domingo, marzo 02, 2008

SIN FIDEL, ¿ Y AHORA QUÉ ?

Sin Fidel, ¿y ahora qué?


Por Carlos Alberto Montaner


Fidel se va, pero se queda. La primera decisión que ha tomado su hermano Raúl como flamante presidente de Cuba es delegar sus atributos y consultarle a Fidel todos los temas importantes. El parlamento respaldó esa propuesta por unanimidad. Por algo a estos infelices diputados los conocen como ''los niños cantores de La Habana''. Es un coro pueril, complaciente y afinado. Llevan medio siglo obedeciendo y no saben hacer otra cosa. Seguramente, ésa fue la condición exigida a Raúl para que pudiera ocupar formalmente la presidencia del país. Fidel se ha reservado el poder de veto. Seguirá gobernando hasta su muerte.

De eso se trata esta nueva jugada. Fidel está muy mal de salud y quiere continuar mandando desde el más allá. Los brasileros, que son la fuente más fiable e indiscreta que se conoce sobre la salud de Castro, especialmente el entorno de Lula, lo afirman en privado: lo asombroso es que todavía esté vivo. Incluso, sotto voce, me han reiterado el primer diagnóstico que ellos divulgaron y luego desmintieron: realmente, fue cáncer lo que tuvo. Han vuelto de La Habana con esa vieja-nueva noticia. Y si ahora Fidel entrega el mando, aunque conserve la autoridad y la capacidad de obstaculizar cualquier reforma, es porque sabe que no le queda demasiado tiempo en este valle de lágrimas.

Antes de darle a Raúl la llave de la dictadura, Fidel limpió el Consejo de Estado de reformistas dispuestos a convivir con los demócratas de la oposición. Ahí no están, por ejemplo, Abel Prieto o Eusebio Leal, dos altos funcionarios dulcemente razonables. A Carlos Lage --el presunto Adolfo Suárez en todas las quinielas políticas-- lo desplazó de la línea sucesoria. Colocó en su lugar a José Ramón Machado Ventura como eventual sustituto de Raúl, un anciano apparatchik, organizado e inflexible, que tendrá a su cargo disciplinar al desvitalizado Partido Comunista, una estructura zombie en la que 800,000 personas militan por inercia y no por convicción. Fenómeno nada sorprendente cuando recordamos que el de la URSS tenía 20 millones de miembros y lo disolvieron por decreto sin una sola protesta callejera.

Raúl se propone resolver las cuestiones materiales más urgentes heredadas de la devastadora era fidelista. Está convencido de que los cubanos, en realidad, no desean libertades, sino pan con mantequilla. Cree que si el gobierno mejora el suministro de comida y la población vive un poco mejor aceptará de buen grado lo que hoy admite por resignación e impotencia. Es una forma endurecida y cínica de ver las cosas, pero es la que tiene. Cuando Raúl cierra los ojos y sueña con el futuro de Cuba ve tres panoramas sucesivos.

• A corto plazo (12 meses, pero con los primeros cambios antes del verano) vislumbra un país más productivo y menos hambreado que el que ha recibido.

• A medio plazo (36 meses) se imagina una sociedad menos rígida, con espacios de opinión más amplios. La reciente publicación del discurso del cardenal Bertone y una actitud más hospitalaria hacia la Iglesia es un anticipo de ello.

• A largo plazo (60 a 72 meses) sueña con haber reproducido en Cuba un modelo más parecido a la Rusia de Putin que a la China actual, donde el capitalismo controlado por los viejos amiguetes del partido, del ejército y del Ministerio del Interior manejan todos los hilos del poder político y económico, garantizando el sostenimiento de una élite, capaz de autorrenovarse, que manipulará al país por varias generaciones hasta que la anomalía histórica del comunismo se vaya disolviendo sin traumas en una aceptable normalidad latinoamericana.

Raúl se equivoca. Le fallan las premisas básicas. El partido no es revitalizable porque ya casi nadie cree en el colectivismo o en las tonteras marxistas, como afirman los propios hijos de la nomenklatura. (Si Raúl lo duda, ¿por qué no conversa con los hijos de Juan Almeida, Carlos Lage, Machado Ventura, Juan Escalona o de su hermano Ramón?) Las fuerzas armadas tampoco son un bloque monolítico. Se mantienen unidas por lealtad a Fidel y porque están más cerca del espíritu de banda que de la disciplina castrense, pero ideológica y emocionalmente hace mucho tiempo que rompieron con el discurso revolucionario. Uno no elige la carrera militar para administrar hoteles o para darles de comer a los turistas canadienses.

Los cubanos quieren algo más que pan con mantequilla. Quieren libertades. Quieren poseer empresas, tener bienes, salir y entrar libremente en el país, contar con diversas opciones políticas, leer e informarse como les da la gana y recuperar el control de sus vidas, secuestradas por los Castro hace medio siglo. Lo que debe comprender Raúl es que el destino no lo ha colocado en ese puesto para salvar a una revolución que hundió al país y casi nadie quiere, sino para enterrarla ordenadamente. Ese es su mejor papel.

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