RECUERDO DEL HASTÍO EN EL CREPÚSCULO
Recuerdo del hastío en el crepúsculo
Por Manuel Vázquez Portal
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- Fidel Castro ha muerto o está totalmente impresentable. El síndrome del misterio junto a la manipulación pública de que siempre se ha valido la dictadura cubana ha convertido, por una parte, en secreto de estado la salud del gobernante, y por otra, en centro de las más saineteras especulaciones mediáticas. Pero Fidel Castro ha muerto, aunque, quizás, perentoriamente respire, ha muerto. Y ha muerto porque ha muerto el mito de la invulnerabilidad de su poder.
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En condiciones normales --realmente las más anormales del mundo-- Fidel Castro no hubiera, ni de soslayo, delegado el poder. Toda su vida la vivió para el poder y la fama. Para el poder acometió las más audaces, casi delirantes, acciones; para la fama no cejó en el empeño de presentarse al ''respetable público'' como un símbolo, más que
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Sólo la historia rescata de su condición humana a ciertos hombres y mujeres y los convierte en símbolo. Pero Fidel Castro en su afán trascendentalista quiso ser símbolo en vida. Por eso con su muerte, muere también el símbolo que en realidad nunca fue.
El efecto mediático fue su artilugio predilecto para abrillantar el personaje que ensayó desde su infancia bastarda. Quería ser el más sobresaliente. Su megalomanía tenía como sementera las humillaciones infantiles. Era demasiado soberbio como para no vengarse de toda la humanidad por su oscuro origen de niño sin padre que ostentar entre los condiscípulos. Cuando el padre, al fin, lo asumió, ya era tarde. La semilla de la rabia había germinado en su alma.
El poder y la fama lo deshumanizaron. Y en su delirio se creyó el protagonista de la mesianada cubana. Se creyó realmente elegido para la misión providencial de salvar la isla, el continente, el planeta, la galaxia. Y sólo consiguió arruinar la isla, infectar con teorías espurias el continente, poner en peligro el planeta en l962, y perderse en la galaxia como estrellita fugaz, sin más historia que el recuerdo del hastío que ya producía en su largo crepúsculo como personaje obsoleto y de medio pelo.
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Si se cuenta hasta el punto anterior hay 666 palabras. Ha muerto la bestia. Dios ha vuelto ha triunfar en la isla que El había concebido como paraíso pero que la ferocidad, la insania, la vanidad, el desmedido afán de poder de un individuo con ínfulas de diosecillo trocaran en infierno.
La larga pesadilla del pueblo cubano puede reducirse a dos imágenes mediáticas que recogen desde la natividad hasta el fallecimiento de una estrella de farándula política..
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La segunda vino de manos del periodista cubano Juan Manuel Cao. Presenta a un fantasma con el pecho viejo hundido, la espalda jibada por la senectud, la mirada bizca por la desmemoria, la voz temblorosa por la ira incontrolada, que lega
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De fandango en fandango publicitario ha transcurrido la historia de nuestro ogro disfrazado de mesías. Eso ha sido su vida: poses para la prensa extranjera, mordazas para la prensa nacional, cárceles para la prensa independiente, pero, para bien o para mal, siempre la prensa. No podía vivir sin la algazara mediática. Y parece que en la muerte no se resigna a pasar sin un glamoroso final publicitario. Su rostro mefistofélico aún pretende atemorizar desde las planas de muchos periódicos del mundo. Es una lástima que el conflicto israelo-libanés le esté robando un poco de cámara al gran ególatra.
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