jueves, junio 01, 2006

HERMANA MUERTE

Tomado de El Nuevo Herald.com


Hermana muerte


Dora Amador

Hoy quiero hablar de mi muerte. Es un tema que rehúye mucha gente, pero no yo, que con cierta sensación de liberación acabo de comprar un nicho de cristal en la capilla de un cementerio. Me gusta la idea de que mis cenizas estén allí, cerca del altar de vitrales hermosos y una estatua de la Virgen sobre una fuente rodeada de plantas naturales. Parte del techo es transparente, entra la luz del día, de noche permanecen las velas encendidas y las estrellas se reflejan sobre el techo claro que nos cubre, al final de todo, la luminosidad del polvo cósmico se hace uno con nosotros, que fuimos polvo y polvo seremos. En cuanto a mi espíritu espero y anhelo confiada que se habrá fundido ya en el paraíso con la llama de amor infinito que es Dios.


La capilla no es de muertos, es de vivos. Allí se celebra misa, por eso quise que lo que quedara de mi cuerpo estuviera cerca de la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo. Dentro del nicho hay lugar para colocar una foto, una imagen religiosa e incluso, si quisiera, una banderita cubana.

Me asombra la tranquilidad y determinación con que tomé la decisión esta semana, teniendo en cuenta que hasta hace poco me era impensable un proyecto de futuro que no conllevara el regreso a Cuba.

No sé cómo ni por qué me abandonó la convicción de que regresaría para ayudar en la reconstrucción nacional y espiritual de la patria. Como Dios quisiera, con las fuerzas que tuviera. Mis sueños: vivir en la cultura donde nací y pasé mis primeros 13 años, celebrar la vida dentro de ese pueblo y esa isla, a los que pertenezco y amo, recorrerla completa, admirar sus paisajes, sus pueblos, sus iglesias, renacer con cada amanecer, hacer día a día lo que pudiera para recrearla, recreándome con ella, y que me enterraran allí.

Por mucho tiempo me pregunté por qué al pueblo cubano le había tocado sufrir tanto, por qué tanta desgracia, un exilio tan largo, el dolor de millones de familias separadas, un dictador que lleva casi 50 años en el poder odiando a todos los seres humanos, pero con especial saña a los cubanos.

Como Job no soy quién para cuestionar los planes divinos, como él he aprendido a vivir valorando la riqueza que hay en el despojo y el abandono confiado en la Providencia. Pero sin darme cuenta Dios me fue contestando en muchos pasajes bíblicos: 'Yahvé dijo a Abrán: `Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré'. Marchó pues Abrán, como se lo había dicho Yahvé; tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán'' (Gen 12, 1-3).

Ser exiliado, anhelar el regreso a la Tierra Prometida, el andar siempre en camino acompañados únicamente de la fe son una constante en las Sagradas Escrituras.

Fue Alicia Marill, una de las más grandes teólogas cubanoamericanas, quien me hizo comprender que el desarraigo y el dolor de ser exiliado no ha sido ni es en vano. Que así como la Biblia está poblada de desterrados e inmigrantes llamados a dar testimonio de su fe y frutos donde han ido a vivir, hay un destino misionero en el destierro cubano. En nuestra dispersión los cristianos cubanos hemos ido sembrando semillas de salvación, y si reflexionamos sobre nuestra experiencia a la luz de la fe vemos que cada día hacemos algo de valor para contribuir al bien común de la sociedad en la que hemos sido llamados a vivir. Pensemos en el padre Félix Varela y su obra social y evangelizadora con los inmigrantes irlandeses en Nueva York.

Marill, que salió también siendo niña de Cuba --como los demás grandes teólogos cubanoamericanos: Roberto Goizueta, Orlando Espín, Claudio Urgaleta, Ada María Isasi-Díaz, Justo González-- hizo su tesis doctoral sobre este tema, la tituló A los elegidos que viven como extranjeros en la dispersión (1Carta de Pedro, 1). Fundamentos para una teología y espiritualidad del ministerio redentor de los exiliados, los refugiados y los inmigrantes de la Arquidiócesis de Miami. Leerla fue para mí una revelación, recomiendo su lectura ahora que saldrá publicada. Marill es profesora de teología y directora del programa de doctorado en ministerios en la Universidad Barry, donde acaba de crear el Institute for Hispanic/Latino Theology.

Está por escribirse la epopeya misionera de los laicos y religiosos cubanos de la diáspora. La nueva espiritualidad y teología cubana que ha nacido de esta experiencia de desarraigo y fe. Me gustaría cooperar con la investigación y redacción de esta obra. Digo esto para que conste que celebro la vida y que el hecho de que haya comprado una tumba en el exilio no significa que haya renunciado al regreso o a seguir trabajando intensamente a favor de la libertad, la dignidad y el anuncio de a buena nueva a mi pueblo. Sólo que al hallar un hondo sentido teológico en lo nacional, haber cumplido los 58 años --44 de ellos exiliada-- y ser creyente me ha arraigado en la certeza de que pertenezco a la estirpe itinerante de Abrahám, de Sara, de Moisés, de María, José y Jesús exiliados en Egipto y de los cubanos cristianos que han dado y siguen dando testimonio de su fe donde han sido llamados a vivir. Además, donde tú estás es donde Dios te quiere, que ahí siembres, nada más.