre alegre. Esa es la condición primera que Pío supo dotar a todo cuanto cantó. Alegría, frescura, sabor cubano. Tres componentes esenciales de nuestra música que acaban de ser sepultados en un cementerio de La Habana