Es un blog diario digital conformado con los artículos, opiniones, ensayos, etc. del Catedrático universitario Lic. Pedro Pablo Arencibia Cardoso sobre diferentes temáticas de la problemática cubana, actual e histórica, así como por noticias y artículos de otros autores que se consideran de gran interés para profundizar en la realidad cubana.
martes, junio 14, 2016
Juan Juan Almeida: La conquista militar del imperio de Eusebio Leal
La conquista de Habaguanex por el Grupo Administrativo Empresarial de las FAR es una peligrosa expansión con la clara intención de monopolizar.
Siguiendo un plan muy bien trazado que incluye, sacar partido de la enfermedad del doctor Eusebio Leal para fortalecer, aún más, el dominio en la cadena de supremacía comercial y empresarial de cada rincón de la isla, el próximo 30 de octubre, Habaguanex, la compañía turística que un día perteneció al centro histórico de la Habana Vieja, quedará completamente en manos del súmmun de los depredadores cubanos, el Grupo Administrativo Empresarial de las FAR (GAE).
Mucho se ha filtrado hasta hoy sobre la auditoría que realiza la Contraloría General y el Consejo de Estado a la empresa que lleva nombre del primer cacique habanero. Las indagaciones revelan un faltante millonario y presuntos casos de corrupción en los almacenes centrales.
“Es práctica habitual entre los funcionarios corruptos, revisar, dar de baja y vender por fuera equipos nuevos recién instalados en hoteles, hostales, inmobiliarias, tiendas, restaurantes y cafeterías de la empresa, pero convertir a Habaguanex en dependencia de Gaviota, es una de las medidas más audaces y malintencionadas que ha tomado esta corporación militar que dirige el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas”, asegura una fuente cercana a la sonada inspección.
(Eusebio Leal)
Y es cierto, los muy comentados procesos de corrupción basados en la contabilidad paralela de dichos almacenes, mellaron la credibilidad ya erosionada de la empresa, pero más que por corrupción, considero que la conquista de Habaguanex por el GAE, es una peligrosa expansión con la claro propósito de monopolizar.
La adquisición de la entidad turística es algo que beneficia a los militares con nuevos incentivos fiscales; una forma poco sútil de comprar todo sin pagar, que conseguirá acercar el GAE a lo más del mercado. Además otorga el control total de la vida comercial del espacio más productivo y publicitado de Cuba, La Habana Vieja, que dicho sea de paso se ha convertido en visita obligada de nostálgicos nacionales, celebridades foráneas, mandatarios extranjeros y turistas curiosos. También evidencia la tirria feroz que desde hace mucho tiempo le profesa el general Raúl Castro al convaleciente, laborioso y talentoso historiador de La Habana, que gracias a su trabajo, y a gran parte de los habaneros,) demostró que la salvación patrimonial de la capital cubana era posible y por eso se le premió con el honroso título de Ciudad Maravilla.
La brutal e implacable toma del casco histórico habanero por los militares cubanos, acto que algunos califican como estrategia “triple A” (atracadora, atrevida y ambiciosa), no incluye, por ahora, que esta asociación raulista también se adjudique la Oficina del Historiador. Pero nada se deja al azar, todos los depredadores usan dos técnicas fundamentales para acercarse a sus víctimas: la sorpresa y el cansancio. Con tal propósito ubicaron, sin gracia ni misericordia, como jefe de transporte de tan prestigiosa oficina, al desmañado general Quiñones, ex jefe de la Contra Inteligencia del Ministerio del Interior.
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LOS PERSONAJES COSTUMBRISTAS DE EUSEBIO LEAL
Por Luis Cino
luicino2004@yahoo.com
Octubre 24 de 2009
Arroyo
Naranjo, La Habana, octubre 22 de 2009 (PD) Se les puede ver por el
casco histórico de la ciudad, a la sombra de la Catedral o El Templete,
por la calle Obispo, la Plaza de Armas o los alrededores de la Bodeguita
del Medio. La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana les
concede licencias como “personajes costumbristas” para que luchen los
fulas como puedan.
Hay saltimbanquis que arrollan al compás de la
corneta china y la conga santiaguera sobre las calles de adoquines;
mujeres negras de la tercera edad que sentadas en un quicio, soportan el
sol del mediodía y sonríen a los transeúntes mientras fuman un
descomunal tabaco.
Las
santeras de utilería también son negras. Visten faldas largas y
holgadas, altos turbantes de colores y los collares y pulseras de sus
orishas: azules, blancos, rojos y amarillos. Con la mediación de un vaso
de agua como asistencia espiritual, leen la suerte en las barajas. En
divisas o en moneda nacional. Algunas, previa cita, preparan resguardos,
hacen limpiezas, rogaciones de cabeza y otorgan Los Guerreros y la Mano
de Orula.
Con las
santeras de utilería, Eusebio Leal, que además de historiador es
empresario de Habaguanex S.A, católico y diputado comunista, materializó
en las calles del lado presentable de la ciudad vieja los grabados
decimonónicos de Milhaud y Landaluce.
Una Habana virtual con
mojitos y música de Buena Vista Social Club. Sepia, technicolor o verde
olivo como la boina y la guerrera del Che. Al gusto del consumidor. Una
pintoresca estafa a sólo metros de La Habana profunda, la real. La que
habla a gritos y palabrotas. La ciudad que además del olor a ron y
lechón asado de los restaurantes en divisa, apesta a mierda, sudor,
arrecife sucio y basura sin recoger.
Folklore en venta y títeres
del bululú para satisfacer las más exóticas fantasías de turistas
exigentes. Hasta un cementerio de tierra en colores para ricos, mezquita
e iglesia ortodoxa rusa tiene La Habana de Eusebio Leal (no importa que
no haya fieles). Un tinglado para recaudar la moneda dura de los
visitantes foráneos.
En
la ciudad-parque temático de Eusebio Leal, refuerzan la carnada para
atrapar turistas ideológicos. Los más recientes “personajes
costumbristas” son los viejos con barba a lo Comandante. Algunos
presumen de ser ex-combatientes. Detalles de su indumentaria,
generalmente ajada y percudida, aluden al mito revolucionario. Una
boina, un pantalón militar o una camiseta roja con el cartel en la
espalda de: ¡Comandante en Jefe, ordene! A cambio de lo que les quieran
dar en cuc, entre desafiantes y patéticos, posan y se dejan retratar
junto a los turistas…Seniles, absurdos, grotescos. Todo un símbolo de la
revolución, tan añeja que se descompone.
Sería mejor que la
Oficina del Historiador dé las licencias de “personajes costumbristas” a
jineteras, chulos, carteristas, chivatos y segurosos. Los viejos
barbudos del casco histórico sólo engañan a turistas nostálgicos de la
izquierda más rancia, propensos a caer en el timo, la bobería y el mal
gusto.
Si los que viajan a La Meca de la utopía revolucionaria se
fijaran un poco en la vida real (si tuvieran deseos de hacerlo) verían
que los viejos con barba en La Habana, los verdaderos, no los de
utilería, los que venden por los portales para sobrevivir, no imitan al
Comandante, sino que no tienen dinero, no digamos para comprar cuchillas
o máquinas de afeitar, ni siquiera para mal comer. Y qué decir de lo
que opinan del gobierno. Pero sería mucho pedir que un turista
ideológico escuche y crea a un cubano la verdadera historia de cómo
vive. Menos aún si en vez de un cuerpo sexy, tiene hambre, anda
andrajoso y apesta.
Published on Jun 13, 2016
Una madre afectada por un derrumbe en su vivienda en La Habana realizó una protesta en medio de la calle tras llevar días durmiendo a la intemperie junto a sus dos hijos pequeños.
Derrumbes en La Habana dejan a la intemperie a madre con dos hijos
Conocí a Eusebio Leal Spengler en el año 1979, a través del escritor cubano Manuel Pereira, quien en la actualidad vive en México. Ellos eran muy amigos y yo iniciaba una relación profundamente amorosa con Pereira que duró siete años.
Eusebio Leal Spengler, el apellido de su padre colocado al final, antes el de su madre, con quien se crió, en ausencia de su padre, según tengo entendido, me pareció un hombre muy simpático, siempre andaba corriendo de un lado a otro de la ciudad, paraba poco en su oficina, y cuando llegaba iba saludando invariable y particularmente desde el vigilante hasta al anciano hijo del presidente Zayas, las guardianas del museo, desgranando simpatía, pero dando órdenes muy precisas que había que cumplir de inmediato.
En la época en que lo frecuenté algunas secretarias llegaban y se iban con toda rapidez porque no soportaban su ritmo o él no aguantaba la lentitud de ellas, hasta que se quedó con una llamada Diana; su brazo derecho, o eso hacía entrever, era otra funcionaria llamada Rayda Mara, había también un investigador o historiador (no recuerdo el nombre) cuyo rostro denotaba su origen chino, y un equipo de arquitectos entre los que se encontraba una chilena, el amor de la vida de Silvio Rodríguez en la época, y dos cubanos, un hombre y una mujer; el arquitecto cubano se quedaría algunos años más tarde en Italia, hoy vive en Miami.
Durante la época en que conocí a Eusebio Leal cambió de esposa en cuatro ocasiones, la primera, la madre de sus dos hijos Vivian y Javier, la segunda, Margarita, graduada en Historia del Arte si mal no recuerdo, madre de su hijo Carlos Manuel, después Yamile Mansor, abogada, con la que no tuvo hijos, y Beatriz, una joven estudiante, a la que apenas conocí, porque ya en aquella época nos veíamos poco, que lo dejó para casarse con uno de esos cubanos exiliados que en Cuba se decía, por debajo del tapete, que se trataba de un prófugo de la justicia norteamericana y otros opinaban que viajaba a Cuba con la esperanza de invertir dinero en aquella isla. Un Carlos Saladrigas avant la lettre.
Eusebio Leal, sin el Spengler, apellido al que él no recurría nunca o casi nunca, en aquella época era un hombre enardecido luchando por el poder de la ciudad. No dudo un instante que su amor por La Habana Vieja fuera verdadero. Antes de llegar al salón que hacía de su oficina decidió conservar un espacioso salón donde se encontraba la oficina de quien fuera su antecesor Emilio Roig de Leuschering, allí iba su viuda a diario para hacer cualquier tarea que se le indicara. La recuerdo como una mujer elegante y silenciosa.
Leal no era militante del Partido Comunista, y se debatía arduamente por ser aceptado en sus filas, su pasado católico se lo impedía. Tampoco era graduado universitario (estudiaba en el Curso para Trabajadores) ni contaba con publicaciones para heredar el puesto que había alcanzado –como él mismo decía- debido a su amistad y fidelidad con el antiguo historiador y su afectada devoción hacia una gran cantidad de personas, ancianas ya, de la antigua y altísima burguesía cubana a quienes visitaba, y que veneraba devotamente, o al menos eso parecía. Una de ellas, Dulce María Loynaz. La amistad con estas personas, Sara Soler, la esposa del herrero Soler, y con una gran cantidad de ancianas a las que visitaba a diario, le abrió las puertas y la confianza de una casta marginada y vapuleada por el comunismo. Pero al mismo tiempo Leal pretendía el poder, el poder por encima de quien más lo vetaba, el alcalde de La Habana, Oscar Fernández Mell. Entre ellos no se podían ver, pero Leal siempre fue una persona muy astuta y supo colársele a Fernández Mell brindándole actos y conciertos musicales y poniéndolo en el pedestal que el otro exigía. Leal supo ser el intermediario entre esa casta marginalizada y los comunistas de poca clase y fineza.
Poco a poco y durante los años ochenta Leal se fue convirtiendo en el “duende” de La Habana, así lo llamaban todos, incluidos los vecinos de los solares aledaños a sus predios, de quienes se hizo amigos y a quienes atendía con tesón. Él mismo vivía en una magnífica casa pintada por dentro de blanco y azul, el exterior de piedra de taille, con persianas y plantas que su madre, la buena y silenciosa Silvia, cuidaba con pasión.
Vi la transformación de Eusebio Leal, pero no le di importancia, en aquella época muchos se comportaban como él lo hacía. Finalmente consiguió su afiliación al PCC, lo reconocieron como historiador –algo que le costó un gran esfuerzo, debido a la gran cantidad de enemigos que tenía, aunque consiguió poco a poco ser apoyado por Haydée Santamaría y por Alfredo Guevara, así como por René Rodríguez, entre otros-. Eusebio Leal siempre se mantenía en un nerviosismo extremo, en un corre p’aquí y arranca p’allá, que daba la sensación de que estaba en aquel momento haciendo su propia revolución. Una revolución a favor de los vecinos de La Habana Vieja. A algunos les prometió villas y castillos que no cumplió.
Excavó La Habana Vieja, alrededor del Museo de la Ciudad, su cuartel, y de la Oficina del Historiador, encontró como tesoro esencial una botellería antigua de lo que fueron los vinos y las cervezas que se tomaron los españoles, y empezó a crear su propia leyenda. Esa leyenda empezó con las conferencias que llevaron como título Andar La Habana. Cada miércoles, al inicio, y luego cada sábado, Eusebio Leal recorría La Habana Vieja contándola desde su exaltado verbo de historiador callejero, inventando leyendas, transformándolas hasta el delirio. Lo cierto es que tuvo un éxito enorme, porque los habaneros venían desde todas partes de la ciudad para reunirse con él en el fórum empedrado del Parque de los Enamorados a oír lo que a través del verbo –a veces cursi- de Leal le contaba cada piedra de su antigua ciudad. Su popularidad alcanzó niveles increíblemente peligrosos, porque en Cuba se puede ser de todo, menos más popular que los Castro, y su popularidad era su espada de Damocles, la que tuvo que empezar a dirigir –la popularidad, desde luego- a favor de los Castro. No faltaba entonces el guiño final de cada intervención al identificar todo lo que él hacía como una obra de la revolución, incluso si la revolución no le daba un centavo por ello, o si lo despreciaba, hasta ese momento, ni contaba con su obra para llevar a cabo el trabajo de investigación y de restauración de La Habana.
Yo fui una de las que no se perdió una sola de sus conferencias. En aquella época estudiaba Filología en la Universidad de La Habana, leía enormemente y había vivido toda mi vida entre las piedras de la Ciudad Intramuros, primero en la calle Muralla, después en Empedrado, y más tarde en Mercaderes.
Eusebio Leal se dio cuenta al instante que yo conocía la ciudad como muy pocos. En una de las conversaciones en La Bodeguita del Medio mencioné que tendría que hacer mi trabajo de servicio social universitario, y él mismo me propuso que lo hiciera en el Museo. Para mí fue de una gran alegría, primero porque me evitaba coger guaguas y alejarme de mi entorno, y segundo porque uno de los sitios que más amaba de la ciudad era el Museo. En una ocasión me tocó dar una visita dirigida, que terminó mal, porque el policía de la Plaza de la Catedral, creyendo que yo estaba molestando a los extranjeros, me montó en un patrullero, esposada, y en la Primera Unidad pasé momentos bastante angustiosos. Leal llegó allí, un poco tarde, no solo para remedar el error además para reprender al policía que era un pobre guajiro de Oriente que nada sabía de la Catedral ni de turistas –según la excusa que me dieron. Era la época en que empezaban a llegar los primeros turistas europeos a la isla. Después escribí tres crónicas sobre las conferencias de Leal que se publicaron en Granma a través de él. Más tarde trabajé durante meses en los dos últimos Diarios de Carlos Manuel de Céspedes, antes de morir en San Lorenzo. Yo hacía la transcripción paleográfica de los Diarios a máquina con una lámpara lupa (la foto de mi avatar es de esa época, me la hizo Sonia Pérez) y Zayas, el hijo del presidente, ordenaba aquellos documentos con sus referencias onomásticas e históricas, el glosario lo hice yo más tarde. Después Rayda Mara se apoderaría de aquel trabajo como suyo, o el mismo Leal se lo entregó para que ella se lo adjudicara, desconozco cómo se produjo el hecho posterior.
Leal tenía una gran facilidad de palabras, y la sigue teniendo, para la oratoria, una oratoria rimbombante, pero no así para la escritura. En varias ocasiones él escribía y otros reestructuraban sus textos. Su verdadero trabajo estaba en la acción: no se consideraba en aquella época un verdadero intelectual, sino más bien un investigador de la historia. Era un hombre con una sonrisa forzada cuando el momento lo requería, casi siempre, o con una verdadera sonrisa cuando no estaba centrado en su verdadero objetivo: el poder. Podía ser muy amable, e igualmente muy altanero y rudo.
Sentía según afirmaba una gran admiración por Fidel Castro, e intentaba llevarse de maravillas también con Raúl. Creo que la admiración por el primero era más bien actuada e hipócrita, pero supo de alguna manera metérselo en el bolsillo con sus extravagancias. Una de ellas fue sentarlo en el trono del rey en una de las salas de Museo, otra pedirle permiso para poder casarse en terceras nupcias, dado que para un militante sucedía lo mismo que para un católico, ese cambio tan frecuente de esposa se veía muy mal; para colmo, al parecer, Castro I tenía un gran aprecio por Margarita, la esposa a la que él dejaba en aquel momento por Yamile.
Así, haciéndose el gracioso indispensable y comprometiéndose cada vez más, se fue convirtiendo en uno de los hombres de confianza del régimen, hasta cierto punto, además de un recaudador de divisas de armas tomar. En Francia algunos personajes de la política lo llamaron El Pedigüeño (Le Mendiant), porque siempre estaba pidiendo dinero para esto y para lo otro, y farolas para la ciudad, y con sus mítines históricos al parecer conseguía dormir al más pinto. En una ocasión contó delante de mí que se había hecho de unas cuantas plumas antiguas y que con ellas iba abriéndose paso por el mundo. Le regaló una de esas plumas a Kadafi diciéndole que era un regalo que le entregaba de parte de Fidel Castro. Estuvo invitado por el Rey de España en varias oportunidades, y creo que hasta obtuvo una audiencia privada.
Al final, muchos años después, cuando yo apenas lo veía, nos encontrábamos por azar en algunas reuniones en casa de extranjeros o embajadas, él por su lado representando lo que representaba, y yo invitada por los diplomáticos, algunos ya conocían cómo yo pensaba en relación al castrismo. Recuerdo una en particular: aquel día Leal había estado atacando fuertemente en la Asamblea del Poder Popular las antenas parabólicas artesanales vendidas en el mercado negro, las había calificado de ilegales, y que instalarlas eran verdaderos actos de corrupción, etc, lo que se había visto en la televisión cubana. Al saludarnos esa tarde, me le acerqué y le dije que yo tenía una, y que no entendía por qué él se había metido a denunciar lo de las antenas; sonrió y le preguntó a Ricardo Vega, ya entonces mi esposo, si podía conseguirle una a él, para su casa.
No sé cuánto habrá ascendido Eusebio Leal Spengler en la confianza del nuevo tirano, pero lo que sí se nota que tiene mucho más poder del que él mismo hubiera podido imaginar, que alcanzó un puesto muy útil a la dictadura y que tal vez aspire a muchísimo más. Pero dudo que Leal pueda conseguir el poder absoluto, una vez desaparecidos los Castro I y II.
La pieza para mover y darle relevancia internacional a Mariela Castro, que es a la que están queriendo aupar como posible sucesora, puede que sea Eusebio Leal, que es quien posee unas conexiones para nada desdeñables, sobre todo en el mundo de la iglesia católica, y que sabe colarse en cualquier tipo de círculo, de hecho ya se ha colado, sobre todo en esos círculos de la alta clase política y burguesa que se hace llamar de izquierdas, y también en la de derechas, en resumen, los círculos del poder político, y de las curias vaticanas. Allí habrá llegado con el apoyo del que fuera embajador, Raúl Roa Kourí, entre otros. Su amistad con Carlos Manuel de Céspedes y con Jaime Ortega y Alamino también lo pudo haber convertido en un correveidile entre el poder y la iglesia.
El mismo Alfredo Guevara se asombraba entonces de las habilidades de Leal Spengler, cuando todavía no había ni empezado a ser aceptado. De todo, de lo más mínimo hacía un combate medieval, una batalla en la que iba armado como un gladiador, y de cada combate, sacaba una gloria personal, pero no le quedaba más remedio que poner esa gloria personal a favor del castrismo.
Los Diarios de Carlos Manuel de Céspedes, tardaron en publicarse, Castro I se negaba a ello, argumentando que de hacerlo se correría el riesgo de que las luchas intestinas que Céspedes señalaba en ellos podían ser comparadas e interpretadas por las que él mismo vivía en ese momento contra otros dirigentes, pero en realidad, a mi juicio lo que le molestaba era que en aquellos diarios apareció, por azar, esa frase tremenda de Céspedes: “La historia dictará su fallo”. Lo que lo convertía a él en muy poco original con aquella frase suya del Moncada, o tal vez le molestaba que habiendo existido esa frase escrita tan poéticamente y muy anteriormente por un cubano y nada menos que por el Padre de la Patria, en un momento histórico que a él le hubiera convenido mejor, hubiera tenido que ir a copiársela a un tal Adolf Hitler. Leal se las apañó para convencerlo de lo contrario y por fin fueron editados los diarios en Colombia por primera vez –años más tarde en Cuba-, con un prólogo de Leal con el que se quedó endeudado de la pluma y el talento de algunos que trabajamos en la sombra. Después de haberme acabado la vista con esos Diarios, mi nombre apareció apenas en letras muy pequeñas en los agradecimientos, entre el nombre de el pobre Zayas, al que yo veía cada noche, escondido en la esquina entre Tejadillo y Villegas, contemplar la estatua de su padre, mientras existió el Parque Zayas. Los demás en primera lugar, claro está. Y eso, en la edición colombiana, no sé si en la cubana me habrán puesto o borrado.
Sí, Leal es un hombre de mucho cuidado, pero también es un hombre muy débil, porque el poder al que tanto aspira, o los representantes desde hace más de medio siglo de ese poder, le saben muchos secretos. Algunas de esas intimidades ya no tendrán valor ni actualidad, porque forman parte de la vida de un hombre viejo, que no tomó la pistola que guardaba en su escritorio para suicidarse a la edad en que murió Martí como tantas veces pronosticó que haría, pero sí le saben otras debilidades de mayor peso que forman parte de la historia de su ascensión política y familiar, como escalador en esa soga podrida y frágil del poder, que en un país totalitario y castrista, un día se podría enrollar inesperadamente alrededor de su cuello. No sería el primero, ni el último.
Zoé Valdés.
Nota: Por ninguno de los trabajos fui remunerada. Eusebio Leal imprimió una litografía numerada, de un poema mío dedicado a Carlos Manuel de Céspedes, con un dibujo de un pintor del Taller de Grabados de la Plaza de la Catedral, lo que consideré una atención a mi trabajo.
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Libro de Pedro Pablo Arencibia: Paradigmas Psicopedagogicos y caminos de la Investigacion Matematica en la Ensenanza de la Matematica Universitaria y Media
OPINIÓN SOBRE EL LIBRO:
Lo he ojeado, aqui y alla; es conmovedor. humano. Tardare en leerlo de tapa a tapa. Comprendo que es holistico, lo que me parece admirable, meritorio, politica, experiencia humana, Matematicas, Ciencias, y tambien ¨very scholar. Una combinacion unica. Gracias. B.M.
“Marco Rubio a Donald Trump: Te diré lo que es un buen acuerdo: que Cuba sea libre
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Licenciado en Matemática Pura en la Universidad de La Habana (UH) y Catedrático universitario con 24 años de experiencia en la docencia universitaria cubana; posee la Categoría Docente Principal de Profesor Titular universitario. Fue expulsado el 29 de enero de 1997 del Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río ( universidad de perfil formativo o pedagógico) por motivos políticos. Activo colaborador desde su fundación de la revista VITRAL y del Centro Católico de Formación Cívica y Religiosa (CFCR) de la Diócesis de Pinar del Río. Colaboró en Cuba con las organizaciones opositoras: Todos Unidos, Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba y con el Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC).
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COLABORADORES:
Paul Echániz
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