DISPARATES REVOLUCIONARIOS
Disparates revolucionarios
Por Juan Carlos Linares Balmaseda
LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Vivimos subyugados a los disparates revolucionarios que cotidianamente nos asedian. Algunos son tan deprimentes como el recurrente tema de la doble moneda, que nos lleva constantemente a la incertidumbre.
Casi siempre se conciben arriba en las esferas del gobierno y acarrean connotación ideológica. Una de las obras cumbres del disparate ideológico fue exhibida hace poco en la televisión nacional: Era un cortometraje que apologizaba la vida de un “mártir revolucionario” militante en una cedula del Movimiento 26 de julio, liderado por Fidel Castro. El joven murió, y cito textualmente: “A manos de esbirros de la tiranía batistiana cuando ejecutaba una acción de sabotaje”. La acción consistía en poner bombas en las calles para sembrar el “terror revolucionario”. Sin cuestionar diferencias o similitudes entre revolucionarios y sicarios, este tipo de disparate pertenece al género del sublime terrorismo.
Pese a que los disparates de arriba retuercen la inteligencia y el lenguaje, abajo en la muchedumbre es donde más se desnivela el pensamiento crítico. Hace apenas unos días un paisano manifestó muy seriamente en medio de un parloteo en la vecindad, que el logro de la revolución cubana consistía “en que los cubanos vivimos sin trabajar”.
Con suma naturalidad los allí presentes ratificaron aquel razonamiento que, aunque disparatado, no deja de ser un criterio condicionado y bien atornillado en nuestra conciencia social. Nada más uno del grupo repostó que esa es la razón por la cuál los bienes y servicios de la nación están en quiebra. Los demás callaron, pues les daba igual una cosa u otra.
Y quien aún dude de los disparates que nos asedian que indaguen con deportistas, artistas, profesionales, intelectuales, funcionarios, amas de casa, desempleados. ¿Qué es vínculo laboral? Todos recitarán al unísono: trabajar para el estado. Ninguna otra ocupación independiente justificará el sudor en la frente.
En cuanto a censura y autocensura, pocos se atreven exhibir un alto coeficiente de cultura del debate y de reflexión lógica. Se han dado hechos por tongas, por ejemplo, que la policía detenga a un vendedor ambulante de golosinas porque no tiene licencia, sencillamente porque el estado no las otorga. Lo acusan de “actividad ilícita”. En el juicio la causa cambia para el delito de “peligrosidad pre-delictiva” debido a que incurrió en la misma “infracción”, y el detenido termina condenado a pasar hasta cuatro años en la cárcel.
Con respecto a este hecho, lo que lo hace un canto al disparate indigno es que un rato después, o antes del juicio, los mismos jueces y fiscales saborean golosinas que otros vendedores ambulantes van a venderles a la puerta de sus domicilios, mientras los policías siguen incurriendo también en otras tantas “actividades delictivas” muy similares y simples a las que persiguen.
¡Que provechoso fuera comparar cantidades de confiscaciones de la Policía Nacional Revolucionaria con la policía de gobiernos anteriores!
¿Cómo sería la revolución con su código penal en censura? Escudriñando en esta disparatada interrogación llegaríamos a la conclusión de que las leyes seguirían igualmente interpretándose según entendimiento de la casta gobernante. Si no, ¿cómo entender que el gobierno de Cuba pacte acuerdos internacionales sobre derechos políticos, económicos y civiles, y que no exista una comisión de relatoría en el parlamento? ¿O que aún penda del código penal la Ley 88? ¿O que encierren en calabozos a activistas que celebran el Día Mundial de los Derechos Humanos?
Corrijamos los disparates revolucionarios con argumentos inteligentes, esos que indican la senda hacia la apertura y la transparencia.
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