sábado, mayo 29, 2010

AY ! SILVIO RODRÍGUEZ

AY SILVIO



Por Luis Cino

Periodista independiente.
luicino2004@yahoo.com

Arroyo Naranjo, La Habana, mayo 27 de 2010 (PD) Por estos días, andan alborozados algunos de mis más queridos amigos en Miami (Rosita, Oscar, Jesús F., Isaac) porque el Departamento de Estado norteamericano concedió al fin la visa a Silvio Rodríguez para presentarse, luego de más de 30 años, en los Estados Unidos.

Mis amigos indagan donde será el lugar más cercano a Miami donde actuará Silvio para acudir como hacían (a la Cinemateca, la Casa de las Américas o Bellas Artes) cuando eran jóvenes y casi divinos, antes del verano de 1980, cuando los expulsaron a pedradas y huevazos del reino y se fueron a buscar otra vida, mejor o al menos más libre, mas allá de los muros del barrio, la policía, los chivatos y la más absoluta desesperanza.

Sé a quién sirve Silvio Rodríguez y para qué, pero con tantas letras hermosas, ya no importa si quita o pone la “r” de revolución y si dice (ay, Silvio) que la libertad no existe y sólo le evoca un libro de Michael Ende. Pero entiendo perfectamente el embullo de mis amigos y me alegra de todo corazón que Silvio pueda ir a los Estados Unidos.

Comparto con ellos las viejas canciones que se llevaron entre lo poco que les permitieron guardar de su país y eso, porque no se lo pudieron arrebatar de las mentes, los oídos y los corazones. Quiero que conozcan también las más nuevas canciones, las que he escuchado en su ausencia, en los mismos lugares, pero con otros amigos y otros amores que nunca fueron lo mismo, aunque siguieran iguales (o bastante peor) el hambre y el desamparo.

A decir verdad, más que el derecho de Silvio Rodríguez a una visa norteamericana para poder dar conciertos en los Estados Unidos, me importan los derechos de salir y entrar sin permiso de su país de todos los cubanos. Pienso ahora en Adrián Leyva, que de no haber muerto ahogado hace dos meses en el intento de regresar a la patria, de seguro hubiera estado en primera fila en alguno de los conciertos americanos de su cantautor preferido.

Pero de cualquier modo, me alegro. ¿Qué le vamos a hacer si las canciones de Silvio, casi tanto como las de los Beatles, conforman la agridulce banda sonora de nuestra generación?

Me da entonces por recordar, incluso los malos ratos, que pudieron ser peores si no hubiera tenido entonces a mi lado a mi piquete de amigos “chen” que ahora en Miami les da ilusión porque van a poder de nuevo asistir a un concierto de Silvio, que es como volver a estar en Cuba.

Y me veo entonces de nuevo andar descalzo por mi vieja casa de La Víbora, con ellos sentados en la cama o en el piso, oyendo a Silvio en la radio porque creíamos (¡inocentes!) que cantaba por nosotros y porque después de las seis de la tarde bajaban la potencia de la WQAM y hasta bien tarde en la noche no entraba la KAAY de Little Rock, Arkansas.

Vuelvo a escuchar a Mateo de noche, en un albergue cañero de Matanzas, un fin de semana que nos quedamos sin pase, allá por diciembre de 1972, rasguear la guitarra y cantar las canciones de Silvio que no pasaban por la radio. Mateo se las sabía todas de memoria, en especial las prohibidas. Las cantaba con toda el alma y los ojos cerrados, hasta que Manolito El Mexicano le pedía un chance para tocar, con armónica y todo, “Heart of gold” de Neil Young. Y nosotros en la gloria, aunque nos muriéramos de hambre y añoranza por las novias en La Habana o en otro campamento agrícola.

Nuestros amores de entonces, tan contrariados como los que vinieron después (cosas del amor en tiempos de dictadura) discurrían en escuelas de becados, campamentos agrícolas, cañaverales, obras de choque de la construcción, unidades militares, calabozos y enrejadas salas siquiátricas para reclutas revoltosos. En tales paisajes del realismo socialista, inevitablemente tarareábamos o teníamos en mente alguna de las ambiguas canciones de Silvio, que aunque hermosas, a ciencia cierta, si no eran de amor o evidentes teques, no sabíamos de qué carajo hablaban.

Algunas citas tomadas de sus canciones deben andar por ahí en algún libro que regalé a alguna amada cuando las muchachas aún apreciaban que un tipo flaco, melenudo y miope, expulsado de todos los sitios posibles, les regalara un libro con alguna dedicatoria como “Todo se vuelve a inventar si lo comparto contigo”.

Me contaba hace unos días en un mensaje una muy querida amiga que vive ahora en Coconut Grove, sus recuerdos sobre un concierto de Silvio, a las 12 de la noche, en la Universidad de La Habana, allá por los 70.

Es curioso como nunca logro conciliar con exactitud mis recuerdos con los de las mujeres que amé. Estuve precisamente con Rosita en el único concierto de Silvio a medianoche del que tenga memoria. Fue en el teatro de Bellas Artes, la víspera de San Valentín de ¿1976, 1977? No tendríamos por entonces más de 20 años. Todavía me parece escuchar al cantautor: “Qué maneras más curiosas de recordar tiene uno…”. O una de las canciones que prefiero: “De la ausencia y de ti”. Recuerdo que en el viaje de regreso, en la guagua, primero en la 54 y luego en la 31 hasta La Guinera, en la fría madrugada de febrero, Rosita dormía en mi hombro. Y yo olía, enamorado como un perro, el aroma único de su pelo rojizo…

Por todos esos recuerdos, entre otras cosas, me alegra que Silvio Rodríguez pueda cantar también, si no en Miami, en algún otro lugar de la Florida. Ya anuncié a Rosita y a todos los demás amigos, que ese día daremos una tregua a la lejanía y la nostalgia, porque también estaré con ellos en el concierto, a ver si por fin aparece el dichoso unicornio azul que ayer se nos perdió.