CUBA: El final terrible y el terror sin fin
El final terrible y el terror sin fin
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Sería muy saludable que la sociedad cubana pudiera abrir un proceso de reconstrucción nacional donde participen con igualdad de derechos habitantes de la Isla y emigrados. Si el año 2010 sirve para esto, será un año de muy buenas noticias.
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Por Haroldo Dilla
Santo Domingo | 16/12/2009
Los cubanos están acostumbrados a un curso político lento y pastoso. Antes era así porque, según se decía en la faraónica Escuela Ñico López, la política cubana estaba beneficiada por las leyes de la historia y exenta de los avatares sucios de la política burguesa. Ya casi nadie lo dice (nadie en su sano juicio), pero de cualquier manera el periódico Granma se ocupa de presentar a sus lectores cautivos una imagen predestinada: omite tantos detalles que al final sólo queda la idea de que el Partido es inmortal, que las FAR son inexpugnables, que el pueblo marcha junto a Raúl, que el mundo entero lee las reflexiones de Fidel y que el sistema capitalista está ya muy cerca de su lugar en el basurero de la historia.
Lo curioso es que en 2009 los cubanos han podido conocer, a pesar del esfuerzo de la prensa insular, algunos hechos menos edificantes de lo que se pudiera asumir de la lectura teleológica de la historia. Así, entre quejas sobre guaguas que no pasan y cafeterías que no funcionan, han conocido que varios dirigentes promovidos directamente por Fidel Castro y presentados durante años como la garantía del relevo político generacional, fueron defenestrados ruidosamente acusados de corrupción, deslealtad, complicidad con el "enemigo" y envenenamiento con "las mieles del poder", un producto que los acusadores han consumido durante medio siglo sin ningún efecto negativo visible.
( Soldados durante el ejercicio militar del pasado mes de noviembre, 2009. (REUTERS) )
También han conocido que ellos, los cubanos comunes, son definidos oficialmente como "pichones con el pico abierto", cuasi-parásitos, engendros del paternalismo, a pesar de que durante ese medio siglo han cortado caña, librado guerras allende los mares, ganado salarios de miseria, esperado década tras década por una casa que nunca llegaba y mandado a sus hijos a estudiar en ergástulas rurales siguiendo las orientaciones de Fidel y del Partido.
Y, con seguridad, leyeron en la prensa que —a pesar de la crisis, de la carencia crónica de recursos y de la existencia en Estados Unidos de una nueva administración que ha hecho más gestos aperturistas en pocos meses que todos sus predecesores en años— el gobierno cubano organizó una nueva versión de las maniobras militares conocidas como Bastión, realizadas desde los tiempos del fenecido Ronald Reagan. Pero que en 2009 han marcado una diferencia respecto a sus antecesoras: ahora han sido dirigidas a prevenir y contrarrestar una situación en que se produzca —cito textualmente a un jefe militar cubano— "un aumento de la actividad subversiva del enemigo, encaminada a provocar desorden social e ingobernabilidad, aprovechando para ello la situación que se ha creado (...) como consecuencia de la crisis financiera y económica mundial".
¿Hacia quienes se dirige Bastión? Obviamente, este despliegue militar no va dirigido contra los grupos y redes de oposición existentes, sean disidentes, blogueros o de cualquier otro tipo. Estos grupos están agotados en algunos casos y aislados en todos, de manera que sus capacidades para incidir en la política interna o movilizar a la población son muy limitadas. Y sus breves espacios de presencia pública —por ejemplo, los que han tenido las Damas de Blanco o los que intentan conseguir los blogueros— están siendo severamente acotados por la puesta en marcha de mecanismos de represión callejera que implican la movilización de leales y menos leales, pero para quienes la participación en estos actos represivos es menos costosa que la abstención.
De cierta manera, cada acto de repudio contra los opositores ha funcionado como una pequeña maniobra militar Bastión, porque ha cumplido los mismos objetivos: disuadir al enemigo y, eventualmente, aniquilarlo. En el actual contexto —nunca fue tan lejana como ahora la posibilidad de una agresión norteamericana, y los opositores siguen siendo inocuos políticamente—, ambos tipos de movilizaciones pueden parecer para los observadores externos un derroche de recursos, pero no siempre las cosas son tan evidentes como parecen.
Y es que la élite política posrevolucionaria está mirando hacia otro lado, hacia el lado de la gran masa de cubanos y cubanas —incluyendo esas mismas turbas que ahora lanza ignominiosamente contra personas indefensas— que en un contexto de agravamiento de la crisis pudieran virar sus energías contra el poder establecido.
Hay un hecho claro: la economía cubana sigue siendo un desastre, y la única respuesta que se le ha ocurrido a los dirigentes cubanos es eliminar los últimos espacios de consumo personal subsidiado y acusar de paso a la población de ser dependientes indeseados del Estado. Un dato indicativo de la obscenidad discursiva de una clase política que gobierna sin críticas permitidas que, por ejemplo, le recuerden que los cubanos han sufrido unos salarios adaptados a ese consumo subsidiado y que, a cambio de él, se les ha exigido lealtad absoluta. Lealtad que incluye su participación en las turbas callejeras que acosan, insultan y golpean a los opositores. O que, en última instancia, la mencionada imagen del "pichón con el pico abierto" es aplicable con mayor propiedad a una clase política que, a lo largo de medio, siglo ha basado su funcionamiento en el supuesto de que alguien —soviéticos o venezolanos— debe pagar por sus bravuconadas políticas.
A ello se une un rosario de factores adversos para el sistema político actual, como son la erosión física de Fidel Castro y las aprensiones que esto origina en seguidores y herederos, la evidente incapacidad de la élite para reestructurarse sin recurrir a sonoras defenestraciones de cuadros jóvenes, el establecimiento de una administración en Estados Unidos que no apuesta por la belicosidad retórica, así como la cobardía política y pusilanimidad del actual gobernante cubano y sus cercanos colaboradores, quienes ascendieron al poder proclamando un cambio progresista para terminar llevando la situación a peores momentos.
Con esto no quiero decir que el gobierno cubano no tenga recursos a su favor. El primero de ellos es que aún —sea por inercia, fervor o incertidumbre— la mayoría de la población cubana sigue profesando una filosofía de esperar y ver qué pasa, lo que le permite desfilar el primero de mayo, participar activamente en el mercado negro y emigrar si es conveniente. Otro es que los "situados" venezolanos siguen llegando y llenando el brutal déficit financiero. Finalmente, el aparato de represión y control político sigue intacto, manteniendo fragmentada a la sociedad cubana y en la cárcel a quien pretenda desfragmentarla, no importa con que propósitos.
El final terrible y el terror sin fin
Pero, sin lugar a dudas, su situación es menos cómoda que nunca antes, no porque existan más o menos recursos (no es un simple problema de cantidad), sino porque aquellos recursos que la clase política puede manejar como bienes políticos intercambiables por lealtad, disminuyen, al mismo tiempo que las exigencias sociales se hacen más complejas. Y cuando esta relación inversa llegue al punto en que ser leal implique un costo muy superior a protestar, entonces la gente —blogueros, disidentes, "brigadistas" y, sobre todo, quienes ahora no están en ningún bando— protestará. Y en ese momento la élite política comenzaría a mostrar sus quiebras internas a pesar de los vagabundeos políticos del clan Castro. Y sería justo entonces cuando pudiera estar comenzando aquel "final terrible" que Marx contraponía al "terror sin fin".
No digo que en 2010 ocurrirá un "final terrible", es decir, el derrumbe salvaje del régimen cubano tal y como lo han deseado durante décadas los sectores más intransigentes de la emigración. Ni siquiera digo que inevitablemente ocurrirá. Si el actual gobierno cubano obtuviera ingresos superiores —provenientes de un hallazgo petrolero de envergadura en el Golfo de México, por ejemplo— estaría en condiciones de extender por mucho tiempo el actual statu quo y no creo que al mundo le interese mucho, ni que los norteamericanos demoren la tan ansiada normalización de relaciones para poder participar en el festín. Ello significaría la continuación del "terror sin fin", es decir, la entronización de un capitalismo autoritario y mafioso patrocinado por el Clan Castro y sus huestes de tecnócratas, civiles y militares, que ya comienzan a hacer sus procesos de acumulación originaria a expensas de los bienes públicos y del consumo popular. Y, con ello, la prolongación de las insatisfacciones, de las familias divididas, del castigo al que piensa diferente, del destierro de más de un millón de cubanos y cubanas y del secuestro del desiderátum socialista por una clase política conservadora, represiva e incompetente.
Sería muy saludable que la sociedad cubana pudiera evitar tanto el terror sin fin como el final terrible, y abrir un proceso de reconstrucción nacional con espacio legítimo para todas las opiniones y propuestas, donde participen con igualdad de derechos habitantes de la Isla y emigrados. Si el año 2010 sirve para esto, será un año de muy buenas noticias.
© cubaencuentro.com
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