miércoles, diciembre 27, 2006

EL BONSAI SOCIAL CUBANO

Tomado de http://www.democraciaparticipativa.net

El bonsái social cubano.


Por Miguel Saludes.


En los años noventa un humorista cubano recreó en el espacio de un popular programa televisivo lo que pudiera ser la imagen ilustrativa de la sociedad cubana actual. Matute, personaje encarnado por el actor Ulises Toirac, provocó la risa en millones de hogares en la Isla a la vez que llevó a reflexionar a muchos telespectadores sobre la verdad del sistema que gobierna el país. El episodio satírico versaba sobre una entrevista hecha por cierto medio informativo a un campesino criollo creador del primer bonsái que prescindía de la poda de ramas y raíces, ni de transplantes a macetas. La respuesta de cómo las plantas se mantenían en su sitio de origen sin crecer una pulgada contenía una de las mejores agudezas utilizadas para criticar al régimen totalitario o al menos casi todo el mundo lo vio de esa manera.

El personaje ficticio expuso su método, al que calificó de más humanizado por evitar que las plantas escogidas para permanecer enanas tuvieran que sufrir los hasta entonces inevitables cortes. Basada en la persuasión, su técnica consistía en advertirles a los pequeños árboles lo adecuado de dejar de crecer y mantenerse a una altura pareja. Esta advertencia era seguida por amenazas sobre todos los males que les acarrearía la osadía de alargar sus tallos algunos milímetros. En caso de reincidencias se aplicaba el bochorno colectivo, haciendo que el infractor se sintiera disminuido ante sus compañeros de plantación y reconsiderara seguir en su empeño de crecer. Matute también empleaba carteles que ponía alrededor de todo el terreno en los que advertía que cualquier crecimiento mínimo sería considerado un acto de traición y que el infractor sería arrancado de raíces y echado a los cerdos. Los resultados obtenidos eran palpables. Ni las palmas se atrevían a imponer su estatura, igualándose a los más insignificantes arbustos.

Muchos hoy todavía se cuestionan sobre la razón de que el pueblo cubano parezca adormecido, incapaz de alzar la voz ante tanta injusticia, mostrando lo que parece ser un miedo paralizante. Rodeada de una muralla de mitos humanos e históricos de donde apenas logran salir personas con criterios demasiado independientes la sociedad cubana apenas ha podido crecer con plenitud. La parodia de las plantas tratadas a la manera del ingenioso Matute, se ajusta muy bien al proceso acontecido en Cuba durante más de cuatro décadas.

La sobreprotección de un Estado fuertemente impuesta a los retoños humanos que quiere amoldar según sus criterios masificadores, donde supuestamente quedarían eliminadas las diferencias, pero con el costo de mantener un mismo tamaño, no trajo por consecuencia el logro de una persona mejor. La proliferación de sentimientos tan perjudiciales como la envidia y el desdén hacia quienes mostraban capacidad a hacerse diferentes por su empeño, vino acompañado de un no menos nocivo apacentamiento de humildad e inferioridad ante el resto, que debería asentir con alegría que nadie tuviera una estatura mayor que la establecida por los cánones oficiales para el ciudadano socialista modelo. Aburguesados, intelectualoides, siquitrillados burócratas, confundidos y hasta amorales ideológicos, fueron las expresiones utilizados por el Matute en Jefe para reducir a quienes demostraban un crecimiento fuera de lo común. Como en el bonsái del cuento, también se aplicaron las amenazas y castigos a quienes descubrieron su naturaleza independiente. Las celdas, el destierro o la disposición ante la turba es la mejor comparación con la explicación de la imagen del arbusto que ha dejado de crecer aún con todas sus partes en función. Es una técnica muy efectiva la de sembrar el miedo a desarrollarse con libertad, así como el sometimiento colectivo ante los reglamentos establecidos para decir como escribir, pensar o hablar.

Al final, aunque se cumplieran las bondades del hacedor del árbol pigmeo, el resultado siempre hubiera sido triste y desesperanzador. Una planta original metida en la frialdad de una maceta, dependiente de las dosis de agua, abono y sol que le corresponden en ese estado artificial, tal vez libre del peligro de los rayos, sequías, ciclones, pero sin belleza natural. Así viven las personas bajo el totalitarismo, que proclama tenerles garantizado un futuro tranquilo, estudios, salud y alimentación gratuitos. Todo dado por dosificación gubernamental. Si se cumplen las disposiciones del bondadoso jardinero no hay nada que temer, siempre y cuando no se intente salir del espacio diseñado para mantener el formato del pueblo o sociedad “ideal”. El árbol crecido en libertad, al igual que las sociedades libres, puede ser afectado por los avatares externos, pero su crecimiento se produce en toda dimensión, sin artificios, adornos y mentiras.

Quizás el enanismo artístico de resultado con ciruelos, naranjos y otros árboles. Pero no con los hombres. Aunque bajo licencia poética se les compare con sus hermanos vegetales, se busquen similitudes y hasta se haya comprobado que estos últimos son capaces de responder a estímulos exteriores, existe una diferencia vital entre ambos y es que el ser humano ha sido creado para la libertad. Los peligros y los miedos ante lo desconocido constituyen más bien un estímulo para que el hombre siga buscando, avanzando y creciendo en su desarrollo. Este espíritu es el que impulsa a toda la comunidad humana cuya misión es caminar, aunque sea en el mismo sitio.

Aquel chiste fue costoso para el actor, quien estuvo varios meses sancionado sin salir en la pequeña pantalla. Todo porque su broma encerraba la demoledora verdad sobre un sistema que ha querido convertir a la sociedad que domina en un gigantesco bonsái al que pretendido mostrar como obra perfecta del endiosamiento de un régimen que quiso diseñar el crecimiento de la nación cubana.