sábado, junio 07, 2014

HUMILLACIONES.El cineasta Eduardo del Llano desde La Habana escribe sobre las humillaciones en la Cuba de los Castro. Alicia en el pueblo de Maravillas

HUMILLACIONES

Por Eduardo del Llano
La Habana
:03-06-2014


 Las humillaciones hieren en el alma; son experiencias que uno preferiría borrar de la memoria. Como tal cosa es imposible, las asiento aquí, para exorcizarlas.

 El 13 de junio de 1991 se estrenó Alicia en el pueblo de Maravillas, que estuvo cuatro días en cartelera. En diciembre la película no pasó en el Festival, pero un buen número de periodistas curiosos intentó entrevistar a Daniel y a todos los que tuvimos que ver con ella. Un día nos reunimos en el Hotel Nacional con reporteros y delegados para hablar del tema. Yo desfallecía de hambre: todo el mundo estaba mal alimentado en 1993, pero yo además soy alérgico al huevo, el gran salvavidas. Un profesor universitario norteamericano en particular me hizo muchas preguntas; parecía un tipo simpático, congenió conmigo, así que al terminar la improvisada rueda de prensa –a las tres de la tarde– le pedí que me comprara un sándwich en la cafetería. Lo hizo, desde luego, pero no voy a olvidar la mirada que me lanzó al entregármelo. Jamás volví a hacer una cosa parecida, pero no juzgo a quien haya necesitado hacerlo con frecuencia.

 En 1998 la mamá de mi hija mayor se realizó una interrupción de embarazo cuya secuela casi inmediata fue una infección preocupante. El ungüento que detenía el proceso y curaba las heridas venía en diminutos pomitos que costaban veintitrés dólares cincuenta; yo –a diferencia de muchos necesitados– pude reunir el dinero, así que fui a la farmacia del Cira García… para enterarme de que se vendía sólo a extranjeros. Le supliqué al empleado, que al final me dijo: “mira, sal a la calle y habla con el primer extranjero que pase, explícale tu situación y pídele que te lo compre”. Lo hice: en la esquina abordé al primer tipo con aspecto foráneo… que resultó ser un cubano de Miami. El tipo, amablemente, me compró la medicina. Un detalle importante: el ungüento era producido en Cuba.

(Daniel Díaz Torres, poco tiempo antes de fallecer. Foto y comentario del bloguista de Baracutey Cubano)

 Dejo para el final la peor de todas; aunque no es una experiencia personal, ocurrió exactamente como la cuento. Attilio es un amigo italiano –de izquierda, por más señas– que en una época, por razones de trabajo, venía con frecuencia a Cuba. En una ocasión invitó a cierto cayo turístico a dos amigos cubanos, un pintor y una sicóloga, negros ambos. A la hora de embarcar en el bote que los conduciría a destino, el custodio no dejó pasar a los cubanos: explicó que era lo establecido, que no se trataba de un capricho suyo, y que no. Cualquiera hubiera optado ahí por dos soluciones opuestas, ambas muy socorridas: tomar por el cuello al guardián y cagarse en el gobierno, o retirarse con el rabo entre las piernas. Attilio no hizo una cosa ni otra: improvisó y le dijo al tipo que comprendía perfectamente, pero que necesitaba hacerle aún una pregunta; en Cuba, contó, andaba siempre con dos perros pastores alemanes para su protección personal; no los traía hoy porque no venía directamente de su casa, pero, añadió, era probable que en unos días volviera al cayo, y quería saber si podía tomar la embarcación con los animales. Sonriente, el custodio le dijo que eso sí, que los dos perros podrían pasar sin ningún problema.