domingo, octubre 26, 2008

EL EVANGELIO SEGÚN JEAN-PAUL SARTRE

El Evangelio según Jean-Paul Sartre


Por Isis Wirth
Especial/El Nuevo Herald

El último número (abril-junio 2008, #649) de la revista francesa Les Temps Modernes, fundada por Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, publica un texto inédito de Sartre como ''apéndice'' a Huracán sobre al azúcar (Ouragan sur le sucre), los 16 artículos que Sartre hizo aparecer en France-Soir en 1960, las crónicas tristemente célebres de su viaje a Cuba.

Para la revista, dirigida actualmente por Claude Lanzmann, el mismo que dividió lo escrito por Sartre en 16 artículos, es un acontecimiento el retomarlos: nunca fueron reunidos en un libro en francés, aunque sí en español y en otras lenguas. No obstante, ese libro que nunca vio la luz, el mismo Sartre hubiese querido publicarlo. El ''apéndice'' que hoy se presenta lo prueba.

No fue el de 1960 --invitado por Carlos Franqui, director del periódico Revolución-- el primer viaje del escritor a la isla. Había estado con anterioridad en 1949, tras una estancia en Haití. Las notas que conservaba de esa primera vez, fueron sin duda reescritas acorde a la nueva experiencia del 60, ''iluminadora'' para el ''filósofo'' ciego, que confiesa en Huracán sobre el azúcar haberse curado de su retinosis pigmentaria en Cuba, cuando, según lo que expresa, tiene que haber sido lo contrario.

Huracán sobre el azúcar fue la apología y la exégesis avant-la-lettre del castrismo. Además del conocido diálogo: ''--Y si le piden que les dé la luna, le digo a Castro, seguro de su respuesta''. ''Si me piden la luna, es porque la necesitan'', contestaría. Habría otras frases, entre muchas, que figurararían en el diccionario universal de la ceguera.

(Jean-Paul Sartre,Simone de Beauvoir y Che Guevara )

En el último de los 16 artículos, que remite a la explosión de ''La Coubre'', Sartre anuncia: ''Lo he vuelto a ver (a Castro). Contaré acerca de esta entrevista en un libro''. Habría comenzado el mismo con el ''apéndice'' (que pudo ser recuperado gracias a un manuscrito que se halla en la Universidad de Austin, Texas) de marras. Si Sartre desistió luego de publicar el libro fue acaso porque dudó de su entusiasmo original. Ya lo presiente en ese artículo sobre ''La Coubre'': ''Ese día, algo apareció en toda su luz: el odio'', escribió Sartre.

Sin embargo, el ''especialista de las revoluciones'' declaraba que con Castro jamás arribaría la época del Terror. Pero las dudas no exoneran al escritor de su formidable (en)tuerto: el primer evangelista del castrismo propagó, respaldado por su malhabida fama (eran los tiempos del ''intelectual comprometido'', o sea, con la izquierda), la ''buena nueva'': ''No veo que algún otro pueblo (que el cubano) pueda proponer hoy, un objetivo más urgente ni más digno de sus esfuerzos''. Su ''retractación'', con el caso Padilla en 1971, acaso llegaría demasiado tarde, si bien marcó el rompimiento con el castrismo en el que participaron, además, intelectuales como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprún y Juan Goytisolo, entre otros.

El ''apéndice'', o Huracán sobre el azúcar (II), comienza con el relato de su viaje en 1949. El fantasma de la ''negritud'' lo habita: tras Haití, donde le habían advertido al escritor que Cuba era una ''isla blanca'', Sartre se empeña en ver ''segregación racial''. Se frustra, sus interlocutores cubanos le aducen que no hay tal, y no le queda otro remedio que admitir que sólo existe una ''discriminación inexorable, pero suave, aun si presente por completo en todas sus manifestaciones''. Su decepción más profunda con el ''ser'' cubano va más allá de su obcecado colonialismo negrero a la inversa: los nativos son irremediablemente cínicos. Es una ``República de ladrones''.

Sartre aprovecha para esbozar una historia de esa república ya en versión castrista, que tiene que haberle sido propiciada en su segundo viaje a Cuba. Sube las tintas de la ''prostitución'' y de la ''miseria'' que observa, dice, por doquier, aunque reconoce que se trata de una ''miseria invisible''. Su ''dégout'' (repugnancia) por Cuba es inmensa.

Y en eso, once años más tarde, llegó la invitación de Carlos Franqui: Fiat lux, desde Cuba para todo el

universo.

El rol de Franqui fue decisivo, probablemente nefasto. Visita a Sartre, quien ''decepcionado'' de esa Cuba que había conocido, resiste en el primer momento a la invitación: ''Hubo un instante embarazoso. ... Franqui se sienta enfrente de mí, y comienza bruscamente: --Usted no tiene el derecho de ignorar a la Revolución cubana. ... Usted, quiero decir usted. Yo soy un periodista, usted es un escritor y le digo que ha escrito demasiado sobre las revoluciones de los siglos XIX y XX para que le dejemos el derecho de ignorar la Revolución cubana''. Sartre refiere una cierta ''agresividad'' del director de ''Revolución'' cuando éste le increpa: ''Usted ha escrito sobre la libertad y la justicia; bien, deje de escribir o venga a buscarlas a Cuba''. El francés no respondió, pero: ''Ellos sabían ya, lo vi en sus ojos, que yo iría a Cuba'', escribe.

Si Huracán sobre el azúcar (I) es el evangelio, el (II) hubiese sido, de haberse publicado entonces, el texto sagrado. El escritor no puede sino referirse al gremio: ``Decidirse (para los intelectuales), quiere decir el disponerse para la tarea, escribir con los buenos sentimientos, servir a un régimen que sirve al

pueblo''.

Lo más atroz, sin embargo, es la apologética teórica de la personalidad de Fidel Castro, con visos filosóficos. Sartre analiza lo ''sintético'' de su pensamiento, el carácter ''totalizador'' --adjetivo del que aún no se cuidaba-- de su sensibilidad. Castro no es una ''totalidad'' singular sino el ''todo''. ''El es todos los hombres de la isla; fuera de esto, nada''. O, dicho de una manera más lírica: ''Castro ya era la isla entera''. Sartre no vacila, incluso, en efectuarle un ''análisis molecular'' y escribe, Castro es como ``el dios de Aristóteles, el primer motor''.

Lo compara con San Juan de la Cruz. Desde ahí parte hacia un camino que, si bien delirante y abstruso como el resto, sería hipotéticamente lo menos desafortunado ya que al relacionarlo con la mística española arriba luego al componente jesuita de su

formación.

No menos atroz, cómo Sartre justifica la condena de Hubert Matos: ``Si Matos ha pagado demasiado caro, la culpa es de sus amigos que hablaban mucho, difamando al régimen en Nueva York''.

Antes de que su avión, en 1960, aterrizara en La Habana, Sartre se pregunta: ``¿Qué voy a hacer en Cuba? ¿Qué se le ha perdido a un francés en Cuba? Sus problemas no son los nuestros''.

La respuesta se le otorga, afortunadamente aunque también demasiado tarde, en ese mismo número de ''Les Temps Modernes'', en un artículo demoledor de Robert Pontnau, titulado Rumba triste: cosas vistas en Cuba en el año 49 de la Revolución: ``Son, entre otros, los sueños de los intelectuales occidentales los que le han permitido a la dictadura cubana el que perdure''.

Tan sólo una precisión: no fueron sueños, sino pesadillas. •


(El link a mi artículo en el Nuevo Herald, aquí.)