domingo, febrero 02, 2020

Carlos Alberto Montaner: Marx es el Culpable. El pecado original está en el marxismo real

ota del Bloguista de Baracutey Cubano


El filósofo  y ex comunista, Antonio Escohotado habla sobre la figura de Karl Marx


Karl Marx el genocida:


Karl  Marx y otros culpables: Federico Engels y Vladimir I. Ulianov, este último conocido por Lenin
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Marx es el Culpable

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El pecado original está en el marxismo real
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Por Carlos Alberto Montaner
31 de enero de 2020


Parece que Bernie Sanders es marxista. Eso es grave. El pecado original está en el marxismo real. De la misma manera que, desde hace varias décadas, ante el horror de la experiencia comunista, se abrió paso la expresión “socialismo real” para separarlo de la cháchara teórica, es vital referirse al “marxismo real”. 

El marxismo real es un disparate que ha tenido muy serias consecuencias. Es el causante del socialismo real. No se trata sólo de una abstracta teoría de la historia, como uno puede encontrar en Spengler o en Ortega, sino que esas proposiciones han servido de base para la violenta remodelación de la sociedad de acuerdo con unos postulados desacertados.

Es como construir edificios con un plano equivocado. Siempre acaban desplomándose. Es verdad que Marx, muerto en 1883, nunca vio el triunfo de sus ideas, pero a partir de la revolución bolchevique en Rusia, en 1917, esa ideología se convirtió en formas concretas de gobierno que fueron, y son, tremendamente destructivas.

En las propuestas de Marx están las semillas de todo lo que luego sucedió en el mundo dominado por sus partidarios comunistas, comenzando por la reivindicación de la violencia para la toma del poder. Lo dice claramente el Manifiesto Comunistade 1848: 

“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar”. 


¿Por qué sorprenderse, entonces, de que Lenin opinara que “la muerte de un enemigo de clase es el más alto acto de humanidad posible en una sociedad dividida en clases” o  que el Che Guevara asegurara que “un revolucionario debe ser una fría y perfecta máquina de matar”?

¿No se deduce de las palabras de Marx esa justificación a la conducta homicida que propone la lucha de clases como el modo de cambiar la realidad? Se lo explicó el propio Marx a Joseph Weydemeyer el 5 de marzo de 1852: 

“Lo que yo he aportado de nuevo [a la noción de la lucha de clases] ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”.

Los discípulos de Marx (léase el discurso de Engels ante la tumba de Marx pronunciado a los tres días de la muerte de su amigo), estaban convencidos de que el alemán había descubierto las leyes por las que se rige la historia y había dado con la clave de las injusticias económicas: la existencia de la plusvalía.

Los marxistas, a las alturas de hoy, especialmente tras el hundimiento del comunismo europeo, deberían entender que las crueles e ineficientes dictaduras comunistas surgen de tratar de implementar esas dos supersticiones, ya desmontadas en su época por pensadores mucho más solventes del campo de la Escuela Austriaca. 

Las dictaduras comunistas surgieron de estos y de otros notables errores conceptuales, como la teoría marxista del valor, que inevitablemente conduce al establecimiento de una burocracia estatal dirigista dedicada a controlar los precios. 

O la más grave: la convicción marxista de que a la humanidad le llegaría la felicidad definitiva cuando los medios de producción se colectivizaran y dejaran de pertenecer a unos pocos privilegiados. 

Cuando ello ocurriera, suponía Marx, cuando cambiaran definitivamente las relaciones de propiedad, la Humanidad llegaría a forjar una sociedad comunista tan perfeccionada, que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes porque las personas estarían gobernadas por impulsos altruistas.

¿Qué ocurrió cuando los revolucionarios intentaron poner en práctica esa delirante utopía? En todas partes, Cuba incluida, sucedieron, al menos, cuatro catástrofes sin parangón en la historia conocida:

      Asesinaron a millones de personas y llenaron de presos los calabozos políticos. Cien millones de muertos se contabilizan en El libro negro del comunismo, sin contar los horrores del Gulag.

      Para crear la “dictadura del (o para) el proletariado”, construyeron un partido único, vanguardia de los trabajadores, generalmente gobernado por un caudillo implacable, que liquidó las libertades tachándolas de “formales” y convirtió a los ciudadanos en súbditos de una nueva tiranía.

      Empobrecieron sustancialmente a las personas hasta provocar hambrunas, destruyendo el aparato productivo surgido del orden espontáneo, sustituyéndolo por el raquítico tejido empresarial generado por la planificación centralizada. Ahí está Corea del Norte para demostrar a dónde puede llegar la utopía marxista. Ahí está Corea del Sur para probar las ventajas de las sociedades en la que los medios de producción permanecen en manos privadas. En el lado miserable, improductivo y abusador imperan las ideas marxistas. 

      Persiguieron, hasta liquidarlas o silenciarlas, a las personas emprendedoras, al extremo de que a los más creativos y rebeldes sólo les quedaba la opción de escapar. Por eso rodearon los perímetros de las dictaduras marxistas-leninistas con alambradas, muros, soldados armados, perros de presa y lanchas asesinas. Como tantas veces se ha dicho, las dictaduras marxistas-leninistas son las únicas en la historia que han creado fronteras para evitar que la gente se vaya, no que entre.

Tal vez los marxistas, críticos o no tan críticos, no han reparado en el hecho muy significativo de que las ideas de Marx han fracasado en todas las latitudes y en todas las culturas donde las han tratado de implementar. En todas han terminado generando burocracias ineficientes y crueles. 

Han fracasado en pueblos germánicos, eslavos, asiáticos, árabes, turcomanos, latinos. 

Han fracasado en sociedades de origen católico, cristiano ortodoxo, islámico, confuciano, budista, taoísta. 

Han fracasado bajo todo tipo de líderes: Lenin y Stalin, Mao, Ceaucescu, Honecker, Pol Pot, Kim Il-sung y su descendencia, Fidel y Raúl Castro, Hoxha, Rákosi y Kádár, Gomulka y Jaruzelski, Húsak. Todos.

¿Por qué ese fallo permanente de la ejecución de las ideas marxistas? Primero, porque eran disparatadas. Segundo, por algo muy sencillo que me respondió Alexander Yakolev cuando le hice esa pregunta a propósito del hundimiento de la Perestroika: “porque el comunismo no se adapta a la naturaleza humana”.

Supongo que muchos marxistas querrán decir que el marxismo y el comunismo son dos cosas distintas, pero eso es como suponer que el Credo no tiene que ver con el catolicismo. El marxismo es el presupuesto teórico de esos manicomios y así les va. No hay más vueltas que darle. 
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Tomado de https://www.abc.es

La vida poco «comunista» de Karl Marx: criadas, deudas y despilfarro de dinero en alcohol y burdeles

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El comportamiento del pensador que clamó contra la opresión y defendió a las clases obreras más desprotegidas fue muy poco coherente con las ideas que desarrolló
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Por I. Viana
Madrid
29/09/2019

Karl Marx es el pensador que, posiblemente, más ha influido en la historia y la política de los dos últimos siglos, imprescindible para configurar el mundo tal y como lo conocemos hoy. Su obra es la responsable del surgimiento de ideologías tan importantes como el comunismo y el socialismo, que dio lugar a regímenes dominantes y longevos como la URSS de Lenin y Stalin, la China de Mao Tse Tung, la Cuba de Fidel Castro, la Camboya de Pol Pot, la Rumanía de Ceausescu o la Yugoslavia de Tito.

Desde su muerte, obviamente, se ha hablado y escrito mucho sobre sus ideas, pero no tanto sobre si estas han sido coherentes con la propia vida de su autor. Resulta chocante pensar que el hombre que se alzó contra los obreros esclavizados e introdujo conceptos como la lucha de clases, la dictadura del proletariado y la importancia del trabajo llevara una vida de burgués y fuera, durante su juventud, un estudiante aficionado a los burdeles, las borracheras y los suspensos. Esa otra parte de su vida la recogen Malcolm Otero y Santi Giménez en «El club de los execrables» (Penguin Random House, 2018), donde cuentan el lado oscuro de otros de los personajes más idolatrados de la humanidad, como Churchill, Chaplin, Picasso, Hitchcock o Einstein.

El de Marx tiene lo suyo. No hay más que ver dónde gastó su estancia en la Universidad de Bonn, muy lejos de las aulas. Se unió al Club de la Taberna de Tréveris, una asociación de bebedores de la que llegó a ser su presidente. Allí malgastó sus primeros meses con unos compañeros de batallas que, encima, le describían como un juerguista violento e infiel, muy poco preocupado por su formación. La situación tocó fondo cuando, en el primer semestre de 1836, las autoridades universitarias lo expulsaron por «desorden nocturno en la vía pública y embriaguez».

La solución de la familia Marx, una familia de clase media acomodada, fue matricularle en Derecho por la Universidad Humboldt de Berlín y tampoco le fue muy bien. Sus estudios en leyes no le interesaron mucho (o nada), pero allí por lo menos comenzó a desarrollar su querencia hacia las ideas filosóficas de los jóvenes hegelianos. Finalmente se doctoró en la Universidad de Jena —conocida en el ámbito académico como un centro donde se conseguían títulos con relativa facilidad— con una tesis sobre el materialismo de Demócrito y Epicuro.

«Más que los jóvenes millonarios»

Marx nunca llegó a sentar la cabeza del todo. Durante su estancia en la Universidad de Berlín, donde pasó cuatro años y medio, fue encarcelado por alboroto y embriaguez y, además, fue acusado de llevar armas no permitidas. Llegó incluso a batirse en duelo y en el diploma que se le extendió la institución constaba que había sido denunciado en varias ocasiones por no saldar debidamente sus deudas económicas. En aquella época fue frecuente que su padre le llamase la atención por el mal uso que hacía del dinero que la familia le enviaba para su manutención.

(Karl Marx, junto a su mujer, en 1869 - ABC)

Prueba de ello es la carta que este le manda preguntándole por cómo era posible que, durante el primer año en la capital alemana, se gastara 700 tárelos, tres o cuatro veces más que cualquier otro estudiante de su edad. «Más que los jóvenes millonarios», le decía este. Era casi lo que ganaba un concejal del ayuntamiento de Berlín. «A veces me hago a mí mismo amargos reproches por haberte aflojado demasiado la bolsa y he aquí el resultado: corre el cuarto mes del año judicial y tú ya has gastado 280 táleros. Yo no he ganado todavía esa cantidad durante todo el invierno», añadía su padre en otra carta recogida por Antonio Cruz en « Sociología: una desmitificación» (Clie, 2002).

Después de aquello, Marx se volcó en el periodismo. Se trasladó a la ciudad de Colonia en 1842 y comenzó a escribir para el periódico radical «Gaceta Renana». Allí expresó libremente unas opiniones cada vez más socialistas sobre la política, junto a unos compañeros de trabajo que le describían como un hombre dominante, impetuoso, apasionado y con una confianza sobredimensionada en sí mismo.

Matrimonio aristócrata

El pensador alemán ya se había casado con Jenny von Westphalen, una baronesa de la clase dirigente prusiana que rompió su compromiso con un joven alférez aristocrático para estar con él. Otra cosa es que Marx le correspondiera con es debido. Lo primero que hizo este fue pedirle que pagara las deudas que había contraído de sus de juergas y afición a las prostitutas. Y ni aún así detuvo sus excesos. La dote de su esposa se esfumó rápidamente. En la misma noche de bodas perdió una buena parte del dinero que le había regalado su suegra.

Obviamente, no se habló de estas cosas cuando, en mayo, un manuscrito del pensador alemán fue vendido por 523.000 dólares en una subasta celebrada en Pekín. Más de 1.250 páginas de notas que el filósofo de Tréveris produjo en Londres, entre septiembre de 1860 y agosto de 1863, como preparación para su obra cumbre, « El Capital», base de la ideología comunista. Fue precisamente durante su estancia en la capital británica, y mientras su propia familia sufría calamidades, cuando se pulió su propia herencia a base de borracheras.

Durante esos años, Marx y su familia tuvieron que sobrevivir de las pequeñas ayudas que les brindaba su suegra millonaria y sus amigos. El propio Friedrich Engel, con quien el filósofo alemán escribió su famoso « Manifiesto comunista» en 1848, tuvo que regalarles una casa. Y a pesar de ello, no consiguió que llegara a su hogar la estabilidad económica que tanto ansiaban su mujer y sus hijos. Él mismo lo confiesa en una carta a su amigo, en la que reconoce que, a pesar de no tener que pagar ningún alquiler, sus deudas no paran de crecer. Esto no impidió que Marx veraneara en los mejores balnearios ni que mandara a sus hijas a estudiar piano, idiomas, dibujo y clases de buenas maneras con los mejores profesores de Londres. Todo ello, claro, pagado por Engels.

Un yerno de «mala» familia

Resulta sorprendente igualmente que el famoso pensador socialista, promotor de la lucha de clases, llegara a escribir otra carta en la que expresaba sus dudas sobre el marido de una de estas hijas. La razón: no tenía claro que fuera de buena familia. Una actitud no muy propia de alguien que pregonaba contra la opresión y defendía a las clases obreras más desprotegidas y desfavorecidas.

Otra dato curioso es que, a pesar de las penurias económicas que arrastró, el autor del «Manifiesto comunista» tuvo una criada trabajando en su casa durante toda su vida. Su nombre era Helene Demuth y servía a familias ricas desde los diez años. Después de pasar por varias mansiones llegó a la de la baronesa Westphalen, la suegra de Marx. Cuando la hija de esta se casó con el pensador, les regaló a su sirvienta, que tuvo que seguir al matrimonio hasta París y Londres aunque solo hablaba alemán.

Por su trabajo, Karl Marx no la pagaba ni un solo céntimo, a pesar que se encargaba de las tareas domésticas, de cuidar a sus siete hijos y de administrar los pocos recursos de la familia. Y por si no fuera poco, el filósofo mantuvo con ella una relación extramatrimonial. En 1850 dejó embarazada a su mujer y, aprovechando un viaje de esta a Holanda para conseguir fondos para la causa marxista, también a su criada. Él no lo reconoció, hasta el mundo de que le dijo a  esposa que el padre era su amigo Engels. Hasta le puso el nombre de su colaborador.

(Marx, en 1875 - ABC)

A causa de esto, la mujer de Marx no podía ver a Engels. Marx mantuvo la mentira durante un tiempo, pidiéndole a su esposa que no le recriminara nada a su amigo, que no solo le regaló un piso, sino que asumió una paternidad que no le correspondíaY cuando la señora von Westphalen por fin conoció la verdad, aquello se convirtió en una especie de herida familiar silenciada para los restos. «No se hablaba del asunto, en parte porque el hecho les parecía escandaloso a la luz de la moral burguesa imperante en la época, y en parte porque no se ajustaba a los rasgos heroicos e idílicos propios de un ídolo de las masas. Se borraron, pues, todas las huellas de ese hijo y, sólo la casualidad, preservó de la destrucción una carta que aclaraba el asunto», escribió el filósofo alemán Hans Blumenberg, en «Karl Marx en documentos propios y testimonios gráficos» (Salvat 1984).

Pero ahí no acabaron las andanzas del fundador del comunismo. Además de su afición por los prostíbulos londinenses, cuentan Otero y Giménez que, mientras su mujer estaba convaleciente con varicela, intentó abusar de su sobrina. Todo ello mientras su familia sufría un revés tras otro. De sus siete hijos, solo consiguieron sobrevivir tres hijas. Y de estas, una murió de cáncer a los 38 años y las otras dos se suicidaron. Una de ellas, Laura, lo hizo junto con a su marido, Paul Lafargue, uno de los introductores del marxismo en España y autor del famoso «El derecho a la pereza». Habían pactado hace años ya que se quitarían la vida cuando su salud no les permitiera mantener su independencia vital y lo cumplieron pasados los 60 años. La otra, Eleanor, se envenenó a los 43 al descubrir que su compañero, el socialista Edward Aveling, se había casado en secreto con una amante.
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La vida de Karl Marx comentada en el estilo de Alex Ota Ola

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