miércoles, febrero 04, 2009

LAS ORILLAS DE LA UTOPÍA

Las orillas de la utopía



Por Luis Cino


LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - El historiador François Furet, un estudioso de la Revolución Francesa, no tendría mayor problema en ubicar el actual derrotero de la revolución de Fidel Castro: los sucesores se alejan de “las orillas de la utopía”. Reman con la vista puesta en disímiles intereses, algunos recién descubiertos. Mientras, aprovechan el capital simbólico del Comandante retirado y mantienen (con ligeras variaciones de los timbres orquestales) la obstinada retórica de los últimos 50 años.

No es el 10 de Termidor. Al menos, no por ahora. Es probable que tampoco haya 18 Brumario. No se sabe. Eso que 50 años después se empeña en seguir utilizando el nombre de revolución cubana (¿imaginan a Brezhnev en la Plaza Roja de Moscú en 1967 al timón de la Revolución Bolchevique?) no se parece mucho a otras revoluciones.

En todo caso, la revolución cubana, más que a la francesa, se parece a la mexicana, en la que Pancho Villa nombró generales a todos los de su tropa y el PRI fabricó una dictadura con disfraz y maquillaje casi perfectos.

De eso se trata. Raúl Castro y los generales cubanos lo saben. Los gobiernos latinoamericanos que tiran la toalla al régimen de sucesión, también.

En el socialismo con pachanga que decía Raúl Roa ha habido rasgos de todas las revoluciones: NEP, purgas estalinistas, trotskismo-guevarista, revolución cultural. Todo decidido según las previsiones y los cambios de talante del Comandante en Jefe.

En Cuba, el terror revolucionario culminó con un proceso de institucionalización a la soviética. Ahora, Robespierre está enfermo y apenas quedan (si es que alguna vez hubo) jacobinos. Hay una elite que habla más de marketing que de ideología y hace sus cálculos de suma y resta (nunca de división) en divisas convertibles.

Al jet set histórico se sumaron generales convertidos en gerentes y tecnócratas de nuevo cuño. Casi todos emparentados y vecinos en sus barrios lujosos y segregados. Comparten negocios y privilegios. Vacacionan en sus playas y cotos de caza y hacen las compras en Tercera y 70 o las tiendas del Consejo de Estado. Son burgueses que apenas tienen clase, pero sí astucia. Son más una oligarquía que una clase política profesional, pero están dispuestos a todo con tal de mantener el poder.

La casta conservadora, a costa de congelar el tiempo a su conveniencia, habla el lenguaje de la revolución, mantiene sus señas de identidad (el patológico desafío al imperialismo yanqui) y proclama, como un talismán, la fidelidad al legado del Comandante.

Mientras, oye proposiciones y las analiza con pragmatismo y frialdad. La barca se apresta a cruzar otros mares de locura. A su espalda, envuelta en la bruma, abandona las orillas de la utopía.

luicino2004@yahoo.com