miércoles, abril 22, 2020

Haroldo Dilla Alfonso: El pensamiento crítico en Cuba y sus circunstancias, comentarios a un artículo de Alfredo Prieto

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Me ha causado Jesús Díaz 
En el artículo Raúl Castro, desde las sombras del poder, de la autoría  de Pablo Alfonso y del año 2018 se lee: 
Raúl Castro es el mismo dirigente del Partido Comunista que aplastó a los académicos cubanos, llamados aperturistas, agrupados en el Centro de Estudios de América (CEA ) en la década del 90, a quienes acusó de “diversionismo ideológico”.

“Y la lección debe servir, además, para que en nuestros medios de difusión no aparezcan artífices o portavoces de ideas y conceptos ajenos a los que preconiza y defiende la Revolución. Cada uno de los colectivos en la prensa escrita, la radio y la televisión, en todas las cuales hay motivo de orgullo y prestigio para nuestro pueblo, deben en lo adelante examinar todo a la luz del momento histórico y de estas orientaciones. Esto es responsabilidad ante todo de quienes lo dirigen, además de los órganos del Partido y de la UJC y de sus militantes”. (Fragmento informe presentado por Raúl Castro al Buró Político, publicado en Granma, 27 marzo 1996).

El CEA pertenecía al Partido Comunista, estaba protegido por Manuel Piñeiro, alias Barba Roja, quien fuera jefe de los servicios de inteligencia para la subversión castrista en el hemisferio.
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El pensamiento crítico en Cuba y sus circunstancias

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Comentarios a un artículo de Alfredo Prieto
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Por Haroldo Dilla Alfonso
Santiago de Chile
21/04/2020

He leído con mucho agrado el artículo de Alfredo Prieto titulado “El Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (en nosotros)”. Primero, por su agudeza y elegante estilo, a lo cual Alfredo nos tiene acostumbrados. Y segundo, porque me obligó a rememorar etapas de mi vida, algunas de la cuales tuve el privilegio de compartir con Alfredo.

Como él, considero que el Departamento de Filosofía (DF) y su revista Pensamiento Crítico (PC) fueron hitos en la formación del pensamiento social cubano. Yo era un joven estudiante en la Universidad de la Habana (1968-1972, con 16 y 20 años) y esperaba ansioso la salida de dos revistas: PC y Revolución y Cultura. Las devorábamos y comentábamos, unas veces creyendo en las virtudes de la revolución cultural china y otras ansiando ser partes del combate cultural de mayo de 1968. Algunos profesores del DF pasaron por mis aulas, en ocasiones diciendo disparates que resultaban mucho más estimulantes que las verdades ortodoxas que ya se abrían paso en la Universidad de la Habana. También como él, creo que no es posible separar la experiencia del Centro de Estudios sobre América (CEA) del DF/PC, y no es casual, como afirma Alfredo, que una parte significativa de los efectivos del CEA estuviera formada por antiguos DF, unos muy protagónicos como Aurelio Alonso y Fernando Martínez, otros con involucramientos más ligeros como fueron los casos de Rafael Hernández, Juan Valdez Paz y Hugo Azcuy, entre otros. Al final ambas experiencias buscaron un posicionamiento más comprometido de las ciencias sociales con el proyecto de cambios abierto en 1959 (o al menos como lo imaginaban), y al mismo tiempo un remozamiento de sus bases epistemológicas, siempre amenazadas por las ortodoxias doctrinarias. Pero cada una lo hizo a su manera y en sus circunstancias.

Y en esto último estriba una discrepancia fundamental con el artículo de Alfredo Prieto: las figuras paradigmáticas de DF/PC —sin restarles un adarme de sus méritos intelectuales— no fueron relevantes en el desarrollo teórico que tuvo lugar en el CEA. Tanto Aurelio Alonso como Fernando Martínez fueron siempre electrones diferenciados que realizaban sus quehaceres intelectuales en relación con otros espacios y no produjeron ninguno de los productos intelectuales críticos icónicos que señalizaron el apogeo intelectual del CEA entre 1990 y 1996 y sirvieron de argumentos para la represión de 1996. Las personas que sí tuvieron impacto en el CEA fueron las que tuvieron un rol marginal en el DF/PC: Juan Valdez, Rafael Hernández, Ilya Villar y Hugo Azcuy. Y no se trata de una simple casualidad, sino de que había una diferencia fundamental entre lo que quería hacer el DF/PC y lo que quería el CEA, sencillamente porque cada uno fue un resultado de sus circunstancias.

Hagamos un viaje a la semilla. DF/PC fue un proyecto intelectual orgánico a un momento específico de la Revolución Cubana en que esta transitaba a su primera fase termidoriana. Es decir, cuando se había detenido el ímpetu liberador, la nueva élite establecía sus arreglos institucionales mediante un severo autoritarismo y la sociedad comenzaba a buscar su acomodo en el mundo real, lo que para los cubanos significaba en primera instancia el acceso al coto de consumo del sur de la Florida.

Los grandes debates “revolucionarios” habían concluido —como organizar la economía, como relacionarla con las metas espirituales revolucionarias o como congeniar libertad y militancia en el arte revolucionario— y comenzó una etapa voluntarista y autoritaria que reprimió las diferencias y erradicó los últimos espacios de autonomía social: campos de reclusión de los “otros”, eliminación de derechos civiles y políticos, eliminación de toda forma de economía privada, etc. Con todo ello tuvo que convivir Pensamiento Crítico y mirar para el lado de forma vergonzante. Miró hacia delante en el único ángulo en que la post-revolución trataba de mostrarse renovadora: la revolución latinoamericana y en general el movimiento anticapitalista mundial del que Cuba se convirtió en un centro con las conferencias de OLAS y Tricontinental. Y murió en las arenas militantes cuando el gobierno cubano comenzó su desvío prosoviético y el escenario político latinoamericano comenzó a derivar hacia experiencias de nacionalismo militar (Panamá, Bolivia, Perú, Ecuador) y la muy heterodoxa experiencia socialista chilena. Los últimos números de PC fueron de un “fidelismo” a toda prueba francamente decepcionante.

El CEA fue durante la mayor parte de su historia un espacio ilustrado y poco tomado en cuenta de estudios latinoamericanos. Aunque muchos detractores han querido mostrar al CEA como una avanzada de la inteligencia cubana, eso no es cierto. No dudo que algún miembro más avezado haya desempeñado roles en este sentido, pero nuestro quehacer era mas modesto y aburrido. Un par de veces al año nos reuníamos con Piñeiro para conversar algunas generalidades y de vez en cuando nos pedían del Departamento América un informe sobre algo o alguien, lo cual nos hacía sentirnos importantes. Y sosteníamos intercambios interesantes con universidades hemisféricas, más interesadas en que les habláramos de Cuba que de realidades que ellos conocían mejor que nosotros. Como bien argumenta Alfredo Prieto en su artículo, a su interior se gestaba un pensamiento más renovado que en el resto del país, debido por un lado a la presencia de colegas latinoamericanos, pero también de dos fundadores que tuvieron un rol destacado en el planteamiento de nuevos temas, lecturas de nuevos autores y el planteamiento de una metodología rigurosa: Juan Valdés Paz y Rafael Hernández. Cualquiera de los dos, y en particular Juan Valdés, difería totalmente del modelo de intelectual que animaba DF/PC. Juan era (y es) un erudito de base marxista, pero notablemente heterodoxo y ecléctico. En cualquier otro país, Juan estaría sentado en una poltrona universitaria, con un salario astronómico, explicándonos como ve al mundo. No ha sido así, pero afortunadamente los que estábamos en el CEA pudimos escuchar sus explicaciones y alimentarnos de su erudición.

Pero lo que proyectó al CEA a sus 15 minutos de gloria fue su incursión en temas cubanos. Sin lugar a dudas, esto se debió a la decisión de sus entonces investigadores más jóvenes —digamos que transitaban por sus cuartas décadas de vida— de proyectar su bagaje intelectual sobre una situación crítica y que requería de una reestructuración de la sociedad cubana. No fue una acción coincidente en diagnósticos y recetas, pero sí en cuanto a que era necesario actuar sobre la sociedad y la política cubana para obtener una economía viable que implicaba necesariamente dosis mayores de mercado, una sociedad civil más autónoma y una política más democrática y participativa. Y no se hizo sobre bases teóricas estrictas —nadie se preocupó de la salud del marxismo— sino a partir de un bagaje ecléctico nutrido de anaqueles muy diversos. Fueron estos investigadores treintañeros quienes produjeron lo que la gente leía con avidez y lo que despertó la furia inquisitorial en marzo de 1996. Y, aclaro, para poder hacerlo el CEA también tuvo que no mirar a un sector oposicionista que reclamaba, con pleno derecho, un lugar en esa sociedad democrática que nosotros asumíamos como el mejor de los mundos posibles.

Pero la decisión de los investigadores de colocar el tema cubano bajo escrutinio entre 1990 y 1996 no se hubiera podido materializar si no se hubieran desplegado otras dos variables. La primera de ellas fue la profunda crisis llamada eufemísticamente Período Especial. Nunca como entonces la clase política postrevolucionaria sintió sobre sus espaldas el peso de su propio estropicio, lo que en un primer momento abrió algunos espacios al debate nacional formal (1990-1991) y luego dejó un vació de políticas que condujo a una tolerancia de facto ante algunas manifestaciones críticas. El trabajo del CEA en este período fue un resultado de esta apertura parcial del espacio público. Y, en segundo lugar, un hecho más prosaico: buena parte de las investigaciones del CEA se hacían con financiamientos externos con buenos salarios en dólares para sus investigadores que terminaban alimentando las depauperadas arcas del Partido Comunista. Eso explica, por ejemplo, que cuando el reformista Carlos Aldana tratara en 1992 de disolver al CEA —un intento de ajuste de cuentas subsecuente a la defenestración de Piñeiro— la institución recibió el apoyo del muy conservador departamento de organización comandado por Machado Ventura. Cosas de la política en minúsculas.

En resumen, el DF/PC fue orgánico a un momento específico de la revolución en su metamorfosis termidoriana y recibió todo el apoyo de la élite política y de Fidel Castro. El CEA, desde 1990, aprovechó una oportunidad política y se lanzó al ruedo para buscar una solución socialista a la crisis generalizada, pero no fue orgánico a ningún factor político. Solo fue conveniente en la coyuntura. Por nuestro edificio en la calle 18 en Miramar, pasaban importantes figuras políticas —Armando Hart, Abel Prieto, Pedro Ross, Roberto Robaina, etc.— y se daban en nuestros salones una ducha de tolerancia pluralista. El director del CEA le llamaba la estrategia de “los muchos paraguas abiertos”. De cierto, cuando Raúl Castro habló en el V Pleno acusándonos de quintacolumnistas del imperialismo, ni un solo paragüitas resistió la invitación al cierre.

Entre la experiencia del DF/PC y el CEA de los 90 mediaba un cuarto de siglo. Toda una generación, y probablemente por ello Fernando Martínez debió inquietarse cuando percibía nuestro desinterés en sus charlas filosóficas sabatinas, que nos parecían oscuras, etéreas y supernumerarias. Nos separa otro cuarto de siglo de la represión del CEA, y la nueva generación crítica que aflora en Cuba generalmente prescinde de los diseños sistémicos que produjimos hace 25 años. Pudiera parecer una falencia, pero a favor de ellos y ellas diría que han conseguido una diversidad de temas bajo escrutinio que nosotros nunca alcanzamos. Es otra generación.

Y cada una ha sido sencillamente ella y sus circunstancias.

© cubaencuentro.com
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Raúl Castro: La Sombra del Poder II


Por Pedro Corzo


Entre la Fiscalía y el Narcotráfico


Relativo a Raúl Castro escribió recientemente en The New Yorker, Jon Lee Anderson, uno de los biógrafos de Ernesto Guevara: “Pese a su reputación de hombre cálido, puede ser impulsivo, dogmático y a veces brutal, en 1959, durante la rendición de Santiago, la segunda ciudad del país, Raúl presidió la ejecución de más de 70 soldados y oficiales que fueron ametrallados y sus cadáveres lanzados a un foso"[1].

Pero hay un aspecto poco comentado de la vida de Raúl Castro y es que en todos los procesos “judiciales” de gran relevancia que han tenido lugar en Cuba después del triunfo de la insurrección, ha jugado un rol fundamental. Ha sido una especie de fiscal especial, un acusador con capacidad de sancionar.

En 1959, durante el proceso contra el comandante Huber Matos fue una especie de Robespierre. En una escena en la que se aprecia su intención de imponer un terror colectivo impuso su voluntad al tribunal. Amenazó y coaccionó hasta que se le enfrentó Matos quien rebatió con firmeza todos sus argumentos. Al abogado defensor de Matos, Francisco Loriet Bertot trató de injuriarlo y desacreditarlo de todas las formas posibles. Según Matos, el letrado puso en ridículo a Raúl y logró que en la sala se rieran a su costa. El “Segundo”, hoy “Primero”, no escatimó injurias ni ofensas, ni de inventar conspiraciones y denunciar a todos los que consideraba enemigos de la Revolución.

Aparentemente Raúl Castro cumple a satisfacción el papel de malo que le asignó su hermano, rol que cumple con extrema satisfacción y dedicación. Es el “chico” terrible, antipático. Dicen que sus chistes son como una piedra en el zapato. No es ingenioso ni es capaz de seducir a su interlocutor pero en verdad, salvo contadas ocasiones como aquella del secuestro de los americanos, solo cumple los deseos y caprichos de su hermano.

Recuerdo que en los días del triunfo de insurrección todos decían: “Raúl es el que mata y cuando lo hace Fidel se disgusta”. También están los que se tragaron el cuento que Raúl era el comunista y que trampeaba a Fidel, que Raúl era el único responsable, junto a Guevara, de la importancia que habían adquirido los amigos de Moscú. En fin, en la Mitología hasta hoy escrita de la Revolución Cubana, Raúl Castro es el depredador y Fidel Castro el benefactor.

Hay una fuerte tendencia a considerar a Fidel Castro como el único gestor y actor del desastre nacional cubano. No cabe dudas de que es con mucho el principal responsable pero es evidente que no pocos han colaborado en esa gestión y uno de ellos ha sido Raúl Castro,[2][2] quien al mando de una delegación en su condición de Ministro de Defensa, viajo a la Unión Soviética, julio de 1962, para discutir el embarque de armas soviéticas a Cuba, entre las que estaban incluidos los cohetes SAMs, tierra-aire, y los cohetes balìsticos con capacidad nuclear que generaron la crisis de los misiles de 1962. Raúl y Ernesto Guevara cumplieron con satisfacción el deseo de Fidel Castro de convertir a Cuba en el primer objetivo en una guerra termonuclear.

Raúl Castro, según un artículo del Miami Herald, se reunió con narcotraficantes colombianos en 1980 y les autorizó a usar puertos cubanos en su trasiego de drogas a Estados Unidos a cambio de que facilitaran armas y municiones a las guerrillas del M-19. Años más tarde se reunió con uno de los hombres de Manuel Antonio Noriega para mediar en una disputa que el general panameño sostenía con narcotraficantes colombianos. Se podría decir que su papel había mutado, de fiscal y verdugo, a mediador entre narcotraficantes.

Manuel de Beunza, quien fuera mayor de los servicios de inteligencia del gobierno cubano, testificó en una audiencia del Senado de Estados Unidos que Raúl Castro sustituyó a Generoso Escudero como jefe de la unidad naval de Cienfuegos, porque éste se negó a colaborar en el desplazamiento de las lanchas rápidas que transportaban cocaína hasta la costa sur de Cuba.

Beunza agrega que el hoy vicealmirante Pedro Pérez Betancourt, próximo a Raúl Castro y jefe de la marina de Guerra de Cuba, le confesó en Riga, Letonia, que era necesario hacer cambios en la estructura de mando ya que oficiales como el vicealmirante Aldo Santa Maria Cuadrado no querían prestarle apoyo al tráfico de drogas que tenía como objetivo destruir la sociedad estadounidense.

Otro vínculo con el narcotráfico es cuando el narcotraficante convicto Carlos Lehder asegura en una corte estadounidense que se había reunido en dos ocasiones con Raúl Castro y que éste le había otorgado permiso para sobrevolar la isla como punto de tráfico de cocaína con rumbo a Estados Unidos. Dos años mas tarde, 1993, la fiscalía federal redacta un proyecto de encausamiento, en él hace referencia a Raúl castro como líder de un complot para enviar toneladas de cocaína a Estados Unidos a través de Cuba.

Por otra parte en un libro de reciente publicación y en declaraciones dadas a la prensa, John Jairo “Popeye” Velásquez, estuvo muy próximo a Pablo Escobar Gaviria, manifestó que Raúl, sostenía una estrecha relación con el cártel de la cocaína de Medellín y que protegió los embarques de droga que pasaban por Cuba rumbo a la costa sur de la Florida.

El hecho de que prestara protección a los narcotraficantes no impedía que continuara cumpliendo con su rol de protector de la fe. Un caso notable en el que Raúl Castro jugó un papel relevante es en el que se establece contra el atacante al cuartel Moncada, Gustavo Arcos Bergnes,[3][3] ex embajador de Cuba en los Países Bajos y uno de los fundadores del Movimiento Pro-Derechos Humanos en la isla.

En el proceso que instrumentó la dictadura contra la dirigencia del viejo Partido Socialista Popular conocido como la “Microfracciòn”, 1968, jugó un papel destacado. Fue quien ordenó a la Seguridad del Estado las medidas a tomar contra los supuestos complotados. Al final del proceso, cuando el terror “raulista” corría impetuosamente por el torrente sanguíneo de culpables e inocentes, y se creía que el chico malo produciría un baño de sangre, se apareció Fidel componiéndolo todo y mandando a los inculpados a cumplir sentencias de prisión.

Raúl Castro fue el responsable del primer cierre de la revista Caimán Barbudo, un medio que se atrevía a cuestionar algunas decisiones gubernamentales. Meses mas tarde asumió la organización del Congreso de Educación y Cultura, que en la opinión del investigador Alberto Álvarez García[4][4] fue lo máximo en represión intelectual que había conocido el país hasta ese momento, proceso que culminó con el cierre de la publicación “Pensamiento Crítico” y de la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana.

En 1971, tiene lugar un “juicio” al mejor estilo de los procesos de Moscú contra el intelectual y destacado poeta Heberto Padilla. Según Manuel Díaz Martínez, Raúl Castro cumplió en la investigación, montaje y desarrollo de la acusación un papel relevante.[5][5] El proceso que fue una advertencia a los intelectuales que se atrevían a pensar libremente, desencantó a muchos intelectuales, nacionales y extranjeros, con el liderazgo de la Revolución, y a partir de la prisión de Padilla y su posterior destierro, se convirtieron en críticos de Fidel Castro y su régimen. Paradójicamente todos desconocían el rol cumplido por Raúl Castro, y consideraban que lo acontecido era inspiración de Fidel.

Pero en el que sin dudas Raúl Castro desempeñó su papel mas estelar fue en el llamado “Proceso de los Generales”. Raúl preparó las condiciones en su discurso del 13 de junio de 1989 para la decisión que tomaría el máximo líder de fusilar a sus asociados en el narcotráfico. Raúl bajo la dirección de su hermano, o por iniciativa propia, montó un proceso, instrumentó el terror y demostró que continuaba siendo el mas fiel de los fidelistas. Sus palabras confirmaron que seguía siendo válido el postulado de “Por la Revolución todo” con las connotaciones indefinidas que ese “todo” tiene. Este proceso hizo posible que Raúl Castro sumase a su control absoluto en el MINFAR, el manejo y conducción del poderoso Ministerio del Interior, MININT.

Evidentemente Raúl Castro no ha cesado de cumplir uno de sus roles, el de cancerbero del totalitarismo cubano. En 1992, fue el protagonista en impugnar a Carlos Aldana, ideólogo del Partido Comunista de Cuba y miembro del Buró Político, y diez años mas tarde asumió el mismo rol en el caso “Robertico Robaina”, el canciller que jugó con fuego hasta quemarse.
Raúl fue el primero en acusar a este último de deslealtad, corrupción y de sugerir que el defenestrado ministro había intentado establecer las bases para cuando se presentara la oportunidad asumir el control del país.

Para Alberto Álvarez[6][6], Raúl Castro ha sido una especie de escudo, de protector del sistema. Apunta que fue el creador del Dpto. Ideológico de las Fuerzas Armadas, antes de que este organismo se constituyera en otro aparato del Estado, consecuencia de ese Dpto. fue la revista Verde Olivo un medio que promovía el pensamiento mas ortodoxo y el culto mas fiel a los líderes del proceso revolucionario. Afirma que controlaba también el Dpto. de Cultura por medio de un funcionario de nombre Luís Pavón.

A partir del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, 1975, Raúl Castro empezó a controlar el Dpto. Ideológico del Partido Comunista de Cuba, entidad responsable de velar por la pureza ideológica del Gobierno y de la Revolución y que trabaja estrechamente vinculada con la sección de contra inteligencia del Ministerio del Interior y de las Fuerzas Armadas. Los jefes de este Dpto. fueron personas estrechamente vinculadas al ministro de la Defensa,
Al comandante Antonio Pérez Herrero, primer jefe del Dpto., sustituido por Carlos Aldana, ayudante personal del ministro, quien a su vez fue relevado, 1992, por José Ramón Balaguer, un viejo guerrillero que había sido testigo de la Perestroika porque fungió como embajador de Cuba en ese país, años mas tarde fue relevado por otro oficial, el coronel Rolando Alfonso.

Afirma Alberto Álvarez[7][7] que en el Quinto Pleno del Comité Central del Partido, Raúl Castro, leyó un documento que contó con la aprobación de su hermano en el que se atacaba ferozmente a los académicos y a los centros de investigación de Ciencias Sociales que supuestamente se habían identificado con el aperturismo. El inquisidor funcionó a toda máquina en lo de atacar, desmontar y convertir en enemigos a la mayor parte de los investigadores y funcionarios del CEA.
Los miembros de este grupo académico fueron interrogados e investigados, el régimen trató de que se auto impugnasen y asumiesen la responsabilidad de crímenes que no habían cometido. El informe que leyó Raúl Castro en el V Pleno del Comité Central del Partido, marzo del 96, fue publicado en el órgano oficial del Partido. Raúl, una vez más fue fiscal, ya que el rol de verdugo nunca lo ha abandonado.

Pedro Corzo.
Septiembre-06

[1] Revista Cambio.
[2] Jorge Risquet www.crisisdeoctubre.cubaweb.cu/discursos/discu2.ht
[3]Su nombre era Aldana y su ocupación la de vigilar a Gustavo Arcos y a Guillermo Cabrera Infante; pero a Arcos sobre todo. Este Aldana era el hombre de Raúl Castro en el Ministerio del Interior. No informaba al ministro Ramiro Valdés, sino al propio Raúl directamente. El 15 de marzo de 1966, Raúl Castro ordenó su detención y Arcos fue incomunicado en una celda del Departamento de Seguridad del Estado.
Este artículo fue publicado por primera vez en El Nuevo Herald, de Miami, en 1989.

[4] Alberto F. Álvarez García, fue jefe de Departamento del Centro de Estudios sobre América.
[5]Intrahistoria abreviada del caso Padilla. Manuel Díaz Martínez “Nadie lo sabía. Aún se hacen conjeturas sobre la identidad del amanuense que se ocultaba tras ese seudónimo (la más insistente señala al teniente Luís Pavón, entonces pendolista de Raúl Castro), aunque la voz que le dictaba fue reconocida en el acto como la del máximo poder……….El capitán me aseguró que cuando, alrededor de las nueve de la noche, llegó a la revista con la grabación, en el despacho de Pavón le esperaban ansiosamente Raúl Castro y otros militares. Según este hombre -al que di crédito porque habló delante de compañeros suyos en un club de oficiales-en aquella época Raúl Castro presidía unas reuniones que se celebraban en la oficina del director de la revista, en las que, a partir de informes aportados por los cuerpos de seguridad u obtenidos por otros medios, se seguía el comportamiento político de los escritores y artistas cubanos que vivíamos en la isla.
[6]Alberto Alvarez Garcia. Entrevista con el autor.9-16-06-Miami.
[7] Alberto Alvarez.Cuba:Las ciencias socials y los probleas de la libertad academica
Fonte: LiberPress
liberpress@gmail.com

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