CUBA: UN AMARGO DESPERTAR
Cuba: un amargo despertar
Por Fernando F. Méndez de Andés
Diario Nuevo Siglo On line
Felipe González sentenció su abandono del totalitarismo afirmando que preferiría morir en el metro de Nueva York que vivir en la Unión Soviética. Qué oportunidad ha perdido el actual presidente para recuperar la memoria histórica y recordar cuánto mejor era la situación económica y de las libertades democráticas, la educación, las pensiones y la sanidad en la España de Franco que en la Cuba que deja Fidel.
La transición en la isla ha comenzado y bien sabemos los españoles que nada hay atado y bien atado, que la salida de un régimen personalista y carismático nunca es continuista, porque nada puede continuar sin el Gran Timonel que sometía voluntades y negociaba ambiciones. Después de mí las instituciones, solía decir Franco. Pero en España, como sucederá pronto en Cuba, las instituciones se derritieron como un castillo de arena al que le llega la marea. Porque el emperador está desnudo y las adhesiones multitudinarias se entierran con el dictador.
Es una transición que nos llena de inquietud pues no hay país con el que los lazos sentimentales sean más profundos. No es solo la última colonia cuya pérdida provocó una catarsis social comparable a lo que fue la guerra de las Malvinas para los argentinos, al señalar el retraso con el que entrábamos en la modernidad. Ha sido también destino preferente de emigración y su imagen evoca querencias profundas -escribo este artículo hojeando fotos del Centro Asturiano de La Habana de 1893, y de su delegación en Tampa, Florida, en 1930.
Y luego la revolución, un virus que se instaló en las jóvenes mentes de mi generación con la fuerza irracional de un mito. La misma enfermedad que llevó a Sartre a negar el Gulag o a Neruda a escribir odas a Stalin sigue apoderándose de muchos que se dicen demócratas y les impide juzgar con objetividad un régimen histriónico, detestable y cruel que ha convertido a Orwell en aprendiz y a Goebbels en becario. Tan nublado tienen el juicio que ni siquiera se atreven a pedir una salida democrática para la isla. No vaya a ser que ganen los partidos del exilio.
Pero volvamos al ejemplo de la transición, tras subrayar las diferencias de partida, para obtener algunas enseñanzas. Primera, en España había un amplio consenso sobre el futuro cimentado en la democracia parlamentaria, la economía social de mercado y la idea de Europa. Es sorprendente, si no directamente un insulto a la inteligencia, que no exista ese mismo consenso para Cuba. Que haya demócratas españoles y europeos, y hasta Premios Nobel y Príncipe de Asturias, que estén dispuestos a hacer una excepción con el caso cubano y se muestren partidarios de condonar, avalar y hasta recomendar una salida dirigista, intervencionista y totalitaria, solo para fastidiar a Bush y a los americanos del norte, es un ejemplo de doblez moral y de ausencia de convicciones democráticas. Total, qué más da si condenamos a los cubanos a unos cuantos años más de miseria económica, hambre, prostitución y represión, si a cambio tenemos distraído al Imperio en su patio trasero.
El Área de Libre Comercio de las Américas que vienen impulsando todas las administraciones norteamericanas no tiene el atractivo político que tuvo la Unión Europea a la salida del comunismo en Europa del Este. Pero es una idea poderosa y factible. Y ha demostrado su eficacia para traer a México la prosperidad, la democracia y la modernidad, a pesar de los aspirantes a caudillos. Junto a una recuperada inversión directa en la isla, puede servir para engrasar con crecimiento la transición cubana a la democracia. Por no mencionar una posible dolarización de la isla como la mejor opción ante la ausencia de moneda convertible propia, la falta de credibilidad y competencia en un banco central que aún se precia de haber sido presidido por el Che Guevara, la existencia de una oferta monetaria autónoma en dólares procedentes del exilio y la más que probable concentración comercial con Estados Unidos como principal cliente y proveedor.
Segunda, en la salida democrática han de caber todos los cubanos. Incluidos los que se han tenido que exiliar por motivos políticos o económicos y viven en Florida o en España. Produce estupor, o mejor indignación, que los que más insistieron acertadamente en la integración de todos los españoles, sin vencedores ni vencidos, a la muerte de Franco, se esfuercen ahora por apartar a los exiliados cubanos en Florida de cualquier diálogo político en el cambio de régimen. Son demasiados los que quieren negar legitimidad al exilio cubano y a sus instituciones y desconocer su derecho a pactar la Reforma con los herederos del régimen castrista. Trabajemos para que elecciones libres determinen en cuanto sea posible la representatividad de cada opción política, pero mientras tanto reconozcamos que los exiliados tienen al menos la misma legitimidad democrática que los cómplices y herederos de la dictadura. Y que nadie les estigmatice por querer derribar al régimen dictatorial. ¿No es eso lo que quiso hacer el PCE y hasta los democristianos españoles? Y pensemos también en cómo borrar cualquier vestigio del régimen castrista de calles y plazas, ¿o es que las víctimas y presos cubanos tienen menos derecho a sentirse dolidos que los españoles porque el sátrapa era de izquierdas?
Tercera, la salida democrática ha de producirse respetando la legalidad y la vigencia de los contratos. Esta condición es muy sensible en Miami, pero es necesario evitar un replanteamiento general con efectos retroactivos de la legalidad civil y mercantil. Cierto que nuevamente la izquierda latinoamericana tiene poco que enseñar en este capítulo, pues los nuevos caudillos, con la excusa de una refundación bolivariana o indigenista, aprovechan para incumplir contratos y obligaciones nacionales e internacionales. La tentación de hacer lo mismo es muy poderosa entre el exilio cubano, y la torpe política del gobierno con esa comunidad, despreciada por razones ideológicas y últimamente estigmatizada como culpable del triunfo de Bush, no ha hecho más que agravar la voluntad justiciera contra unos españoles que han prolongado la vida del régimen. Conseguir el apoyo norteamericano a esta tercera condición es tarea difícil. Más para un gobierno cuya política exterior puede parodiarse como dime qué apoyan los norteamericanos que yo me opongo. Pero es imprescindible si queremos proteger los legítimos intereses de empresas y particulares españoles. Y si no queremos que la incertidumbre jurídica se extienda como mancha de aceite por un mundo globalizado.
Cuando finalmente desaparezca Fidel, Cuba despertará de una larga pesadilla. Será un tránsito amargo, pero el final es prometedor. España puede y debe ayudar a restablecer la democracia, los derechos humanos y la economía de mercado en la isla. Debe hacerlo sin pretensiones colonialistas ni antiimperialismos trasnochados, liderando la posición europea pero trabajando de la mano de Estados Unidos en beneficio de los cubanos y en defensa de los intereses españoles. Sincomplejos, y sin demagogia.
Fernando Fernández Méndez de Andés es Rector de la Universidad Antonio de Nebrija
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