viernes, octubre 05, 2007

LA LIBERTAD DE LA LUZ

Tomado de El Nuevo Herald.com


La libertad de la luz

Por Marifeli Pérez-Stable

El libro es un compendio de los primeros 78 editoriales de la revista Vitral. En abril, Dagoberto Valdés Hernández fue relevado de la dirección de la revista así como del Centro de Formación Cívica y Religiosa. Vitral y el centro recién inauguran una segunda época, sin Dagoberto, sin el colectivo de pinareños que lo acompañó y sin monseñor Siro González Bacallao, ese obispo guajiro retirado a Mantua a fines del año pasado.

Detenernos en los pormenores del por qué una segunda época de Vitral sería llover sobre mojado. Hace unos meses, el propio Dagoberto dijo a LiberPress: ''Me quedo en Cuba, en esta Iglesia y en esta incipiente sociedad civil''. En ese espíritu comparto algunas ideas suscitadas en mí por la lectura de La libertad de la luz.

A partir del siglo XIX, el ideal republicano y el civismo ciudadano inspiraron a los cubanos: a los independentistas y los autonomistas, a las generaciones republicanas, a los que dieron la vida o sufrieron largas condenas carcelarias por defenderlo después de 1959, a los que emprendieron la lucha pacífica por los derechos humanos a mediados de los 70. Por esos ideales, cubanos dignos --en la isla, en el exterior y en prisión-- hoy alzan sus voces, sus mentes y sus corazones en favor de una Cuba democrática. En la isla, aquellos que van adquiriendo conciencia del poder de los sin poder --al decir de Vaclav Havel-- también fortalecen los cimientos de esa sociedad civil en proceso.


( Marifeli, vestido color malva, en la mesa de presentación )

Una ciudadanía soberana --en pleno ejercicio de sus derechos-- es el hilo conductor de los editoriales de Vitral. Por convicción republicana y su fe católica, Dagoberto y su equipo sitúan al centro a los seres humanos de carne, hueso y alma. Los cubanos de buena voluntad --dondequiera que vivamos y sin que importen nuestras diferencias-- sabemos que los gobiernos deben atender las necesidades terrenales de la gente y respetarles sus derechos. Parecería una perogrullada, pero no lo es porque de Cuba se trata y sus gobernantes ejercen el poder omnímodamente, valorando lo que ellos entienden por soberanía nacional a expensas de las necesidades y los derechos ciudadanos y despreciando, por consiguiente, el baluarte que una ciudadanía plena representaría para la soberanía nacional. Una Cuba soberana pasa por don Manuel Márquez Sterling: ``A la injerencia extranjera, virtud doméstica''.

Sin trabajo no hay país, dice uno de los editoriales de la joven Vitral. Dagoberto nos recuerda lo de sin azúcar no hay país del hacendado José Manuel Casanova. En los años 40 se dieron otras conjugaciones igualmente pertinentes: por el azúcar no hay país del economista Raúl Cepero Bonilla, sin los obreros no hay azúcar del líder obrero Lázaro Peña y sin industrias no hay país de la Asociación Nacional de Industriales de Cuba, frases que, en su conjunto, señalan dinámicas encontradas del desarrollo económico antes de 1959. Ninguno de sus autores, sin embargo, jamás hubiera pronunciado sin trabajo no hay país. Por tratarse de Cuba hoy, la frase de Dagoberto tampoco es una perogrullada.

En una entrevista reciente, Dagoberto mencionaba el clamor popular por ''levantar cabeza''. Al escucharlo me vinieron a la mente aquellos que, desde la Cuba oficial, enfatizan la centralidad de producir bienes materiales, surtir bien el plato de comida y emprender cambios estructurales. En Cuba, estos señalamientos tampoco son perogrulladas porque los que la gobiernan no manifiestan la voluntad política para, al menos, poner al centro las necesidades materiales de nuestra gente.

Hora de oportunidades, nos dice Dagoberto en su último editorial, preclaro y valiente. El civismo ciudadano, una ciudadanía soberana, el trabajo al centro del desarrollo individual y nacional, libertad para ''levantar cabeza'' y libertad en las urnas, pasar de la adolescencia cívica a la madurez ciudadana: eso nos dice, o nos da a entender. La mayoría de los cubanos --dondequiera que vivamos-- somos gente buena, cualqesquiera que sean nuestras creencias políticas o religiosas. Debemos asumirnos como tal y apelar a nuestros mejores instintos. Es, también, la hora de la generosidad.

mps_opinion@comcast.net
Vicepresidenta para la gobernabilidad
democrática, Diálogo Interamericano,

Washington, DC y profesora de FIU