LA PSIQUIATRIA CUBANA: UNA PERVERSA IDEOLOGIA REPRESIVA
LA PSIQUIATRIA CUBANA: UNA PERVERSA IDEOLOGIA REPRESIVA
Por Ramiro Argüello Hurtado
psiquiatra nicaraguense
La psiquiatría cubana ocupa un sitial de honor entre los organismos represores de los derechos humanos del orbe. Su prontuario es apabullante por su bestialidad sin paliativos. Al acceder fungir como mera polea de la maquinaria del terrorismo de Estado castrista, la psiquiatría cubana ha renunciado lastimosamente a su condición de ciencia biológica y del espíritu, remitiéndonos a los experimentos humanos (incluyendo vivisección) practicados por los nazis en los campos de exterminio de Dachau, Buchenwald, Auschwitz.
La extinta Unión Soviética maximizó el abuso psiquiátrico sistemático, incluso se sacaron de la manga una ridícula categoría diagnóstica: esquizofrenia retardada. La categoría de marras fue creada ad hoc para serle aplicada a los desafectos al estado totalitario comunista. Los cubanos han ido más allá al utilizar con soltura tres métodos pertenecientes al arsenal de la psiquiatría científica: electrochoques, químicos y medicamentos psicotrópicos.
En enero de 1979 el gobierno cubano puso en vigencia un Código Criminal en el que tipifica innumerables actividades políticas como crímenes comunes. Al quedar clasificados los actos políticos como actividades criminales comunes disminuye de manera automática, hasta desaparecer, la cifra de prisioneros políticos en Cuba. El inefable Eduardo Bernabé Ordaz Ducungé, director del Hospital Psiquiátrico de La Habana, afirmaba con desfachatez no hace demasiado tiempo: “No disponemos de información acerca de la utilización de la psiquiatría para otros propósitos que no sea el bienestar de los mentalmente enfermos. No se puede hablar de prisioneros políticos porque no existen prisioneros políticos en nuestro país. Nuestros prisioneros son terroristas”.
<-- El Dr. Bernabé Ordaz recibe de manos del entonces Ministro de Salud Damodar Peña un reconocimiento por su trabajo Se trata de una maniobra tan cínica como artificiosa. La criminología cubana asevera que el capitalismo es el origen de la conducta criminal. El socialismo erradicaría el basamento de la conducta criminal (¿cómo explicarían los teóricos marxistas el hecho escueto que después de décadas de revolución y educación para el hombre nuevo, con el menor resquicio como sucedió en el caso Mariel, decenas de miles de cubanos abandonaran la isla paradisíaca? Entre esa masa humana se confundían miles de sociópatas y delincuentes de alta peligrosidad. ¿Dónde están las virtudes de la educación socialista?). En teoría no pueden existir criminales en la utopía comunista (a la que nuestros izquierdistas locales persisten en adscribirse hábilmente agazapados en organizaciones-pantalla; de hecho controlan la mayoría de los medios autoproclamándose sociedad civil. Y los que no pertenecemos a su sociedad civil, ¿qué somos? En caso de que apareciera un caso esporádico se recurre a la re-educación. Para aplacar la disidencia se recurre a un retorcido expediente: son agentes de una potencia extranjera o son enfermos mentales. Los disidentes pasan de facto por una detención secreta a perpetuidad y sin mediar acusación previa. La seguridad del Estado está facultada para emitir diagnósticos psiquiátricos: el psiquiatra se convierte en esbirro, el esbirro en psiquiatra. La psiquiatría (especialidad nobilísima) pasa así a ponerse al servicio de una perversa ideología totalitaria: La comunista. No es inusual que un desafecto político cuerdo sin antecedentes de enfermedades mentales sea remitido a una de las inenarrables “salas forenses” de nosocomios reservados para criminales desquiciados de alta peligrosidad (pervertidos sexuales, vesánicos, sociópatas). El objetivo es evidente: desmoralizar, intimidar, fracturar voluntades. El itinerario usual del objetor es el que sigue: puede ser internado en las “salas forenses” Carbó-Serviá o Castellanos del Hospital Psiquiátrico de La Habana (popularmente conocido como Mazorra). Por supuesto existen otros destinos. Mencionemos el Hospital Gustavo Machín en Santiago de Cuba o el amedrentador Hospital Nacional de Reclusos del Combinado del Este en La Habana. Las mismas autoridades sanitarias cubanas aceptan con indecible cinismo este estado de cosas. Un estudio sobre las “infracciones disciplinarias” en la “sala forense” de mujeres Córdova del Hospital Psiquiátrico de La Habana (aparecido en la propia revista de dicho nosocomio en 1984), informa sin ningún rubor (incluso con alborozo) que 4.6 por ciento de las reclusas habían sido sentenciadas por crímenes contra la seguridad del Estado o contra el orden público. El mismo estudio menciona con candor al Departamento de Seguridad del Estado como “proveedor” de reclusos al nosocomio habanero. La indiferencia criminal de la psiquiatría cubana en afinar diagnósticos aplicables a los insumisos se explica en la motivación última de la represión psiquiátrica: castigar y torturar. Cualquier diagnóstico resultaría enojoso y superfluo. La terapia electro convulsiva (electroshocks) está indicada para escasas dolencias mentales (depresión severa, esquizofrenia catatónica). Se administra en ambiente hospitalario por un psiquiatra asistido por un anestesiólogo bien entrenado. Las autoridades cubanas piensan de manera diferente: la terapia electro convulsiva se aplica alegremente en las “salas forenses” para castigar a los insumisos y persuadirlos a que reconsideren sus actividades. Los compañeros de disidencia y familiares son obligados a presenciar el espectáculo. Existe evidencia sobre “pacientes” que han recibido hasta 24 tandas de electrochoques (Jesús Leyva Guerra, dirigente sindical y activista de derechos humanos recibió las 24 tandas de rigor. En 1981 la doctora Carmen Betancourt le diagnosticó esquizofrenia paranoide. En 1983 otro esbirro de bata blanca (Dr. Enrique Font) le endilgó el mismo diagnóstico. En 1985 otro esbirro de bata blanca, el Dr. José Pérez Milán, insistió en el diagnóstico. En 1986 el Dr. Orlando Lamar-Vicens prescribió electrochoques y psicofármacos. En 1988 fue a parar de nuevo a las manos del compasivo Lamar-Vicens. El galeno recetó 12 tandas de electrochoques. En octubre de 1989 Leyva logró abandonar Cuba. Vive actualmente en La Florida). Nunca se les ofreció a los insumisos la opción de rechazar el “tratamiento” (consentimiento informado). Los psicofármacos, de preferencia la cloropromazina (un antipsicótico sedante) son utilizados con envidiable liberalidad. No se tiene en cuenta la larga lista de efectos colaterales adversos, en particular los llamados “extrapiramidales”, causados por la acción del químico en la zona del cerebro responsable del movimiento, la locomoción y la coordinación. Los insumisos son obligados a deglutir las tabletas. Los que se niegan son sometidos a severas golpizas. Siempre queda el curso de mezclar el fármaco con los alimentos. Para la comunidad psiquiátrica internacional los pacientes con dolencias mentales poseen los siguientes derechos:
1) Derecho al tratamiento individual; 2) Derecho a la oportunidad de ser curado (o aliviado) en un período de tiempo razonable; 3) Derecho a un ambiente físico y psicológico de carácter humano y con higiene decorosa; 4) Derecho de rehusar tratamientos; 5) Derecho a no ser utilizado en tratamientos experimentales sin consentimiento previo; 6) Derecho a ser tratado y cuidado por personal capacitado; 7) Derecho a ser ingresado de manera que se garantice la seguridad y la vida del paciente y las personas de su entorno.
No deja de ser una sangrante ironía que Cuba sea signataria de la Convención Internacional contra la tortura y otros tratamientos y castigos crueles, inhumanos o degradantes, firmada en La Habana el 27 de enero de 1986.
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Tomado de El Nuevo Herald.com
Adiós a un hermano
El 21 de mayo falleció en La Habana el Dr. Eduardo B. Ordaz, quien para mí fue, por más de 50 años, más que un amigo, un hermano. Podría contar del Gordo Ordaz todo lo que no se puede expresar en unas cortas líneas y resumir su vida, porque creo ser una de las personas que mejor lo conoció. Ordaz era un ser extraordinario. Poseía una sensibilidad humana sin límites. Era un católico practicante, como lo evidencian, entre otros hechos, haberse casado por la Iglesia en la capilla del Cementerio de Colón en la década de los 60 y llevar personalmente una corona de rosas en forma de crucifijo en el entierro de su madre, en 1965. Además, en su casa de La Habana hay algo que poseen en el mundo muy contadas personas: una foto suya con Su Santidad Juan Pablo II. Fue el propio Pontífice quien pidió retratarse con Ordaz durante su visita a Cuba.
Hospital de Mazorra en 1956 --->
De su obra en Mazorra, bastaría decir que cuando recibió el hospital en 1959 no encontró la antesala del infierno, sino el infierno mismo: tengo las fotos del hospital de esa época. Con su inmensa obra convirtió aquel hospital en el mejor del mundo, según declaró en 1997 la Organización Mundial de la Salud. Su muerte es una gran pérdida que lamento profundamente.
Reinaldo Martínez
Ex prisionero político
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El Nuevo Herald, julio 24, 2002.
Cuestionan el comportamiento profesional de Mederos
Wilfredo Cancio Isla. El Nuevo Herald
El comportamiento profesional de Eriberto Mederos fue severamente cuestionado ayer por un testigo que describió al ex enfermero cubano como un torturador sádico y pertinaz, que aplicaba electroshocks para intimidar a los confinados del Hospital Psiquiátrico de La Habana (Mazorra).
El ex prisionero político Pedro Angel Membiela, arrestado en 1977 por escribir un panfleto contra el régimen de Fidel Castro, narró al tribunal cómo Mederos lo sometió a electroterapias sin prescripción médica, como castigo por auxiliar a un compañero de celda.
''Había llevado al baño a Eugenio de Sosa, que estaba tambaleándose después de recibir un electroshock, cuando Mederos me dijo que no tenía que ayudar a nadie y que me iba a poner la electricidad a mí'', narró Membiela, que fue recluido en la sala Carbó Serviá de Mazorra a los 15 años.
El testigo --que no tenía antecedentes como paciente mental ni había sido consultado por un psiquiatra-- contó que de inmediato fue colocado en el piso de la sala y Mederos le aplicó dos veces las descargas eléctricas.
Membiela señaló que Mederos sonreía mientras aplicaba la electroterapia y recordó el momento en que sintió por primera vez en su cabeza los electrodos.
''Fue algo horrible'', dijo. "Cerré los ojos y fue como si sintieras el sol de frente y un ruido terrible en la cabeza... Cuando desperté no me acordaba ni de mi nombre''.
De Sosa Chabau, fallecido el pasado enero a los 85 años, cumplió dos décadas en prisión por una presunta conspiración contra el régimen castrista y era uno de los testigos clave del caso. Fue él quien identificó a Mederos en un asilo de ancianos de Hialeah en 1991.
Regina de Sosa Font, su hija, permaneció en la sala durante toda la sesión de ayer.
''He venido aquí en memoria de mi padre'', dijo la mujer a la salida del tribunal. "Lamento que un criminal haya podido convertirse en ciudadano de este país''.
Previamente la fiscalía llamó a testificar al doctor Alberto Fibla, quien cumplió 26 años como prisionero político en varias cárceles cubanas y coincidió con De Sosa en el Combinado del Este, en La Habana, en 1977.
''Pude conversar y observar detenidamente a De Sosa y digo categóricamente que no tenía ningún signo de desorden mental'', enfatizó Fibla. "La única enfermedad que padecía él era el asma y mi experiencia médica me dice que el electroshock no es un tratamiento curativo para esa afección''.
La sexta jornada del juicio contra Mederos, acusado de torturar a prisioneros políticos en Cuba, concluyó con el testimonio de dos funcionarios del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS), quienes abundaron sobre la declaración jurada de Mederos para obtener la ciudadanía en 1993.
El funcionario de inmigración Chester Vigori, quien condujo la entrevista de naturalización de Mederos en febrero de ese año, manifestó que el acusado respondió negativamente a la pregunta sobre sus vínculos directos o indirectos con el Partido Comunista o con instituciones destinadas a defender el régimen comunista.
También Mederos firmó entonces el documento asegurando que en ningún momento había participado en la persecución o castigo de personas por sus ideas políticas, y que nunca había brindado falso testimonio a autoridades estadounidenses para obtener beneficios migratorios.
El testimonio de Vigori continuará hoy con el contrainterrogatorio de la defensa. La fiscalía debe concluir en la tarde la presentación de sus testigos.
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Tomado de http://www.cubanet.org/CNews/y06/may06/25a6.htm
Siquiatra o carcelero
Luis Cino
LA HABANA, Cuba - Mayo (www.cubanet.org) - Siempre lamenté no terminar mi conversación con el Dr. Bernabé Ordaz. Fue el único alto funcionario del gobierno de Fidel Castro que tuvo la decencia de escucharme, siquiera unos minutos. Con paciencia y respeto. Sólo que no sé si lo hizo en calidad de siquiatra o de carcelero.
En circunstancias normales, lo más probable es que nunca nos hubiéramos tropezado. Me refiero como normal a que un joven viva de acuerdo a sus opciones, aunque no coincidan con las razones y los intereses del Estado. A que un médico sea simplemente eso, y no un ex guerrillero devenido en miembro del Comité Central, además de dirigir un hospital.
No eran circunstancias normales. Yo era otro adolescente que se negaba a servir en el Servicio Militar Obligatorio. El Dr. Ordaz había transformado el "dantesco almacén de locos" que era Mazorra en un hospital siquiátrico con rasgos humanos. Sólo que una de sus salas fungía como prisión.
A la Sala de Penados Carbó Serviá, además de criminales perturbados, iban a parar desertores, disidentes, drogadictos y todo tipo de inadaptados. Los que no encajaban en la sociedad comunista no podían estar en su sano juicio.
Me encerraron en la sala de penados del Hospital Siquiátrico de Mazorra una tarde lluviosa de abril de 1975. No sé si era siquiatra un mulato gordo y bigotudo que tras llenar una planilla con mis datos y leer la hoja del Comité Militar, sonrió socarrón y me dijo: "Desertor, ¿no? Aquí te arreglamos, ya tú verás…"
Mis recuerdos de aquellos días son muy confusos. Me mantuvieron fuertemente sedado. Por las mañanas un enfermero repartía las pastillas a la fila de pacientes. Leía nombres de un papel. Tenía a su lado un cubo de agua y un jarro de aluminio. Todos tenían que beber de él. Quien se resistiera, era forzado a tragarse las píldoras, a golpes si era preciso.
La mente humana es sabia en lo que borra. Recuerdo a los pacientes atendiendo los jardines o jugando béisbol. Los veía de lejos, a través de una ventana enrejada. También los bastones de los "enfermeros" y de los guardias.
También recuerdo los gritos de los que recibían electroshock. Esta era la más temida entre todas las amenazas.
El requisito para salir de ese infierno no era la mejoría real o aparente. Los que lograban salir, lo hacían por la intervención de alguien influyente, que "resolvía" el alta o el traslado de ese antro.
Una mañana me vi sentado, como una apestosa alimaña, en el inmaculado despacho del Dr. Ordaz. Mi familia consiguió que un alto oficial del ejército en aquel entonces y amigo de Ordaz desde los tiempos de la Sierra Maestra, intercediera a regañadientes por mí.
Otros no navegaron con la misma suerte. Nicolás Guillén Landrián, aquel anónimo que sacó el cartel subversivo contra el jefe de estado en la Ciudad Deportiva, una buena cantidad de los primeros activistas por los Derechos Humanos, no tuvieron una oportunidad, como la que disfruté. Salieron luego de largas sesiones de electro-terapia, término eufemístico que usaban para no llamar al electroshock por su nombre.
Mi colega Juan González Febles me confesó que no se siente capaz de volver sobre ese tema. Pasó por allí en 1988, enviado desde Villa Marista. Fue la necesaria escala en su viaje hasta la prisión Kilo 7 en Camagüey. Lo acusaron de desorden público. Esto fue motivo para retenerle en Carbó Serviá durante una decena de días. Nadie en su sano juicio, discutía con violencia con la Seguridad del Estado. Técnicamente tenía que estar loco.
Ordaz me miró como si quisiera convertirme en piedra, luego trató de mostrarse comprensivo e inspirarme confianza. Sus manos no descansaban. Se rascaba la barba, sacó un tabaco, que no llegó a encender, del bolsillo de la guayabera. Se quitaba y se ponía los espejuelos. Cambiaba de lugar el sombrero alón que mantenía sobre la mesa. Sus dedos jugueteaban con el crucifijo (¡!) que colgaba de su cuello.
No recuerdo cuánto tiempo soportó mi chaparrón. Se suele ser impertinente a esa edad y yo lo era en demasía. Saltó de su asiento cuando le dije que yo no era un desertor, sino un objetor de conciencia, como los que se negaban a ir a Viet Nam. Entonces cerró una gaveta con violencia e interrumpió la conversación: "Mira, ¡No jodas más! -dijo- Te vas y dentro de unos días te quiero en la Unidad, sin excusas ni pretextos".
El comandante loquero lo tomó como un pacto de caballeros. No me comprometí a nada, no me trataban ni me sentía como un caballero. Por entonces, y todavía algo, para mí lo que dijera alguien del gobierno, valía tanto como la palabra de una bailarina obesa y muda.
Nunca regresé a la Unidad, fue un largo forcejeo, pero ésa es ya otra historia. Mi deuda con el Dr. Bernabé Ordaz, nunca se pudo saldar.
Su muerte ha hecho definitivamente imposible que termináramos aquella conversación de hace ya más de 30 años. Me hubiera gustado explicarle por qué no podía regresar a la unidad militar y unas cuantas cosas más. Presiento que hoy hubiera entendido.
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