lunes, julio 30, 2018

¿Y la investigación sobre la supuesta “Collusion” o confabulación de Donald Trump con los rusos pa’cuándo termina?. Arnaldo M. Fernández: el resultado se conocía de antemano: los rusos meten cabeza en la política estadounidense, tal como EEUU mete cabeza en la política de quien le venga en ganas

¿Y la “Collusion” pa’cuándo?

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Unas acusaciones superfluas, porque el resultado se conocía de antemano: los rusos meten cabeza en la política estadounidense, tal como EEUU mete cabeza en la política de quien le venga en ganas
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Por Arnaldo M. Fernández
Broward
30/07/2018

Al filo de la cumbre Trump-Putin en Helsinki, un gran jurado federal acusó a 12 oficiales de la inteligencia militar rusa (GRU) de conspirar para hackear computadoras de personas como el director de la campaña de Hilaria Clinton, John Podesta, y entidades como el Comité Nacional Demócrata (DNC).

Por ningún lado afloró que Trump o algún campañero suyo —ni siquiera algún ciudadano americano— hubiera entrado en colusión con los rusos, pero la mediocridad mediática entró hace rato en colisión con el sentido común para mezclar la interferencia de los rusos en la política estadounidense —que va para un siglo de historia— con la ilegitimidad de la presidencia de Trump por colusión con los mismos rusos.

La resistencia —esto es: quienes se resisten a creer que un outsider pudo llevarse en la golilla del Colegio Electoral al clan Clinton— querían que Trump se plantara bonito en Helsinki y se fajara con Putin por la interferencia rusa, como si fuera tan estúpido para soslayar que, a continuación en casa, el brazo mediático de la resistencia daría más taller todavía a la colusión incluso con la cizaña consabida de que el procurador especial Bob Mueller estaría dejando a Trump para último.

Peste en el guayabal

Mueller y su equipazo andan ya por unos $20 millones gastados en acusar a más de 30 personas de casi 200 delitos, sin dar indicio alguno de la pregonada colusión. Y tal como su acusación anterior contra 3 entidades y 13 personas rusas, esta versión 2.0 se enfila contra 12 GRUeros incapturables.

Ambas acusaciones son superfluas, porque el resultado se conocía de antemano: los rusos meten cabeza en la política estadounidense, tal como USA mete cabeza en la política de quien le venga en ganas. A sabiendas de que no podrá arrestar a ningún GRUero, Mueller queda como si estuviera haciendo algo bueno, pero también a buen recaudo de que sus pruebas pasen por el tamiz de la defensa en juicio criminal ante juez imparcial.

Todavía flota el mal olor de la acusación 1.0, que incluyó a Concord Managment and Consulting. Sorpresivamente, esta entidad rusa compareció ante tribunal americano y su abogado defensor pidió, como Dios manda, el acceso a las pruebas. El pánico cundió en el equipazo de Mueller, que hasta hoy ni presenta las pruebas ni da curso al juicio. Eso equivale a que quienes acusan a alguien de asesinato no quieran llevarlo a los tribunales a pesar de que se entregó.

La agitprop anti-Trump disfrazada de periodismo naufragó otra vez en el maelstrom de la acusación 2.0 y se agarró a una tablita: la coincidencia. Para burlarse de la negligencia criminal de Hilaria Clinton, Trump soltó el 27 de julio de 2016 durante conferencia de prensa en Doral (FL): “Russia, if you’re listening, I hope you’re able to find the 30,000 emails that are missing”. Y como la acusación 2.0 alega: “For example, on or about July 27, 2016” los hackers rusos intentaron “for the first time” piratear un dominio gestionado por tercero y usado por personal de la oficina de Hilaria Clinton, The New York Times vino que se mataba el pasado viernes 13 con que “Trump Invited the Russians to Hack Clinton. Were They Listening?”.

(Donald Trump y Robert Mueller)

Aparte de que la propia acusación 2.0 precisa que los hackers venían trajinando desde “at least March 2016” y siguieron la rima “throughout the summer of 2016”, la coincidencia misma exonera a Trump: nadie en colusión da instrucciones a sus confabulados por TV. TNYT quiere meternos la guayaba que los hackers rusos eran una Brigada de Respuesta Rápida trumpista y pasa por alto el imperativo profesional de advertir que Trump no se refería a los emails de Hilaria en campaña, sino borrados del servidor personal que ella había usado como Secretaria de Estado (2009-13) en contra de las reglas de seguridad informática gubernamental [1].

Cabría precisar que Trump ni siquiera sabía de qué estaba hablando. El 5 de diciembre de 2014, la banda de Hilaria entregó al Departamento de Estado más de 30 mil correos oficiales y retuvo casi 32 mil como personales. Ese mismo día Cheryl Mills, asistente de Hilaria, dio luz verde a la compañía admnistradora del servidor, Platte River Networks, para irlos borrando. Hacia el 31 de marzo de 2015, un tal Paul Combetta había pasado por la chágara del software BleachBit todos los emails retenidos. Así que, incluso antes de que Trump anunciara su candidadura, ya no se podían hackear.

Sombras Putinescas

Tal como Putin manda a liquidar adversarios con veneno, el aparato estatal saliente de Obama y los politiqueros demócatras y repúblicanos anti-Trump envenenan la opinión pública con ánimo de liquidar al presidente electo. Tras la Cumbre de Helsinki, la increíble superchería de que Trump ganó porque entró en colusión se exacerba con que traicionó a USA por no atacar a Putin, como si Obama o Bushito hubieran sido tan guapos tras la anexión de Crimea y la guerra en Georgia, respectivamente. Para ayudar a Ucrania, Obama envió sólo frazadas y Trump, cohetes antitanques [2].

Trump no cerró filas con la comunidad de inteligencia sobre la injerencia rusa en las elecciones, pero esa comunidad está formada por 16 agencias y el dictamen tentativo sobre la injerencia se rindió por analistas de sólo tres —CIA, FBI y NSA, bajo la dirección del jefe de la CIA John Brennan— y se publicó por la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI).

Resulta que tanto este director, James Clapper, como aquel Brennan han mentido descaradamente ante el Congreso y ahora se desfogan no sólo en la intromisión rusa, sino también en la colusión de Trump. A su vez, el entonces director de NSA, Michael Hayden, anda diciendo por ahí que Trump procede como los nazis con los niños de inmigrantes ilegales, como si en los campos de concentración se hubiera dormido con aire acondicionado e ingerido tres comidas calientes al día.

Trump lleva mucha razón en no confiar ni Brennan ni Clapper ni Hayden, tal y como llevó mucha al despedir al FBIoso de la comparsa, Jim Comey. Ni qué decir de que también mucha al increpar a Mueller con que estás perdiendo el tiempo / pensando, pensado; / por lo que más tú quieras, / hasta cuándo, hasta cuándo.

Tergiversar la admiración de Trump por Putin en colusión, así como su replanteo de la política exterior de USA hacia Rusia en traición, ha engendrado uno de los culebrones más estúpidos de la civilización del espectáculo en USA, que incluye episodios como el editor en jefe de Politico, Blake Hounshellen, largando que la colusión de Trump con Putin está probada por el lenguaje corporal. Nada más que de verlos se sabe y allá va la Pelosi para rematar con Putin tiene chantajeado a Trump con trapos sucios guardados.

(Menos la imagen del encabezado,  las demás fueronañadidads por el Bloguista de Baracutey Cubano)

Al cabo los americanos no votaron por Trump bajo influencia rusa en 2016 ni tampoco van a hacerlo en 2020. Así como el hackeo políticamente motivado del GRU ruso no podía ni pudo alterar la elección presidencial, la investigación políticamente motivada del Deep State americano no podrá anulará la elección del Trump. Por ironía deliciosa, esta investigación partió de un dossier repleto de mentiras aportadas por… ¡fuentes rusas! Además del FBI y la CIA, hasta senadores como Harry Reid (D/Nevada) y John McCain (R/Arizona) aceptaron aquel paquetón, pero no tanto porque el mensajero era un seguroso británico, Christopher Steele, sino más bien porque su dossier opacaba la mala imagen del clan Clinton magnificándola en Trump.

Si Bill había salido mal parado con Lewinsky, eso no importa: Trump pagó a prostitutas rusas para que mearan sobre una cama que Obama había usado de visita en Moscú; si Hilaria fracasó estrepitosamente apretando el botón rojo de reinicio con Rusia, tampoco importa: Putin teme a Hilaria y chantajea a Trump; si Bill se embolsó medio millón por largar un discurso en Moscú, poco antes de que parte del uranio de USA pasara al control de intereses rusos, eso no es nada: Trump tiene larga historia de dependencia y sumisión a Putin. Ya se deslizó incluso que Trump podría ser un asset de la KGB desde 1987. Y así, hasta la colusión del DNC con Hilaria —para amañar las primarias demócratas contra Bernie “El Loco”— resulta una bicoca: Trump entró en colusión con Putin para amañar las mismísimas elecciones presidenciales. Thanks, Steele.

Coda

El 5 de julio de 2016, el agente del FBI Michael Gaeta se reunió en Londres con Steele, quien había largado ya — el 20 de junio— el primero de sus 17 informes que formaron el dossier sobre Trump y Rusia encargado por Hilaria y del DNC sonando la contadora a través de Marc Elias, abogado de la campaña Clinton, quien a través de su bufete Perkins Coie contrató a la firma Fusion GPS, que a su vez contrató a Steele.

El dossier Steele sirvió para tupir a un juez especial y ensalchichar a Carter Page, campañero de tercera de Trump, con la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera (FISA). Así, la investigación de oposición de la campaña electoral de Hilaria contra Trump pasó a ser investigación de contrainteligencia del aparato estatal de Obama contra Trump y su campaña. Sólo que ni Page ni nadie ha sido acusado en virtud de tal o más cual colusión con los rusos.

Nota

[1] El 10 de abril de 2016, Obama tiró en FOX News Sunday el salvavidas de que Hilaria había mostrado “carelessness in terms of managing emails”, pero jamás “intentionally put America in any kind of jeopardy”. La intención no viene al cuento cuando se maneja imprudentemente información clasificada, tal y como no viene al cuento al manejar un vehículo. Un chofer extremadamente descuidado carga con la culpa criminal de arrollar a un peatón, tal y como Hilaria es culpable de arrollar las reglas federales de seguridad informática. Y no fue por equivocación, sino con pleno conocimiento. Como Secretaria de Estado disponía de tres redes de correos electrónicos [no clasificados, clasificados confidenciales o secretos, y clasificados muy secretos] con discos duros bien diferentes y separados. Por la red de no clasificados tiró 110 correos con info clasificada, entre ellos 65 secretos y 22 muy secretos. A tal efecto tuvo que descargar los documentos de una u otra red de clasificados en algún dispositivo de memoria para subirlos a la red de no clasificados. Por eso el FBIoso Comey salió por televisión el 5 de julio de 2016 para volver a tirar el mismo salvavidas de Obama, pero con esta advertencia: “To be clear, this is not to suggest that in similar circumstances, a person who engaged in this activity would face no consequences”. Traducción funcional: Para estar claro, Hilaria Clinton es Hilaria Clinton y cualquier hijo de vecino que haga lo mismo será encausado e irá a la cárcel o pagará una multa.

[2] Además de prestar ayuda militar en serio a Ucrania, la administración Trump viene aplicando sanciones contra personas —incluso un yerno de Putin: Kirill Shamalov— y entidades rusas por diversos motivos, desde e scaramuzas cibernéticas hasta manufactura de cohete crucero fuera de los tratados sobre control de armas. Trump mandó a cerrar el consulado de Rusia en Seattle y expulsó a 60 diplomáticos, entre ellos 12 —¡qué coincidencia!— segurosos disfrazados en la misión rusa ante la ONU (Nueva York). Así mismo prohibió el uso de softwares de la firma rusa de seguridad informática Kaspersky Labs en virtud de “ties between certain Kaspersky officials and Russian intelligence and other government agencies”. Y no solo tomó represalias contra el aliado de Putin en Siria, Bashar Assad, por pasarse de la raya roja que Obama había trazado de mentiritas, sino que también dio luz verde a las tropas especiales de USA desplegadas allí para batir a mercenarios rusos, a.k.a. contratistas militares.

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