viernes, enero 05, 2007

DUALISMO FILOSÓFICO E IDEOLOGÍA

Dualismo filosófico e ideología


Por Emilio Ichikawa
Desde los tiempos antiguos los filósofos han tratado de fijar el ''fundamento'' del mundo, anticipando aquello que lo constituye y, a la vez, lo explica. El ideal metafísico, formulado por Aristóteles en un grupo de escritos homónimos, sugiere que el fundamento elegido debe significar ''el menor número de causas, sin llegar a cero''. Es decir, una. En filosofía esa posición se suele identificar como ''monismo'', e históricamente se la encuentra comprometida con respuestas específicas tales como substancia, naturaleza, ser, Dios.
El ''monismo'' ha sido una posición muy prestigiosa. Entre todas las posibles (que ciertamente no son muchas), es también la más hermosa, arriesgada y ardua.

Intelectualmente menos elegante, pero más cómodo, es el ''dualismo''. Según esta elección especulativa, no habría en la base del cosmos ''un'' fundamento, sino ''dos'': el bien y el mal, la luz y la sombra, Dios y el diablo, cada uno con el mismo rango.
El ''dualismo'' tiene la ventaja de permitir una explicación simple del origen de las cosas. Así, el bien se explicaría como una suerte de degradación del mal, y viceversa. Lo que también pudiera expresarse como predominios temporales del ángel bueno o del ángel malo.
Vista así, la filosofía parece un juego. Y lo es efectivamente. Un juego mientras se mantenga en los límites de la escuela, en manos o bocas de maestros y alumnos diligentes, y no pase a formar parte de estrategias ideológicas diseñadas por poderes capaces de influir en la vida de la gente.
En el ámbito de lo que podemos llamar ''marketing ideológico'', la fórmula ''dualista'' ha alcanzado gran popularidad, tiñéndose de consecuencias morales y políticas. Se ha puesto de moda pensar los más complejos eventos fijándolos en dos dimensiones, aparentemente extremas, para después concluir que existe entre las mismas una calzada central de mayor racionalidad.
Algunos enfoques de la historia cubana padecen de ese simplismo dualista. Cualquiera habrá escuchado la tesis de que el castrismo sería, en efecto, una dictadura; que a la vez contempla una contradictadura representada por el exilio de Miami.
El mismo exilio miamense ha sido rediseñado en dos. Habría, es lo que dicen, un exilio histórico recalcitrante, y otro tan laxo que podría incluso calificarse de castrista. Entre ellos dos, un centro santurrón se llevaría los méritos de esa racionalidad ilusoria.
Pero más sorprendente es aún que los ideólogos del Vaticano, es decir, del catolicismo, es decir, de una de las religiones más férreamente monoteístas de la historia, hayan inventado un dualismo de emergencia para conservar su actitud didáctica y parroquial ante los problemas del mundo.
Según dice el Vaticano, está dispuesto a condenar no sólo al totalitarismo, sino también al capitalismo salvaje. Así, artificialmente situado entre uno y otro, autosantificado en esa utopía epistémica de centro, pretende castigar aquí, premiar allá, salvarse moralmente en cualquiera de los casos. Igual que el viejo Manes, el nuevo apóstol debe advertir a Putin que no exagere con el control de la libertad, a Bush, que no se exceda en la protección bélica del gran mercado.
Muy bonito. Muy falso. Al final se mantendrá el discurso, tanto como el mal que trata de advertir. A una realidad previamente falseada no se puede acceder con malabarismos de filósofos preantiguos. En cuanto a Cuba las evidencias son contundentes: en la base del castrismo no hay dos principios en pugna, sino una práctica irrestricta del mal. O para decirlo con decencia nietzscheniana: eso que llaman revolución no es más que el ejercicio consecuente e implacable, por medio siglo, de una voluntad de poder descomunal sobre una isla pícara, inocente y políticamente estúpida.