domingo, mayo 14, 2023

Zoé Valdés: MI MADRE.

 
Tomado de https://zoevaldes.net/

MI MADRE.


Zoé Valdés cargada por su joven y bella madre

Por Zoé Valdés.

La escritora Jacqueline Goldberg me pide un texto sobre las madres cubanas. He pasado toda mi vida escribiendo sobre mi madre, y escribiéndole a mi madre, poemas, novelas, y por supuesto, cartas. Lo mismo a mi abuela. El día en que en Cuba por fin existan la libertad y la democracia debiéramos hacerle un monumento a las madres y a las abuelas de Cuba. Más parecidas a las madres judías, luchadoras y protectoras, que a la madre típica del realismo socialista de Maksim Gorki, las madres y las abuelas cubanas han sido las grandes sacrificadas del castro-comunismo. Heroínas anónimas, olvidadas por la gran mayoría de los colectivos feministas o en defensa de la mujer y de la ancianidad. Vejadas y oprimidas por los machistas-leninistas del poder en el antiguo archipiélago transformado por obra y gracia del odio rojo en Aquella Isleta de Todos los Pesares.

Mi madre apenas se veía retratada en mis novelas, más bien leía en ellas el retrato de las mujeres de su generación. “No soy yo, son ellas, somos todas”, decía. Mi madre tampoco estaba demasiado orgullosa de lo que yo escribía, invariablemente exigía siempre más de mi, para ella yo podía ser mejor de lo que era. Lo que más leía de mi, comentaba con sus amistades, no eran mis libros, eran mis cartas. Y sobre todo las cartas enviadas desde las escuelas al campo, esa experiencia tan desastrosa por la que nos obligaron a pasar de manera obligatoria desde la edad de los doce años hasta los diecisiete.

Nos separaron abruptamente de nuestros padres, nos enviaron a albergues en medio de campos abandonados. Nos obligaron a trabajar rudamente desde las cinco de la madrugada hasta las nueve de la noche, sin resuello, mal abrigados, peor calzados, y onerosamente desnutridos. Ellos, nuestros padres, debían andar por esos caminos de Dios, de terraplenes y campos desolados, para los domingos por fin poder llevarnos algunos alimentos que antes debían de “forrajear”, de sacar de debajo de la tierra, de inventar, como el “famoso” biftec de frazada de trapear piso adobado con una salsa grisácea y amarga.

En uno de aquellos viajes mi madre se quedó dormida a orillas de la Laguna de Ariguanabo. La guagua, el bus que debía recogerla, la olvidó, y ella caminó hasta que no pudo ni con su alma. Durmió toda la noche en medio del campo, aterrada, aunque un poco aliviada porque había podido dejarme cuatro latas soviéticas de leche en conserva, un brazo de gaceñiga dura, un nailon con galletas zocatas, café de la cuota de un mes por la libreta de racionamiento en un termo, y las pocas chucherías que había podido encontrar en el Mercado Negro.

Mi madre lloraba esos domingos de abulia y calor infernal al verme cada vez más flaca, enferma, sucia y hambrienta, sollozaba cuando yo le pedía que me sacara de aquel espantoso campamento, que si abuela estuviera viva no se lo perdonaría, pero ella no podía hacerlo: la Revolución castrista había situado su poder de madre por debajo del poder político de un sistema educacional abusador y nefasto.

Mami sufrió toda su vida por culpa de esa maldita Revolución. Primero porque no sabía, no podía sopesar cuál sería mi futuro, después porque una vez que me largué, no sabía si volvería a verme y si volvería a ver a su única nieta.

Ahorrémonos la pesadilla del encarcelamiento de mi padre, ahorrémonos los abusos cometidos en su contra en el trabajo como camarera porque ella evitaba destacarse en las tareas políticas extras, los horarios impuestos de madrugada, las guardias a deshora para “cuidar la Revolución” antes que cuidar a su hija, los esfuerzos para nada, la pobreza, el hambre, la desolación.

Pero cuando más hicieron sufrir a mi madre fue precisamente cuando yo alcancé mi libertad y empecé a publicar mis libros fuera, desde el exilio. Los cederistas y chivatones la atacaban en las calles, lo hacían por ser la madre de una gusana, o sea yo. Le daban mítines de repudio a toda hora, la perseguían a los lugares más improbables. La citaron en innumerables ocasiones a Villamarista, principal centro de la DSE (Departamento de la Seguridad del Estado) de torturas e interrogatorios, para propinarle vejaciones y someterla a insultos e intensos interrogatorios de hasta seis horas. A una señora de setenta años.

Para poder liberar a mi madre y sacarla por fin del infierno comunista debí comprar su libertad al mismo oficial-militar que la acosaba y humillaba. Un día contaré esta historia en detalles en una novela o en mis memorias.

Mi madre llegó a París después de seis largos años de intensas angustias y sometida a un tratamiento psiquiátrico-médico. Las autoridades castristas no le permitían la salida del país, única y exclusivamente para castigarme a mi; llegó muy enferma, murió dos años después de haber podido contarme todo y de haber disfrutado, aunque poco, de su nieta. Nunca perdonaré el padecimiento con el que castigaron a mi madre, por el único hecho de ser mi madre.

Un simpático refrán cuenta -más o menos- que Dios al ver que no atinaba a ocuparse de todo creó entonces a la madre judía para que lo socorriera y ayudara. No se me ocurre más que algo muy similar relacionado con la madre cubana: Dios no podía salvar más él solo la dignidad de este mundo y creó a las dignas madres cubanas.

Zoé Valdés.

Mami murió el 5 de agosto del 2001, en París.

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