SOBRE ERNESTO CHE GUEVARA: A LA HORA DEL MITO NO EXISTEN RAZONES
Por José Vilasuso
Harold Bloom.
Una vez concluida la lectura de aquella columna rubricada por Rosa Montero en El País de Madrid y referida al Che Guevara. Para el lector gustoso de un periodismo objetivo al margen de partidismos y artificios retóricos, doña Rosa con esta prosa seguramente lo complació
No me permito el lujo de tomar ideas ajenas a menos del obligado reconocimiento, y esto no prueba la carencia de las propias, sino su pertinencia.
Los mitos no corresponden a la razón sino a los sentimientos. Bonita frase, buen pensamiento, irrebatible e irreemplazable idea; pero con los dedos de una mano se pueden contar los que la tienen en cuenta, al menos tratándose de lo que se trata Cuba y El Che Guevara. Sin cuestionarse, ahí se enraíza la almendra de esas campañas a base de camisetas, rótulos ampulosos y hasta parrafadas que igualmente las pudo acuñar San Francisco de Asís allá en su tierra de Asís - valga la redundancia - por los siglos de la Edad Media. Lo grave del caso es que una buena porción de los portadores y porteadores de tantos ditirambos, pompas y grandielocuencias, como no leyeron a Francisco ni escucharon al Che sencillamente se deslumbran al lanzarlas a gusto del consumidor unidas a todas las lindas peripecias cinematográficas que imaginarse pueda sin necesidad de repetirlas mas de la cuenta; “’los pobres, el pueblo, la liberación, la guerra de guerrillas y de ahí pa’ alante.
Sí, hijos de mi corazón. Hace rato que debíamos haber aprendido que la opinión política no se debe trazar por lo que se desea decir, escuchar y saborear; sino por su realidad; los hechos como palos de trapear. Es plausible, conveniente poseer ideales y lo contrario sería inocuo e incluso aborrecible. Pues los hombres que sólo piensan en su ombligo no deben servir para gran cosa y jamás serán modelo para nadie. Aparte de que los tiempos y las circunstancias en que estamos inmersos no ameritan encogerse de hombros y pensar que llegamos al puntal de la sociología. No soy afecto ni a los planteamientos apocalípticos ni cibarítico-político. Luego la protesta, la rebeldía y la inconformidad no solamente deben recibir nuestra aprobación sino solidaridad. En eso van en juego la reputación y el prestigio si se nos permite emitir el desahogo.
Ahora esto otro, nada obliga a adherir las mejores y más nobles aspiraciones político sociales a ningún personaje dado que las circunstancias de su caída resultaran idóneas para montar un tinglado publicitario de indiscutible efecto internacional. Es irrefutable. Todo hombre muerto merece respeto. Todo militante de cualquier ideología que cae luchando por la misma tiene que cultivar un reconocimiento, murió con las botas puestas. Sin ser menos cierto que a la hora de instrumentalizar su homenaje no debe perderse de vista el total de su ejecutoria con altas y bajas; de lo contrario se lesionaría seriamente la aureola del personaje puesto que tan pronto la pasión se diluyera aquella quedaría al garete. Aprovecho para insertar que en el juicio de Dios - no importa el momento de la muerte - no se basa en hecho particular alguno; sino que toma en cuenta desde el nacimiento de la criatura hasta el latido póstumo de su corazón. Toda una vida. Así concibo la justicia para todo mortal - incluyendo los héroes - al instante de resumir su residencia terrena.
( El actor Benicio del Toro interpretando al Che Guevara )
En la ola al corriente con estatuas vienenses y restos perdidos en Bolivia, se nos ofrece una visión parcelada en la vida del guerrillero argentino. Se ha pormenorizado la fase de la víctima, ocultando la del verdugo. Se cuenta aquello que alimenta el mito mientras se descarta lo que lo evapora. No se ha sabido ser realista. No se ha buscado la verdad. Se precipitaron sin poseer datos imprescindibles. Mientras una puerta permanece abierta la otra se cierra. Se juzga con unos ojos de diosa justicia que fueron despojados de la venda. Tenemos a la mano una taxonomía voluminosa y detallada de lo que le hicieron al personaje; más engavetaron lo que antes él hizo a otros tantos, tantos otros. No hay balance y de esa forma nada se adelanta. La preocupación por lo justo no ocupa espacio alguno en este valimiento. A la prueba irrebatible se contrapone la mixtificación. A los hechos espeluznantes se les quiere volver el rostro. No en balde la dislocación levanta cólera, saca ronchas y en poco tiempo todo se vuelve un ácido intercambio de denuestos y verborrea. No, nada se progresa derrochando las emociones; enconamos más los ánimos y la marea crece dislocada.
Con el mismo objeto considero pertinente sacar a colación la incidencia de queridos oponentes al mito cuyos argumentos y hechos esgrimidos, por carambola, agregan nuevos tantos a favor del icono. Adverso a sus deseos han construido otra prueba efectista de que Guevara fue sacrificado incalificablemente. Basta contemplarlo esposado con la cabellera suelta y conducido por guardias armados. La imagen por excelencia de la víctima. ¿Verdad que nos recuerda, grotescamente, algo sublime? Vistas así las cosas para los queridos acusadores y denunciantes, captores y ejecutores del protagonista de la serie estos son los buenos de la película.
No puedo omitir la cita de un ilustre compatriota de luenga y memorable prosapia publicitaria quien atribuyó la friolera de cincuenta mil ejecuciones al gobierno actual. ¡Cónfiti, yo que estuve parado frente al paredón para reflexionar más de cerca sobre la naturaleza de aquellos episodios! Ni con ametralladora calibre cincuenta. Además en 1958 el ejército constitucional - incluyendo marina, aviación y policía, - no llegaba a cuarenta y ocho mil hombres.
Amén que la elevación al cubo de tales pifias y desboques ha alcanzado el tope gracias a la formidable orquestación en contrario de determinada prensa internacional, especialmente de Estados Unidos, con sus excepciones. Por los excesos de aquéllos éstos han podido acreditarse renglones no menos infundados. Desafueros de unos alimentaron los de otros. Es el duelo de las pasiones braceando en mar revuelto. Pasión por pasión, pasión más pasión, nuevas pasiones suman.
Pero yendo directo al caso. Es más que deseable que la opinión pública sana prevalezca sobre el marasmo de izquierdazos y derechazos, la misma no se puede vertebrar con los latidos más fuertes del sistema cardiovascular; sino con la sesera o el moropo que no es solo para calarse una bonita peluca de jipijapa. Es aconsejable dejar a un lado acaloramientos y posturas preconceptuales para recopilar situaciones y circunstancias diferidas sin las que nunca llegará la luz a los ojos ni la paz a la cabeza normal. Gústenos o lo contrario se da por la vena del gusto a Robert Redford, a Hollywood, (no a Mel Gibson) o incluso a los casos aparte de tantos sudamericanos que tienen sobrado derecho a sentirse coopartícipes de una aventura romanticona, bien narrada, acaecida en su continente y que por cierto al estudiarse con detenimiento se percibe la ausencia de Castro como padre de la criatura; por no añadir el reconocimiento tácito de un nuevo embarque para eliminar a otro rival de cuidado. Como a Camilo, Hubert, Frank, Ochoa..…
En dirección certera y a mayor abundamiento. No es posible calibrar la omisión de la etapa patibularia, desollante de Guevara, por ejemplo, en una obra como Biografía del Che por Jorge Castañeda, una de las mejor documentadas, amena, y de concentrada lectura. A fin de cuentas todo trabajo por recomendable, no excluye a terceros de suplir sus lagunas. La historia no la escribieron solamente Tácito, Jonhson o Toynbee. La historia no se ha dejado de escribir. La historia se sigue escribiendo día a día. La historia es un anhelo del intelecto. A la bibliografía profusa y confusa sobre el personaje dramático débese añadir la recopilación pormenorizada y exhaustiva del período comprendido entre su llegada a la provincia de Las Villas a fines de 1958 hasta el resumen de las funciones de la Comisión Depuradora en La Cabaña un año después. Son meses cruciales transcurridos entre acontecimientos desbordantes de intensidad y cuya omisión desvirtúa la credibilidad de cualquier figura de carne y hueso, la única con derecho a entrar en la posteridad por la puerta ancha. Este período establece un balance revelador capaz de excluir el mito para esclarecer una personalidad y su conducta en conjunto. Pone de manifiesto lo que corresponde al César y lo que corresponde a Dios. Se dirige entonces la mirada a un carácter muy particular que tal vez entraría en el campo de la sicología. Guevara fue un hombre de capacidades múltiples. Aparentemente polifacético. En el fondo hecho de una sola pieza. Guardo su imagen sentado en su escritorio mirando de frente, a la caza de opiniones nada afines a la suya. Le gustaba o mejor gozaba de la polémica en buena lid. Entrar al pulso de las ideas y remojar en el calor del debate. Se sentía fuerte por su convicción marxista leninista y restaba peso a la del adversario. Pero como conversador nato, escuchaba, sabía escuchar y nunca le oí una expresión de desprecio o menoscabo hacia rival alguno de fuste. Su polémica pública con Pepín Rivero director de El Diario de la Marina ilustra fehacientemente este destello de su carisma. A veces y no sin razón se duda que un hombre responsable de la ejecución a sangre fría de más de dos centenares de oponentes, varios personalmente, pueda lucir sereno y luego fumándose un grueso tabaco, se sentara tranquilamente a discursear. Mas aun si se tiene en cuenta cuántos de sus subalternos en aquella jornada terminaron desquiciados, deprimidos, locos, esfumados como por encanto, o dimos un giro de noventa grados en nuestra postura política. Para el comandante las ejecuciones eran una fase indispensable de un proceso radical que se iniciaba con sangre. Lo cruento ofrecía al régimen cariz epopéyico. Es sabido que la tragedia expone el máximo de la intensidad dramática. Guevara manejó estos elementos con notoria naturalidad, fueron sus herramientas de trabajo, y quizás su divisa permanente. Cada privación de vida fue un paso calculado y a precio fijo. Precio que consideraba de pago imprescindible. En su mirada y repetidas frases brota la tragedia. Su estela por generaciones ha quedado profundamente grabado junto al dolor. Hizo sufrir a muchos a conciencia. No improvisaba. Se cuenta que en un debate desaprobó la revolución del coronel Nasser al enterarse que no hubo confiscaciones ni exilados arruinados. Su indiferencia ante la madre de Ariel Lima, un menor de edad, arrodillada a su paso clamando por su vida no requiere comentarios.
Cada día llegan a mi mesa de trabajo nuevos materiales sobre El Comandante Guevara. Resumo un caso pendiente de ulterior desarrollo. Se trató de un acusado por delito de delación, de apellido Muñiz, exagente de la policia nacional, cuya inocencia había quedado fuera de duda tras la confesión del culpable. Los familiares fueron recibidos por El Che y luego de leer la confesión escrita de aquel, Guevara en actitud calma, acomodada a otra faceta de su personalidad, resumió. “Bueno, no pongo en duda esta confesión; pero la causa porque se ejecuta a Muñiz no es porque delató o no a un revolucionario; sino por el uniforme que vestía.”
A los efectos de las responsabilidades como presidente de la Comisión Depuradora la visión de truculencia necesaria traspasa los límites de cualquier criterio objetivo mínimo. Ernesto Guevara implantó una regla de juego con carácter absoluto. Para él las ejecuciones alcanzaron sitial máximo mientras las pruebas en juicio quedaban relegadas, cuando no innecesarias. Su idealismo envolvía el concepto de justicia cual boa constrictor a su víctima indefensa. Con el propósito de condenar al mayor número de prisioneros posible nos exigía prescindir de evidencias y basarse únicamente en la convicción. Convicción instrumentalizada en casos como el de Muñiz, su uniforme.
Conjuntamente no concedía tregua, quería las causas a la mayor brevedad. Esta partía de la culpabilidad de los reos, no individualmente, sino grupal. Cuestión de bandos y radicalismo por tres bandas. Nunca alcanzó a privilegiar al ser humano por encima de la ideología, por no decir del poder. La visión del poder continúa prevaleciendo en la profusa literatura publicada en torno a su persona.
Sería de utilidad anotar las instrucciones que periódicamente nos impartía y que el transcurso de las décadas no se han borrado de mi memoria. Al final de tanto afirmar: “son unos asesinos, esbirros…” simulando empuñar una ametralladora y hacer fuego de derecha a izquierda y viceversa, solía agregar: “yo los pondría a todos en el paredón y con una cincuenta: ratatatatatatata……………. A todos.”
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