Mons. Agustín A. Román, Obispo Auxiliar Emérito: Cómo se vivía la Navidad en el campo cubano
Cómo se vivía la Navidad en el campo cubano
Por Mons. Agustín A. Román, Obispo Auxiliar Emérito
(Palabras pronunciadas por Mons. Agustín A. Román, Obispo Auxiliar Emérito en la Peña Vareliana el 18 de Diciembre de 2010, Miami, Florida )
Pasé mi infancia en el lindo campo de Cuba. Con mis padres campesinos y mis hermanos vivimos una niñez y adolescencia pobre sin faltar lo necesario, pero muy feliz. Mi casa era un bohío amplio y fresco con techo de guano y con las habitaciones necesarias para descansar. El agua pura nunca faltó pues se sacaba del pozo del patio que era profundo, y siempre la teníamos en abundancia. No teníamos luz eléctrica pero, acostumbrados a las lámparas de aceite, no creíamos necesitarla.
El campo lo trabajábamos todos dirigidos por mi padre, y la comida siempre sobraba. Recuerdo que mis padres agradecían a las personas que se acercaban en busca de las frutas, porque eran tan abundantes, especialmente el mango, que caían a la tierra y las abejas volaban sobre ellas buscando el néctar en sus jugos. Más de una vez sufrimos la picada de aquellos insectos y las consecuencias eran desagradables.
A los 15 años me enviaron al poblado de San Antonio de los Baños porque los cursos en la escuela del campo sólo llegaban hasta 6º grado. Allí hice el 7º y 8º grados que eran llamados entonces Primaria Superior.
Dentro de este marco feliz vivimos nuestra niñez y adolescencia, y dentro de aquel inolvidable mundo de tierra poblada de verdes árboles siempre recuerdo las Navidades. Los campos se cubrían de unas flores silvestres blancas salpicadas de morado. Eran llamadas “aguinaldo” y con su olor anunciaban el Adviento desde finales de noviembre, y el colorido sobre la verde hierba de los potreros hacía que pareciera como adornada por un buen artista.
(Jesús, María y José acompañados por los pastores de Belén, los cuales le traen sus regalos al niño Dios y lo adoran)
Al comenzar los duros inviernos del norte, las aves nos iban llegando como turistas y en el cielo azul las veíamos divertirse aprovechando la temperatura que habían perdido. Desde el comienzo de diciembre las casas siempre se pintaban con el blanco de la cal y las puertas con los colores de la bandera patria, azul y rojo. Los tres colores relucían.
Las mujeres cosían las ropas que vestiríamos en Navidad y Año Nuevo y todo se iba preparando. En mi casa hacían un nacimiento que comparado con los de hoy tenía pocas figuras, pero el misterio relucía en un lugar preferencial del bohío donde no faltaban la Virgen, San José y el Niño. Como carecíamos de luz eléctrica, utilizábamos la electricidad de la batería que mantenía la radio.
(Lechón asado)
Aunque diciembre no era el tiempo mejor para las flores porque las lluvias habían desaparecido con el otoño y no había regadío, recuerdo que Mamá siempre las cultivaba para hacer adornos desde el día de Nochebuena hasta el primero del año. Las mujeres iban preparando el buñuelo y la miel desde temprano. Recuerdo ver los tableros llenos de harina de yuca para prepararlos. Se cocían los dulces de frutas, de manera especial los de papaya, coco, naranja y ciruela. Daban gran importancia a la preparación de una variedad de postres y a compartirlos con los vecinos.
(Buñuelos de yuca con malanga o papa para suavizarlos con almibar y anís)
Las familias soñaban con las fiestas que comenzaban con la Nochebuena. El día 24 se preparaba el lechón que era la carne preferida, aunque a las personas mayores se les ofrecía optar por la gallina de guinea o el pollo. No recuerdo nunca haber comido el pavo. Desde temprano alguien de la familia iba a la población a comprar el arroz, los frijoles y todo lo restante, y se traía el vino que se tomaba en los campos tan sólo en esta festividad y al terminar la Semana Santa, en la fiesta de la Pascua de Resurrección. El vino de frutas se hacía en los hogares desde el principio del año para que estuviera bueno en ese momento. En Navidad nunca faltó el turrón.
Unas familias iban a compartir con otras y traían las golosinas que habían preparado. La mesa se adornaba dentro de la casa aprovechando la luz de las lámparas ya que fuera la luz de la luna y de las estrellas, que bien resplandecían durante este tiempo, no era suficiente. Terminada la comida comenzaba la canturía para la mayoría que no podía ir a la Misa de Gallo, que por la distancia teníamos que salir temprano para llegar a las 12 y regresar muy pasada la media noche.
En la canturía se emocionaban algunos jóvenes, dirigiéndose a las jóvenes exaltando su belleza con gran franqueza gracias al entusiasmo que les daba el vino. En ese momento se descubrían los enamorados sin temor al respeto de los padres.
Se sabía que la celebración era por el nacimiento de Cristo, pero la carencia de catequesis no les permitía saborear el misterio de un Dios hecho hombre por amor a todos los hombres. Tal vez aquello contribuyó a que yo escogiera el sacerdocio pues en la medida en que iba conociendo más a Cristo y su Iglesia, iba descubriendo cómo en la mayoría de nuestro pueblo estaban todos bautizados pero ahí se quedaban dormidos.
Allí comencé yo más tarde una catequesis semanal a la que venía un gran número de niños que se preparaban para la primera comunión. Esto hizo que el párroco comenzara una misión anual de tres noches que en casa se llenaba y les instruía en la fe. Este despertar misionero en mí fue el fruto de la Acción Católica Cubana que pretendía, en los años ’40 y ’50, hacer una Cuba creyente y dichosa donde Cristo reinara en los hogares primero y en la sociedad también.
Esta evangelización era aun incipiente y mucho prometía, pero en los ’60 terminaba con la implantación del comunismo que puso fin hasta a la Navidad y Semana Santa, perdiendo así el pueblo la alegría que hacía feliz su vida. Las fiestas religiosas, en especial Navidad y Semana Santa fueron desapareciendo en poco tiempo y la alegría también desapareció con ellas, naciendo el terror a expresar todo sentimiento religioso exterior, ya que esto podía hacer perder a los hijos oportunidades ventajosas.
La visita del Santo Padre Juan Pablo II en enero de 1998 abrió algunas puertas a los creyentes, entre otras el resucitar costumbres como la celebración de la Navidad de manera pública. Pero la fe de la clase campesina, que tradicionalmente transmitía sus costumbres de generación en generación, existe hoy en día después de medio siglo en que ha pasado el huracán comunista. Pensaba que no. Sin embargo, el recorrido de la imagen de la Virgen por toda la Isla y que comenzó en Oriente el pasado septiembre, va demostrando que la fe parece dormirse, pero sorprende cuando resucita.
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