miércoles, marzo 09, 2022

Juan Antonio Blanco: ¿Qué podemos aprender de la guerra en Ucrania? Existen cuatro premisas, erradas y peligrosas, en las actuales relaciones internacionales.

 
Tomado de https://diariodecuba.com/

¿Qué podemos aprender de la guerra en Ucrania?

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Existen cuatro premisas, erradas y peligrosas, en las actuales relaciones internacionales.

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Por Juan Antonio Blanco

Miami

08 marzo 2022 

"¿Cómo fue que llegamos hasta aquí?", se preguntó Jake Tapper en CNN el pasado domingo 6 de marzo.  Su respuesta fue honesta y correcta: han sido dos décadas de desubicado optimismo, apaciguamiento y de líderes occidentales, de diferentes partidos, ansiosos por pasar por alto la grave conducta de Vladimir Putin dentro y fuera de Rusia.

Al final, Tapper preguntó si de todo eso se había aprendido alguna lección. Dejó la respuesta flotando en la audiencia.

Yo pienso que no.

Para corregir esos errores no basta con señalarlos. Hay que entender cuáles fueron las premisas —también erradas— que causaron la indecisión, confusión y debilidad de Occidente ante sus principales enemigos. No es solo con Rusia que se han cometido errores. Ha sido también con Irán, Cuba, Venezuela, Corea del Norte, China, y con sus impresentables aliados no estatales (incluyendo el terrorismo y el crimen internacional organizado).

Para responder la interrogante de Tapper, creo necesario reconsiderar al menos cuatro falsas y peligrosas premisas de política exterior asumidas, a lo largo de las últimas dos décadas, por importantes sociedades abiertas.

La primera premisa fallida es que hemos estado en tiempos de paz.

No es cierto. Hemos vivido inmersos en un conflicto global y permanente que asume ocasionalmente el formato de conflagraciones bélicas. Que no haya declaraciones de guerra no supone su inexistencia. El mundo no entró en una era de paz al concluir la Guerra Fría.

En este siglo ha surgido una nueva guerra, global y a menudo violenta, contra las sociedades abiertas, ahora impulsada por autócratas y cleptócratas vinculados a actores no estatales criminales y terroristas. Se han formulado nuevas doctrinas de conflicto, que evitan la confrontación convencional y nuclear, para desarrollar guerras de cuarta generación, híbridas y asimétricas, con el objetivo de desestabilizar y derrocar gobiernos democráticos y reemplazarlos con aliados que se aferren al poder de forma permanente.

La segunda premisa fallida es que no hay un enemigo común como en la Guerra Fría.

Lo hay. Pese a las notables diferencias que marcan distancias entre la teocracia iraní, las nuevas mafias de La Habana, Caracas, Moscú, la autocrática clase neocapitalista china y la monarquía terrorista norcoreana, todas consideran a las sociedades abiertas y democráticas, en particular a EEUU, su enemigo principal y se consideran en permanente  guerra con ellas aunque no exista un estado de beligerancia declarado de manera formal.

La tercera premisa errada es asumir que existe una lógica universal, compartida por nosotros y esos enemigos de la libertad.

No la hay. Según esa desatinada idea supuestamente compartimos una racionalidad común con nuestros mortales enemigos, lo cual permite llegar a acuerdos de mutua conveniencia con esa fauna variopinta. Partiendo de ese dislate, se excluye la necesidad de persuadirlos por medio de la amenaza del uso de la fuerza, directa o indirecta, en las relaciones internacionales. De ser cierta esa lógica común, podríamos alcanzar compromisos duraderos con líderes agresivos, belicosos, asesinos, fanáticos, narcotraficantes y terroristas.

Los que creen que el fracaso de Chamberlain con Hitler pertenece a una era superada por el siglo XXI, no se percatan de que los contextos pueden variar, pero ciertos rasgos de la psicología humana prevalecen estables. Es iluso pensar en la posibilidad de entendernos con Putin, los ayatolas, Maduro, Castro y los grupos irregulares y criminales asociados a ellos basados en la premisa de que comparten aspiraciones, valores o visiones básicas comunes. Ellos existen inmersos en una mentalidad paralela. Las perspectivas de materializar un diálogo con ellos, para buscar consensos constructivos basados en aspiraciones comunes, son tan remotas como lo habría sido la esperanza de llegar a acuerdos entre Al Capone y los fiscales, jueces y agentes federales que querían detenerlo.

La cuarta falsa premisa es que en 2022 el principal desafío a la seguridad internacional es el medioambiental.

Eso puede afirmarse a mediano y largo plazo pero, si no se atienden otras amenazas inmediatas, ni siquiera llegaremos a enfrentar a aquellas. Desde el final de la Guerra Fría se extendió el criterio de que ya vivíamos una era de post conflictos globales, lo cual nos permitía adoptar una nueva sabiduría planetaria. Fue así que dimos prioridad a otros desafíos que antes habían sido peligrosamente ignorados, como el de los impactos negativos de la energía fósil en el medio ambiente. Pero la realidad viene imponiéndose desde hace dos décadas.

Ucrania nos ha recordado ahora que, desafortunadamente, no vivimos todavía un momento histórico en que podamos priorizar los peligros que plantean los ciclos geológicos (que toman a veces siglos y milenios por alcanzar un momento crítico) por encima de los peligros geopolíticos, que siguen existiendo y se agravan de un día a otro con dramáticos impactos inmediatos.

No se trata de dar la espalda a los temas medioambientales y ser negligentes con inversiones que permitan encontrar nuevas tecnologías  y crear infraestructuras apropiadas para adelantar la seguridad medioambiental. No. Pero sería suicida hacerlo a expensas de los recursos y políticas que necesitamos —aquí y ahora— para garantizar la seguridad energética de los países democráticos frente al desafío de las autocracias criminales en el mundo de hoy.

Lamentablemente, buena parte de los países productores de petróleo están bajo el control de elites autocráticas enemigas de las sociedades democráticas y de EEUU. Depender de ellos mientras al corto plazo se agrava este conflicto global parece un crimen y una estupidez.

Ya hacen fila los ¿tontos? que piden que China sea mediadora con Rusia en el conflicto con Ucrania, y que dependamos del petróleo venezolano e iraní, en lugar del ruso. Si no conversamos con franqueza y aplomo sobre las premisas que dieron lugar a nuestros errores pasados, volveremos a incurrir en ellos.  Quizás tan temprano como mañana mismo.


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