viernes, septiembre 24, 2021

Miguel Sales Figueroa: El ogro filantrópico 3ra. parte


 El ogro filantrópico 3ra. parte


Por Miguel Sales Figueroa

23 de septiembre, 2021

Al tiempo que los factores ya citados -políticas identitarias, ecologismo anticapitalista y fomento de la migración ilegal-- evolucionaban y confluían, la crisis de la izquierda marxista maduraba hacia 1980, tras los sucesos de Berlín y Praga, y el sangriento fracaso de los regímenes socialistas del Tercer Mundo (Cuba, Camboya, Etiopía y otros). Una vez desaparecido el comunismo en Europa Oriental y la Unión Soviética, e iniciada la metamorfosis procapitalista de China y Vietnam, los ideólogos del socialismo se afanaron en buscar nuevos elementos que permitieran ampliar la base conceptual y la militancia ‘progresista’, más allá del enfoque del proletariado como pueblo elegido y la lucha de clases como motor de la Historia, cuya inoperancia había quedado demostrada de manera empírica.

En esa situación de fracaso y orfandad, en la que los últimos referentes en pie eran los poco presentables gobiernos de La Habana y Pyongyang, los teóricos posmarxistas hallaron una veta promisoria en las nuevas teorías sociales que pululaban en las universidades de Estados Unidos y Europa Occidental.   

Durante medio siglo, el socialismo marxista-leninista había sido un sistema de homofobia pública y notoria, que encerraba a los homosexuales y otros ‘pervertidos’ en campos de trabajo forzado, lo mismo en Cuba que en Camboya o Corea del Norte. Su política económica había causado enormes estragos al medio ambiente, como puede verse todavía en las ruinas de Chernobyl o el paisaje devastado del Mar de Aral. Era, además, un régimen alérgico a la emigración, que trataba de retener dentro de las fronteras estatales a la mayoría de la población, para lo que recurrió a atrocidades como la construcción en 1961 de un muro fortificado de 160 kms de largo en torno a Berlín, donde los vopos ametrallaban a quienes intentaban escapar del paraíso socialista.  

Pero gracias a la confluencia con el progresismo neomarxista, el comunismo homófobo, destructor del medio ambiente y enemigo de la libertad de movimiento terminó por adoptar los preceptos de la ideología identitaria y la ecología anticapitalista, y asumió como propia la estrategia de fomentar la libre circulación de migrantes y refugiados. 

El resultado del empeño es un ajiaco conceptual que no resiste el más mínimo análisis lógico. Pero su función no consiste en proporcionar una cosmovisión racional, sino un corpus de creencias que sustituya al liberal-conservadurismo apoltronado tras la victoria de 1989, a la socialdemocracia anémica, víctima colateral de la caída del Muro, y al comunismo que yace en el basurero de la Historia. Viene a ser un credo más próximo al de una nueva secta religiosa que al de un movimiento político tradicional.

La nueva amalgama ideológica se difundió con suma rapidez, gracias al desarrollo de los medios de comunicación electrónicos y las redes sociales, aunque su implantación siguió cursos diferentes, según las condiciones específicas y las tradiciones culturales vigentes. En el sur de Europa, estos partidos de nuevo cuño llegaron al poder poco después de su formación, federados con la socialdemocracia y otros grupos afines. La Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) ganó las elecciones griegas de 2015 y gobernó el país durante cuatro años. En Portugal, el Bloco de Esquerda, fundado en 1999, se alió con socialistas y comunistas en 2015 y hasta hoy es uno de los pilares del gobierno de Antonio Costa.  

En España, la confluencia quedó simbolizada por la creación, en 2016, de la coalición Unidas Podemos. El Partido Comunista de España (PCE), con casi un siglo de historia y un arraigo firme, aunque minoritario, en el territorio nacional, se sometió a la autoridad de Podemos, una amalgama asamblearia y caudillista compuesta de grupos antisistema y recién surgida de las manifestaciones de los ’indignados’ de mayo de 2011. Tres años después de su constitución, a finales de 2019, la coalición llegó al poder de la mano del Partido Socialista, tras haber obtenido el 10% del voto en las elecciones de noviembre.

La subordinación del PCE, que a partir de ese momento desempeñará el papel de comparsa de Podemos en la política española, marca el instante en que el marxismo-leninismo tradicional asume como propias las políticas identitarias, ecológicas y migratorias que los regímenes comunistas habían rechazado en la práctica hasta poco antes. Gracias a esta síntesis, el sujeto de la revolución ya no es solamente la masa obrero-campesina, culpable de tantas decepciones en el pasado, sino que se amplía (‘se expande’, dirían las ’portavozas’ de Podemos) a grupos sociales ‘discriminados y oprimidos’, víctimas de innumerables agravios perpetrados por la estructura de poder blanco-heteropatriarcal-capitalista que domina el mundo occidental. Los destinatarios del nuevo evangelio son ahora muy numerosos: las minorías sexuales o raciales, los ecologistas, los pueblos indígenas, los discapacitados, los migrantes… la nómina de características identitarias es infinita y podría llegar a incluir, por ejemplo, a las personas zurdas, bizcas o calvas, a los filatélicos o a los eyaculadores precoces.  

Como los objetivos de este cóctel ideológico son tan sublimes e inalcanzables, -- salvar el planeta, preservar a la humanidad de la inminente catástrofe climática, proteger los derechos de las minorías, acabar con la desigualdad, enderezar los entuertos de siglos pretéritos, etc.-- cualquiera que se oponga a ellos es, por definición, un miserable fascista. ¿Quién que no sea un canalla puede aplaudir la injusticia social, contemplar indiferente la destrucción de la Tierra y rechazar a refugiados e inmigrantes que huyen de la guerra y la pobreza? 

Pero lo más grave para el porvenir de Occidente no es que la izquierda se haya apuntado en bloque a esta amalgama de ideas y sofismas más o menos disparatados, sino que los partidos liberales y conservadores también han considerado conveniente adoptar buena parte del ideario progresista. Así, cuando los progres retrógrados ejercen el poder, gobiernan a golpe de decretos que hacen avanzar su programa totalitario. Y cuando pierden las elecciones y sus adversarios toman el mando, nadie se atreve a revertir las políticas ya instaladas, con lo que la derecha se convierte en simple administradora interina del despropósito estatista.  

msf 


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