LA CUBA POST-FIDEL
Por Ernesto F. Betancourt
Diario de las Américas
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Diciembre 13, 2006
Una vez fuera del juego Fidel, sólo es aceptable plantearse ¿qué requiere la soberanía del pueblo cubano? Primero que nada, requiere que aprendamos a convivir unos con otros y a tolerarnos mutuamente a pesar de las divergencias que podamos tener. Las intransigencias de seguidores y oponentes que han prevalecido bajo el castrismo tienen que llegar a su fin, la Cuba post-Castro tiene que ser la patria de todos y para el bien de todos que predicara Martí.
Eso quiere decir que tanto los del régimen como los de la oposición tenemos que aceptar el derecho de los otros a sus opiniones y criterios. Esa es la gran lección de la disidencia. A pesar de las muchas arbitrariedades e injusticias a que han sido sometidos, entre ellos prevalece la noción de la transición pacífica y la no venganza. Pero eso no significa que no haya justicia. Hay que sancionar a los que hayan cometido injusticias y compensar a los que hayan sido víctimas de medidas arbitrarias.
En la implementación de un régimen de transición, el primer paso es la libertad de los presos por expresar desacuerdo con el régimen. Pero libertad en su concepto más amplio. Es decir, sin la espada de Dámocles que implica la libertad extrapenal que está otorgando actualmente el régimen, sino reconociendo que expresarse libremente es un derecho inalienable del ser humano. Igualmente, es necesario que se reconozca la libertad de asociación y movimiento. Eso quiere decir que los cubanos sean libres de asociarse en sindicatos, entidades cívicas y partidos políticos para defender sus derechos e intereses dentro de la sociedad. También será necesario que se reconozca el derecho de los cubanos a establecer individualmente, o en sociedades civiles, empresas de todo tipo, tanto industriales como agrícolas o de servicio y de ser dueños de propiedades. Y restaurar el imperio de la ley con la independencia del poder judicial. Esto es, crear el contexto institucional del cambio que coronarían unas elecciones multipartidistas.
Eso podría hacerlo el gobierno de sucesión de Raúl Castro, o una Asamblea del Poder Popular que convocara Ricardo Alarcón para discutir el Proyecto Varela y el Diálogo Nacional propuesto por Oswaldo Payá. Si no hubiera respuesta de las autoridades existentes, pudiera hacerlo una Junta Cívico Militar, como ha propuesto el Comandante Huber Matos en su Mensaje a las fuerzas armadas y del Ministerio del Interior. La Cuba post-Fidel es de todos y todos deben participar. Sólo ante esas iniciativas internas, sería procedente el estímulo de fuera, tanto del gobierno de los Estados Unidos como de la Comunidad Europea y los organismos internacionales como la OEA, el Banco Mundial, el BID y el FMI. Ese estímulo es el que debiera ser objeto de la negociación que planteó Raúl en su discurso del 2 de diciembre, en el cual, lamentablemente, no hizo oferta alguna al pueblo cubano.
De más está decir que la tan vilipendiada comunidad cubana en el exilio estaría dispuesta a dar su apoyo a una iniciativa de este tipo. Prueba de ello es la forma generosa en que Consenso ha tomado iniciativas para estimular un alivio a las medidas aplicadas por el gobierno de Estados Unidos en materia de viajes y remesas a Cuba, aún sin haber recibido ni pizca de aliento de que serían complementadas por el régimen. A estos efectos, es alentador que el régimen de Raúl haya pospuesto hasta abril l la implementación de las medidas represivas implícitas en las resoluciones sobre disciplina laboral. Hace falta algo más amplio. La Cuba post-Fidel está definiéndose ya.
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