IRSE
Irse
Por Raúl Rivero
Madrid.- El exilio es un dolor, una molestia itinerante. Un sobresalto que puede llegar a la dulzura y tiene, a veces, nombres propios o es sólo una hoja de papel. Un día se presenta como un patio. Otro, como una arboleda borrosa o como una casa sin definición. El exilio no se puede tocar, pero va siempre con el exiliado. Es una plaza sitiada en la memoria.
Lo sabía Gastón Baquero que murió en Madrid, frente a unos ventanales desde los que podía ver las rosas de Villalba, pero hacía viajes secretos, urgentes a La Habana cuando abría y cerraba los ojos y se tocaba el alfiler de la corbata.
Lo sabía Guillermo Cabrera Infante que paseaba por un parque de Londres y Heberto Padilla acompañado por el fantasma de William Blake, a la hora final, en Alabama. Jesús Díaz a una cuadra de la calle de la Infanta Mercedes y Antonio Benítez Rojo en los inviernos.
Lo han sabido, desde hace 48 años, los miles de cubanos que se han tenido que ir de su país (entre el 15 y el 20 por ciento de la población). Unos, para no volver a las prisiones o a la muerte. Otros, por escapar del hambre y los encierros en un país donde la única libertad reconocida es la de aplaudir a Fidel Castro.
Los cómplices, los sirvientes y los aprovechados (también las víctimas: los pícaros y los inocentes) llaman emigrantes a las oleadas de gente que huye.
Los ciudadanos se van de los países donde nacieron cuando no se pueden ganar la vida con decencia, donde impera un sistema fracasado con cuatro décadas de cartilla de racionamiento, la agricultura en ruinas y un apartheid que les prohíbe hospedarse en los hoteles y comer en los restaurantes.
Los dictadores saben que el exilio es una especie de muerte provisional. Matan de esa forma sutil, casi sin sangre, a quienes los denuncian y piden aperturas y derechos. A las personas que quieren elegir qué sirven en la mesa de su casa, dónde estudian sus hijos y qué libros leen para conocer otras vidas y otros mundos.
Hay en Cuba también 316 demócratas que cumplen condenas en las cárceles y cientos de hombres y mujeres que viven en el ya numeroso 'insilio'. Allá adentro, bajo el fuego diario, sin autorización del Gobierno para salir porque los han seleccionado como rehenes. Voy a poner cuatro nombres: Hilda Molina Morejón, Míriam Leyva, Óscar Espinosa Chepe y Jorge Olivera Castilla.
Tengo, desde luego, también ese disgusto interior que describí. Esa pesadumbre del expulsado, el tormento de saber que la ambición de poder de un dictador y sus acólitos me obligó a salir de un país que ayudaron a fundar mis bisabuelos. Una nación donde trabajaron y murieron mis abuelos y mi padre. Está abierto a la esperanza el capítulo final de este destierro.
* Raúl Rivero, poeta y periodista cubano, es ex preso de las cárceles de Castro
y vive exiliado actualmente en Madrid.
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