jueves, febrero 05, 2015

Esteban Fernández: CON EL EGO CONTROLADO

CON EL EGO CONTROLADO
Por Esteban Fernández
Febrero 4 de 2015

Todo el mundo tiene su ego. Tener ego es normal. Lo malo es cuando el ego se va poco a poco desarrollando. El ego es una simple protuberancia que si se permite que se infle y crezca puede convertirse en un tumor. Es como un catarro mal atendido que llega a ser una pulmonía.

Quede claro que no toda la culpa es del que llega a ser un egocéntrico porque muchos cooperan a desarrollar esa enfermedad del alma y del cerebro. Muchos son los que riegan esa yerba mala.

Yo soy un tipo que tiene su ego bastante controlado porque trato de mantenerlo a raya. Toda la historia comienza con mi envío de unas mal hilvanadas líneas a un periódico local. A la tercera columna pública me encuentro con la sorpresa de que lo que yo pensaba que había sido una basura en los círculos cubanos fueron bien recibidas y mis compatriotas  me dicen que “les encantó lo que escribí”. Ni cuenta me di que eso era el primer  abono  para mi ego en ciernes. De la alegría inicial paso a sentir un profundo orgullo de mi mismo. Recuerdo que me dije: “¡Wow, Estebita, parece que te la comiste!” Y me di una palmadita en el hombro.

En los inicios, durante el año 68, increíblemente en un acto patriótico el maestro de ceremonias de lejos me reconoce, apunta mi nombre en un papelito y 10 minutos más tarde dice en el micrófono: “Aquí entre los presentes se encuentra el escritor Esteban Fernández ¿Estebita quieres dedicarnos unas palabras?”.  Y claro que sí,  me sentí como un caballo.

Eso se repitió invariablemente, una, dos, 20 veces, hasta que viene la prueba fehaciente de que la enfermedad del ‘ego subido’ comienza a tenerme cogido: El maestro de ceremonia no me reconoce y si me reconoce no le da la gana de mencionarme. Se siente exactamente igual que al drogadicto que le quitan los narcóticos.  Ahí, en ese preciso instante, tengo  que fajarme contra mi ego, resistirme a la tentación y en mi caso logré, con mucha dificultad, aplacarlo. Hay otros que sucumben y van a quejarse y exigen que  reconozcan sus presencias en la reunión. Pero yo me quedé callado y sonriente.

Como el 100 por ciento de lo que yo escribía era de Cuba me cae un complejo tremendo de que “estoy utilizando la causa en beneficio de mi ego personal”. Al mismo tiempo un cantante venezolano llamado Oscar D’León dice públicamente que “Si a los cubanos les quitan el castrismo no tuvieran de que hablar”.

Ambas cosas -mi incipiente complejo de culpa y el cantante- le dan una estocada a mi ego y decido: “Oh, yo no necesito de la tragedia de Cuba para escribir, mi buen sentido del humor y mi cualidad de buen observador me pueden permitir hablar de mil otras cosas más…”

Lo hice y surge una gran metamorfosis en mí, es un proceso lento que va de: primero, recibir los halagos sin hacerles mucho caso, después disfrutarlos a plenitud hasta llegar al extremo de pasar mucho trabajo para poder contener mis deseos de pedirlos. Y entonces, gracias a Dios, logro huirle y evitar  el ‘delirio de figurado’ que perjudicaba mi siempre afable y humilde personalidad. Y por último paso a exigir todo lo contrario: si yo no soy el orador que requiere la presentación entonces que no me mienten y mucho menos que me aplaudan injustificadamente.

Y  mi mayor triunfo fue comprender si algunos  quieren considerarme un “postalita” por mis escritos, discursos y actividades, ese es su problema y que eso no sería óbice para seguir machacando en el tema cubano y echarle con el rayo al castrismo.

Al final de la jornada Oscar D’León tuvo que meterse la lengua donde no le diera el sol porque sus compatriotas desde hace rato nada más que hablan de Maduro, y yo disfruto de las pocas o muchas lisonjas que recibo sin permitir que se me vayan a la cabeza ni a “creerme la gran cosa”. Y de paso he llegado a la conclusión de que debo aceptar con beneplácito todos los cumplidos, porque lo que es dinero no he recibido ni un penny en todos estos largos años emborronando cuartillas. Y creo que he logrado poner a dormir mi ego hasta que algún ladrón lo despierta plagiando uno de mis artículos.