CUBA: FIN DE TEMPORADA
Tomado de El Nuevo Herald.com
Fin de temporada
Por Andrés Reynaldo
En una columna tan lúcida como divertida, Gina Montaner comentaba el pasado lunes la escolar, chambona y lúgubre ceremonia por el medio siglo de la revolución cubana. En efecto, la nomenclatura celebrante parecía haber escapado de un hogar de ancianos para asistir a ``una producción de fin de curso organizada por la maestra de música del colegio''.
El castrismo ha sido una colosal puesta en escena, dirigida por un fogoso actor. Es bueno agregar que en el pueblo cubano se habían dado unas particulares condiciones históricas, morales e intelectuales que facilitaron la manipulación. En otra latitud, Fidel Castro quizás sólo hubiera brillado en los anales de la tontería. Baste a quien lo dude repasar sus discursos o estas recientes y narcisistas reflexiones post-operatorias que constituyen un múltiple monumento a la perogrullada, el disparate y la doblez. Contrastadas con los discursos, a su vez, las reflexiones arrojan la prueba irrefutable de que su autor chocheaba desde muy joven.
Que me perdonen esos cubanos que hacen penitencia de templanza, o ejercicio de ignorancia, cuando afirman que Castro es un político genial. Tiene, eso sí, una patológica falta de escrúpulos. Este don, sumado a una cobardía cultivada desde la más tierna infancia, le permite liquidar a sus enemigos con premonitoria diligencia. De hecho, el método es simple y antiguo. Se trata de considerar adversario en potencia a todo aquel que no sea adepto en obra. Cualquier mediocre lector de Historia descubrirá que estos caracteres atraen hacia sí lo peor de cada sociedad. Escogida al azar la biografía de cualquiera de los principales hombres en el gobierno de la isla, desde Ramiro Valdés a Ricardo Alarcón, topamos con un estudio en profundidad de nuestras taras nacionales. Cada uno excepcional en su defecto.
En el plano teórico, el castrismo no aporta ni una coma al pensamiento marxista-leninista. La prensa oficial y algunos intelectuales de plantilla hablan de un marxismo martiano, lo cual es una contradicción en sus términos, si vamos a ponernos serios. Pero ni siquiera en el marco de esa forzada entelequia se avanza una página más allá de la oportunista crónica periodística. Castro tuvo la suerte de obtener de la Unión Soviética un formidable aparato represivo y un discurso político. De no menor importancia fue la implementación de un ceremonial. Los aportes cubanos a esta fórmula fueron secundarios. En materia de uniformes, estandartes, parafernalia y protocolo militar, el castrismo ignoró los antecedentes de los ejércitos independentista y republicano, así como las afines tradiciones castrenses latinoamericanas.
Tras el desplome del imperio soviético se va perdiendo poco a poco esta disciplina mimética, sin que hayan surgido nuevos modelos. En Rusia, esta imaginería ha vuelto a sus fuentes originales: el zarismo y la Iglesia Ortodoxa. Los desfiles con descomunales retratos de Marx, Lenin, Stalin y los líderes de turno eran copias al calco de las celebraciones oficiales que reafirmaron durante siglos la fusión de la religión y el zar. La grandiosidad de estos rituales, con su compulsiva sensibilidad, alcanzaron su máximo desarrollo en tiempos de Pablo I (1796-1801), uno de los monarcas rusos más retrógrados. Llegó a apostar soldados en las calles de Moscú para que dispararan contra todo aquel que vistiera a la usanza ''francesa''. En 1917, los comunistas simplemente vistieron al recién nacido engendro con los acostumbrados ropajes de la opresión, aniquilando uno de los despertares culturales más prometedores de Europa.
Lo que Gina Montaner acusa brillantemente en su artículo es el colapso ritual del castrismo. El gris colofón de un sangriento sainete, con un aria trémula, confundida y derrotista en la ajada voz de Raúl Castro. De una impostada estética imperialista, con algunos elementos movilizativos robados al peronismo y al batistato, se ha acabado en una esperpéntica ambientación de comparsa pobre. En cierto modo, el castrismo también ha descendido al origen de irresponsable y destructiva revuelta con que nació el 26 de julio de 1953. Sólo que ahora es una desahuciada aventura senil. Sólo que ahora apenas queda país. El telón que se alzó sobre una hermosa promesa de libertad, desciende sobre un cadáver sentado en una desvencijada letrina. Y ni siquiera se escucha una canción de Silvio.
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