Alfredo M. Cepero: DIOS SALVE A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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12 de junio de 2016
"Y en apoyo de esta declaración, con una fe absoluta en la protección de la Providencia Divina, comprometemos unos a otros nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor". Declaración de Independencia de los Estados Unidos, 4 de julio de 1776.
Desde sus inicios esta nación fue fundada bajo los auspicios de la Providencia Divina. Los patriotas que se reunieron en Filadelfia aquel verano de 1776 sabían que se enfrentaban a la entonces nación más poderosa de la Tierra. Apelaron por lo tanto al arma de la fe en Dios, mucho más poderosa que las armas en las que se apoyan los tiranos para subyugar pueblos. Y en sus casi dos siglos y medio de existencia, los Estados Unidos han contado sin dudas en varias ocasiones con esa protección divina en la difícil tarea de superar conflictos armados, retos internacionales, crisis económicas y divisiones raciales.
Este es uno de esos momentos cruciales en que sólo la protección divina podría salvar a los Estados Unidos de la amenaza de una desintegración interna de sus valores, sus principios y hasta de su modo de vida. Este enemigo no amenaza con armas nucleares, no se encuentra allende los mares, ni representa una crisis de su sistema económico. Sobre todos esos retos han salido triunfantes los norteamericanos en dos guerras mundiales, la guerra fría y la horrible miseria de la década de 1930. Este enemigo es parte de su cuerpo social. Millones de ciudadanos ignorados por años por las élites de ambos partidos políticos que ahora reclaman un lugar en la mesa de decisiones y beneficios. El combustible perfecto para demagogos y corruptos.
Es por eso que este 2016 podría pasar a la historia política de los Estados Unidos como uno de los años más alucinantes en el camino a unas elecciones presidenciales. Esta vez los votantes no tendremos la oportunidad de optar por el mejor candidato sino de resignarnos a votar por el menos malo de los dos farsantes. Algo así como participar en un entierro de la esperanza y ser signatarios del epitafio de una república democrática. Tendremos que escoger entre una pareja de delincuentes que han hecho de la política un lucrativo negocio--Bill y Hillary-- y un personaje autoritario que no acepta ser cuestionado y que se indigna cuando es criticado.
El gran humanista y civilista que fue José Martí le dijo a un intachable pero equivocado Máximo Gómez: "No se gobierna una república como se manda un campamento". Alguien que no tema ser objeto de su vitriolo, debería decirle al señor Donald Trump: "No se gobierna a un pueblo como se manda a unos empleados temerosos de ser despedidos".
Pero, antes de que nadie se adelante a calificarme de apologista de los errores cometidos por Estados Unidos en su proceso de crecimiento de colonia extranjera a potencia mundial, procedo a poner las cosas en un contexto que todos podamos entender y aceptar. Me explico. El inmaculado lenguaje de la Declaración de Independencia sufrió por años el borrón de haber ignorado la oprobiosa institución de la esclavitud, hasta que Abraham Lincoln enmendó de juris aquel error en enero de 1863. En la realidad diaria fue necesaria la sangre de Martin Luther King y de otros muchos para abrir las puertas de la participación política a los hombres y mujeres de raza negra.
La conquista de las grandes praderas y de las tierras fértiles del oeste norteamericano fue hecha a base del hostigamiento y hasta del exterminio de sus previos pobladores de piel roja. Gente en su mayoría pacífica pero renuentes a abandonar sus rígidas costumbre ancestrales a favor de elementos culturales más flexibles y más progresistas. Como ha ocurrido a través de la historia, la cultura más adelantada predominó sobre la más atrasada. Me pregunto a qué nivel de desarrollo y prosperidad estarían los Estados Unidos si muchos de los moradores de la Casa blanca hubiesen sido hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de Caballo Loco, el jefe que le ajustó las cuentas a George Armstrong Custer en la batalla del Little Bighorn.
Otra de las máculas en la imagen de esta nación fue el internamiento masivo de ciudadanos norteamericanos de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Si consideramos que no se hizo lo mismo con los norteamericanos de origen alemán, no puede caber duda alguna de que la decisión estuvo matizada de un despreciable racismo. Podría abundar en otros ejemplo pero considero que estos son suficientes para demostrar que los Estados Unidos distan mucho de ser una nación justa o una sociedad perfecta.
Ahora bien, como los individuos y las naciones tienen que ser juzgados por el balance de sus virtudes y defectos, no por los extremos en que hayan incurrido, estoy convencido de que este país se encuentra a la vanguardia del respeto a los derechos humanos y de las garantías de la libertad en el mundo. Que el cacareado Imperialismo Norteamericano es una patraña de todos los que envidian su libertad y su prosperidad.
Veamos. En 1898, los Estados Unidos se unieron a los patriotas cubanos para derrotar al Imperio Español en Cuba. En 1902 entregaron su gobierno a Don Tomas Estrada Palma. En 1914, cruzaron el Atlántico para defender la libertad en Europa. Regresaron sin adjudicarse una pulgada de tierra. En 1940 hicieron lo mismo para parar en seco la pesadilla del loco apocalíptico de Aolfo Hitler. Y acto seguido, crearon la OTAN para contener los designios imperialistas de Stalin.
Si vamos a hablar de imperio en el verdadero sentido de la palabra, el verdadero imperio del Siglo XX fue el Imperio Soviético. Como resultado de su participación en la derrota de Hitler, Moscú multiplicó varias veces su territorio, tomo el poder por la fuerza en media Europa, suprimió las libertades, anuló las instituciones de las zonas ocupadas y reprimió con violencia todo tipo de disensión. Si alguien duda de la ferocidad de estos vándalos solo tiene que preguntarle a los familiares de los 2,500 muertos de la Revolución Húngara de 1956 y a las víctimas de los 200,000 soldados soviéticos que invadieron Checoslovaquia en 1968. La prueba más concluyente de la diferencia reside en que Moscú tuvo que construir una cerca para que no se le escaparan sus esclavos alemanes, mientras que Washington va a tener que construir un muro para no ser invadido por las legiones de desamparados de todo el mundo.
Concluyo con una nota de optimismo citando a un profundo analista de la esencia y la naturaleza de la sociedad norteamericana. En su libro "La Democracia en América", publicado en 1835, el sociólogo y politólogo francés Alexis de Tocqueville escribió: "La grandeza de América no consiste en ser más ilustrada que otras naciones, sino en su capacidad para enmendar sus propios errores". Lo que pasó un siglo más tarde dio validez a su afirmación. En 1933, Franklin Delano Roosevelt sacó a los Estados Unidos de la depresión económica en que los había hundido un inepto Herbert Hoover. En 1980, Ronald Reagan restauró el orgullo y la prosperidad a una nación desmoralizada por la indecisión y la cobardía de Jimmy Carter.
Esta vez el milagro tendrá que ser por partida doble. Recuperar el terreno perdido por el diletante Barack Obama y, al mismo tiempo, producir una epifanía de honestidad y patriotismo en quienes aspiran a sustituirlo. Una labor que sólo puede ser realizada por el Salvador del Mundo a quien le pedimos una vez más que Salve a América.
6-12-2016
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