domingo, octubre 26, 2008

EL PAiS DE LOS FANTASMAS

El país de los fantasmas



Por Manuel Vázquez Portal

Mi amigo Héctor Maseda es un fantasma. Felipe Pérez Roque decretó en Madrid su inexistencia. Lo despojó de huesos, sangre, latidos. Borró su título de ingeniero, sus artículos de investigación periodística, su libro de testimonio sobre la injusta cárcel que padece, su amor por un paisaje que ahora sólo ve tras los barrotes.

El canciller isleño dijo en la capital española que en Cuba no hay nadie preso por sus ideas.

Sin embargo, por sus ideas, Héctor Maseda acaba de ganar el premio internacional de Libertad de Expresión que otorga anualmente el Comité de Protección al Periodista. Por sus ideas, Héctor Maseda es reconocido por Amnistía Internacional como preso de conciencia. Por sus ideas, Héctor Maseda no puede asistir a la logia masónica en la que ostenta el grado 33 y ocupa una banqueta en la academia de historia de la misma. Por sus ideas, Maseda extingue, desde la primavera de 2003, una condena de 20 años de cárcel por ejercer su derecho a pensar y escribir sin permiso.

Pero Pérez Roque, no se sabe si cínico, fanático u oportunista, con la aquiescencia de Miguel Angel Moratinos, tachó del entorno nacional a Héctor Maseda y 54 hombres más, reconocidos por todas las organizaciones internacionales como presos de conciencia, que padecen en las cárceles cubanas desde el marzo brutal de 2003.

Mi amigo Normando Hernández también es un fantasma. El jefe de la diplomacia cubana decidió que Normando nunca ganó el premio del Pen Club de Nueva York del año pasado por su obra periodística, que no está en la nómina de presos de conciencia de Amnistía Internacional, que su madre, Blanca González, no ha presentado su foto en todas las esquina del mundo en busca de solidaridad.

Según Pérez Roque, Ariel Sigler Amaya, quien ahora mismo padece de polineuropatía y desanda la sala de penados de un hospital de Cienfuegos en una silla de ruedas, es una emanación ectoplasmática. Tampoco existe. No desanduvo antes todo el país clamando por un poco de respeto a los derechos humanos ni ellos lo condenaron a 20 años de prisión por esa razón.

Antonio Villarreal Acosta, aquel amigo de mi infancia moronera que soñaba ser pelotero y terminó siendo activista del Movimiento Cristiano Liberación que impulsa el Proyecto Varela, es un duende perdido en la maraña del desequilibrio mental que le ha producido el encierro de más de cinco años, tampoco existe. Su esposa Silvia no lo añora ni su hija lo extraña en las mañanas cuando parte para la escuela sin el beso de su papá. Felipe Pérez Roque primero lo condenó a la cárcel y la locura y ahora lo quiere condenar al olvido.

El quijotesco Juan Carlos Herrera Acosta, quien hace pocos meses en una cárcel de Camagüey se cosió la boca como símbolo de la mordaza que padece Cuba y la cual quiso desatar antes desde las filas del periodismo independiente, tampoco tiene piel ni pensamientos.

Librado Linares no ha gastado el brillo de sus ojos y la lucidez de sus ideas contra las paredes encaladas de un calabozo por soñar que Camajuaní será algún día un pueblito más libre y más hermoso cuando no existan Pérez Roques que nieguen la existencia de hombres que aman sus pueblitos.

Regis Iglesia Ramírez ni Ricardo González Alfonso escriben poemas hermosos para sanarse de los horrores que cada día los rodean. No son sensibles ni les duele su patria. Pérez Roque los despojó de versos y figuras. Los convirtió en espectros sonámbulos y mudos a pesar de que el mundo lleva más de cinco años clamando por su libertad.

Pero si terrible es que Felipe Pérez Roque, cuyo cuello político y hasta humano pende del frágil hilo de su lealtad a un régimen fracasado que no tendría el menor reparo en convertirlo también en un fantasma al menor desliz, niegue la existencia de hombres como Arturo Pérez de Alejo, Luis Enrique Ferrer, José Gabriel Ramón Castillo, José Ubaldo Izquierdo, más terrible resulta que Miguel Angel Moratinos, quien goza de todas la libertades de la democracia, se muestre impasible, distante, silencioso frente a una mentira de dimensiones inocultables.