WILD PITCHER
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A fuerza de no tener, parece que los cubanos ni siquiera tienen derecho a informarse sobre la salud del hombre que martirizó el país medio siglo.
miércoles 27 de diciembre de 2006 6:00:00
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Por José Hugo Fernández
Ciudad de La Habana
Demasiadas bolas. Y no aparece el strike. La providencia está descontrolada. Ha perdido el jom (home). Y para colmo, hay cruce en el intercambio de señales. El receptor espera un lanzamiento y el lanzador le tira otro.
Unos dicen que el secreto de Estado no se muestra ante la vista pública porque no le quedan pelos en la cabeza ni (lo que es más grave) en la barba. Otros agregan que le falta la voz. Abundan los que aseguran haberse enterado de buena tinta de que ha caído en coma irreversible. Los más hablan de cáncer. No son menos los que niegan esto último para "aclarar" que, en realidad, lo sucedido es que se produjo un error por parte del selecto equipo médico que lo atendía y ello motivó un deterioro en su estado de franca recuperación. Pero ahora le han cambiado los médicos y la cosa va bien, lentamente pero progresando.
Cubanos en una calle de La Habana. (AP)
Algunos replican que de eso nada, que no puede sacar siquiera un dedo de la cámara de oxígeno. Y están incluso quienes dan por hecho que ya ha pasado a mejor vida pero que lo mantienen embalsamado, a la espera quizás de que el advenimiento de 2007 ofrezca una mejor cobertura para la noticia.
Lo único cierto es que nadie (entre la gente de a pie) conoce la verdad completa. Así que cada cual sigue la tradición de inventarla según su fantasía y sus expectativas personales. Qué remedio. A fuerza de no tener, parece que no tenemos siquiera el derecho a estar informados sobre el estado clínico del hombre cuya voluntad rigió nuestra existencia durante los últimos 48 años.
Bolas de arriba hacia fuera
Lo curioso, lo triste, es que si en este instante decidieran decirnos la verdad, tampoco les creeríamos. El mismo hombre nos había prevenido con algo más o menos así: nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella, por eso nos parece que se hunde el mundo cada vez que escuchamos la verdad.
Claro que el mundo no se nos va a hundir (más de lo que ya está para nosotros) porque nos digan lo que al fin y al cabo tendrán que decirnos. En todo caso, los que sí se hunden cada día más son aquellos que contra toda lógica, contra todo principio, se empeñan en perpetuarnos en la condición de topos sin salida a la claridad, a la vez que insisten en autocalificarse como revolucionarios.
También nos los dejó advertido el mismo hombre que tanto ha dicho y contradicho: "¿Cómo llamar revolucionario un gobierno donde se han conjugado los hombres, las ideas y los métodos más retrógrados de la vida pública?".
Por nuestra parte, continuamos entreteniéndonos en el conteo regresivo, mientras lanzamos bolas hacia adentro, hacia abajo y hacia ambos lados. Unos dicen que nos falta poco para empezar a salir del atolladero. Otros no le ven la punta, por más que se anuncie. Hay quienes se preguntan si no será peor el remedio que la enfermedad. Están los que consuelan con el argumento de que comoquiera que sea, lo porvenir no podrá ser peor, ya que nada es peor que peor. Y están los que sostienen que ningún otro momento resultó tan indicado y oportuno para hacerse a la mar.
No obstante, la bolas más descontroladas, las incapturables, siguen siendo las que lanzan los de arriba hacia fuera cuando declaran que todo se encuentra en orden y bajo control, que el juego recién comienza y que al igual que en los buenos tiempos, guarda sus mayores emociones para más adelante.
Wild pitcher. Lo más emocionante del juego es que ya terminó. Derrota por cruce en el intercambio de señales. Sólo que el equipo perdedor no se ha dado cuenta.
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