Zoé Valdés: Réplica y Réplica 2.
Yo siempre amé la tristeza y la soledad. He sido una mujer triste y alegre, una mezcla de François Villon con Buster Keaton (dos hombres, sí). Por otro lado, los que llevamos una cruzada, como bien dices, por la libertad y por la verdad, suelen quedarse solos, y ser personas muy tristes con su pasión a cuestas.
Cuánta belleza en la tristeza, la misma literatura porta en ella una enormidad de pruebas.
También he sido una ferviente amante de la soledad. No de ahora, de toda la vida. Siempre fui una niña solitaria, una muchacha solitaria, y sigo siendo una mujer solitaria. Jamás en grupo, jamás haciéndole la corte ni la gracia a nadie. Eso sí, cuando he sido amiga, lo he sido de manera leal. Conocidos tengo pocos, amigos contados con los dedos, pero valen su peso en oro. Curiosamente me he sentido más sola cuando peor acompañada he estado. Liberarme de todo aquello, ese rebaño con mala vibra que me chupaba energías, que me desangraba y me hacía sombra, me ha dado la más hermosa y enriquecedora de las compañías: la de uno mismo, la mía.
Mi pedigrí son mis libros, una gran cantidad entre prosa, poesía y periodismo. Mi pedigrí está en todo lo que he contado en ellos, a través de mi y de mis personajes. Mi historia nadie la podrá borrar porque yo misma la he escrito con la tinta del verdadero exilio, del que no claudica ante viajecitos ni discursitos espejeantes. No, no formo parte de narrativa colectiva ninguna, será tu caso, el de otros, no el mío. Mi vida es mi vida, y como tal la he vivido, y sobre sus recuerdos y experiencias he trabajado desde mis 17 años, ¡mira cuántos! Sin salirme ni un mínimo de lo que yo llamo autenticidad individual. Los colectivismos me dan pereza, que dirían mis amigos colombianos.
No vivo exclusivamente en el mundo de Facebook, como al parecer vives tú. Yo vivo en un mundo real. Tengo amigos reales, que piensa como yo, o distinto a mi. Nos une esa diversidad de pensamiento, la polémica, incluso en ocasiones el insulto. Y por supuesto, de aquel solar de La Habana Vieja, del que jamás reniego, he caído aquí, en un bellísimo solar parisino del siglo XVIII, donde entre las personas que vivieron estuvo nada más y nada menos que María Callas. Soy vecina de Claudia Cardinale y de Michel Piccoli. Amiga de Nadine Trintignant, antes lo fui también de su hija Marie, y de Anouk Aimée, y de Chiara Mastronianni, en fin, como verás, mi soledad es relativa.
¿Cazacomunistas? Ya quisiera, pero no llego a tanto. He sido demasiado emocional, ya me gustaría cazarlos antes que ellos, los tuyos, nos cacen como nos quisieron cazar en la Cuba de los Castro, la que tú prefieres ignorar por conveniencias morales o sociales, me da igual, es tu problema, no el mío, y de la que yo he sabido y he conocido bastante durante mis fructíferos años de exiliada, en los que hice amistades entre Presos y Presas Plantados, y personas sencillas de una gran entereza, además de que jamás he regresado a lamerle las lentejuelas a la tiranía.
“Todo el que lleva luz se queda solo”. Me imagino que conoces el autor. José Martí, el tan manoseado, y el tan desconocido al mismo tiempo. Martí, qué persona tan sola y tan triste, ¿verdad?
Ya quisieran tener tú y tu colectivo -esa ‘poderosa’ pandilla- poseer las amistades, las compañías que yo poseo, entre vivos y muertos. Además de la maravillosa familia que hice y por la que luché, con una hija extraordinaria.
Sé que no valorarás ninguna de mis respuestas, pues el desprecio te habita, próximo a la envidia, pero sigue rumiando tu indecencia, y dándote a conocer entre la chusma gracias a mi nombre. Una pena que olvides, eso sí, una tarde, en la que te vi tan abrumado, a la entrada de La Rampa, y que te tendí la mano y desde mi puesto de persona con respeto hacia ti, decidí defender lo que yo creí que debía defender en aquel momento: el arte. Y lo que creo todavía que debo defender cueste lo que cueste, la vida y el arte, desde la libertad y la cultura, y nunca más desde la politiquería baratucha de la corrompida, asesina y sosa izquierda comunista.
Zoé Valdés.
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