¿ABSOLVERÁ LA HISTORIA A CASTRO?
¿ABSOLVERÁ LA HISTORIA A CASTRO?
Por Luz Modrono.
Miembro de la Direccòn
de Cubaeuropa
Difícil, muy difícil será que Fidel Castro, tras cuarenta y siete años de dictadura omnímoda, que no ha vacilado por un momento en ejercer con mano férrea, aplicando todas las medidas a su alcance para ello, la más feroz represión contra cualquier divergencia de su único y excluyente pensamiento, pueda ser absuelto por la historia. Una historia que derrocó una dictadura para imponer la propia. Y que mantiene entre prisiones a un número ingente de opositores en las más duras condiciones carcelarias violando sistemáticamente los acuerdos internacionales en materia de trato a presos políticos.
La memoria histórica evaluará las consecuencias que para toda la población, sea o no opositora abierta al régimen, ha tenido el ejercicio personalista y absoluto del caudillo cubano. El veredicto final no podrá prescindir del análisis de la calamitosa gestión de un país llevado a su ruina económica, física y moral. Que ha producido miles de exiliados y que mantiene bajo el mayor de los temores a los que aún viven en la isla. La sentencia exculpatoria no podrá evadir la miseria en la que viven los trabajadores cubanos privados de sus más elementales derechos a la defensa libre de sus intereses, ni el trato despótico y despectivo hacia la sociedad civil anulada como tal y privada de básicos derechos como son los de asociación y expresión, ni la amenaza permanente a los que se atreven a disentir que ha terminado y termina en largas condenas carcelarias. La sentencia exculpatoria no será compartida por los miles de exiliados que a lo largo de medio siglo se han visto obligados a escapar de la tierra que les vio nacer, ni tampoco por los millares de cubanos que aún permanecen sometidos a la violencia del régimen y que, si hoy callan o colaboran en los actos de intimidación como los realizados en estos inmediatos días al doctor Darsi Ferrer o de repudio como los acometidos contra el sindicalista y expreso político Carmelo González, o halagan al dictador gritando viejos y repetitivos eslóganes de apoyo y asaltando sedes de organizaciones civiles como la Comisión Nacional Cubana, de seguro negarán el haberlo hecho cuando Cuba recupere la normalidad democrática y tal como ya ha ocurrido en otros países bajo circunstancias similares.
En estos días, Cuba está asistiendo al tan anhelado principio del fin. Pero ni aún en estos últimos tiempos que podrían marcar espacios de transición pacífica hacia la democracia, de diálogo, reconciliación y pacto, el viejo dictador parece estar dispuesto a ello. Usurpado el Estado de Derecho y anulada y perseguida la participación y el diálogo, Castro traspasa su poder omnímodo a su sucesor dinástico encarnado en la figura de un hombre en la sombra, jefe de las Fuerzas Armadas y encargado de mantener el bloqueo hacia una evolución que permita el afloramiento del pluralismo político y social y la reconstrucción de un Estado de Derecho avalado por las urnas. De esta manera muestra al mundo y a los que aún tenían alguna duda hacia el verdadero sentido del poder castrista, quien tiene el poder, quien es el único capaz y con derecho a determinar el presente y el futuro de un país. Castro se apropió del país en los años de la revolución, así ha continuado poseyéndolo y en esta hora postrera, lo traspasa como si de una herencia medievalista se tratara, a su hermano menor. Lejos la posibilidad de contemplar siquiera la apertura de un proceso donde se dé al pueblo cubano voz y voto y en el que éste pueda decidir qué es lo que desea para su propio país.
Ni Cuba ni el continente americano pueden seguir soportando a jefes carismáticos y expertos en agricultura, educación, sanidad, turismo... e iluminados teólogos de la liberación. Antes bien, el pueblo de América Latina necesita políticas de desarrollo agrario, industrial, comercial, educativas o sociales que favorezcan el fortalecimiento de sus propios países, haciéndolos realmente competitivos y potencien la participación ciudadana y el desarrollo de una sociedad civil dinámica y abierta, garante del sostenimiento de los principios democráticos que animan a los pueblos libres y soberanos. Una sociedad cuyos derechos humanos, políticos y civiles estén garantizados y sean a la vez la garantía del sostenimiento de los propios Estados. Que favorezcan el crecimiento económico y la normalización de las relaciones internacionales sin recurrir a viejos fantasmas de invasiones y contrarrevoluciones, discurso ya tan caduco en estos primeros años del siglo XXI.
La vieja y noble aspiración del ser humano de ser libre y tomar las riendas de su propio destino participando activamente de la construcción y avance de sus respectivas regiones no puede seguir siendo abortada para el pueblo cubano. El anunciado fin de la era castrista es ya un hecho, político o biológico, pero sin duda las cosas no podrán volver a ser como eran antes del 31 de julio. Frente al enseñoramiento del pensamiento único y la intolerancia, Cuba debe transitar hacia el establecimiento del juego pluripartidista, la instauración de la democracia representativa, el respeto a los derechos humanos, las libertades fundamentales y la convivencia internacional.
Pero debe ser el pueblo el único protagonista del cambio. La ciudadanía libre, responsable, es la única legitimada para tomar sus propias decisiones, sin el aval de ninguna otra potencia extranjera que determine lo que debe o no hacerse o sin discursos o planes de asistencia que tan sólo disfrazan sus propios intereses estratégicos. El relevo debe provenir de las urnas, de unas elecciones libres y competitivas que difícilmente el sucesor dinástico de Castro contempla y sin la injerencia de ningún otro país, sea este tan próximo o con tantos intereses en juego como los que puede tener EEUU. El gran reto es como conseguir que dicho proceso se realice sin derramamiento de sangre y sin que la sociedad cubana se fracture. Y sólo un camino es posible: el del diálogo, el pacto, el acuerdo y la reconciliación nacional. Desafío que la oposición cubana tanto del interior como del exilio deberán colocar como objetivo prioritario en sus agendas.
Luz Modroño
Agosto, 2006
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