VIVIR EN LA ISLA. VIVIR CON ÉL
Nota del blogguista
La educación es un pilar del adoctrinamiento revolucionario, marxista y caudillista desde que el niño está en los Círculos Infantiles y en la escuela primaria o elemental. A partir de la enseñanza secundaria tienen períodos de 45 días en los cuales tienen que trabajar en las labores agrícolas lejos de sus casas y escuelas y de manera permanente, salvo los domingos que es el día de visita. En los preuniversitarios o enseñanza media superior los alumnos tienen que estudiar permanentemente en escuelas en el campo y todos los días tienen una sesión de 4 horas en el campo y 5 horas de estudio en las aulas. Si el estudiante recibe el aval político para entrar a la Universidad, estudiará haciendo prácticas de producción y práctica docentes y tendrán su período de un mes en el campo durante cada curso. Después de graduarse, el Estado le pagará lo que considere según escalas salariales existentes donde los trabajadores no decidieron nada y además tendrá que cumplir 3 años de Servicio Social trabajando en el lugar y centro laboral del país que las instituciones estatales responsabilizadas con esas tareas determinen. De no ir, se le anulará el título universitario.
Podría seguir argumentando muchas cosas más, pero me parece que ya es hora de dejar que lean el siguiente artículo
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Vivir con Él
Por José Luis Corrales
Nada se le escapa. Ni siquiera la corrupción y el robo generalizado de los bienes estatales, necesarios en muchos casos para sobrevivir con dignidad. Él sabe que todo el mundo roba y trapichea (en la isla a eso se le llama 'resolver'), pero Él deja hacer. Al fin y al cabo, todo es de todos y todos lo necesitan. De vez en cuando decide que ya está bien de robar y actúa, como cuando en un solo día cambió a todos los responsables de las gasolineras de la isla por jóvenes revolucionarios orientales porque aquellos llevaban años vendiendo bajo cuerda casi el 60% de la gasolina de los surtidores. Pero no metió a nadie en la cárcel.
Igual que no mete en la cárcel a los que se montan en las balsas y son detenidos por las patrulleras mar adentro. Los devuelve a sus casas y asunto concluido. Es su modo de hacer las cosas. Sin embargo, encarcela durante cuatro años a jineteros y jineteras que no tienen más oficio ni beneficio que el de acosar a los turistas y acostarse con ellos por 20 o 30 euros, una especie de nueva ley de vagos y maleantes como la que gozamos en España durante décadas. Las dos primeras veces que los pillan les ponen una multa. A la tercera van a prisión. La medida es dura, pero la prostitución ha disminuido drásticamente.
Igual que ha disminuido la afluencia de inmigrantes desde el campo hacia La Habana, en donde las condiciones de vida son más amables. Él decidió que en La Habana no cabía más gente y desde hace años, para poder residir un tiempo en la capital, hace falta un permiso especial del Poder Popular de tu ciudad de origen. Y si no lo llevas contigo en el bolsillo, la policía te conduce a la comisaría y se hacen gestiones inmediatas para enviarte a tu sitio en el próximo tren.
Pero todas las leyes son violadas cuando la necesidad acucia. Las camareras de los hoteles se roban el papel higiénico para revenderlo, los que custodian la leche en los hospitales venden por su cuenta unos cuantos litros para poder llegar a fin de mes, los albañiles venden un saco de cemento del Estado para que alguien repelle la fachada de su casa, los inspectores venden vista gorda para las casas de huéspedes que alquilan cinco habitaciones cuando sólo tienen licencia para alquilar dos, y la policía vende por 10 euros la liberación de uno de esos jóvenes que se buscan la vida en La Habana sin el permiso del Poder Popular de Holguín o de Santiago. En fin, como en todos sitios. Al final todo funciona, pero funciona así.
Y ese es el problema y uno de los cánceres de la revolución. Las conciencias de muchos ciudadanos honrados y que un día fueron —o que todavía lo son— utópicas, hace tiempo que comenzaron a romperse y el sálvese quien pueda y la doble moral se van imponiendo a fuerza de la normalidad del pequeño delito. No parece haber contradicción alguna en ser un fiel revolucionario y comprar leche a quien la roba de un hospital para dar de desayunar a un turista que se tiene alquilado en la casa. La necesidad es la necesidad.
Pero la necesidad se resume para unos en un frasco de champú y para otros en unas deportivas Nike o en un nuevo teléfono móvil. Porque ya no son todos iguales, como al principio de la utopía, por más que Él se empeñe en cortar de raíz cualquier iniciativa privada que conduzca a un enriquecimiento desmedido. Desde que el turismo empezó a ser masivo, en la isla hay una nueva generación de ricos. Un ingeniero ya no es nadie. Gana en un mes exactamente lo mismo que se saca un taxista clandestino en un viaje turístico de un día de La Habana a Pinar del Río. Así que muchos ingenieros se han convertido de repente en profesionales del turismo, aunque sea para acarrear maletas, que siempre caen propinas.
Pero no todo es buscarse la vida con tácticas torticeras. Es verdad que el sueldo medio (unos 20 euros al mes) da para pocas fiestas, pero sí llega para cubrir necesidades básicas. En las tiendas estatales, además de los productos mensuales de la cartilla de racionamiento (un par de kilos de arroz, uno de frijoles, un kilo de pollo, unos cuantos huevos, un par de kilos de azúcar o una pastilla de jabón a precios irrisorios), los precios del resto de los productos van acorde con los salarios. Si además se tiene en cuenta que todos los niños, adolescentes y universitarios reciben la comida gratis en sus centros de estudio y que los trabajadores reciben el almuerzo prácticamente gratis en sus centros de trabajo, hambre, lo que se dice hambre, no hay quien pase.
En Cuba hay pobreza, pero no hay miseria, como en la mayoría de los países de su entorno. La educación es gratuita y de calidad en todas sus etapas, la medicina cubre todas las necesidades de la población (incluso la cirugía estética no cuesta nada), la vivienda, aunque precaria en muchos casos, está garantizada para todo el mundo. Todos los hogares disponen de los electrodomésticos básicos (aunque tengan 50 años), vendidos por el Estado a plazos y precios irrisorios: televisores, frigoríficos, cocinas, ventiladores… Son cada vez más los hogares que disponen de vídeo y en casi ninguno falta un equipo de música. Lo peor son los coches. O tienes el que ya tenías antes de la revolución o es imposible conseguir uno nuevo para uso privado, aunque hayas ahorrado dinero para pagarlo. De todos modos, quién sabe cómo, hay quien consigue un Lada de 20 años al módico precio de 10.000 euros.
En cuanto al ocio, cualquiera conoce la calidad del deporte cubano. La asistencia al cine, al teatro o al ballet cuesta unos céntimos, igual que los libros. Eso sí, se editan pocos y muchas películas ni llegan, aunque se pueden conseguir en vídeo bajo cuerda.
De vez en cuando la vena generosa del Comandante decide que hay que actualizarse en el campo de la informática y llena las escuelas de ordenadores. O decide que hay que culturizarse y monta clases diarias de distintas materias por televisión.
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