lunes, enero 19, 2009

GESTOS, SEÑALES Y ESPERPENTOS

Tomado de El Nuevo Herald.com


Gestos, señales y esperpentos

Por Manuel Vázquez Portal

Joven, deslumbrante y aplaudido, Barack Obama se encamina a la cúspide gubernamental del país más poderoso del planeta. El 20 de enero será su fiesta, su entrada triunfal a la Casa Blanca. Pero desde mucho antes todos le susurran al oído lo que debe hacer. Daría la impresión de que los musitadores de planes, proyectos, teorías, hipótesis y hasta conjeturas se creen más preparados para gobernar que aquel que realmente gobernará. El, con la sonrisa del triunfador, presta una atención distante. Ya sus asesores reales le harán el trabajo de quienes ahora bajan la voz para indicarle los caminos de la gloria.

Anciano, escuálido, flatulento, Fidel Castro, busca, con los ojos vidriosos de quien huye espantado, los predios de Proserpina. Y como siempre lleva los oídos taponados. Fiel a su sordera se irá sin escuchar. Pero desde muchos antes, analistas, cartománticos, babalaos lo han fulminado, resucitado, embalsamado, puesto en la lista de espera del balsero Caronte, salvado de la cabuya quebrada de Cloto por la sutura hábil de García Sabrido.

La noticia del ascenso al trono de Zeus del uno y la precipitación a las profundidades del Hades del otro son noticias esperadas con ansiedad. Pareciera que el mundo se divide en Washington y La Habana. La realidad cubana de estos días parece moverse entre gestos que se piden, señales que se envían, esperpentos que juegan a analistas y estrategas escudriñando, descubriendo y apostillando sobre lo que todo el mundo sabe y a nadie le importa.

En la Franja de Gaza los cohetes no surcan la noche cristiana o mahometana y llenan de pavor hasta a las piedras. Entre Kiev y Moscú no se atora el gas que necesita la ola gélida que recorre Europa. Lo cual es ya una gazpronada por parte de quien sea. Y no se sabe quién es más gazprom, si Víctor Yushenko o Dimitri Medvedev. La crisis financiera no hace chillar a esquimales y japoneses, mexicanos y franceses, y Hugo Chávez no se prepara para convertir a Venezuela eternamente en su erial particular según la fórmula cubana.

Nunca ha sido más propicia aquella sentencia martiana de que cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea. El orbe palpita en las verijas de una jinetera de Guanabacoa, en los albañales de una alcantarilla rota desde hace treinta años, en un niño obligado a repetir consignas sosas sobre un asesino famoso. Obsesión e histeria. Empecinamiento y ceguera. Picardía y choteo. Indiferencia y oportunismo. Todo revuelto. Todo mezclado. Expertos y chachareadores en un coro infinito. Especulaciones y pronósticos. Todos, dueños de la verdad, padeciendo el síndrome de Casandra. Nadie quiere creerles, los pobres, y quienes creen, sospechan.

Unos especialistas piden que Barack Obama apenas entre en el Salon Oval dé el primer paso para dialogar con el régimen de Cuba y después hablar de presos políticos y otros temas. Otros expertos apuntan que el nuevo presidente no debe hacer gestos hasta que La Habana no haya hecho aunque sea una muequita.

El gobierno brasileño se ofrece para mediar entre la Casa Blanca y la Plaza de la Revolución. Martin Torrijos y Rafael Correa parten de la isla sin abrazar al gran gurú de todas las catástrofes. Cristina Fernández se enferma de repente y Michelle Bachelet se arrolla moralmente entre si encontrarse o no con la oposición interna.

George W. Bush se lamenta de que bajo su administración no se diera la oportunidad de poner en práctica un modelo de transición política. Barack Obama prometió en campaña que suspenderá las restricciones de viajes y remesas a la tierra de Guamá. Raúl Castro ha expresado su deseo de charlar sin garrotes ni zanahorias, y mientras tanto el escribano de Belcebú ha perdido conexión con el infierno y no ha ofrecido ninguna reflexión de última neurona.

Hugo Chávez, desmedido y lenguaraz, le despide el duelo a Fidel Castro, no se sabe si a tiempo o a destiempo, y ahí mismo se desembraga la ansiedad por la noticia más esperada de las últimas décadas. ¿Está vivo o se ñampió? Sólo Dios y una reducidísima parte de la nomenklatura lo sabe. Lo demás son señales engañosas o, como se decia en mi barrio, hablar cascaritas de piña. Total para, al final brindar una estruendosa primicia: según el gobierno cubano Fidel Castro murió el día que les dio la gana, a la hora que se les antojó y en el lugar que les pareció mejor. Luego la historia dirá cómo fue, y a lo peor, para entonces ni nos enteramos.