jueves, junio 24, 2010

Ariel Sigler . El cuerpo en los tiempos del cólera

Nota del Bloguista

Orlando, Cuba no le ha hecho nada malo a Ariel Sigler Amaya; ha sido la tiranía Castrista, la dictadura totalitaria; y si no quiere decir palabras tan fuertes, puede decir el régimen cubano.

Una vez más se cumplen estas palabras de Monseñor Pedro Meurice, Arzobispo de Santiago de Cuba, en las palabras de bienvenida al Papa Juan Pablo II en Santiago de Cuba en 1998:

¨Le presento además , a un úmero creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología.¨
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El cuerpo en los tiempos del cólera


Miércoles 23 de Junio de 2010
Por Orlando Luis Pardo Lazo
La Habana


No sé qué le habrá hecho Ariel Sigler a Cuba. El acta judicial que aún lo condena tampoco abunda mucho al respecto. Sólo sé lo que Cuba ha hecho de él. Pero no lo escribo por pudor con Ariel Sigler, recién liberado y literalmente expirando una licencia extrapenal tras cumplir siete de los veinte años de su sanción.

El programa cubano de reeducación de convictos parece ensañarse con los delitos políticos, que legalmente no existen. Desde la policía de barrio hasta los fiscales de buró, el sistema asume que la disidencia es una pesadilla goyesca que, al despertar de la resaca, por suerte no era verdad (el sueño de la Revolución engendra monstruos).

Reeducar, en semejante epoquita sin épica, donde ni los verdugos tienen fe en nuestro futuro fósil, es una violencia mental contra las víctimas que ha dejado de funcionar. La era de La Naranja Mecánica no es operativa en el paraíso del proletariado. En el siglo XXI, es un hecho estadístico que ningún cubano cambia del cráneo para adentro. Kubrick ha muerto, Kafka no.

( Ariel Sigler Amaya )

Incluso Ariel Sigler sale de su jaula/aula con un hilito de vida y jura continuar la lucha pro-democracia en el punto mismo en que su arresto de 2003 lo interrumpió. Es un fracaso educacional, en términos de Makarenko o tal vez Makarov. Pero, como los reeducadores no quieren perder en masa el empleo, ahora les basta con ejercer su funesta faena a flor de piel. "Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado": la cita de Fidel bien podría incluir a la imagen física de la oposición.

En términos técnicos, el poder ha concluido que la mayoría de la población (sea penal o penalizable) no se somete al modo oficial de pensar los retos o restos de nuestra nación. No hay consenso, así en la cárcel como en la calle. La Isla se desintegra a la deriva, sin que ningún discurso demagógico la saque a flote de la zozobra. En este zeitnot soez no tenemos ni el timo de un timonel. Y eso es lo más peligroso para ciudadanos libres y reos: la reeducación se re-enfoca ahora exhaustivamente sobre nuestros cuerpos.

Dado que la conversión del espíritu es imposible, se ejecuta entonces una caricaturización criminal del cuerpo que lo contiene. Lo secuestran de su entorno familiar, lo disfrazan a la fuerza con el uniforme de culpable, lo someten a regímenes rigurosos de dieta y malas compañías, lo momifican a cuentagotas, envejeciéndolo fenotípicamente como uno de esos fetos transgénicos que nacen casi cadáveres. Antropológicamente, abortan la biografía a través de su biología, sin importar lo que piensa el preso ni la presión de la prensa internacional (de buenas campañas está empedrado el camino del infierno).

Tras décadas de una sociedad cuyo sentido se supone sea la salvación a ras de la Tierra, por fin resurge en Cuba la sinceridad materialista de lo salvaje. Cirugía plástica subvencionada por el Estado para sofocar la estética de la subversión. Ariel Sigler sería al respecto el primer ejemplar en probeta del Hombre Nuevo.

La metamorfosis ya no aspira, pues, a reclutar nuevas almas para destupir la utopía. A la hora del Cubapocalipsis, mientras menos sean los elegidos de la tribu en la tribuna, mejor. La disciplina no involucra más a la ideología. Se llama socialismo somático.

O sea, que para el poder lo más rentable no es el mimetismo espiritual sino epidérmico con los iconos clásicos de la Revolución. Los peores perfiles de Ariel Sigler, por ejemplo, no difieren demasiados píxeles de las últimas fotos de Fidel. La retórica raquítica de la reeducación ya no apuesta por la corrección moral. Antes bien, los pedagogos políticos se conforman con imponer a sus pupilos contestatarios un patético parecido patrio con el Premier.

Hacer es hoy la peor manera de decir.