martes, noviembre 10, 2015

Francisco Almagro sobre Cuba: Es ahí, en la subjetividad de la mayoría del pueblo, donde el comunismo cubano ha logrado su mayor y más prolongado éxito. Y sus enemigos, el fracaso.'


Tomado de http://www.diariodecuba.com/

Amor sin tiempos de cólera

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'Es ahí, en la subjetividad de la mayoría del pueblo, donde el comunismo cubano ha logrado su mayor y más prolongado éxito. Y sus enemigos, el fracaso.'
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Por Francisco Almagro
Miami
9 Nov 2015

Hace algunos años caminaba con una amiga por una larga avenida habanera. Eran los primeros años de los 80. La apertura de mercados y libertades mínimas hacia que muchos pensaran que la libreta de racionamiento, conocida simplemente como "la libreta", estaba a punto de desaparecer. Recuerdo que cuando dije apoyar la idea, la amiga se paró en seco, y gritó  en medio de la calle: "¡La libreta no, por favor! Eso es lo único que nos garantiza alguna seguridad".

La miré fijamente. No podía creer lo que oía. Todavía en aquellos lejanos días de alguna bonanza, la libreta era casi un chiste de mal gusto. Con lo que "daban", apenas se podía llegar a mediados de mes. Pero aquella experiencia me ha estado dando vueltas en la cabeza por más de treinta años.  ¿Seguridad? ¿Qué seguridad?

Y es que la sensación subjetiva de estar seguros es tan importante para vivir como respirar. No importa de qué y cómo se esté seguro. Puede usted estar convencido de que esa casa es suya, que tiene un médico y un hospital gratuito y su salud está segura, o que aunque pierda un poco de su libertad individual, hay suficientes policías y segurosos para asegurar su seguridad. Es precisamente eso, seguridad, lo que tratan de vender las ideologías, los políticos e incluso las grandes religiones. La función primaria de cualquier institución o líder que pretenda la totalidad del corazón humano es alcanzar esa máxima sensación de seguridad en sus seguidores. 

De alguna manera, quien da seguridad ordena. Y quien protege, manda. Y mientras más seguros y más protegidos nos sentimos, mayor es la cuota de autonomía y libertad individual que entregamos al Poder Invisible. Unos pueblos más que otros, pero todos casi  por igual sin importar su ubicación geográfica o histórica, han entregado a hombres y no a instituciones su propia seguridad. Nadie es indemne a tal cesión. La naturaleza humana, por su conciencia de peligro y muerte,  entrega a un padre, a un jefe, un líder, a una esposa o un esposo, una pedazo de libertad propia a cambio de seguridad.

(Viñeta añadida por el bloguista de Baracutey Cubano)

He pensado mucho en lo que mi amiga y cientos, millones de cubanos temen con un cambio: perder su seguridad. No importa que esa seguridad sea tan irreal como una pesadilla, o que la libreta de abastecimiento no alcance, que los hospitales estén en ruinas y sin médicos, y las escuelas sin maestros, que los salarios sean mínimos y las ciudades se caigan a pedazos. Para millones de cubanos, aun hoy, la libreta y los hospitales, las escuelas y los salarios y las bellas ciudades cubanas "tienen problemas  pero están seguros";  no merecen ser cambiados por nada ni por nadie porque todo puede ser peor.

Es ahí, en la subjetividad de la mayoría del pueblo cubano, donde el comunismo cubano ha logrado su mayor y más prolongado éxito. Y sus enemigos, el fracaso. Y a cada rato, algún añoso dirigente cubano repite como mantra la frase "la Revolución cubana no deja abandonado a nadie". Bien sabemos que no es del todo cierta; tampoco del todo falsa. El régimen sabe muy bien escoger los destinatarios de ayudas urgentes, y aunque insuficientes, casi miserables, son exageradamente promocionadas en los medios de comunicación día y noche hasta que el cubano de a pie pueda sentirse seguro tras un ciclón, un accidente u otra adversidad, incluida la guerra.  

Por otro lado, y tocando el tema de los medios, la democracia no es un lugar muy seguro que digamos. ¿Por qué cambiar las cosas?, se dirán muchos. Lo que han oído y han visto los cubanos por más de medio siglo es que en otros países se compran las elecciones y se asesinan a presidentes y a diputados. ¿Elecciones para qué? El régimen cubano compró hace ya bastante tiempo el derecho a la paternidad de su pueblo; el derecho cuasi divino e infinito de gobernanza.  No usó solamente las armas o el dinero, aunque también de eso hubo bastante. La fuerza y el dinero no consiguen corazones por mucho tiempo. El régimen sedujo a millones de padres, hijos y abuelos con el infalible mensaje del amor filial: seguridades paternales. Un Papá Estado que, aunque se duele de mantener a tantos —¿será real ese dolor?—, no puede evitarlo pues es su razón existencial.      

¿Se puede hacer  algo con un pueblo que, a pesar de sentirse adulto no puede desprenderse de las ataduras sobreprotectoras que lo hacen dependiente, inhábil,  irresponsable, en fin, no libre? Un pueblo que se sabe limitado por un Poder Absoluto y que, al mismo tiempo, siente como si debiera algo; como si al romper con el Pater y salir en busca de su propia vida, traicionara su existencia propia. Por desgracia, desde esta orilla, no acabamos de entender que, como el personaje de la novela 1984 de George Orwell, con lágrimas en los ojos y después de sufrir tantas humillaciones, muchos buenos cubanos que todavía quedan en la Isla podría decir aún que "lo aman" —ya sabemos a Quién. Un amor de Estocolmo, sí, pero amor al fin…

Por cierto, acá los políticos también ofrecen incumplibles artificios de seguridad —deportaciones masivas, murallas faraónicas, empleo absoluto, y supremacías mundiales— y ya vemos los resultados en las encuestas.  Por eso una opción de cambio, de maduración social, no puede quedar en el orden material de las cosas. El soporte material sin el componente existencial, sin el discurso de paz, reconciliación y de reencuentro, es inoperante. El corazón humano no cambia con cruceros, celulares, computadoras o automóviles.  Al contrario: suele encallecerse, hacerse insensible. El cambio real empezará cuando una amiga cualquiera, caminando por una larga calle habanera, preguntará con asombro quién, por qué y para qué le racionan sus alimentos. Y lo preguntará sin disgusto porque, para entonces, en su corazón ya no habrá tiempo para la cólera.