Alfredo M. Cepero sobre Cuba: LA VIEJA Y LA NUEVA NACIÓN.
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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Yo digo que los cubanos de todas las razas, de todos los sexos, de todas las religiones y de todas las ideologías, exceptuadas las totalitarias, debemos de ocupar nuestro lugar en la construcción de la nueva nación.
La prolongación desmesura de la pesadilla nacional cubana ha producido daños profundos, aunque no irreparables, en la psiquis de nuestro pueblo. Muchos han borrado el pasado y se han refugiado en nuevas realidades para escapar del dolor profundo de perder ese centro de gravedad emocional que es la patria. Esos no quieren saber nada de Cuba en ninguna de sus etapas, pasada, presente o futura. Otros han creado sus propios espejismos y se aferran a un pasado cuyas bondades exageran y cuyos defectos han borrado de sus mentes. Los primeros no quieren saber de Cuba ni de sus dolores. Los segundos se empecinan en creer que, derrocada la tiranía, regresaremos a un añorado falso paraíso de la Cuba anterior a 1959. Ambos bandos están equivocados porque ignoran realidades actuales y son pesimistas en cuanto a la capacidad del pueblo cubano para conducir a nuestra patria hacia nuevas realidades de libertad, armonía y prosperidad.
La Cuba del día después de derrocada la tiranía será totalmente diferente a la anterior a 1959 o a la de los últimos 56 años de castro-comunismo. La historia no da marcha atrás y solamente sirve para aprender de los errores pasados y no repetirlos en el futuro.
No será la Cuba hedonista e indiferente a los asuntos políticos de los primeros 57 años(1902-1959) de república. Una Cuba en que nuestro pueblo estaba más interesado en los campeonatos de béisbol o en los bailes en los Jardines de la Tropical que en la calidad de sus gobernantes. Una Cuba donde se toleraba a los políticos corruptos y se glorificaba la violencia. Donde ser "revolucionario" era casi un título nobiliario y ser "guapo" un pasaporte para ingresar en los círculos de poder. Donde hampones como Policarpo Soler y Orlando León Lemus ("El colorado") imponían su ley del gatillo amparados por funcionarios de gobierno y donde diletantes como Pardo Llada obtenían más votos que intelectuales como Jorge Mañach.
Muchos menos puede ser la continuación de la Cuba de sangre, opresión y miseria de los últimos 56 años (1959-2015). Esa es la que están soñando con prolongar los forajidos que se robaron el poder en 1959 y sus aliados en la oposición domesticada y el exilio apátrida. El legado de esos miserables será una nación en ruinas y un pueblo dañado y prostituido en el curso de tres generaciones de autómatas. Un verdadero infierno en la Tierra que sólo son capaces de crear los hijos de las tinieblas y de las tiranías materialistas y ateas. Ninguna de esas dos Cubas puede volver porque, si volvieran, nos mereceríamos ser esclavos a perpetuidad. Yo estoy convencido de que no volverán.
Ahora bien, aquellos iluminados por el amor a la patria que asuman la tarea de restaurar prosperidad material y principios edificantes a la Cuba futura tendrán que enfrentar numerosos retos y superar grandes obstáculos. Edificar viviendas, construir hospitales, reparar carreteras y crear empresas no será tan difícil como restaurar la esperanza y el sentido de responsabilidad individual a un pueblo domesticado y traumatizado por un infierno de más de medio siglo.
De hecho, como ningún otro pueblo en América los cubanos hemos pagado con sangre, lágrimas y miseria nuestros pecados ciudadanos, ya hayan sido supuestos o reales. Por lo tanto, nos merecemos un verdadero amanecer de libertad, de esperanza y de prosperidad. Pero tenemos que ganárnoslo con nuestro esfuerzo. Esa sería una Cuba sin las lacras de los primeros 57 años ni los horrores de los últimos 56 años de tiranía comunista.
Por otra parte, es cierto que entre los materiales necesarios para construir esa nueva nación purificada por el dolor el más deficiente es el material humano. Será privilegio de los verdaderos patriotas confrontar ese reto y superar ese obstáculo. Para ello tendrán que encontrar estímulo en la admonición del santo patrón de nuestras libertades: "Nuestro vino es agrio pero es nuestro vino".
Hay, sin embargo, aquellos que se han olvidado de la patria y responsabilizan a su pueblo por su actual estado de inmoralidad y depauperación. A ellos les digo que los únicos culpables de esta pesadilla han sido los Castro y sus apandillados más cercanos. Que si no van a ayudar tengan la decencia de no estorbar. La mayoría de nuestros compatriotas bajo el castrismo merecen nuestra compasión, no nuestra condenación. Esa tiene que estar reservada para su opresores y sobre ellos debe de caer todo el peso de una justicia sin venganzas pero sin excepciones.
Concluyo con una pregunta: ¿De qué valdría despojarnos de esta tiranía para sustituirla con una nación en guerra contra sí misma? Yo digo que los cubanos de todas las razas, de todos los sexos, de todas las religiones y de todas las ideologías, exceptuadas las totalitarias, debemos de ocupar nuestro lugar en la construcción de la nueva nación. La vieja nación tiene que ser enterrada sin dejar espacio para su futura resurrección propulsada por rencores entre nosotros. Según reza el lema de nuestra revista, para prosperar y perdurar, esa nueva nación tendrá que ser: "Tarea de todos, pedestal de nadie".
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