jueves, julio 27, 2006

DESCANSE EN PAZ JOHN J. FITZPATRICK. PILAR DEL EXILIO CUBANO

PILAR DEL EXILIO CUBANO


Mons. Agustín A. Román


La nación cubana tiene a Carlos Manuel de Céspedes como padre y pilar de la Patria: su visión, generosidad, esfuerzo y acciones culminaron finalmente en la soberanía nacional. Otros próceres lo acompañaron en esa tarea. Perdida esa soberanía y a consecuencia de ello ocurre un éxodo masivo de cubanos hacia Estados Unidos que se consolida en Miami.

<--- Mons. Agustín A. Román







Curiosamente el exilio cubano tiene un pilar con nombre inglés: John J. Fitzpatrick. Las nuevas generaciones de exiliados tal vez nunca escucharon ese nombre. Pregunten a sus abuelos.

Inmediatamente después que la llamada revolución castrista toma el poder comienza el éxodo de cubanos hacia la Florida: por ferries y por los numerosos vuelos que entonces cada día comunicaban a los dos países. Llegaban huyendo, amenazados, perseguidos, despojados. Venían familias enteras con sólo dos mudas de ropa por persona y sin dinero alguno, otros enviaban a sus hijos solos (la operación Pedro Pan los atendería), a veces era el padre o la madre que venía para tratar de preparar un asentamiento con la esperanza de reunir la familia.

Creo descubrir preguntas en la mente del lector: ¿cómo pagaban el taxi? ¿a qué dirección los llevaba el taxista? ¿dónde dormirían? ¿y la comida? ¿y el empleo? ¿y las medicinas y el médico? ¿y el idioma desconocido? ¿y dónde podría ir la madre parturienta? ¿y su bebé recién nacido?

Miami no estaba preparada para recibirlos. Era entonces una ciudad pequeña y turística. Sus habitantes eran norteamericanos y hablaban solamente inglés. Súbitamente los nuevos visitantes no tenían dinero alguno, no hablaban inglés y no venían a quedarse permanentemente. Llegaban como indigentes sin importar cuánto habían tenido en Cuba. Necesitaban ganar unos dólares. En cualquier tipo de empleo: ingenieros parqueando autos. Campesinos lustrando pisos. Doctoras en medicina limpiando habitaciones en hoteles. Mecánicos pintando paredes. Empresarios y banqueros cortando yerba. Maestros en trabajos domésticos. Ancianos, amas de casa, burócratas trabajando en las tomateras. Siempre en empleos donde no se requería el uso del inglés y casi siempre por $1 la hora o menos.

La primera familia que consiguió alquilar una casita albergó la familia del pariente que recién llegaba, al amigo de siempre o al vecino del pueblo... o a otro cubano desconocido que arribaba con todo un familión. El amor obró milagros y la cadena de bondad se hizo extensa. ¿Cuántos en la casa? ¿Cuántos durmiendo en un cuarto?

Hubo muchos letreros en casas de apartamentos: No cubans. No dogs. John J. Fitzpatrick era un norteamericano que provenía de una familia inmigrante de clase media que educó a sus hijos y los enseñó a amar al prójimo. Ordenado sacerdote fue enviado a estudiar a Roma y obtener un doctorado. Su estancia fue en el Colegio de la Propagación de la Fe donde residían otros sacerdotes también estudiantes de países de misiones: China, Japón, Europa del Este, Africa, América Latina, Asia. Aprendió latin e italiano, pero escuchó cada día hablar otras lenguas. Conoció nuevos horizontes y otras culturas. De vuelta a Estados Unidos desarrolló una gran tarea en numerosas parroquias hasta casi la extenuación física. La creación de la Diócesis de Miami lo sorprendió en una pequeña parroquia donde se recuperaba. El nuevo Obispo lo nombró en una importante iglesia en Hollywood y le encomendó la fundación del periódico católico. Todo un joven Monseñor, con dos brillantes y dedicados sacerdotes asistentes, podía esperar una vida sosegada. No duró mucho: el Obispo Coleman F. Carroll lo comisiona para atender la masiva llegada de cubanos a Miami.

Monseñor John J. Fitzpatrick. Obispo de la Diócesis de Brownsville quien murió el 15 de julio pasado --->


Monseñor Fitzpatrick abandonó comodidades y tranquilidad. Viajó todos los días desde Hollywood por la US1 (no había I-95) hasta el downtown de Miami a una sencilla oficina para atender y recibir a los cubanos.

La tarea era desmesurada: ayudar a salvar una cultura e injertarla dentro de otra. Pero había que consolar, mantener esperanzas, infundir aliento, ayudar a buscar pan y techo, reunir las familias, obtener colegio para los niños y becas para universitarios, reválida para los profesionales, cartas de recomendación, facilitar conexiones con empleadores y con líderes comunitarios americanos, contribuir a crear una opinión pública en favor de los exiliados cubanos. Influir en los más altos niveles federales para obtener fondos para los programas de ayuda (desde “carne del refugio” hasta programas de reubicación y empleos, ayuda médica). También con el Condado y la Ciudad y con la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (el Refugio Católico-Torre de la Libertad en Biscayne Boulevard). No menor era la tarea de pacificar y unir la comunidad miamense. En la audiencia congresional efectuada en el antiguo Dupont Plaza donde residentes se quejaban por la “invasión” de cubanos, la voz de la iglesia calmó los ánimos: “Basta de cabezas calientes. Tengamos caridad cristiana”. Pero “no sólo de pan vive el hombre”.

Había que proveer asistencia espiritual. Los sacerdotes procedentes de Cuba tampoco tenían idioma ni credenciales. Tampoco eran bienvenidos. La investidura de Monseñor Fitzpatrick y su suave persuasión fue abriendo caminos. Los sacerdotes comenzaron a recobrar su status y a servir de nuevo a sus comunidades donde tendrían que hacer a nivel parroquial tareas similares a la que hacía la oficina de Mons. Fitzpatrick y proveer los sacramentos, misas y atención espiritual.

Fue tarea de Mons. Fitzpatrick, por mandato del Obispo Carroll, crear parroquias como San Juan Bosco y la Ermita de la Caridad, preparar el camino para otras que vendrían mas tarde, abrir los colegios católicos existentes a profesores y alumnos cubanos y crear otros nuevos. Los Cursillos de Cristiandad, el Movimiento Familiar Cristiano y casi todas las organizaciones católicas actuales deben su fundación u origen remoto a su celo y actitud de servicio. Tal vez tus padres asistieron a esos colegios. O se casaron en esas iglesias y te hicieron bautizar en alguna de ellas. Es posible que tus abuelos reposen en el cementerio católico y que sus funerales se hicieron en esas iglesias en su lengua española.

La Iglesia Católica fue pionera porque tuvo la visión y aceptó el mandato de cuidar de nosotros exiliados cubanos. Porque hizo realidad el amor de Cristo por los hermanos. La acogida y defensa de la Diócesis de Miami fue aglutinante y razón para que los exiliados permanecieran y se hicieran fuertes en este pedazo de suelo y trampolín hacia el futuro. Encontraron ayuda material y espiritual en sus mayores tiempos de desolación. Monseñor Fitzpatrick, inspirado en las enseñanzas evangélicas, fue un instrumento humilde, persuasivo, soñador y eficaz para canalizar y coordinar la acogida al exilio cubano y ayudarlo a obtener fortaleza y estabilidad.

El auge espiritual. Familiar, político y económico del exilio cubano tiene innumerables raíces en el quehacer inicial de este sacerdote que acaba de morir después de servir en Brownville, Texas como Obispo. Allí cuidó y defendió a su comunidad como lo había hecho en Miami. Repitió la tarea que había hecho por los cubanos, sólo que ahora en favor de los miles y miles de “mojados” que llegaban a través de Matamoros procedentes de casi todos los países latinoamericanos. La comunidad cubana tiene una especial deuda con Monseñor John J. Fitzpatrick que sólo puede satisfacer teniendo comprensión, compasión y dando ayuda real a los exiliados e inmigrantes que encontremos en nuestro andar.

Un pueblo noble honra y atesora en su memoria a sus benefactores. Monseñor John J. Fitzpatrick. Descansa en Paz.