lunes, mayo 15, 2006

ESTE DIA DE LAS MADRES

El Nuevo Herald.COM

RAUL RIVERO

CRONICA DE DOMINGO

Este día de la vida

M adrid -- Los domingos como éste, en la Cuba que a mí me gusta recordar, tenían un olor imperioso de claveles. Tenían, en las mañanas, ese empaque de fiesta contenida y abandono que suelen tener allá todos los domingos. Lo que pasa es que los viajes a los cementerios, el desfile de hombres mujeres y niños en silencio hacia las tumbas de madres y abuelas los convertían en jornadas tristes hasta el mediodía.

Después de la una de la tarde, aun en las casas más humildes --a pesar de los voceros del desastre y de los buitres austeros que se alimentan de cambiar el pasado--, se servía en las mesas de mármol o madera, de cedro o de cartón, un arroz con pollo y unos plátanos fritos que se podían rociar con las claras cervezas o con un vaso también de agua muy clara.

Era entonces una fiesta declarada tanto en La Habana como en las ciudades, los pueblos y bateyes. El luto iba de blanco todo el día en los claveles blancos que los hombres prendían en sus camisas y las mujeres en las blusas. Pero eran dolores ya sufridos, tan sólo recordados, vueltos a evocar, que se confundían y se mezclaban con los claveles rojos, el anuncio de que la madre vivía y esperaba un beso y un regalo.

La gente regalaba un corte de vestido, noción que se borró del mapa de la isla. Un frasco de perfume, una caja de jabones, un cake que decía Felicidades, una caja de talco, unos pañuelos, una taza de cristal nevado o un vaso enorme con la inscripción: Mamá.

O no se regalaba nada, si no había. Las personas vivían cerca de sus madres, se podían visitar tan sólo para verlas, tocarlas, comprobar que respiraban el mismo aire que uno, que esa mañana habían amanecido bajo un sol semejante, bajo las mismas nubes grises que formaban animales inadmisibles y falsas geografías.

Los cubanos podían besar a las mujeres que les dieron la vida. Podían verlas en el aluvión confuso de la familia con la sala sin espacio ya casi para los nietos que se iban a jugar a los portales o a los parques cercanos, porque cuando empezaba a entrar la tarde se podía abrir una botella y poner en el radio de pasta o en el resplandeciente tocadiscos de aguja unas piezas para bailar y unas canciones para recordar.

Sí, me gusta convocar aquellos días de las madres de la nación cubana antes de la llegada de la dictadura. Me gusta porque los pensamientos fijos y las evocaciones pueden hacer que el tiempo se estremezca y remita al futuro todo lo bueno que uno anhela de la vida pasada.

Me gusta y lo necesito porque allá en mi país están presos, lejos de la familia y de sus madres decenas de hombres que deben anhelar también que esa región de la vida que tuvimos regrese y se instale en la patria que tendremos.