martes, marzo 14, 2017

Esteban Fernández: LA DECENCIA




LA DECENCIA

Por Esteban Fernández
14 de marzo de 2017

Es utópico creer que todos los seres humanos sean o se comporten como personas decentes. Si todo el mundo fuera bueno la vida sería muy aburrida, no existieran los pecados ni fueran necesarias las leyes, ni los sacerdotes tuvieran que confesar a nadie, ni existiera el arrepentimiento ni los castigos, ni hubiera que rezar 20 “Padres Nuestros” buscando la absolución. Todo eso es comprensible.

Sin embargo, lo que nunca he entendido es el motivo por el cual los terriblemente pecadores insisten en mantener, al mismo tiempo, una vida pública y notoria. Y eso obviamente se dificulta mucho en la actualidad donde existen la Internet y medios informativos “echando pa’alante” las 24 horas del día a cuanto pillo existe en la faz de la tierra.

Es decir que no podemos generalizar exigiéndole decencia a todos los seres humanos. Eso no existe y sería una misión inasequible. Simplemente debemos aspirar a que los bandidos, los criminales, los ladrones, los pervertidos sexuales se abstengan de participar en actividades visibles que inspiren admiración y el respeto de sus conciudadanos para que después sus errores y barrabasadas no traigan como consecuencia la decepción de grandes y chicos.

En otras palabras, un consumidor y traficante de drogas no debió ser jefe de la policía como lo fue Efigenio, ni un pederasta debe ser maestro de kindergarten, ni un “mira huecos” debe ser senador, ni un pelotero tramposo debe poseer el derecho de ser un ejemplo a seguir por los niños. ¿Cuándo se van a enterar los malhechores y bandoleros que deben mantener un perfil extremadamente bajo? Vaya, más abajo que las suelas de sus empercudidos zapatos.

(Alberto Garrido en su personaje de ¨Chicharito¨al lado del personaje de ¨Sopeira¨)

El gran fallo de Bill Clinton no fue el haber tenido una relación carnal con Mónica Lewinsky ni que haya traicionado a Hillary Clinton. El adulterio hubiera pasado inadvertido si se tratara de un anónimo y humilde vendedor de patitas de puercos a domicilio. Lo criticable fue que lo hizo siendo presidente de este país y en la supuestamente sagrada “Oval Office”…

Cuando mucha gente confía en alguien, cuando la vida de ese ser humano se convierte en faro y guía de otros, entonces ese individuo está obligado a ser un verdadero “mirlo blanco”. Y si encima de eso somos los contribuyentes los que pagamos sus salarios entonces tienen que andar limpios de polvo y paja.

Dictar pautas a seguir debe ser acompañado por llevar una conducta ejemplar. Los grandes pecados sólo deben ser cometidos por quienes no avergonzarían a nadie con su proceder. Desde el mismo instante en que la mujer sale en estado ya el hombre tiene que pensar en no hacer absolutamente nada que vaya en detrimento moral de ese heredero. No existe un delito mayor ni peor que el que provoque que los implacables compañeros de colegio del hijo o del nieto se lo saquen en cara.

El hombre intrínsecamente perverso debe vivir eternamente en el anonimato, oculto en lo más profundo de una caverna, solitario, soltero, sin prole y sin ocupar un elevado cargo. La maldad debe ser sinónima de ostracismo.

No debe pregonar virtudes ni criticar errores quien tiene “tejado de vidrio”… Los regaños solamente deben ser lanzados por quienes estén libres de culpabilidad. Y aquí tal parece que no se puede sintonizar la radio ni la televisión, ni leer un diario sin que sea defenestrado algún político conocido, un afamado líder religioso o un talentoso artista. Esto da vergüenza. Como diría Alberto Garrido “Chicharito” (foto de arriba): “¡Da’aco!”

Y yo creo firmemente en que debo predicar con el ejemplo y si alguien me puede sacar un insignificante “trapo sucio” recibirá como regalo un auto “Edsel” del año 2014. Si un amable lector me descubre un solo secreto del que me abochornaría le obsequio la vetusta maquina “Remington” con la que escribo mis columnas, le doy los zapatos “Bulnes” que traje de Cuba en el año 62 y me voy a vivir al Desierto de Sahara rodeado de camellos.

No obstante eso, les ruego que no se dejen engatusar por mí y no corran a pedirle al Papa Francisco mi canonización como San Estebita de Güines. Porque… no es para tanto.