Memorias del alcolifán
Por Nicolás Águila
16 de marzo de 2017
Ahora me viene a la mente aquel viejo montuno. Lo cantaban para pautar el aburrimiento anapista de Palmas y Cañas, el programa que telivisaban en Cuba los domingos a prima noche (así, cervantinamente, decían antaño los guajiros de mi zona). El estribillo era como el autorretrato de un pueblo festivamente embotado:
"Que se acabe el arroz
la leche y la gasolina
pero el ron que no se acabe
porque esa es mi medicina".
Después se acabó también el aguardiente y el ron, incluso los de más baja calidad: el Ronda peleón y la Coronilla inmetible, entre otros malos tragos. Y hasta por último terminaron cerrando la fábrica de ron Bocoy, que no soportó los estragos del llamado periodo especial.
La gente que bebía a cuncún para olvidar el futuro no tuvo más remedio que entrarle al alcolifán, el calambuco y el chispetrén, entre otras marcas blancas de la inventiva criolla. En fin, era la 'warfarina' en todas las variantes criollas de la 'ginebra de la victoria', el licor con que los muertos vivos del totalitarismo se evadían de la realidad circundante en la novela distópica publicada en 1948 con el título anagramático de '1984'.
El libro se reeditó conmemorativamente en el mundo entero en el año que por carambola le dio nombre. Y luego, más de treinta años después, se públicó en Cuba en medio de un deshielo que no moja ni anuncia primavera y se pretende poscastrista, aunque en realidad es el cambio fraude del neocastrismo que conduce directo al perro castrista de siempre, aunque con otro ladrido. O sea, más de lo mismo, pero con disimulada mismidad.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home