MEDIO SIGLO DE LAS ULTIMAS ELECCIONES PLURALES EN CUBA
MEDIO SIGLO DE LAS ULTIMAS ELECCIONES PLURALES EN CUBA
Por Pedro Corzo
El 3 de noviembre de 1958, se efectuaron en Cuba las últimas elecciones pluripartidistas de su historia. Cincuenta años.
El general Fulgencio Batista y Zaldivar, quien había interrumpido el ritmo constitucional de la Republica con un golpe militar el 10 de marzo de 1952, intentó legitimar su mandato convocando a unas elecciones para el primero de noviembre de 1954, pero su esfuerzo fracasó por la abstención de sus rivales políticos, en particular, del ex presidente Ramón Grau San Martín, quien planteó que las autoridades practicaban el acoso y persecución de sus partidarios.
Por su parte el Partido Ortodoxo, del difunto Eduardo Chivas, siempre rechazó participar en unos comicios que descalificaba porque quien los convocaba había sido el autor del golpe militar.
Batista fue electo por el retraimiento electoral y tras su toma de posesión, el 24 de febrero de 1955, restableció la Constitución que previamente había violado y otorgó amnistía a los prisioneros políticos; entre ellos a Fidel Castro, que se exilió primero en Estados Unidos y después partió para México.
El general golpista trató de consolidar su régimen instituyendo un programa de desarrollo económico que, junto con la estabilización del precio mundial del azúcar, mejoró la economía y la situación socio-económica de Cuba, sin que esto signifique que en el país no existieran graves problemas sociales y que un amplio sector, particularmente el rural, enfrentara serios problemas de subsistencia.
La oposición cubana al régimen de Batista era plural en métodos e ideologías, pero un amplio sector de la oposición y de la ciudadanía no olvidaba el origen violento de su gobierno y decidieron derrocarlo con similares métodos de fuerza, a los que el sargento taquígrafo del cuatro de septiembre de 1933 había usado.
Una parcela de la oposición, incluyendo algunos que previamente participaron en actos violentos, cambiaron de estrategias e impulsaron soluciones electorales, que eran respaldadas públicamente por ciertos sectores económicos y un amplio espectro de la sociedad civil, aunque en honor a la verdad una parte considerable de éstos actuaban hipócritamente, porque respaldaban económica y moralmente a los insurgentes cuando fingían estar a favor de una solución no violenta.
Por otra parte todo parece indicar que Fulgencio Batista, al igual que Fidel Castro, era partidario de la tesis de la confrontación, porque directa o indirectamente permitió que esfuerzos sinceros para buscar una solución negociada del conflicto fracasaran.
Por ejemplo, el asesinato del doctor Pelayo Cuervo Navarro, presidente del Partido Ortodoxo, el 13 de marzo de 1957, el mismo día del ataque al Palacio Presidencial, fue un factor determinante para que dirigentes políticos que se inclinaban con reservas hacia una solución electoral se radicalizaran y optaran, a pesar de las diferencias que podían tener con los caudillos de la insurrección, particularmente Fidel Castro, por la lucha armada.
Cuando el gobierno de Batista convocó a elecciones para el 3 de noviembre de 1958, aunque había fracasado la Huelga del 9 de Abril por falta de apoyo popular, la situación del país era muy compleja. Fidel Castro se había fortalecido militarmente en la provincia de Oriente y Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos, en una operación sobredimensionada por la propaganda se encontraban en Las Villas, donde también operaban importantes grupos insurrectos como el Segundo Frente Nacional del Escambray que comandaba Eloy Gutiérrez Menoyo y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, que dirigía Faure Chomont.
Por otra parte existía un poderos movimiento clandestino diseminado por todo el país, que estaba en capacidad de entorpecer el sufragio en las zonas urbanas y rurales donde no operaban los insurgentes. Eran tiempos de bombas, atentados, tiroteos imprevistos y arrestos que podían derivar en asesinatos cuyos culpable nunca eran condenados. Fueron elecciones que no solo demandaban confianza en el que citaba, el gobierno, porque también exigían un valor y espíritu cívico de particular relevancia.
La convocatoria a elecciones tuvo varias respuestas por parte de la oposición legal.
Una facción fue partidaria de la abstención porque consideró que el régimen no ofrecía garantías para una campaña electoral y dudaba de su imparcialidad ante los resultados. Manuel Bisbé, uno de los líderes del Partido Ortodoxo, declaró que se abstendría hasta que existiesen condiciones mínimas para el ejercicio de la verdadera democracia.
Para los opositores y dirigentes políticos que compartían la visión de Bisbé, los comicios convocados sin amplias garantías constitucionales y sin una autentica libertad de prensa estaban condenados al fracaso. La maquinaria electoral montada por el régimen tampoco ofrecía confianza y el respeto a los derechos civiles por parte de las autoridades, distaba mucho de los de una sociedad tolerante, respetuosa de las diferencias.
La vertiente electoral asumía las elecciones como la solución del conflicto nacional que habría de impedir que la poderosa y extendida insurrección tomara el control de la Republica y destruyera por completo, como ocurrió, todo el tejido de la sociedad civil nacional, favoreciendo así el establecimiento de la dictadura mas cruenta y absoluta en la historia del país. Esta era la opinión del doctor Carlos Márquez Sterling, quien prometía de salir electo, celebrar elecciones presidenciales en dos años, a la vez que aseguraba que no se presentaría como candidato y que podrían participar con todas las garantías, los grupos insurrectos si se organizaban como partidos políticos.
Los candidatos de aquellos comicios fueron: Andrés Rivero Agüero y Gastón Godoy por la Coalición Progresista Nacional que integraban los Partido Acción Progresista, Partido Liberal, Partido Demócrata y Partido Unión Radical, todos afines al gobierno de Batista; Ramón Grau San Martín y Antonio Lancís por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico); Alberto Salas Amaro y Miguel Ángel Céspedes por el Partido de Unión Cubana y Carlos Márquez Sterling y Rodolfo Méndez por el Partido del Pueblo Libre.
La reacción de Fidel Castro, fue contraria a la convocatoria electoral y dictó un decreto que condenaba a muerte a quienes concurriesen a las urnas, a la vez que afirmaba que sus partidarios atacarían a tiros los colegios electorales y en consecuencia a los potenciales votantes. Castro rechazó siempre los comicios no por el hecho que estos se efectuaran en un ambiente contrario a las libertades publicas, sino porque como afirmaba Márquez Sterling, el caudillo buscaba destruir la sociedad para construir sobre sus restos un nuevo régimen a la medida de sus ambiciones.
Por su parte Fulgencio Batista solo estaba montando la escena final de la tragedia. Había convocado a elecciones decidido a no respetar los resultados, una práctica similar a las que desarrollaban en sus respectivos países, Rafael Leonidas Trujillo, Santo Domingo y Anastasio Somoza, en Nicaragua. Uno de sus colaboradores, José Suárez Núñez, lo acusó cinco años después de haber manipulado la votación, de engañar y defraudar la confianza de los candidatos y del pueblo que participó en el sufragio.
Batista, gracias al edicto electoral, dispuesto por las leyes de la República, tuvo la oportunidad de ofrecer unos comicios legítimos que hubieran obligado a Fidel Castro y otros contaminados por el “revolucionarismo”, a desconocer la victoria de un candidato de la oposición elegido por el pueblo, si seguían combatiendo un régimen que en solo tres meses dejaría el poder. Cierto que la participación electoral había sido reducida, tengamos presente que en las provincias de Oriente y Las Villas tenían lugar frecuentes escaramuzas, pero el ganador habría tenido la legitimidad que inhabilitan los resultados que se obtienen por la violencia.
Su acto final, Batista, a pesar de la inseguridad que reinaba en el país, fue que en 24 horas hizo público el triunfo del candidato oficial, y el 3 de diciembre el Consejo de Ministros aprobó una ley de Convalidación Electoral que ponía fin a todo lo relacionado con el proceso comicial porque entendían que “los términos correspondientes a los recursos que pudiesen establecer demorarían indefinidamente el proceso electoral”.
Batista le atribuyó la victoria al doctor Andrés Rivero Agüero, una persona respetable y cuyo hermano, Nicolás Rivero Agüero, Jefe de Personal de la Casa Bacardí, había sido asesinado el primero de julio del año de los comicios por orden directa de Fidel Castro. El atentado se cometió en la puerta de la casa de Nicolás, resultando herida en un brazo su esposa Delia.
La decisión de las autoridades fue rechazada enérgicamente por el ex presidente doctor, Ramón Grau San Martín y otros aspirantes. El fraude resultó en una aguda radicalización de los sectores de la sociedad que no estaban a favor de la insurrección y que habían sido partidarios hasta ese momento de soluciones no violentas. Manipular los votos, frustró las pocas esperanzas de una transición no violenta, que todavía consideraban posible algunos sectores de la sociedad nacional.
Es de suponer que como Jefe de Gobierno, Batista estaba al tanto de la profunda crisis que afectaba a su régimen. La insurrección estaba presente, aunque con variada intensidad, en toda la isla. Destacados oficiales habían estado negociando con Castro y un número considerable de los jefes de tropas, sin llegar a negociar con el enemigo, evitaban los enfrentamientos bélicos.
Un amplio sector de la población respaldaba la insurrección y un número mayor repudiaba la administración. La prensa, cada vez que la censura era suspendida, criticaba al gobierno fuertemente. Los sectores poderosos de la economía contribuían generosamente a las arcas de los grupos irregulares y la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil, incluyendo la iglesia, estaban a favor del fin del régimen.
Por todo lo anterior es difícil entender que impulsó a Batista a manipular las elecciones, sino estaba dispuesto a sostener el gobierno hasta el 24 de febrero de 1959, día en el que debería tomas posesión Andrés Rivero Agüero. El pudo haber dejado que un candidato de la oposición, cualquiera que fuese, se alzase con el triunfo, pudo haber repetido el gesto de los comicios de 1944, cuando entregó la banda presidencia a su viejo rival, Ramón Grau San Martín.
Fulgencio Batista, primero con el golpe militar y las espurias elecciones de 1958, colocó la alfombra roja para que los frustrados revolucionarios de 1933, los sectores políticos desplazados por los sucesos de marzo del 52 y en particular Fidel Castro, iniciaran el aquelarre de 1959, el primer año del fin de la Republica.
Pedro Corzo
Diciembre de 2008
Fonte: PenhadeCuba
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