¿TENEMOS O NO TENEMOS ALGÚN COMANDANTE EN JEFE?
Yamila y Néstor
Cienfuegos
Agosto 8 del 2006
Colaboración
La Nueva Cuba
Agosto 9, 2006
Un peligrosísimo vacío de poder comienza a dibujarse en Cuba, tras más de siete días con Fidel Castro públicamente alejado del poder por una compleja intervención quirúrgica que requiere extensa convalecencia, según la propia Proclama oficial firmada por él, y un designado Comandante en Jefe, Primer Secretario del Partido Comunista y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros que resulta invisible.
No por respeto a los gobiernos del mundo que simpatizan con el régimen cubano, ni mucho menos a los cubanos que residen fuera de Cuba y que tanto desprecian los jerarcas del castrismo, sino por el más elemental respeto a los cubanos en la isla que creen en la Revolución, la apoyan día tras día, y están dispuestos a morir por ella y por su líder, quien pretenda ser líder tiene que salir al frente de las huestes revolucionarias, sobre todo cuando se ha declarado oficialmente que existe un peligro de invasión.
Durante cuarenta y siete años y siete meses Fidel dirigió los destinos de Cuba. Los que lo apoyan y sus adversarios, por igual, lo vimos siempre en la tribuna o las marchas, en las reuniones o en los discursos interminables, en los huracanes y las movilizaciones. Apoyarlo o repudiarlo no modifica el hecho de su presencia continua y su verbo infinito.
Cuando no aparecía en público por cierto tiempo, ni se sabía de él, las preocupaciones de los unos y las especulaciones de los otros comenzaban simultáneamente. Sin pretender obsequiar gratuitamente a Fidel Castro con méritos y halagos, hay que reconocer que sus capacidades de liderazgo y carisma son indiscutibles.
En una situación de incertidumbre generalizada, aunque los voceros e irresponsables pretendan ignorarlo, el pueblo cubano, el de la Isla, merece saber lo que está sucediendo.
Todos los cubanos revolucionarios, todos, militantes del partido, la juventud, cederistas, federadas, obreros, campesinos, profesionales, estudiantes, amas de casa, jubilados, los que pelearon frente en Playa Girón en 1961 o en el Escambray, los que gritaron sin vacilar, arriesgándose a la completa destrucción nuclear, “Comandante en Jefe, Ordene”, tienen derecho a ver a su nuevo Comandante en Jefe y pedirle que Ordene.
La Tribuna Vacia, detalle de El Gran Apagón --->
Mantener en secreto el estado de salud de Fidel Castro es absurdo, pero lo justifican con un supuesto peligro. Mantener en secreto a quien debe guiar a los cubanos en el combate en caso de que la hipotética agresión se produzca es irresponsable y no convence.
Si Raúl Castro personalmente declaró, hace menos de dos meses, y así lo que reproduce Granma en primera plana diariamente, que el único sucesor digno del Comandante en Jefe es el Partido, ya era tiempo más que suficiente de que la instancia superior del Partido en estos momentos sin Congreso ni Plenos del Comité Central, que es el Buró Político, se hubiera pronunciado con algo más que tímidas declaraciones individuales de que el Comandante en Jefe, el de verdad, evoluciona satisfactoriamente.
No hay que publicar programas ni decisiones que se dicen secretas solo por la pertinaz paranoia del sigilo totalitarista, que no confía ni en los revolucionarios a quienes dice defender y que cuenta con su apoyo.
Hay que demostrar el liderazgo, o aceptar la imposibilidad de ejercerlo. Los dirigentes están para eso.
Fue el mismo Raúl Castro quien declaró, en el mencionado discurso, que el liderazgo no se transmite por decreto ni se hereda: habiendo recibido la función a través de la famosa Proclama, los señalados por el Comandante en Jefe, el de verdad, deben asumirlo. No por complacer al enemigo imperialista ni a los cubanos del exilio, sino por respeto elemental a los revolucionarios cubanos que, para ser capaces de morir por sus líderes, deben estar convencidos de que existen.
Cualquier gobernante determina la política nacional, exterior, económica o social: es parte intrínseca de sus atribuciones. Pero ninguno, en ningún lugar del mundo, en ningún momento histórico, puede pretender ser sucesor de quien ha dirigido un país por más de cuarenta y siete años sin salir a dar la cara a su pueblo y el mundo, ni ordenando a sus colaboradores que hablen poco y no lo mencionen a él, el nuevo líder.
Si es una estrategia de crear expectativas y tensión mientras se atan los cabos sucesorios y se retiran escollos para después aparecer triunfalmente, esta demora ya es temeraria, y tanto cubanos de la isla como gobiernos extranjeros comienzan a peguntarse seriamente si Cuba de verdad tiene en estos momentos un Comandante en Jefe en funciones.
¿Será tal vez que Raúl también colapsó, enfermó gravemente, o está incapacitado para gobernar, temporal o definitivamente? ¿Qué las tensiones de lo grave y la urgencia del accidente de salud de Fidel quebraron también su propia salud deteriorada?
Esto explicaría las confusiones y ambigüedades de todos estos días, el Granma que no menciona los nuevos cargos de Raúl, los miembros del Buró Político limitados a decir que Fidel evoluciona, pero que no hacen patente su aceptación del nuevo líder. ¿Están esperando por la recuperación de Raúl Castro, o negociando un reparto del poder? Como quiera que sea, tardan mucho: nada bueno podrá salir de esto.
Los pataleos de los apologistas y los insultos que podrán lanzarnos a causa de estos criterios, o querer ignorar estas realidades sepultándolas en el silencio totalitario, quizás calme temporalmente miedos y temores que los sucesores que no saben serlo ya pueden estar viviendo, pero las conductas de avestruz no sirven para enfrentar este dilema.
Dos minutos de video de Raúl Castro hablando desde su puesto de mando a los cubanos y al mundo por la Televisión Nacional bastarían para un rotundo desmentido a las muchas especulaciones que inundan los medios de divulgación y los pasillos de las cancillerías extranjeras, por no mencionar las calles de La Habana Vieja, Chicharrones o Versalles.
Volviendo a palabras de Raúl Castro cuando declaró que un elefante no podría sustituirse con diez o cien conejos, ahora que el elefante convalece parece como si los conejos no se sintieran capaces de dirigir a los revolucionarios cubanos que han confiado en ellos. Esos cubanos honestos, revolucionarios sinceros, capaces de seguir a Fidel Castro como tantas veces han hecho, no van a seguir ni respetar conejos escondidos o en desbandada.
Un vacío de poder en medio de esta compleja situación es un peligro que puede provocar tremendos daños a la nación cubana. La muerte de un solo cubano por la violencia que se puede desatar por irresponsabilidad, ineptitud o cobardía de un liderazgo mediocre debe verse como un terrible crimen de lesa humanidad. Ninguna ideología de ningún tipo, ni a favor ni contra de Fidel Castro, justifica una guerra civil en Cuba que puede ser evitada.
No son los cubanos de Miami ni el gobierno de Estados Unidos quienes están poniendo en peligro el futuro de lo que aquí se llama la revolución cubana y los logros del pueblo: son esos a los que la historia colocó en el mismo vórtice en estos momentos decisivos, en esta hora de los hornos, y no demuestran estar a la altura de las circunstancias.
Si el nuevo e invisible Comandante en Jefe no acaba de ordenar a todos esos cubanos que le han otorgado su confianza porque Fidel les pidió que lo hicieran, y están a la espera de sus decisiones, corre el riesgo de aprender, en carne propia, lo que él mismo ha dicho de que el liderazgo ni se hereda ni se recibe por decreto.
Si el liderazgo colectivo del Partido, a través de su Buró Político, no se acaba de mostrar contundentemente con responsabilidad y decisión, sus miembros entenderán lo que quiso decir Raúl en ese discurso que, ante la realidad, ha pasado a ser un discurso realmente trascendente, histórico, independientemente del signo político de cada uno que lo lea.
No vendrán los marines americanos ni los exiliados cubanos a cambiar las cosas en Cuba: no hace falta. Serán los mismos cubanos, los revolucionarios, los militantes, los que han soportado privaciones y dificultades sin dejar de confiar en Fidel Castro, quienes sabrán encontrar a quienes, aunque no sean elefantes, no actuarán como conejos, para hacerse cargo del poder, por medios constitucionales o revolucionarios, para superar la sucesión paralizada.
No compartir la ideología política de esos eventuales nuevos líderes revolucionarios no nos autoriza condenar o rechazar los intentos, de ser sinceros, para impedir una cruenta guerra civil y salvar a la nación cubana del caos y la hecatombe que traería un vacío de poder: si nos invitan a participar de alguna forma en las soluciones, no lo rechazaríamos.
Rechazamos a Fidel Castro y su tiranía de más de cuarenta y siete años, no deseamos la sucesión sin cambios, pero mucho menos necesitamos una Cuba sin liderazgo ni mando en tan compleja situación, que pudiera convertirse en un estado fracasado más, donde la anarquía pueda dar espacio a agrupaciones mafiosas y encumbrar delincuentes.
Cuba es algo demasiado importante y trascendente para que vaya a quedar en manos de un liderazgo que no sabe serlo y resulta incapaz de asumir sus responsabilidades.
Pueden salvarla los revolucionarios honestos que existen dentro de Cuba, los que creen de verdad en la Revolución, los que soportan sacrificios sin disfrutar privilegios, los que aplauden pero no golpean, aunque no compartamos sus puntos de vista políticos: después habrá tiempo para disentir.
Ya decidirán esos nuevos líderes, los que responden a la hora que hace falta, si mantienen las mismas políticas de todos estos años o exploran nuevos rumbos: a ellos y nosotros los cubanos dentro de la isla corresponde hacerlo, porque estamos aquí, ahora cuando a los que debían en este momento histórico de Cuba ponerse al frente de los cubanos y evitar la anarquía, parece que les queda demasiado grande ese uniforme de Comandante en Jefe.
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