jueves, abril 20, 2006

LAS CRUELDADES DE ABRIL

Las crueldades de abril

MANUEL VAZQUEZ PORTAL

Hace tres años París era una quimera. Yo me pudría en una celda del cuartel general de la policía política cubana. No podía siquiera soñar. Mi calabozo era tan pequeño que no cabíamos mis sueños y yo. Sólo había espacio para mi magro cuerpo y la atrocidad enorme del gobierno. Me condenarían por el noble derecho de pensar, de escribir. Otros cubanos frente a la embajada de Cuba en la Ciudad Luz se exponían a los insultos y los golpes de los funcionarios y guardianes de la sede diplomática. Mi amigo Ricardo Vega sangraba de la cabeza por defendernos. Zoé Valdés apartaba su dulce voz de poetisa y gritaba con furor por nuestra libertad. Las damas de MAR por Cuba, capitaneadas por Silvia Iriondo, mostraban su luto por la patria, abogando contra la injusticia. El mundo era un hervidero a nuestro favor. Las voces de intelectuales y políticos de Europa y América se elevaban por sobre el silencio que deseaba imponer el gobierno cubano.

Ahora mismo estoy en París. Tirito. No es el frío. Tiemblo de rabia y de impotencia. Estoy frente a la embajada cubana. Grito el nombre de Próspero Gaínza y de Juan Carlos Herrera y de Héctor Maseda y de José Ubaldo Izquierdo y siento que aún estoy preso. Mi corazón y mis riñones padecen en una cárcel de Cuba. Adelgazo junto a José Luis García Paneque, enceguezco con los ojos de Pedro Argüelles, digo un improperio contra un guardián junto a Pablo Pacheco, imploro a Dios cerca de Adolfo Fernández Saíz, vuelvo a rebelarme al lado de Oscar Elías Biscet y la palabra libertad, libertad, libertad resuena en la calle Presles, choca contra los balcones, rebota en los adoquines, llega a los oídos sordos de los diplomáticos torcidos, los embajadores del mal, y enronquezco gritando, y es que aunque estoy en París abrazado a Yolanda, mi amor y mi pasión y mi dolor está entre las rejas que aprisionan todavía a 60 de mis amigos de aquella primavera de 2003, y me doy cuenta de que no tengo derecho a descansar mientras uno solo de ellos permanezca preso.

Silvia Iriondo está a mi lado. Es un fuego de amor por la patria. De sus labios brota un treno de angustia por Cuba. Está de negro, pero no está triste; está de negro, pero no llora. Batalla y entusiasma. Contagia su serenidad infatigable. Arde con la pasión de las antañas mambisas. Trajo desde lejos a Anolán y a Sonia, y a Gema y a María Eugenia, que la secundan. Y cada grito de libertad de ellas es como un barrote que se quiebra y pone a andar por las calles del mundo a cada preso político cubano. Eleno Oviedo lleva la bandera. La hace flotar sobre su cabeza erguida de rebelde inclaudicable. Hay en él la hidalguía de los veteranos. Y hay franceses nobles que nos acompañan y hay cubanos jóvenes que cada martes hacen saber a París que Cuba sufre mientras ellos sufren un exilio que les han impuesto y los aparta de la tierra madre. Y en los ojos de Blanca González, la madre dolorida de Normando Hernández, veo arder la ternura y el valor que una vez descubrí en los ojos de su hijo cuando en la cárcel de Boniato decidimos morir de hambre antes que vivir sin decoro.

Y Yolanda, que porta una enorme foto de las Damas de Blanco, se multiplica y veo brotar de ella a Laura Pollán y a Gisela Sánchez, y a Mirian Leiva y a Berta Soler, y a Julia Núñez y a Alejandrina Rivas, y a Magalis Broche y a Anisley Puente, y a Dolia Leal que, con un gladiolo rosado en sus manos de cubanas dignas, claman a Santa Rita les devuelva al hogar a sus hombres.

Ya atardece en París. Y pienso en los atardeceres solitarios de los calabozos donde languidecen mis amigos, y veo una rata cruzar veloz sobre la rústica litera donde pondrán a descansar sus huesos, y escucho el zumbido de los mosquitos que acuden por centenares a alimentarse de su sangre valerosa, y huelo la fetidez de las celdas inmundas, y oigo el resonar de las botas de los guardianes que los vigilan, y vuelvo a sentirme preso, irremediablemente preso porque Cuba y mi corazón padecen de prisión aunque Cuba navegue por el Caribe y yo camine por París, pidiendo libertad.