domingo, julio 18, 2010

Sin personas no hay nación


Sin personas no hay nación



Por Yaxys D. Cires Dib
Julio 18, 2010

La persona tiene una dimensión comunitaria que forma parte esencial de su desarrollo. Al mismo tiempo, es un sujeto libre, lo cual implica que no debe ser absorbido por la colectividad. Tiene aspiraciones, motivaciones y proyectos que no tienen por qué coincidir con los de los demás.

Desde una perspectiva humanista, la persona entendida como sujeto libre y capaz de relacionarse, debe ser el centro de la vida social. Ni el estado, ni la colectividad, ni el mercado pueden ir en detrimento de ella. Esta idea encuentra sustento en la primacía de su dignidad y derechos, cuestiones anteriores a otras instituciones e inherentes a la condición humana.

La negación de estos principios ha sido el origen del más grande desastre que ha generado el comunismo: el daño antropológico. Para el comunismo la persona es un simple instrumento al servicio del poder o de las relaciones que le sustentan. Las personas son entes susceptibles de convertirse en fichas de una negociación nacional o internacional en las que su libertad no cuenta.

Juan Pablo II en su Encíclica Centesimus Agnus expresó sobre este tema:

“El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión”

Redimir al hombre no es tarea fácil. De hecho, no en todos los países donde el comunismo fue derrotado se ha logrado plenamente este objetivo. Por eso los cubanos debemos tener las cosas claras.

Redimir al hombre no es tarea fácil. De hecho, no en todos los países donde el comunismo fue derrotado se ha logrado plenamente este objetivo. Por eso los cubanos debemos tener las cosas claras.

La transición debe ser un proceso abierto y que abarque las diferentes dimensiones de la vida social, es decir, debe haber una transición: política, económica, jurídica y social. Todos los derechos humanos son importantes y tan necesaria es la libertad económica como la política.

La sociedad civil debe jugar un papel importante como parte activa del tránsito democrático. Sus redes ofrecen espacios de participación a los ciudadanos y muchas veces sirven de muro de contención frente a la arbitrariedad estatal. Dentro de la propia sociedad debe primar el principio de solidaridad y el de subsidiaridad -en las dos direcciones- con respecto al estado.

La transición debe ser cultural, entendiendo la cultura no sólo como arte, sino como expresión de vida. No se puede vivir una nueva etapa con las mismas mañas. Por ejemplo, en una sociedad democrática no debe haber espacio para la cultura de la simulación, tampoco para el paternalismo o la intolerancia.

Pero lograr esto será difícil si la democracia desde el inicio no se preocupa por tener un buen sistema educativo que forme a los niños y jóvenes como ciudadanos de bien y profesionales competentes; que le de los instrumentos necesarios para discernir en la vida.

Redimir a la persona es esencial, en ello nos va la realización, no sólo la de cada uno, sino la de la nación. Estos y otros son los temas que tendremos que definir los cubanos sin distraernos con cuentos de “socialismos democráticos” y otras elucubraciones que implican la negación de la libertad política.